jueves, 24 de mayo de 2012

El hombre del brazo de oro (1955) – Otto Preminger


Una de las cintas mejor recordadas del austro-húngaro Otto Preminger, que pasa a la historia por múltiples y variados motivos. Su sórdida y cruda trama, su excelente puesta en escena, su acompañamiento musical, además del gigantesco aporte actoral del protagonista, son algunas de las razones por las que la cinta tiene lugar de privilegio en la historia del séptimo arte. Primera cinta en la historia del cine que retrata cruda y directamente la adicción a la heroína, o al menos la primera cinta importante en hacerlo, y nos adentra en el profundo trance de un yonqui, severo adicto a la heroína, que verá su vida entera amenazada por el fantasma de la drogadicción, pero que tendrá un final conciliador, moralista y esperanzador. Es la historia de un habilidoso timbero, repartidor de cartas para el póker, que ha pasado algún tiempo en prisión, y ahora, libre de nuevo, intentará enderezar el rumbo como músico, baterista. Pero nuevamente la sombra de la heroína lo alcanzará, nuevamente recaerá en el vicio, estropeando las buenas oportunidades que se le presentaban, mientras se relaciona con dos mujeres que tienen vital importancia en su destino. La descomunal cinta tiene en su distinguidísimo reparto actoral al gigante musical Frank Sinatra, La Voz interpreta al yonqui desesperado y atormentado, además de la imperial Kim Novak como su gran amiga, y Eleanor Parker como su novia. Este es el reparto que nos conducirá en una de las cintas más oscuras y realistas que sobre el tema se hayan rodado.

      


El buen Frankie Machine acaba de salir de prisión, vuelve a su antiguo barrio, donde todos le conocen y saludan. Prontamente es abordado por Louie (Darren McGavin), vendedor de heroína, que le ofrece su primera dosis tras la prisión, pero Frankie lo rechaza, quiere trabajar como músico. Luego va a ver a Zosch (Parker), su novia, más que feliz del regreso de Frankie, que le cuenta que en prisión la música y las manualidades fueron sus distracciones, y ahora, con una recomendación, espera obtener trabajo como baterista. Otro individuo, Schwiefka (Robert Strauss), que trabaja en una casa de apuestas, le ofrece trabajo como timbero, también lo rechaza Frankie; y después, su amigo Gorrión (Arnold Stang), le consigue un traje para su entrevista de músico, pero el despreciable Schwiefka se las arregla para que ambos vayan a prisión, pues el traje es presuntamente robado. Por pagar su fianza para salir, Frankie se ve obligado a trabajar para Schwiefka de nuevo repartiendo cartas. Va a ver a la bella Molly (Novak), íntima amiga del pasado, que trabaja en un night club, tienen un pasado, pero Frankie, más por lástima, debe estar con Zosch, postrada en una silla de ruedas, a causa suya, por manejar ebrio un vehículo.




Le va bien en una entrevista, pero no lo llaman, mientras Louie no deja en paz a Frankie, que, eventualmente, vuelve a caer, se aplica de nuevo la heroína. Luego se desencadena una pelea con Zosch por Molly, y ésta última dice a Frankie que llame él al sujeto del trabajo. Así lo hace, y obtiene una segunda entrevista. Ilusionado, practica Frankie, pero Zosch no quiere eso, quiere que siga repartiendo cartas, y Schwiefka lo convence de trabajar una noche final. Se acerca la noche de su entrevista, pero en vez de descansar, pasa la noche repartiendo cartas, mientras su necesidad de la droga crece. Se le pesca haciendo trampa en el póker, pierde todo el dinero ganado; es el día de la entrevista, acude desaliñado y de mala noche, arruina la oportunidad. Louie, por su parte, va a la casa de Zosch a buscar a Frankie, que lo golpeó, desesperado por obtener una dosis, y se da con la sorpresa de que Zosch puede caminar, su minusvalía es una farsa; tras pelear con ella, Louie cae por las escaleras, muere. Desesperado, sin dinero, acude a Molly, pide ayuda para que se rehabilite. Por otra parte, la policía busca al asesino de Louie, y el enclaustrado Frankie padece la adicción más que nunca. Pero sobrevive, sale del claustro, equilibrado y consciente, se irá de ahí; ante eso, Zosch enloquece, queda al descubierto su farsa, y en su desesperación, se suicida. Finalmente Frankie se queda con su querida Molly.




Para empezar, el que es uno de los motivos por el que la cinta alcanzó tanta notoriedad e inmortalidad dentro del cine es su trama, y es que nunca una cinta mostró con tal crudeza y dureza un tema delicado ya de por sí, la adicción a la heroína; pues imaginémoslo para la época, 1955. Es la demencia y la desesperación del drogadicto, toda la sordidez que esto encierra, está mostrado desnudo, sin ornamentos, es una forma cruda, pura y dura, he ahí buena parte de la fuerza del filme, el pilar y el cimiento sobre el que la cinta descansa, y del que obtiene tanta validez y fuerte realismo. Así, la droga, los drogadictos, los yonquis, los dealers, pasan a ser personajes principales de un filme por vez primera, pasan a ser el meollo de la historia, la sordidez pues está inherente e impregna la totalidad del filme. Ciertamente el filme descolla en se sentido, crudeza extrema, imágenes impactantes y severas, propias del infierno de los yonquis, es un estremecedor relato, alcanza momentos escalofriantes, la adicción es un tema muy humano, muy mundano, he ahí que tiene toda su fortaleza el filme, es un mórbido retrato de la degradación humana, la pérdida de la cordura, por la droga; pero finalmente, el maestro Preminger se permite deslizarnos un final esperanzador, no todo está perdido, hay una salvación, ese infierno tiene una escapatoria, después de todo. Memorables las imágenes del desesperado Frankie, o Frank en la vida real, Sinatra buscando la vena más adecuada, ubicando la locación del conducto idóneo en su brazo, para aplicarse la alucinante sustancia, y en ese sentido considero pertinente mencionar la curiosidad de que el hijo de Sinatra contó que las manos de Frankie, en su segunda recaída y aplicación con Louie, pertenecieron realmente a Milton Berle.





A ese demencial y pesadillesco mundo somos introducidos con mayor efectividad por Elmer Bernstein y su seductor y frenético jazz, que supo ser introducción al inicio, pero que no nos abandonará durante el metraje, sabiendo aparecer y dotar de mucha mayor llegada e identidad con su bohemia al filme. Así, toda la fuerza, viveza y energía del sensual jazz dinamizará las acciones, y claro, música emblema de la bohemia, servirá de idónea forma para ambientar y reforzar a los personajes y las situaciones que apreciamos, se vuelve su marco idóneo. El drama cobra vigor a su vez por retratar algo muy de la vida real, la genuina lucha del drogadicto por escapar de la droga, la auténtica intención de salir del infierno, lucha a conciencia el músico por enderezar su vida, desigual combate en el que los obstáculos no se harán esperar, en la forma de individuos, pero también de circunstancias, el infierno no lo dejará escapar tan fácilmente. Quien haya sufrido las angustias de una adicción, sea cual fuere la naturaleza de ésta, sabrá entender la indecible pesadilla de tener una urgencia que desborda a la voluntad, que vuelve a la voluntad humana su juguete personal, lo que es emprender una batalla contra la adicción, que por momentos parece insuperable, singular combate acompañado de la ilusa y eterna promesa de “es la última vez“, “desde ahora lo dejaré”, singular combate que cada uno enfrenta, con dispares resultados. De esta forma, el drogadicto es inicialmente derrotado, el mundo de Frankie se desmorona, parece venirse abajo su fantasía de papel, la incontrolable adicción lo hace arruinar la audición por la que tanto luchó, lo hace perder el juicio y la cordura, pero finalmente, Preminger nos da un desenlace moralizante, sabidas todas las verdades, consigue el sujeto vencer a la adicción, tiene ahora otra vez su vida en sus manos.





Otra cosa que enriquece notablemente el filme, aparte del crudo relato sin tapujos ya mencionado y detallado, es la presencia de los demás personajes, complementarios, pero sumamente sórdidos, bizarros, infernales incluso. La podredumbre y descomposición humana no solo deviene de las drogas, sino de los retorcidos actos humanos mismos. Empiezo con Zosch, la novia, la desgraciada que tiene por objetivo retener a Frankie consigo, cueste lo que cueste, aunque ello implique fingir despreciable charada, hacerse pasar por inválida para despertar su lástima y quedarse a su lado, patético intento por despertar lo más cercano al amor que ella puede generar en Frankie; eso es lo más cercano al amor, es la lástima, ella es una maquiavélica fémina, igual de degradada que Frankie, patética figura, ese patetismo queda maximizado en el momento de su fenecimiento, muere ella, tirada en el suelo tras arrojarse al vacío, diciendo que quiere mucho a Frankie. Y es cierto, ella lo quiso mucho, pero con su retorcido amor, que la llevó a casi arruinarle la vida en base a una mentira, pues ella lo atrapaba, ella no lo dejaba avanzar. Otro aspecto a resaltar en el filme será el excelente dominio del cineasta austro-húngaro en el trabajo de cámara, con el que nos deleitará con prolongados planos secuencia, lo cual, en su inquebrantable estructura, dota a la acción dramática de mucha mayor solidez, concisión, una mayor presencia en lo que atestiguamos, es un recurso siempre apreciable, y, bien utilizado, remarcable. Y lo que termina por coronar al filme, en algo inmortal, las actuaciones; empezando por el soberbio Sinatra, tenemos a La Voz en uno de sus papeles más escalofriantes, temblando como un yonqui, tirado en el piso reducido a nada por su adicción, severa su interpretación, poderosa, seria, estremecedora, justísimamente nominado al Oscar, aunque el galardón fuera a parar a manos de Ernest Borgnine ese año, tras severa competencia con James Dean y Spencer Tracy. Necesario mencionar obviamente a Kim Novak, imperial la actriz, señorial como siempre, y maternal como pocas veces, su actuación también es notable, ella mucho aporta a la solidez de los personajes, y por ende, del filme. Cinta indispensable, y para el cinéfilo instruido, el término necesaria resulta harto insuficiente. Obra maestra de Preminger.






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