jueves, 3 de noviembre de 2011

Una Chica Cortada en Dos (2007) – Claude Chabrol

De los últimos trabajos del maestro francés, eran las producciones finales que nos entregaría, y cierto es que en esta su última etapa, su “tercera juventud” como algunos le llaman, los atributos de Chabrol se han ido evaporando, los años no han pasado en vano para el maestro, y esto es algo completamente normal. Pero pese al natural paso del tiempo, Chabrol se mantuvo vigente, se mantuvo activo y siempre produciendo, he ahí el mérito de alguien que es indiferente a ese paso del tiempo, y que sigue buscando, como él mismo lo ha dicho, contar la historia perfecta, y al margen del cambio normal que se ha ido produciendo en su obra a lo largo de las décadas, en esta su etapa final, todavía quedan destellos de su indeleble genio, y en esta película aún veremos, aunque a cuentagotas, detalles de ese genio. Esta es la historia del enésimo triángulo amoroso en el que nos introduce el francés, obsesión amorosa, amor no correspondido, suspenso, muerte, elementos clásicos e indivisibles de los filmes de Chabrol, que ahora claro nos son mostrados en una dimensión distinta, abordados de una manera ya no tan precisa, deliciosa como antaño, cuando diseccionaba de una manera abrumadora a sus personajes, y de paso a los espectadores. Pero no olvidemos que es Chabrol el que tenemos al frente, y un personaje de su talla se tiene ganado el hecho de que sea un deber ver un filme por él realizado.


           


Capucine Jamet (la siempre hermosa, aunque ya algo envejecida Mathilda May) visita a su amigo, el escritor Charles Saint-Denis (François Berléand), un maduro hombre que vive con su esposa Dona (Valeria Cavalli). Él, reconocido y entrevistado, se mueve entre reuniones burguesas de snobs, en una de las cuales conoce a la bella Gabrielle (Ludivine Sagnier), una joven que trabaja como “la chica del clima”, que le atrae inmediatamente, y a quien apenas conoce, comparten buenos momentos, aparte de gustos y ciertas manías. Ella también se siente atraída, y no puede evitar llamar la atención de Paul Claude Gaudens (Benoît Magimel), un engreído joven millonario, cuyo único mérito es ser hijo de un exitoso empresario que le dejó todo su dinero, pero a ella le resulta indiferente, y por el contrario, rápidamente se consuma la atracción con Charles. El escritor impensadamente se encariña también con ella, lo cual le enemista con Paul, avivando más una tirria previa entre ambos, mientras prosigue su vida matrimonial. A Gabrielle se le ofrece un mejor trabajo en la TV, mientras Charles debe partir por trabajo. Esto la sume en gran depresión, y, más por despecho, acepta al caprichoso Paul, y se casan. Al enterarse Charles de la boda, regresa a ver a Gabrielle, no pudiendo evitarla, pese a que ambos aún se quieren. Pero ninguno puede dejar atrás a Charles, ni la enamorada Gabrielle, ni el impotente Paul, que, en una ceremonia de reconocimiento, sorpresivamente mata a Charles. En el juicio, a Gabrielle se le pide que testifique la verdad para que las circunstancias disminuyan la sentencia de Paul, cosa a la que ella no accede al inicio por respetar la memoria del difunto. La madre de Paul le narra una historia de cómo Paul mató a su hermano cuando niños, al parecer sin querer, y Gabrielle confiesa la verdad. Al final, se hace el bello simbolismo de una solitaria y triste Gabrielle, siendo cortada en dos en un truco de magia.



Hay algo que quiero apuntar, y comenzaré por decir lo curioso que me resulta que se cite en este filme a Woody Allen, y es que Chabrol nunca hizo un filme tan parecido al estilo del yanqui, tan identificable con ello. Tratamiento superficial de las relaciones amorosas, de una liviana historia de trágico amor y desamor, tiene un aura, y un aire que innegablemente me remiten a la etapa final de Allen -la peor de todas, si bien algún trabajo positivo definitivamente ha entregado-, hasta en la estética, lo cual, para alguien de la talla del francés, es por demás lamentable, muy lamentable, y esto se ve casi bizarramente reflejado y plasmado en el hecho que se mencione al judío yanqui en la película. Continuando en ese sentido, me parece que es la película menos Chabrol del francés, la historia podrá ser no muy compleja, pero eso es algo que era normal en Chabrol, y era normal porque él se encargaba de minimizar eso con el exquisito desmenuzamiento y estudio psicológico de sus personajes, algo muy contrastante con la superficialidad del acercamiento a las planas psiquis de los protagonistas de esta oportunidad, que no trascienden sus personajes, nada complejos, es como si al director, conscientemente o no, le hubiese preocupado más mostrar a niños bonitos que a personajes complejos y seductores, y estos niños bonitos terminan siendo muy insípidos, esto termina desembocando en una linealidad en la que penosamente acaba por ahogarse la película. También, me llamó fuertemente la atención la por momentos total falta de sutileza mostrada, y esto tiene su hincapié en las escenas de directa y desenfadada representación de las felaciones, donde las elegantes alegorías se esfumaron por completo, al igual que la sofisticacióm, un detalle bastante llamativo, que, repetiré, me recuerdan al peor Woody Allen, sin que éste haya sido una maravilla en su mejor momento tampoco. Los elementos clásicos de Chabrol siguen presentes, como lo han estado siempre, el triángulo amoroso, incluso el crimen, aunque muy poca injerencia tuvo; la gran falta, la gran ausencia viene a ser el exquisito tratamiento de sus personajes con el que nos deleitaba el francés de otras décadas. El desempeño del reparto actoral es correcto, François Berléand como el cincuentón escritor que desea vivir en el campo, pero la praxis de la supervivencia, vender libros en su caso, se lo impide, Mathilda May agrega belleza y elegancia, y Chabrol ya utiliza, aunque brevemente, con frecuencia a su hijo Thomas (engendrado con la hermosa Stéphane Audarn), ahora en el papel del abogado. Es otra etapa, definitivamente del francés, son sus últimas producciones, y sin ser ésta de las más brillantes, no pierde del todo interés por el solo hecho de ser una película de Chabrol.





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