lunes, 21 de mayo de 2012

La bestia humana (1938) – Jean Renoir


El titánico francés Jean Renoir, uno de los mejores cineastas que se haya visto, se encontraba aún en su etapa de filmes rodados en Francia para cuando este filme vio la luz. Cerrando ya la mencionada etapa, materializaría el gigante francés este singular filme, en el que trabajaría nuevamente con Jean Gabin, quien ya lo había acompañado anteriormente en La Gran Ilusión (1938). Para esta oportunidad el director nos narra la peculiar historia de un personaje, trabajador operario de locomotoras, que tiene una bizarra ascendencia tras de sí, es heredero de una estirpe de borrachos y desequilibrados, lo cual le traerá una herencia incontrolable, pues tiene accesos de demencia y violencia que escapan a su voluntad. Esto, de por sí complicado, se agravará cuando conozca a la mujer de su jefe, adúltera y seductora mujer fatal, que lo arrastrará hasta la empresa de querer liquidar a su marido. Esto, claro, traerá consecuencias tan incontrolables como la enfermedad, para todos. Adaptación de la obra de Émile Zola, estamos ante una de las cintas más crudas de Renoir, y en la que explora el lado más animal del ser humano, desenfreno y locura, instinto y pasión, demencia y descontrol. La cinta, aparte del gran Gabin, está interpretada por la inmortal Mujer Pantera, Simone Simon, y Fernand Ledoux, que participan en uno de los finales ejercicios del realizador en su tierra natal, el film inmediato anterior a la magistral e inolvidable La Regla del Juego (1939).

     


La cinta comienza con unos escritos de Zola, hablando del desgraciado protagonista, heredero de ascendentes borrachos y desequilibrados, condenado a una enfermedad que le hace actuar violentamente contra su voluntad. Inicia la historia con Jacques Lantier (Gabin), operario de locomotora, trabaja tranquilamente sin mayores novedades. Es empleado por Roubaud (Ledoux), personaje casado con Séverine (Simon), caprichosa fémina. El buen Jacques, por su parte, está casado con su locomotora, afirma, la llama Lola incluso, no tiene tiempo para el amor; va a visitar a su madrina, quien le hace recordar sus antiguos ataques de locura. Después, una mujer en una ribera es fastidiada por dos gandules, Jacques la defiende, y luego la seduce, para inmediatamente ahorcarla, es uno de sus accesos demenciales. Por su parte, la libertina Séverine se ve también con un individuo, un hombre mayor a quien simplemente llama padrino, pero Roubaud, harto y celoso, la golpea, la hace confesar su adulterio, y finalmente la hace escribir una carta citando al viejo, dícele algo los unirá desde ahora. La misiva cita al viejo en la locomotora de Jacques, donde Roubaud elimina al padrino. La policía interroga a todos, y Jacques, que observó a los implicados en el momento del crimen, calla lo que vio, por Séverine, a quien acaba de conocer.




Habiendo tomado dinero y un valioso reloj del finado, los esposos ahora temen solo que Jacques hable, y Séverine deberá acercarse a él y asegurarse que eso no suceda. La policía, en tanto, ha encerrado a Cabuche (el propio Renoir), un conocido de Jacques, antiguo presidiario y asesino, pero inocente. Séverine se cita con Jacques, quien le confiesa su amor, pero ella le rechaza; pese a eso, se citan en los siguientes días, frecuentan, dan paseos de la mano, y finalmente, ella le corresponde, nuevo adulterio se produce. Se repiten sus encuentros, incluso en la propia casa de Roubaud, a quien ahora Séverine desprecia por asesino. Jacques le cuenta a Séverine su enfermedad, y ella, por su parte, le insinúa, y luego propone eliminen a su marido para poder ser felices juntos, y él acepta, pero estando Jacques a punto de ultimarlo, abdica al final. Se encuentran luego los adúlteros en un elegante baile, donde ella, decepcionada, aún sigue correspondiéndole. Otra vez en casa de ella, planean que Jacques mate a Roubaud con la propia arma de este último, pero Jacques repentinamente elimina a Séverine, y Roubaud encuentra el cadáver de su esposa. De vuelta al trabajo, cuenta a su único amigo lo sucedido, y, no soportando más, se mata arrojándose del tren.




Finaliza así el descomunal francés otro de esos filmes que quedan tan impregnados de su genialidad, de su estética y de su dominio para la dirección, y explorando en esta oportunidad un terreno que es tan seductor como peligroso en la vida real, el inconsciente, la pasión y los instintos, elementos que pueden llegar a rebasar a la voluntad humana, como, en efecto lo hacen en la cinta. Es una demencial exploración del inconsciente de una patología incontrolable, repentinos e inusitados accesos de violencia abruman al protagonista, hasta hacerlo actuar contra su voluntad. Definitivamente, él es el ejemplo de acciones incontrolables, pero cuidado, que también Renoir retrata la pasión, y lo que deviene de esta peligrosa cualidad inherente humana, explora el crimen pasional. El humillado esposo, siempre sabedor de que se lo engaña airadamente, finalmente explota y liquida a quien se burlaba de él; es una cinta pues muy humana, muy cercana a la realidad, con reacciones inherentes al instinto, e involucrando reacciones que remiten directamente a la pasión, y también, a la demencia, fuerzas incontrolables, inconscientes, por lo mismo que la cinta se vuelve tan válida y cerca a lo mundano, se vuelve humana. Y el caso de Jacques es mucho más severo, siendo ya un elemento por demás indescifrable e impredecible, termina por completarse una combinación peligrosísima, la demencia y la pasión, terrible emparejamiento, juntos para engendrar a un impredecible y violento demente, personaje que es una auténtica bomba de tiempo, de quien no se sabe pues qué esperar. Siguiendo esa línea, los personajes son otro aspecto atractivo del filme, empezando, claro, por el mencionado Jacques.




Jacques es casi un ermitaño, sabedor de su sórdido abolengo, se sume en la soledad, afirmando incluso, que está casado con su locomotora, con su Lola, la única con quien se siente a salvo de sí mismo, de sus salvajes impulsos; unos impulsos que lo reducirán a un patético personaje, ama a una mujer, y no puede evitar matarla, así de terrible es su condición. Por el otro lado, Roubaud, el esposo, siempre con una actitud de resignación, de humillado y engañado marido, también patética figura, todos tocan a su candente mujer menos él, pelele supeditado a su esposa, perderá el control cuando se sienta más humillado que nunca, y elimine a quien lo vuelve engañado, una situación muy de la vida mundana, muy cercana. Y claro, en el medio de todo, la mujer fatal, la femme fatale encarnada por la inmortal Simone Simon, ella pretendió jugar con los hombres como si fueran peones, ella pretendió manipularlos a su antojo, ilusa libidinosa, maquiavélica y lasciva adúltera, calculadora, hermosa y comedida, terminará recibiendo su merecido, terminará liquidada. Vale mencionar que se dio el gusto el director de figurar también en el efímero papel del inocente condenado, siempre imprimiendo toda la fuerza y carácter actoral que caracteriza al director. A ese gran trabajo delineando personajes se suman pues otros elementos muy propios del gran maestro francés, empezando por la representación de los momentos cumbre, el primero de ellos, la cruda revelación de los hechos, el primer encuentro amoroso de Jacques, donde, tras un instante de ardiente pasión carnal, surge el demencial descontrol, el salvaje impulso ajeno a la voluntad. Inverosímil situación, inverosímil condición, que es mostrada de magistral forma, magnificada por una música que vuelve a la secuencia mucho más potente, mucho más contundente. Intensifica la música el idilio, pero también intensifica la demencia, el incontrolable intento de ahorcarla, esa secuencia nos expone en minutos el meollo del asunto, un individuo animalesco en su enfermedad.





Las representaciones son impecables, como siempre en Renoir, destacando ahora un tono oscuro inherente e infaltable para la trama del filme, una lúgubre estética bien definida, y claro, la mencionada banda sonora tiene aporte valioso, sabrá reforzar los momentos importantes, el primer idilio, y el segundo, con Séverine, sabrá salir del eventual letargo para intensificar las secuencias debidas. Y la narración visual queda a cargo de una cámara que siempre tendrá habilidad notable con Renoir, la cámara es mudo testigo de los hechos, nos los mostrará con ligeros pero precisos movimientos, y considero tiene su punto más alto en la secuencia del asesinato de Séverine, en las que una puerta entreabierta nunca fue tan expresiva, pues sabemos perfectamente lo que está sucediendo, pero se muestra lo menos grotesco, es obvio lo que pasa detrás de ella, la narración del francés es tan exquisita que aún hoy en día esa maestría no se observa en los actuales pseudo cineastas. Es la máxima representación, el máximo patetismo del personaje, condenado a ser un puerco espín humano, imposibilitado de amar, pues su condición lo vuelve un constante peligro mortal, para quien ame y para sí mismo, y, finalmente, superado por las circunstancias, el infeliz encuentra un último reposo en la muerte, el descanso del fenecimiento auto infligido será su única escapatoria. Singularmente interesante resulta la forma en que el prodigioso Renoir nos introdujo al filme con la misma secuencia con la que nos despide del mismo, la secuencia apertura es también secuencia colofón. Silencioso trayecto en la locomotora, transitando los túneles, los rieles, el cielo, todo es una frenética danza, que primero nos apertura la acción, luego nos sirve de desenlace, todo está consumado, y se puede interpretar la secuencia como un viaje, un viaje sin fin, y, más aún, un viaje sin retorno, no hay salida de la situación de Jacques, salvo, claro, el ineludible suicidio. Imperdible filme, de uno de los directores que cualquiera que se precie de decente cinéfilo sabrá apreciar como invaluable.






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