lunes, 30 de abril de 2012

Furia de titanes (1981) - Desmond Davis


Notable y muy apreciable cinta la que nos presenta el director Davis, representando el fantástico universo de la divinidad helénica, los dioses griegos se enfrentan a través de los humanos en las célebres aventuras de un héroe mitológico, el gran Perseo. Narra pues la película sus increíbles odiseas luchando contra invencibles titanes, de la talla del invulnerable Kraken, o la temible Medusa, ambos monstruos que el héroe derrota para poder salvar a su amada Andrómeda, mientras los dioses toman partido en el enfrentamiento, y de esa forma, Zeus, Poseidón, Atenea, Venus, entre otros dioses, pondrán su propia cuota en la singular batalla. Perseo se enfrentará a indecibles peligros, cancerberos, escorpiones gigantes, al monstruoso Calibos, pero también recibirá ayuda, como el invaluable y fantástico Pegaso, alado equino que será de decisiva ayuda para sus propósitos. La cinta es excelente, un notable ejercicio de cine de esta naturaleza, un ejercicio de esos que ya no se realizan, de antes de que llegue la idiotizante ola de efectos especiales digitales, solamente se basta con la simple maestría de un inmortal del área, Ray Harryhausen, leyenda de los efectos especiales, que por cierto, haría de ésta su cinta final. Con un notable reparto, encabezado por el gran Laurence Olivier como Zeus, el filme se erige como un clásico de su género, necesario por su contenido artístico, ya sea cinematográfico, como literario, que los entendidos en ambos apartados sabrán apreciar y disfrutar.

       


Inicia la acción con Acrisio (Donald Houston), rey de Argos, que lleva al mar a su hija Dánae (Vida Taylor), con el infante Perseo, sacrifica a ambos para aplacar una grave ofensa. Pero el sacrificio es en vano, el infante es hijo de Zeus, y éste está determinado a castigar a Acrisio, destruyendo su reino, Argos, por su despreciable osadía, únicamente Dánae y su hijo serán salvados de la destrucción. Paralelamente, Calibos (Neil McCarthy), hijo de la diosa Tetis (Maggie Smith), destinado a casarse con la bella Andrómeda (Judi Bowker), hija de la reina Casiopea (Sian Phillips), ha cometido también una afrenta, entre otras cosas, matando a los caballos alados de Zeus, y es convertido en un sátiro, monstruoso ser que deambula por pantanos. Tetis, furiosa, ubica a Perseo (Harry Hamlin), en tierras fenicias, en Joppa, a que viva en el mundo real. Zeus, empero no permite que su hijo quede expuesto, y se le entregan divinas armas, un escudo, una espada, y un casco que vuelve invisible a su dueño. Conoce al anciano erudito Ammon (Burgess Meredith), que le informa de la hermosa Andrómeda, condenada a no desposarse si su pretendiente no responde a un acertijo, y peor aún, a un sacrificio con el monstruoso Kraken, liberado por Poseidón (Jack Gwillim), por ofender ella a los dioses presumiendo su belleza.





Ammon también le dice que para vencer al invulnerable Kraken, el alado caballo Pegaso sería una grandiosa ayuda. Pegaso es domado, mientras Calibos rapta a Andrómeda, es él quien le da los acertijos para los pretendientes, pero Perseo se apersona, batalla y vence al monstruo cortándole una mano, y obteniendo la respuesta al acertijo. Los jóvenes se casan, pero Calibos, humillado y enfadado, suplica a su madre Tetis que se haga justicia, y ésta convence a Poseidón para que libere al Kraken otra vez. Perseo debe vencer al monstruo, y Ammon le habla de unas hermanas brujas, un oráculo, las cuales le dicen al héroe que la única forma de matar al Kraken es con la cabeza de Medusa, cuya mirada convierte en piedra. Para ello, Atenea (Susan Fleetwood) le da un prodigioso búho, excelente guía, y se moviliza hasta los dominios del monstruo, combate otros seres temibles, como un cánido bicéfalo, y finalmente, gracias al divino escudo, vence a la Medusa, la decapita, eliminando también otros monstruos, enormes escorpiones, siempre con Calibos detrás de todo. Se enfrenta finalmente a Calibos, que raptó a Pegaso, y elimina al sátiro completamente. Queda el reto final, matar al Kraken, y con ayuda de Pegaso, y claro, la cabeza de Medusa, el titánico monstruo es liquidado. Los héroes son inmortalizados en las estrellas, con constelaciones que harán que sus hazañas perduren por siempre.




Memorable y necesaria cinta, una de las películas que trata con mayor solemnidad y acertado realismo las célebres aventuras del héroe Perseo, aventuras que entremezclan las fuerzas humanas con las sobrehumanas, las fuerzas divinas. De esta forma veremos representada, entre otras, la impensada imagen, la imagen no apta para los mortales, veremos el Olimpo, a los inmortales, a los dioses, reunidos, conversando, discutiendo y debatiendo el porvenir de los mortales, representados como figurillas de barro en largas galerías, cuyos destinos se someten completamente a los designios de los dioses, ellos mueven los hilos con la misma facilidad con que manipulan las figurillas, y claro, Zeus, el más poderoso dios, la más poderosa divinidad, comanda a todos, y la representación que se hace es apreciable, sentado como un rey, con unos rayos azules atrás de él, dándole toda una etérea escenificación a la más poderosa de las deidades. El rey de los dioses se muestra implacable, imperial, sicodélico, rígido, pero se humaniza cuándo se trata de su hijo, ahí, baja, desciende, se vuelve condescendiente por él, está orgulloso de su prole, el bien parecido y atlético Perseo. Es así que los dioses irán tomando partido en el enfrentamiento, se respeta la inigualable tradición helénica, Poseidón, Atenea, Tetis, cada uno apoya al mortal de su predilección, concretándose divinos obsequios, solo provenientes de los dioses, como un casco que da invisibilidad a su portador, o un búho que todo lo ve y todo lo sabe. Son de resaltar las conversaciones de las diosas, hablando sobre la lujuria de Zeus, capaz de convertirse en un toro para seducir féminas, o, como el caso de Dánae, en lluvia dorada incluso; los dioses se vuelven mundanos por un momento, y tienen discusiones que los acercan a los mortales.







El aspecto por el que la cinta se vuelve estupenda, viene a ser el apartado de los efectos especiales, donde un nombre selecto resalta entre todos. Ray Harryhausen se encargó de realizar las excelentes secuencias con los monstruos, con su famosa técnica del stop motion, genera esos efectos inigualables, que, una vez más, demuestran que la vieja escuela siempre se impondrá a los artificios actuales, efectos computarizados, tan aparatosos como burdos y de escaso impacto. Así veremos a las prodigiosas criaturas, titanes como el Kraken, aberrantes monstruos como la Medusa, arrastrándose con su cabeza de serpientes en vez de cabellos, escorpiones gigantes, o un terrible cánido bicéfalo, suerte de cancerbero, pero también criaturas favorables como el equino alado, el fabuloso Pegaso, todas criaturas fantásticas que gracias a la magia de Harryhausen cobran una vida y veracidad únicas. Se combina a los hombres con esos seres, con un realismo que sorprende, y dotando también de una excelente solemnidad a la cinta, la sitúa a años luz de los patéticos ejercicios actuales, la sitúa inalcanzable para esos pueriles ejercicios, la sitúa en la categoría de un clásico, si bien la película es relativamente contemporánea. Quedan así para la posteridad las clásicas imágenes de Perseo enfrentando a escorpiones gigantes, o enfrentando al monstruoso Calibos, no ya únicamente vemos al actor maquillado, sino a la figura completa, entre otras. El solemne tratamiento dado a la cinta, pues, se convierte en el poderoso y principal aliciente de verla, sumado al correcto respeto que se tiene del relato original, de la mitología griega, que es, obviamente, una maravillosa e inagotable fuente de historia. El reparto actoral cumple, un siempre destacable Laurence Olivier recibe el ostentoso papel de Zeus, y claro, el actor y director ofrece una sólida y señorial interpretación, junto al resto del elenco de las divinidades, que también cumplen; y Harry Hamlin como el héroe, que presenta sin desentonar, también una aceptable y correcta actuación, Perseo, el humano favorecido por el dios más poderoso. Memorable, excelente clásico de esos que uno quisiera que se siguieran haciendo, sobre un tema apasionante y hermoso. Necesaria cinta para los que saben de arte.








domingo, 29 de abril de 2012

Un mundo perfecto (1993) - Clint Eastwood


El buen Clint Eastwood realiza un ejercicio en su faceta como realizador, como director, en la que nos muestra otra cara, otro perfil distinto al del duro personaje que se le conocía como actor, ese estereotipo desde siempre desapareció. El director Eastwood narra esta entrañable historia, mezcla de drama y comedia, con ciertos momentos enternecedores, en la que se plasman las singulares vivencias de un convicto yanqui, un peligroso criminal que escapa de prisión, y que toma como rehén en su huida de las autoridades, impensadamente a un infante de ocho años. Pero contrario a lo que se podría esperar, el infante no termina acompañando al delincuente contra su voluntad, pues si bien al inicio fue raptado, irán generando amistad los compañeros de ruta, nacerá cariño y afecto, y el niño acompaña por su libre albedrío en su escape al convicto, mientras la férrea persecución de un experimentado detective y una novata enviada por el FBI, terminan por darle caza. Eastwood mismo se involucra en el proyecto como actor, encarnando al oficial perseguidor, y recluta además a Kevin Costner como el fugitivo, y completa la plana una joven Laura Dern como la fémina policía. Juntos configuran una de las cintas más conocidas y queridas de Eastwood detrás de las cámaras, es un apreciable ejercicio, una cinta que puede hacer pasar algún buen rato, y que a los más sentimentales, sin duda los tocará.

      


Tras iniciar la cinta con Costner echado plácidamente en gras, rodeado de billetes de dólares, pasamos a una familia, de religión testigos de Jehová, en una noche de Halloween, celebración que rechazan. Hasta esa casa llegan Robert “Butch” Haynes (Costner), y otro individuo, ambos son criminales, presidiarios que escapan del claustro, y al llegar a la casa, Costner intercede ante la violencia de las acciones de su acompañante, defiende a la madre, que vive sola, y a su hijo, Phillip Perry (T.J. Lowther), que termina siendo raptado por ambos cuando la policía llega. El oficial Red Garnett (Eastwood) es el que encabeza su búsqueda, y recibe, sin mucho entusiasmo, a Sally Gerber (Dern), criminalista enviada del FBI. De esa forma los tres emprenden un viaje por carretera, los dos convictos y el niño, pero Butch termina eliminando al otro convicto, pues su retorcida personalidad lo llevaba a atormentar al niño. Tanto Garnett como Gerber se van acercando a su rastro, encuentran el cadáver en un maizal, mientras el fugitivo Butch va creando lazos de amistad con el niño, “Buzz”, como él lo llama. Las autoridades logran identificar el vehículo en que se desplazan, se acercan cada vez más a los fugitivos, pero Butch se las ingenia siempre para eludirlos al final.




Incluso cuando se cruzan directamente en una ocasión, el astuto Butch consigue escapar junto con el pequeño Buzz, a quien va conociendo más, se entera que es testigo de Jehová, de todas las abstinencias que practican, y quien, en su inocencia, colabora sin saberlo a asaltar una casa. Garnett y Gerber siguen el rastro a los fugitivos. La huida los lleva hasta una granja, en la que reciben hospitalidad de una familia, y con quienes Butch se ceba, particularmente con el padre, por ser abusivo con su hijo. Sorpresivamente, Phil, que había visto a su amigo golpear, amordazar y apuntar con un arma a sus anfitriones, le dispara al convicto, y  escapa, pero se juntan de nuevo. Herido, pero con Phil, Butch es alcanzado por la policía, y a la distancia, negocia con la madre de Phil, solicita sea menos rigurosa en las limitaciones para el niño, y ella accede, promete ser más permisiva. Ya liberado, Phil puede volver con su madre, pero regresa con Butch, agonizante, lo abraza, pero no puede evitar que sea baleado y eliminado. Garnett, acompañado de Gerber, se pone furioso con el oficial que realizó el disparo sin permiso, pero es tarde ya, Butch ha muerto, y finaliza el filme con la imagen inicial, pero ahora tiene sentido, Butch recostado en el pasto, rodeado de dólares, muriendo.




Entrañable la historia que presenta Eastwood, haciendo gala de su sensibilidad como director, y realizando algo que sería luego recurrente en su carrera, dirigir y actuar como secundario; una práctica que será constante, Eastwood moviendo los hilos tras las cámaras, pero también aportando actoralmente, apoya a los protagonistas, es apreciable y de notar la forma de trabajar del mítico yanqui. La cinta retrata una singular situación, inverosímil incluso, atípica e impensada, un niño secuestrado que se vuelve gran amigo de su secuestrador, de un peligroso criminal, de un asesino, pero su amistad no entiende nada de eso, simplemente ve a un personaje que le enseña a vivir un poco más, que le muestra el mundo más allá de lo que lo conocía, poco importa que sea mucho mayor que él, poco importa que sea un adulto delincuente. No se le puede llamar rehén al niño, buena parte del tiempo está con Butch por su propia voluntad, su libre albedrío lo lleva a quedarse con su amigo, e incluso se mezcla en sus delictivas actividades, pero siempre con la inocencia propia del infante. En ese escenario nace y se refuerza su amistad, y Eastwood tiene el correcto tacto para mostrarnos su historia, un adecuado tratamiento, con las dosis de ternura sin caer en lo cursi, dos personajes con aparentemente nada que los ligue, es una amistad bizarra, y el niño, preguntando a Butch si es malo, es reflejo de la inocencia de la misma. Y es que después de todo, son genuinos amigos, el niño obvia las reprochables acciones de Butch, pues es quien le muestra el mundo como nunca antes lo vio, Butch es ruin, es un asesino, pero ante el niño, nada de eso aflora, quedando las imágenes del infante vestido de Gasparín, corriendo alegremente, y abrazando a su impensado amigo. Eastwood dirige uno de sus más recordados filmes de su etapa de director, y no deja de sorprender agradablemente alguna secuencia con un remarcable trabajo de cámara, secuencias muy dinámicas, primeros planos, todo amalgamado para generar un efecto de frenetismo, pero que se complementa con los momentos cumbre del filme. Apreciable y rescatable cinta yanqui, buen ejemplo de la faceta de director de Eastwood, que ayuda a romper ese estereotipo de hombre irremediablemente duro y rudo.








sábado, 28 de abril de 2012

Doce Monos (1995) - Terry Gilliam

Notable ejercicio de ciencia ficción de Terry Gilliam, en el que se narra uno de los temas obsesión del género, viajes en el tiempo. Un personaje viene enviado desde un futuro desolador en el que la raza humana ha sido prácticamente aniquilada. Este personaje es un peligroso convicto del futuro, que recibe una suerte de última oportunidad de recuperar su libertad en ese apocalíptico mundo, completando esa misión, viajar al pasado, a 1996, momento en el que el letal virus causante de la catástrofe todavía se encontraba en su etapa de pureza, y podía ser examinado. Pero el viaje traerá mayores complicaciones de las pensadas, incluyendo una relación sentimental que pondrá al viajero temporal, en una disyuntiva de si regresar a ese mundo de pesadilla, o quedarse en el pasado, con ella, su psiquiatra. Dentro de los innumerables ejercicios de ficción que se aprecian, tanto de décadas pasadas, como los desastrosos filmes contemporáneos, la cinta resulta una decente y agradable experiencia, que no cae en aparatosos ni artificiales ornamentos innecesarios, para centrarse en la historia, y en los eventos inesperados que poco a poco van cobrando sentido y coherencia. Está interpretada la cinta por un serio Bruce Willis como el futurista aparente lunático, Madeleine Stowe como su psiquiatra enamorada, y un por entonces no tan risible ni estropeado Brad Pitt, que entrega uno de sus escasos filmes digeribles. Atractiva cinta, e imperdible para los fanáticos de este género cinematográfico.

      


Un texto inicialmente nos informa de una profecía hecha por un lunático, en 1996, millones morirán, los animales gobernarán la tierra de nuevo. Vemos una imagen de una balacera en un aeropuerto, todo es onírico, tras lo cual, despierta James Cole (Willis). Es una prisión subterránea en un futuro indeterminado, y es elegido como “voluntario” a una misión, salir a superficie, a recolectar insectos, cosa que hace bajo extrema seguridad, encontrando un oso y un león en la deshabitada superficie. Peligroso delincuente, su gran oportunidad consistirá en viajar al pasado, recolectar información sobre el virus causante de la desgracia humana, su casi aniquilación, y es así que rápidamente es enviado a 1990, año en que la doctora Kahtryn Railly (Stowe), recibe la noticia de que hay un terrible criminal, es Cole, ella lo examina, y tras esto afirma que no es un delincuente, es un lunático. Es trasladado hasta el manicomio de Railly, donde Jeffrey Goines (Pitt) es un interno, y le enseña el lugar, y pronto incluso lo ayuda a escapar de ahí, aunque es recapturado, y vuelve al futuro. De vuelta en su tiempo, afirma fue enviado a 1990, cuando debía ser a 1996, por lo que es re-enviado, primero llegando a la Primera Guerra Mundial, luego al año objetivo. Allí, vuelve a encontrar a Railly, la rapta, se dirigen a Filadelfia, le explica que allí nacerá el virus en estado puro, debe llevar muestras al futuro.




Encuentra de nuevo a Goines, ya libre, hijo de un químico ganador del premio Nobel, pero no obtiene información importante, salvo que el propio Cole en el manicomio le dio una idea de aniquilamiento global. Vuelve al futuro otra vez, la raptada doctora es rescatada, ella se convence de que no es un lunático, le cree. Cole, por su parte, ha sido indultado ya, pero pide ser enviado de nuevo al pasado, ya conocedor de ese mundo, ha memorizado el itinerario del virus, Railly lo encuentra otra vez, buscan a Goines, que es en realidad un mero fanático protector de animales, su ejército, una pandilla de otros fanáticos, son los 12 monos. Cole no desea ser rastreado ya ni volver al futuro, se arranca los incisivos, el medio de encontrarlo, quiere quedarse en el siglo XX, con Railly. Los 12 monos, tras secuestrar a Goines padre, liberan animales del zoológico por la ciudad, Cole y Railly planean dejar la ciudad, van al aeropuerto, donde está un sujeto siempre vinculado al raptado Goines, es el Dr. Peters (David Morse). Railly advierte tarde que está relacionado a la catástrofe, libera el virus, y al querer Cole eliminarlo, se produce la onírica y repitente balacera. Finalmente, un niño Cole, avista a la psiquiatra, y ella a él, mientras Peters aborda el avión, esparcirá el virus.




Concisa y sólida cinta la de Gilliam, en la que, como se mencionó inicialmente, uno de sus atractivos radica en que no gasta excesiva energía ni elementos en representar secuencias ineludibles para otros refritos del género. Sin artificiosos ni maquinales viajes temporales, somos introducidos desde el inicio a la acción, lo que importa, sin desperdicio de tiempo ni componentes, y esos sencillos desplazamientos en el tiempo, si bien bruscos, jamás quiebran la ilación. Son perfectamente coherentes, el viaje en sí es mostrado escuetamente, pero nunca se pierde la coherencia, y no se ve aparatoso, así como tampoco se desvía la atención en la máquina temporal, prodigioso elemento de otros ejercicios de ficción, y la cinta esquiva esos aparatosos artificios, mantiene su seriedad y consistencia. A su vez, somos introducidos a un mundo singular, con científicos estrafalarios, ellos tratan de salvar ese mundo de pesadilla, un mundo en el que se nos desliza la perenne interrogante, de si presenciamos realmente una ficción, una fantasía, o una realidad que, ciertamente, el humano se busca con su podrido comportamiento, es una compacta historia de supuesta demencia apocalíptica, pero no cae en los amaneramientos ni facilismos de otras cintas. Una de las secuencias más seductoras viene a ser el pasaje onírico, la surreal balacera que se siente inicialmente inconexa e incomprensible, inconexas imágenes que no se entienden del todo al comienzo, pero que van cobrando consistencia y validez conforme avanza la acción, se va identificando a la doctora en el sueño, va madurando la secuencia conforme se desarrolla la acción, todo se va aclarando, hasta que se empalma en el final, y sirve de perfecto e inmejorable corolario a la cinta. Todo cuadra, y se aprecia el detalle de Cole niño, en el presente, asistiendo a su propia muerte, la de su yo del futuro, y la única que entiende todo es Railly, la que paradójicamente cae en el complejo de Casandra, conocedora de un fatal destino e imposibilitada de cambiarlo, tema que debatía en un simposio. Quedan detalles del homenaje al titán Hitchcock, apreciándose a Jimmy Stewart y Kim Novak en Vertigo, luego, Los Pájaros, en el cine en el que se va reforzando el atemporal romance del criminal del futuro, y la doctora, que siempre se conocieron, pero jamás imaginaron de qué forma. Agradable resulta asimismo la inclusión del clásico What A Wonderful World de Louis Armstrong, como corazón de la banda sonora, además de la inconfundible melodía de introducción de Astor Piazzolla. Agradable y rescatable cinta ficcional, rescatable dentro de los innumerables y mediocres ejercicios actuales.






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