jueves, 31 de mayo de 2012

Shane el desconocido (1953) – George Stevens


Memorable y muy querido western el que dirigiera George Stevens, que en su momento despertara calurosa bienvenida, cálida aceptación, la misma que se fue disipando con el paso del tiempo, pero queda para siempre un notable ejercicio del género por antonomasia yanqui, el western. Muchos son los temas que contiene, directrices indispensables para un filme de la naturaleza mencionada, y la cinta los cumple, añadiendo además elementos novedosos que la vuelven de mayor complejidad, y aumenta su atractivo, aún cuando no llegue a ser una obra maestra entre los más fulgurantes ejercicios del género. El filme retrata los sucesos en un rancho del Oeste yanqui, que se encuentra atormentado constantemente por una banda de facinerosos, bandidos pistoleros conocidos por todo el pueblo, cuyos integrantes asisten impotentes a sus fechorías y atropellos, incapaces de hacer algo al respecto. Esto cambiará cuando irrumpa en el escenario un forastero, experto con el revólver, severo individuo que cambiará la vida no sólo del pueblo, sino de la familia que lo hospeda, en cuyos integrantes deja indeleble impronta, particularmente en el infante de la familia, cuyo enfoque nos sirve de aproximación. Buen reparto que en definitiva incrementa el valor del filme: Alan Ladd como el protagonista, Shane, acompañado por Van Heflin y Jean Arthur, quienes encabezan un reparto que incluye al recordado Jack Palance y a Ben Johnson.

        


La acción da inicio en un rancho yanqui, al que llega un individuo, se trata de Shane, un forastero, que conoce a Joe Starret (Heflin), jefe de familia, que acoge bien al extraño. Minutos después, abordan a Starret una banda de pistoleros, son los Ryker, afirman tener un contrato legal que les da derecho sobre su propiedad, quieren echar a él y a los suyos de ahí. Shane es acogido y presentado con la familia, se entera que Joe está encantado con el sitio, que sólo muerto se iría de ahí, y causa el visitante poderosa impresión en el hijo de la familia, Joey (Brandon de Wilde), pero la esposa, Marian (Arthur), no pretende que su hijo se encariñe mucho con un extraño. Shane se queda con los Starret, padre e hijo están a gusto con su estadía, ayuda en los trabajos, mientras los lugareños van dejando el lugar, intimidados por los Ryker. Posteriormente, Shane va a una tienda-bar, donde se muda de ropas, y al beber un refresco, es humillado y expulsado por Chris Calloway (Johnson), miembro de los pistoleros. En una reunión del pueblo, todos manifiestan estar hartos de los abusos de los facinerosos, pero no se atreven a actuar. Shane ajusticia a Calloway, dándole severo correctivo a golpes, y cuando su banda lo quiere atacar en grupo, llega Joe en su auxilio, juntos golpean y dejan fuera de combate a los Ryker. Joey presencia todo.




Es el 4 de julio, día de independencia, y Shane le enseña a tirar a Joey, mientras un gran baile se celebra en el pueblo. Pero los Ryker quieren venganza, irán tras Starret, contratan al temible pistolero Jack Wilson (Palance). El líder de los Ryker, Rufus (Emile Meyer), acompañado de Wilson, va con los Starret, les ofrece desventajoso acuerdo para marcharse inmediatamente, la familia lo rechaza, y los bandidos aseguran habrán problemas por ello. Después, en el pueblo, Wilson elimina a un buen camarada de Starret, Stonewall Torrey (Elisha Cook Jr.), esto trae gran pesar a la comunidad. Se realizan los funerales, y la mayoría ya no duda, deben irse del pueblo, nada puede hacer Joe, que los arenga a quedarse y a defender lo que es suyo. Los Ryker citan a Starret a negociar, a alcanzar un acuerdo; Marian se preocupa, pues es una trampa, lo eliminarán, y un arrepentido Calloway se lo confiesa a Shane, que está advertido de ello. Shane, sabedor de lo orgulloso que es Joe, quiere detenerlo, ante su determinación de ir, pelean, teniendo que dejarlo inconsciente de un golpe de pistola, él irá con los Ryker, salvando a Joe. Se enfrenta a los temibles Wilson y Ryker, los elimina él solo, todo siempre presenciado por Joey, que le suplica que se quede, pero el forastero no duda, su momento de irse ha llegado, y lo hace.




Atractivo western, digerible y disfrutable, en el que prontamente uno se deleita con las imágenes que el curtido y gran George Stevens crea de simpleza; genera, de situaciones mundanas y simples, imágenes elocuentes, que surgen de acciones a priori menores, como dos individuos leñando, o unos venados, entre otros elementos que el realizador captura y plasma de forma contundente, con una presencia que es notable, se nota la mano del realizador para extraer, de la simpleza, esas imágenes. Igualmente, y como no podía ser de otra forma, eventualmente acompaña su narración con vistas del imponente escenario, montañas y llanos, los amplios espacios libres de todo western, el filme es enaltecido definitivamente por esos trasfondos, pues Stevens saca rédito de las amplias posibilidades cromáticas que el ambiente le ofrece. El enfoque del pequeño Joey nos servirá de lupa, de transporte para introducirnos en la acción, pues es él quien más admira a Shane, idolátralo el muchacho, lo ama casi tanto como a su padre afirma, aunque su admiración rebasa, y por mucho, a la que siente por su progenitor. El forastero es deificado por el pequeño Joe, que pareciera repite su nombre cada cinco minutos, y es que el extraño se vuelve casi el núcleo de la familia, y todo lo que este individuo haga es motivo de admiración para el infante, es un modelo a seguir.


                                                                          
     





Otros de los elementos insustituibles del western están ahí, el enfrentamiento de los buenos contra los villanos, las víctimas contra los pistoleros, duelo en el que se impondrán los primeros, y a ese respecto, otro logro y acierto de Stevens se genera en la pelea definitiva, furiosa batalla, remarcada por el brío y la furia del ganado, las reses y equinos, unos dinámicos encuadres utilizan a los animales para literalmente enmarcar el choque, un lenguaje visual poderosamente expresivo, buen ejemplo de la habilidad expositiva de Stevens. Inevitable detectar la atracción existente entre la madre y Shane, pero por el bien de la imagen del héroe, y por su propia moral, esa atracción no se consumará. Y es que Shane es un ser que, en su bravura y naturaleza de pistolero, destila sabiduría, resaltando la escena cuando le enseña a disparar a Joey, recalcando a la madre, que un arma no es peligrosa, lo es quien la utiliza; es pues un educador, y no únicamente para el niño, aunque su presencia sea intimidante, y provocadora, para la mujer. Estamos ante un western que contiene muchas de las directrices de su género, que se enriquece por la doble columna narrativa, la historia misma, y la admiración incontenible del niño por el héroe, que favorece la obra, dando el toque de humanidad, y claro, es el niño quien cierra el filme, ve partir al objeto de su admiración. Las actuaciones no podían desentonar, desde el taciturno y lacónico Shane, muy bien interpretado por Ladd, hasta un Heflin siempre cumplidor en sus interpretaciones, y ya curtido en westerns, luego daría excelente talla en la magistral El tren de las 3:10 (1957) del genial Delmer Daves, y el pequeño Joey, correcto en su papel del infante admirador, cuyo intérprete, Brandon de Wilde, trágico y prematuro fin encontraría; destaca también la participación del duro Jack Palance como uno de los implacables bandidos. No alcanzará el nivel de obra maestra, pero es un western muy completo, enriquecido por la fuerza visual del director, que pone el colofón perfecto a ese respecto con un poderosísimo claroscuro final, el héroe yéndose y dejando su imperecedera impronta, mientras el infante en vano grita suplicando que se quede, soberbia imagen, de un soberbio director.





miércoles, 30 de mayo de 2012

Cabo de miedo (1962) - J. Lee Thompson


Uno de los filmes más recordados y queridos del gran J. Lee Thompson, memorable cinta de demencia y acechanza, que tiene como uno de sus cimientos principales la colaboración de grandes estrellas yanquis en su reparto estelar. Es la historia de un convicto, que decide tomar venganza del hombre que lo envió a prisión durante ocho años, y ahora, ya libre, decide ajustar cuentas con el hombre de leyes, atormentando a su familia, y con el objetivo de eliminarlo. Así, el filme será el viaje por el tormento y tortura que atraviesa el abogado cuando el ex convicto lo atormente a él y a los suyos sin piedad, mientras la policía se ve imposibilitada de actuar ante el acechador. Una cinta plagada de suspenso y tensión, de incertidumbre, buen ejercicio de cine negro, que cuenta con el excelente tratamiento, en el desarrollo de la historia y en el aspecto audiovisual, por parte del gran director británico, que terminan por configurar un muy notable ejercicio de cine sórdido y bizarro, en muchos aspectos superior al remake que décadas después el yanqui Martin Scorsese se animara a realizar. Cuenta el filme con la invaluable participación, el aporte de los actores norteamericanos Gregory Peck como el abogado atormentado, y el gran y duro Robert Mitchum como el acechador, combinación actoral estupenda que convierte también al filme en una joyita imperdible.

        


Mientras los créditos son mostrados, un personaje se aproxima a una corte, un litigio tiene lugar. Se trata de Max Cady (Mitchum), que va a ver al abogado Sam Bowden (Peck), lo aborda luego del juicio, se identifica como el personaje que envió a prisión tiempo atrás, le deja inquieto. Poco después, mientras Sam y su esposa Peggy (Polly Bergen) se diviertan junto a su pequeña hija Nancy (Lori Martin) jugando a los bolos, nuevamente se apersona Cady, hostiga al abogado. El jefe de policía, Mark Dutton (Martin Balsam), amigo de Sam, le dice que no hay mucho que se pueda hacer mientras únicamente los observe, pero lo intervienen, lo registran y catean, sin encontrar nada incriminatorio. Cuando la perra mascota de la familia es eliminada, el abogado siente realmente que corre su familia peligro, y la ley se ve atada de manos. El detective privado Charles Sievers (Telly Savalas) sigue entonces a Cady, lo ve conocer a una mujer en un bar, Diane Taylor (Barrie Chase), mujer a quien Cady seduce primero y golpea salvajemente después. Sievers habla con la mujer, le dice que testifique contra su agresor, pero ella está temerosa, hay situaciones que se lo impiden, Cady lo sabía. Cady prosigue con su tormento, primero sigue a los Bowden hasta un paseo en bote que hacen, tiene una breve pelea con Sam.




Cady aborda y acecha a Nancy en su escuela, consigue asustarla hasta el punto de salir atropellada la niña, y un harto Sam paga a unos individuos para que golpeen a Cady, cosa que se hace, pero el recio ex convicto no se amilana ante esto. Finalmente, Dutton aconseja a Bowden algo poco ortodoxo, que finja salir de viaje, y utilice a su familia como señuelo para atraer a Cady, y el abogado pone en práctica el consejo. Emprenden un viaje en yate todos, tratan de engañar al acechador de que Sam está de viaje, solo Sievers vigila la embarcación, pero Cady lo embosca y elimina. Sam descubre el cadáver del detective, Cady ya se dirige al bote, donde encuentra a Peggy, está forzándola, cuando llega su esposo, pero el ex convicto en realidad está detrás de la pequeña Nancy, escondida en otra habitación. Hasta ella llega Cady, está también atormentándola cuando llega su padre, se desata intensa pelea en las aguas, pelea en la que parece que Sam es sometido, pero en realidad, con una argucia, aturde de un golpe a Cady, alcanza un arma, dispara y hiere al convicto, lo somete. Finalmente los Bowden respiran juntos y tranquilos.




Configura J. Lee Thompson así una muy atractiva obra, en la que mucha de su fuerza reside en el excelente tratamiento de la acción, la soberbia puesta en escena, y es que este apartado dota al filme de una presencia e identidad de que solo los dómines de la dirección pueden impregnar un filme. Sus imágenes son lo más seductor, rompen las más expresivas con la eventual parsimonia y simpleza de otras acciones, elocuentes y soberbios sus encuadres, de una composición que enriquecen muy notablemente el aspecto visual de la cinta. Dinámicos encuadres, planos medios y primeros planos, la cámara que sigue con sutileza pero determinación apabullante las acciones, los zooms, acercamientos y alejamientos, la narrativa visual de Lee es sin duda uno de los puntos fuertes. A este trabajo de cámara tan exquisito sumamos un aporte muy notable, sumamente valioso, como lo es la banda sonora de uno de los más ilustres nombres del área, el genial Bernard Herrmann nos deleita con su acompañamiento sonoro, música de urgencia y premura por momentos, reforzando e intensificando el suspenso y la tensión en repetidas oportunidades. Uno de los puntos altos de esta banda sonora es sin duda la secuencia del acecho a la pequeña Nancy, cuando Cady la persigue, el más frenético momento de la música, el más apremiante y angustioso, buen ejemplo de la variedad de registros que tiene Herrmann para enaltecer más al filme, una banda sonora como la suya es ideal en un filme de suspenso, y claro, también para uno tan frenético como el presente.








Consigue el director, con los elementos mencionados, impregnar de perenne angustia, incertidumbre y desesperación al filme, una atmósfera de descomposición que va aumentando, el aspecto visual y de representación de esa atmósfera vuelven al filme irresistible, y superior en buena medida, gracias a esos elementos, al remake de Scorsese. Retrata así el británico la impotencia del protagonista de ver a su familia amenazada y no poder hacer nada al respecto, la ley está maniatada, no hay mucho que pueda hacer el anquilosado sistema judicial en una circunstancia de esta naturaleza. Y conforme avanza el filme, avanza la oscuridad, se torna más lúgubre y bizarro el mismo, pues Cady manifiesta cada vez más sus oscuras intenciones, y el tratamiento de Lee Thompson también, las sombras cobrarán mayor fuerza y vigor, la lobreguez se apoderará del filme, mientras el miedo crece a ritmo exponencial similar, el ex convicto es incontenible, es despreciable y ruin, y no hay manera de pararlo al parecer. Y claro, imposible dejar de mencionar otro de los principales pilares del filme, el invaluable aporte actoral. Se empieza con el muy serio y siempre eficiente Gregory Peck, perfecto como el abogado victimizado, no es un pelele, no es un fantoche ridiculizado, simplemente la fuerza de su contrincante es abrumadora, y Peck cumple con nota en esa solemne y grave interpretación, siempre distinguido el buen Gregory. Asimismo, el que se lleva todo por delante, el hombre duro, el recio y rudo Robert Mitchum, excelente en el inmortal papel de Max Cady, es el despreciable villano, ruin canalla, abyecto bellaco que no dubita para atormentar a la familia, de actitud socarrona, es incontenible, y un Mitchum más que ducho en papeles de esta naturaleza, nos ofrece una actuación sin fisuras, es idóneo para el papel, el yanqui presenta una encarnación digna de su reputación. Mención especial para la joven Lori Martin, la infante hace gala de una actuación que resulta agradable sorpresa, correcta interpretando a la hija, cumple en los momentos que se le requiere, con su grave y aterrorizada expresión, bien por la Martin. Muy completo filme, notable puesta en escena, buenas actuaciones, ciertamente tenía el pistón muy alto el yanqui Scorsese cuando abordó el proyecto del remake, queda a gusto de los particulares paladares elegir la favorita. Pero al margen de eso, queda simplemente apreciar y disfrutar una notable cinta de cine negro no convencional, pero atractiva.






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