sábado, 14 de abril de 2012

La muerte y la doncella (1994) - Roman Polanski

Dos años después de la excelente y arrebatadora Lunas de hiel (1992), el genial director polaco vuelve a la carga, y vuelve con más de lo suyo, de lo que él muy bien sabe hacer. Polanski adapta la obra de teatro del dramaturgo chileno Ariel Dorfman, en la que se nos narra la turbulenta e inverosímil historia situada en un país sudamericano no identificado, donde está imperando una dictadura, con toda la represión y clandestinos eventos criminales encubiertos que esta tipo de régimen conlleva, y en el que una ama de casa traumatizada y con una oscura experiencia a cuestas, casada con un eminente abogado, experimentará una situación de pesadilla. Un buen día su esposo llevará a casa un personaje, un sujeto que ella está completamente segura fue quien organizó y llevó a cabo una gran golpiza, con violación incluida hacia ella, y se decide determinadamente a realizar su personal concepto de justicia con su agresor, mientras va convenciendo a su inicialmente incrédulo esposo, vinculado a las altas figuras gubernamentales de ese entonces. Protagonizada por Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson, es un buen ejemplar del cine de Polanski, y sin llegar a alcanzar el nivel de sus películas cumbres, de sus obras maestras, mantiene el tipo y la dirección del cine que todos conocemos del polaco, en una década que será más bien irregular dentro de su filmografía.

      


Inicia la cinta con una pareja de esposos que observan un cuarteto de cuerdas, se representa la pieza La muerte y la doncella de Schubert. Es un país no especificado en Sudamérica, una dictadura se está imponiendo, en la que el presidente vigente, Romero, ha organizado una comitiva para investigar la violencia y asesinatos cometidos en el lustro de 1975 a 1980. Paulina Escobar (Weaver) se entera de todo por la radio, y resulta que su esposo, amigo del presidente, estará a cargo de la investigación. Hay un apagón, llega su marido, Gerardo (Wilson), afirma tuvo un accidente en el camino. Poco después, llega a la casa el sujeto que lo benefició durante el accidente, el Dr. Roberto Miranda (Kingsley), que felicita a Escobar por su nombramiento en la comitiva, pero cuya sola voz y risa hacen que ella se aterrorice, y, acto seguido, empaca algunas cosas, toma dinero, y se marcha de casa en el auto de Miranda. Paulina se ha encargado de arrojar el auto del visitante por un barranco, y regresa a casa, ambos hombres duermen ahí, y noquea a Miranda, lo amordaza, maniata y amarra a una silla.




Ella le pone la mencionada música de Schubert, dice que recuerde, que él la agravió en el pasado, que reconoce su voz, risa y hasta su olor. Al despertar su esposo, intercede por el prisionero, pero ella, con un arma, maneja la situación, afirma que Miranda la torturó y ultrajó hasta en 14 oportunidades, detalle que Gerardo ignoraba. En privado le dice a su marido que quiere justicia, y al no poder violarlo de manera apropiada, quiere obtener una confesión de Miranda, quiere grabarlo confesando su crimen. Gerardo deberá encargarse de convencerlo a que confiese, los esposos pertenecieron en su juventud a un periódico liberal, donde sus identidades eran secretas, y poco a poco va creyendo a su mujer sobre Miranda. Ella se decide a eliminar a Miranda si no opta por confesar, el prisionero entonces, acepta lo solicitado, confesará, es liberado. Miranda escribe una declaración que asevera es inventada y es guiado paso a paso mientras se le graba hablando. Entonces, en un descuido, Miranda intenta tomar el arma, se desata una pelea, tras la cual lo llevan al mismo barranco a eliminarlo. Tras una sorprendente y genuina confesión de Miranda, Paulina termina por perdonarlo, los esposos no son capaces de matarlo.



Nuevamente Polanski nos da más de lo que mejor sabe hacer, un cine de angustia, de demencia, de situación donde la tensión se siente, es abrumadora, con sus personajes turbulentos y atormentados que tan bien sabe retratar el realizador. Comienza mostrándonos a la protagonista, Paulina, en su singular desenvolvimiento hogareño, sirviendo sus alimentos y comiendo con las manos, comiendo en un pequeño cuarto, casi recluida, en el suelo. Es una mujer singular, y para que la conozcamos mejor, también la vemos, tras quitarle la comida de la mesa a su esposo, arrojándola a la basura, y a continuación la figura de éste recogiendo el pollo del tacho de desperdicios, y comiendo. Pronto nos introduce en el drama, ella ha tenido una traumática experiencia, algo de su pasado la atormenta en el presente y esto hace nacer un conflicto con la nueva posición que su marido ha obtenido. Es retratada rápidamente como una mujer muy atormentada, turbulento personaje, y la Weaver hace un muy correcto trabajo en su interpretación, con una expresión grave, la mirada perdida, o, en todo, caso, la mirada en otro tiempo, como si estuviera observando en tiempo real lo que le sucedió. El misterio rápidamente es engendrado, ella amordaza y amarra a un extraño, algo ha sucedido, el espectador no lo sabe, solo ve a la arrebatada y aparentemente desequilibrada mujer clamando justicia, y materializando otra figura que habla de su peculiar persona, amordazando al extraño con su propia ropa interior, y lo golpea, tortura, y humilla, posteriormente encargándose de hacerlo orinar ella misma. Es pertinente señalar que Polanski, en los 90, ya se encuentra en su etapa de producción de colaboración francesa-británica-yanqui, en la que jamás utiliza actores de relumbrón, lo cual es correcto, y así vemos a la Weaver, norteamericana, y al británico Ben Kinglesy, ambos actores más allegados al ámbito hollywoodense, pero siempre de perfil bajo -al menos hasta entonces-, de algunas interpretaciones en ciencia ficción (la serie de Aliens, por la fémina, Species (1995), por Kinglsey), alejados de alguna forma de los decadentes ejercicios más comerciales yanquis, y ambos entregan actuaciones muy sólidas y decentes.






Una de las secuencias más vívidas es la de Paulina narrando con lujo de detalles bizarros sus reminiscencias del ultraje, con la cámara que hace un primer plano captando todo el sufrimiento y horror que transmite el rostro de la Weaver, un momento en el que el esposo es dejado completamente en segundo plano, ella es todo. Es una situación demencial la que impera durante casi todo el metraje, pues aunque ella dice estar completamente segura y con certeza de que él es su violador, nunca sabemos a ciencia cierta que así sea, los detalles y las coincidencias eventuales son incriminatorios -la cinta con la melodía del genial maestro Schubert, su gusto por citar a Nietzsche, cómo supo que la ataron con alambres y no cuerdas-, incluso van intensificándose en su certeza, más no hay una prueba irrefutable, alguna señal incontestablemente en contra del prisionero, que no podemos definir, hasta el final, como un monstruo aberrante, o como una mera victima más de los horrores de la dictadura y los crímenes siempre presentes en este tipo de régimen. Vuelve el estupendo polaco a sus raíces, y, como hiciera en sus iniciales y magnificas obras inmortales, El cuchillo en el agua (1962), Repulsión (1965) y Callejón sin salida (1966), recrea todo el universo demencial de la cinta, en espacios mínimos, nuevamente el cine de reducidas locaciones. Toda la carga ambiental logra ser otra vez “comprimida” a una menor locación, un thriller intenso que se desarrolla únicamente en una pocas paredes, y la verdad es que ese espacio físico basta y sobra para que se dé rienda suelta al genio de Polanski. Nuevamente además tres personajes son los que entretejen toda la demencia, dos hombres y una mujer, es como ver una re versionada del Polanski de sus inicios, utilizando mínimos recursos, pero sacando partido a su especialidad, generar una atmósfera sórdida, bizarra, demente, un ambiente de locura en el que no se sabe qué esperar. Solamente esa patética y final confesión genuina, redimirá al aberrante doctor, encargado de mantener vivas a las mujeres, pero dejándose llevar por el carnal deseo; ante eso, el odio y deseo de venganza de la mujer desaparecen, siente de alguna forma que su castigo ya está ahí, él mismo ha creado el infierno en el que tendrá que vivir el resto de sus días. La cinta es cerrada de excelente forma por el realizador, la pareja nuevamente en la ópera, frente al cuarteto de cuerdas que toca la pieza musical que da título al filme, mientras observan al depravado doctor que cambió sus existencias para siempre, con esa poderosa imagen multiplicada por el contrapicado, y enaltecida por la música del genial austriaco, hacen una símil secuencia que apertura y finaliza la cinta. No es lo mejor del director, no alcanza el nivel de sus mejores obras, pero es un muy buen ejercicio el presente thriller, y el que admira y conoce bien la obra del realizador polaco, mucho sabrá apreciarla.










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