martes, 10 de abril de 2012

Tess (1979) - Roman Polanski

Despídese Pólanski de la década de los setenta con esta cinta, una nueva adaptación cinematográfica de una novela literaria, se despide de los setenta, y -como algún entendido pensará, como quien escribe-, se despide de una época entera en su arte. Su film inmediatamente anterior fue El quimérico inquilino (1976), un film rebosante del mejor Polanski, y el inmediato posterior sería Piratas (1986), entrando a los ochenta, para no volver a ser el mismo director jamás. Después de eso, diversos experimentos, unos más extraños que otros, cada vez alejándose más de sus mejores años, con alguna que otra muy agradable excepción, pero decididamente evaporándose. Siempre apoyado por su incondicional Gérard Brach en el guión, retrata la historia de Tess, atractiva jovencita de orígenes humildes, que de pronto, inverosímilmente, descubre que por sus venas corre la sangre de una de las más refinadas y acomodadas familias de la Inglaterra del siglo XIX, despertando el deseo en dos personajes; uno, un bueno para nada, farsante miembro de ese linaje, que la desgraciará, y otro, que la quiere genuinamente, y con quien podrá desarrollar una relación venciendo los no pocos ni sencillos obstáculos que se le presenten a la atormentada mujer. Moderadamente atractiva cinta, donde quizás el mayor aliciente, aparte de la dirección del polaco, sea la participación de una actriz con uno de los apellidos más ilustres de la cinematografía alemana de las últimas décadas, Nastassja Kinski, la hija del mítico Klaus Kinski forma parte de la película, y nos obsequia probablemente su mejor actuación.

        


Es Inglaterra, siglo XIX, en una pradera, una banda pasa haciendo música, acompañada por danzarinas, lugar por el que pocos instantes después pasa John Durbeyfield (John Collin), a quien un sacerdote indica que, debido a una confusión, no se enteró que pertenece a un muy fino abolengo, dueño hasta de un título de Sir. Su hija, Tess, que estaba entre las bailarinas, ante la alegría de sus progenitores, es enviada con sus nuevos parientes, su supuesta nueva familia, a pedir ayuda económica. Va, pero no encuentra a la dueña de casa, sino a Alec d'Urberville (Leigh Lawson), su nuevo primo, y poco después reciben en su casa una escueta carta donde se les dice que serán ayudados. Tess se marcha de casa, a la residencia d'Urberville, a trabajar con Alec, que todo el tiempo está tratando de seducirla. En una ocasión, tras defenderla de otros sujetos, la lleva a un bosque, donde se le declara, le roba un beso, y fluye un sexo forzado, tras lo cual, pasan tiempo juntos, dan paseos, pero ella no está cómoda. No pasa mucho antes que se vaya. Sin embargo, al pasar el tiempo, un hijo ha nacido, que por alguna razón fenece pronto, y regresa luego a su antigua granja.




Allí conoce a Angel Clare (Peter Firth), un personaje que atrae mucho a todas las jovencitas del lugar, pero a él solo le gusta Tess, y se besan. Angel está feliz, anuncia matrimonio, pero ella rechaza la oferta. Poco después, ella le cuenta parte de sus oscuras vivencias pasadas, tras lo cual, acepta su aún vigente propuesta de matrimonio, y aunque está algo insegura, se casan. Ya casados, Angel le cuenta una banal experiencia propia, y ella cuenta toda la historia pasada con Alec, y Angel, sorprendido, afirma ella ya no es la mujer con la que se casó, solo tiene su forma. No soportando ello, decide el esposo marcharse, y la abandonada Tess deambula recibiendo eventuales ayudas de conmovidas personas. De pronto, aparece Alec, la ha encontrado, se ha enterado de lo que sucedió con su hijo, y está enfadado, pero pese a todo le ofrece ayuda dos veces, quiere volver con ella, pero recibe sendas negativas, extraña a Angel ella, y no tiene dinero, es una vagabunda. En su casa familiar, todo ha empeorado, su padre murió, y sin dinero, la casa fue embargada. Pasa otra vez el tiempo, es ahora Angel quien la busca y consigue ubicarla, solo para encontrarla con Alec otra vez, triste e insatisfecha, pero viviendo con él. Estando yéndose Angel, Tess lo alcanza, ha matado a Alec, se quedan clandestinamente juntos. Huyen a casas abandonadas, incluso se refugian en Stonehenge, donde finalmente la policía los captura.




Decente cinta la que rueda Polanski, en la que nos transporta al siglo XIX, y en la que el destino y el azar juegan un papel preponderante. Esto se refleja en la secuencia inicial, cuando el padre de Tess, como quien no quiere la cosa, caminando por la pradera, de pronto se entera que pertenece a un fino linaje, que tiene sangre distinguida en las venas, este evento revelador se produce de un encuentro incidental, el evento desencadenante se produce de manera pues casual. Esta será el inicio de los infortunios de Tess, atormentada infeliz, enterarse de su abolengo solo le traerá desgracias, primero con el gandul bueno para nada, su falso primo, un farsante, que mintió para pertenecer a la distinguida familia, que se aprovecha de ella, quitándole la honra, y dejándole la impronta del bastardo que da a luz, condenado a la muerte. El polaco por vez primera -quizás con la excepción de ¿Qué? (1972)-, comienza a alejarse de sus elementos indispensables del pasado, su bizarría, su sordidez, sus turbulentos y complejos personajes. Demuestra el realizador que también es capaz de generar y producir secuencias de sensibilidad, y, sin ser lo suyo, puede hacerlo bien, remarcando algunas muy agradables secuencias e imágenes de los verdes prados ingleses, los dorados tallos de la seca paja, todo bajo la imponente presencia de un cielo azul. Son las primeras imágenes rodadas por Polanski de esta naturaleza, repito, con la excepción de la cinta antes citada, por vez primera lo vemos realizando un trabajo más convencional, casi sublimado, comparado a sus anteriores obras.







En este universo nos retrata a sus personajes, el más patético retrato de unos desgastados y desclasados aristócratas, que de esa condición solo tienen un quimérico apellido, que nunca pertenecieron realmente a ningún sitio, que acaban mendigando. Y ella, Tess, es la más humillada y atormentada de todos, la que es expuesta a los peores ordalías, ella es la que más representa a esa rancia y falsa aristocracia, falsos nobles, sin valor, decadentes. Como se mencionó, uno de los puntos altos de la cinta es la actuación de la Kinski, hermosa, seria y profunda, con todo el dolor que se transmite en sus gestos y sus ojos, que comienza como una niña casi, pero que las experiencias imponen forzosos cambios en su persona, una solvencia actoral que no he vuelto a ver en otras cintas de esta mujer de ilustre apellido. No es lo mejor de su director la cinta, se extrañan sus envolventes y decadentes atmósferas, se extraña su desenfreno y bizarría, y si bien la cinta es rescatable, peca por momentos de cierta simpleza, como un final ciertamente inesperado y que se siente incoherente. Anteriormente a esta cinta, el polaco había rodado su muy aclamada Chinatown (1974) y El quimérico inquilino (1976), ambos muy notables ejemplos del mejor Polanski, cierra los setenta con Tess, y posteriormente comienza la que considero su década más discreta, los ochenta, donde rodaría sus muy irregulares Piratas (1986) y Frenético (1988). Ambas cintas recién citadas son dos caras pues muy distintas, y divididas por Tess, y es de considerar que la presente película fue la primera que rodó el director luego de su acusación de abuso sexual a una menor en 1977. La década de los ochenta asimismo sería aquella a partir de la cual se introdujo Polanski más en sus proyectos de colaboraciones franco-británico-yanquis, a partir de entonces ya no se vería más al soberbio y oscuro genio polaco, solo algunos eventuales chispazos de su talento asomarían, pero incluso esos chispazos se irían apagando lentamente. La genialidad de ese descomunal realizador se iría evaporando geométricamente a la postre, hasta los años contemporáneos. Jamás despreciable cinta, representa cierto punto de inflexión dentro de la producción de su realizador, a partir de este punto, veríamos ya otra sensiblemente distinta etapa de Polanski.






 


 



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