jueves, 19 de abril de 2012

Un dios salvaje (2011) - Roman Polanski


Singular ejercicio de un Polanski que no deja de sorprender con sus cada vez más versátiles experimentos, explorando campos que se suponían ajenos a este director. Es así que veremos al polaco rodando algo impensado para su autoría, una comedia, benigna pero disfrutable comedia que curiosamente se sitúa entre sus ejercicios contemporáneos, tan opuestos a las de antaño. Y sin embargo, recupera vigorosamente atisbos de sus iniciales raíces, de los nortes que guiaron los primeros pasos de su cinematografía, siempre, por supuesto, desde la clave cómica en la que está enmarcada toda la obra. Breve cinta basada en una obra teatral configurada por el realizador, que se centra en los sucintos acontecimientos que experimentan dos parejas yanquis, padres de familia de dos menores niños que se han involucrado en una trifulca, agraviando uno al otro, y los adultos deberán resolver las diferencias de sus vástagos; pero ellos mismos se verán envueltos en inverosímil situación, discusiones, diferencias de opinión, y hasta propios problemas internos de pareja saltarán al tapete, cuando los adultos pasen a comportarse como niños. Los encargados de interpretar la singular comedia del polaco vienen a ser las talentosas y hermosas Jodie Foster y Kate Winslet, con John C. Reilly y Christoph Waltz, como sus esposos, respectivamente, que con toda su experiencia y solvencia darán consistencia a una muy aceptable comedia.

      


Unas imágenes de un parque infantil de juegos son mostradas, unos infantes se entretienen conversando y jugando. En Brooklyn, la pareja Cowan, Nancy (Winslet) y Alan (Waltz) están en la casa de los Longstreet, Penelope (Foster) y Michael (Reilly), elaboran un informe en computadora de lo sucedido. Zachary, hijo de los Cowan, atacó en una pelea a Ethan, prole de los Longstreet, causándole daños en los dientes. Ambos niños de once años, tienen a sus padres intercambiando historias, hablando de sus profesiones, y cuando parece que los visitantes Cowan se están retirando, los anfitriones los invitan a degustar unos bocadillos, por lo que vuelven a la casa. Mientras comen, debaten sobre las acciones a tomar, Zachary deberá disculparse con Ethan. Alan constantemente interrumpe la conversación para hablar por celular, tratan de concertar una nueva reunión con los niños presentes, pero no llegan a un acuerdo, y cuando están por retirarse por segunda vez, nuevamente regresan a la casa. Las tensiones comienzan a crecer.




Los Cowan discuten, las llamadas de celular de Alan se producen en los momentos menos oportunos, y Nancy saca a relucir su estresada y nerviosa personalidad, atiza a Michael por haber abandonado un hámster en la calle a su suerte, y llega incluso a vomitar sobre unos textos de Penelope. La tensión aumenta, tienen desacuerdos en qué hijo empezó el pleito, y luego los Longstreet ahora comienzan a discutir sus diferencias maritales. La gustosa de arte y las leyes Penelope siente la presión del momento, y Michael saca su cara más irreverente, su lenguaje más directo y soez. Los anfitriones siguen perdiendo el control, pero los Cowan no se quedan atrás, la paciencia de Nancy es colmada cuando una nueva llamada interrumpe, arroja el celular de su esposo al agua de un florero, y ambas féminas rompen en sonora carcajada, la situación es ya un desvarío. La tensión y descontrol alcanzan nuevos niveles cuando la parsimoniosa Penelope de pronto arroje el bolso con todas las cosas de Nancy por los aires, es ya una situación ridícula, las formas se han perdido por completo, las discusiones se suceden e intensifican, Nancy siempre es la más descontrolada, y cuando una nueva llamada hace vibrar el teléfono, la acción y la cinta han terminado.




Un casi octogenario Polanski demuestra que, si bien ciertamente sus mejores años quedaron atrás, aún es capaz de generar sorpresas, agradables sorpresas, en vez de las últimas, algunas incomprensibles, otras que dejan perplejos. La película reposa sobre un muy ingenioso guión, que se le debe por partida doble a Yasmina Reza, autora de la obra de teatro en la que se basa la cinta, y coautora del guión, junto al propio Polanski. Desde el inicio, sabemos que estamos por presenciar una cinta ligera, con un inicio lúdico, el playgrpund y los niños a lo lejos jugando, así como la música, vaticinan la comedia que se avecina, inédita secuencia inicial en una cinta de Polanski, pero por estos años, uno ha aprendido ya a esperar todo del polaco. Nos enfrasca Polanski en una situación muy divertida, con livianas muestras de humor cotidiano, de humor de la vida real, de personas yanquis de la puerta de al lado, por lo que su humor cobra mucha fuerza, veracidad, realismo, y gracia. Unos padres de familia, como adultos, y como supuestos seres civilizados, deben arreglar las diferencias de sus hijos, que llevaron a uno a desdentar al otro. Pero contrario a lo esperado, los adultos se convierten en niños, y comienzan a darse discusiones, reproches, gritos, sacadas de trapos, en una situación donde el control se va evaporando geométricamente, y donde la tensión e incomodidad van invadiendo una reunión hasta convertirla en una carnicería verbal y psicológica. Impertinencias, violencia verbal, nadie estará a salvo, y la fuerza de su comedia radica en cómo se crean personajes arquetipos, yanquis clásicos, de Brooklyn, que representan a una clase media ansiosa de ascender, que tratan de ocultar sus falencias, y de relucir sus virtudes, pero ante una situación tensa, sacan a relucir sus más vergonzosos defectos. La teatralidad impresa en el filme, tanto en los planos, como en el tratamiento de la narración visual, enriquecen a la cinta y la hacen compacta dentro de la austeridad de recursos (escenarios, personajes, etc.); refuerza incluso la atmósfera reducida, la tensión entre los protagonistas. Así, se siente el fuerte lazo a la original obra de teatro, pero todo llevado más allá gracias a las posibilidades técnicas del cine. En ese aspecto, exquisito de ver el filme al deambular con seguridad entre ambos universos artísticos.







En un lado, un típico abogado adicto al trabajo, personaje infaltable dentro de los caracteres yanquis, su esposa, una mujer que se muestra mesurada y con un falso intento de sofisticación, que termina por mostrar su más nerviosa cara. Y en el otro, un irreverente y chabacano pero gracioso proveedor de artículos para el hogar, casado con una mujer que también intenta sofisticar su mundo; los cuatro personajes serán sometidos a una situación que se desliza de una civilizada conversación a una caótica discusión, donde nadie se librará de recibir su respectivo maltrato verbal, en los suburbios yanquis de Brooklyn. Polanski rueda un muy sabroso estudio psicológico: en esos cuatro caracteres hay abundante material de análisis de la psiquis humana y la personalidad, digno de más de un estudioso de esa rama. Veremos a los adultos convertirse en niños en esta deliciosa comedia, que yendo más allá de esa cáscara hilarante, dice mucho de la naturaleza humana, hace reflexionar sobre la misma. Ahora bien, el que conozca la obra de Polanski desde sus inicios, no podrá dejar de regocijarse ante la recuperación de una de las maestrías del polaco en sus comienzos, que vuelve a esgrimirse en este ejercicio. A saber, el cine en espacios mínimos, el cine que se desarrolla íntegro en espacios reducidos, pues todo se desenvuelve en la sala comedor de los Longstreet; y el polaco, por fin, tras décadas, hace gala otra vez de su genio en ese tipo de cine, escasos espacios físicos, se sienten halos de su añejo cine de departamento. Esto se complementa con otro componente de antaño polanskiano, los contados personajes que entretejen todo, y así, son cuatro individuos, dos parejas de esposos, los únicos que desencadenan las acciones. Con tan escasos componentes, el realizador, como en años dorados, extrae petróleo de recursos en apariencia limitados, de esa austeridad, pero ahora representados y enmarcados en una deliciosa clave cómica. Decididamente, los aportes actorales son también sólidos cimientos para el éxito de la cinta, las hermosas y talentosas Foster y sobre todo la bella Winslet, hacen gala de sus habilidades, como ya duchas actrices, y Christoph Waltz y  John C. Reilly terminan de completar un decente reparto. Es una cinta breve, de fácil digestión, que puede hacer pasar un buen rato con su sencillo humor, su espontaneidad, agilidad y frescura, además de la reflexión que puede generar. Una de las películas de años recientes del director que más gratamente ha sorprendido, mucho menos densa e improductiva que otros ejercicios contemporáneos. Estamos ante una de las cintas de Polanski más aceptables y cumplidoras no de años, sino de lustros.








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