La Grande Illusion forma parte de las no pocas películas que Jean Renoir filmó antes del gran conflicto bélico que significó la Segunda Guerra Mundial. Rodar una cinta por esos años tan difíciles, era una labor en la que se corría un gran riesgo de que el filme sea censurado, pero lo que es más, mutilado, y en las peores ocasiones, como ya ha sucedido, que el filme se pierda para siempre, más aún si el país donde se produce la cinta es Francia, nación siempre afectada por los conflictos de guerra, y partícipe directo de la misma. La presente película, naturalmente, se enfrentó a esos obstáculos, la cinta fue censurada y guardada en los almacenes alemanes durante la ocupación germana, y cuando Renoir fue declarado por Goebbles “Enemigo público cinematográfico °1”, más que nunca se creyó perdida. Pero luego de la ocupación alemana, durante un bombardeo aéreo de los aliados en 1942, la lata con el film, que ya había pasado de Francia a almacenes alemanes, paseaba entonces por almacenes rusos cuando soldados de ese país entraron a Berlín, siendo restaurada con el consentimiento de Renoir en 1960. Es así, que tras más de dos décadas de incógnita, la película vio la luz ya sin muchas de sus antiguas limitaciones contextuales, y el resultado es lo que podemos apreciar actualmente, una película referencial, que trata sobre los horrores de la guerra, pero que, más importante que eso, habla de las relaciones humanas en el fondo de todo, la incertidumbre que genera en algunos espíritus, y por el contrario, la fuerte determinación de otros.
La cinta inicia con unos soldados franceses que conversan desinteresadamente, cortejan a una dama, y vemos al teniente Maréchal (Jean Gabin), que es encargado de investigar una extraña marca en un mapa en territorio alemán junto al capitán de Boeldieu (Pierre Fresnay), pero su avión es derribado, Maréchal herido, y ambos capturados. Las autoridades alemanas, encabezadas por el Capitán von Rauffenstein (Erich von Stroheim), averiguan si hay autoridades francesas entre los supervivientes, invitados a cenar. Es así que los franceses son tratados con camaradería, comen los soldados juntos de ambos bandos, y son llevados al campo de concentración Hallbach, donde cada grupo vive a su manera, en su propio ambiente. Prontamente Maréchal se entera que se está cavando un túnel para escapar, y ayuda a los demás, que cavan sistemáticamente cada noche. Mientras, realizan pintorescos trabajos de entretenimiento a los germanos, mientras Maréchal mejora, y los trabajos progresan, pero de pronto, justo un día antes del escape, son trasladados a otro campo de concentración, y se ven imposibilitados, por la diferencia de idioma, de transmitir la existencia del túnel a los prisioneros británicos que llegan. Es así que Maréchal y de Boeldieu son llevados de campo en campo, y realizan muchos intentos de escape, y aunque no tienen éxito, lo siguen intentando. Se reencuentran, en el campo de concentración Wintersborn, con el teniente Rosenthal (Marcel Dalio), un judío con el que siguen intentando fugar. Reciben un gran paquete con libros, que son recibidos sin entusiasmo e incinerados por los alemanes.
De Boeldieu elabora un detallado plan de escape, en el que acepta ser distractor por unos minutos, y que Maréchal y los demás escapen aprovechando esa distracción, acepta sacrificarse por sus camaradas, y planean los movimientos. Mientras la vigilancia se incrementa, von Rauffenstein se comunica y mantiene contacto con los prisioneros, que se entretienen tocando música con instrumentos de cocina. Llega el día indicado, pasan lista los alemanes y de Boeldieu no está, mientras Maréchal y Rosenthal escapan, se escabullen usando una soga hecha con telas atadas. En una interesante secuencia, de Boeldieu distrae a las autoridades germanas tocando música, fumando, corriendo, y von Rauffenstein le suplica que se detenga, que no lo obligue a disparar, pero finalmente lo hace, derriba al francés mientras sus dos compañeros escapan. Von Rauffenstein se disculpa con de Boeldieu por lo sucedido, se encuentra inseguro ante su incierta posición en la guerra, victimario, situación con la que no se siente identificado, no encuentra su real posición, mientras de Boeldieu está satisfecho de la forma en que morirá, la acepta y la encuentra honorable. Los prófugos siguen su marcha, buscan llegar a Suiza, y un renqueante Rosenthal retrasa a Maréchal, que piensa abandonarlo, pero vuelve y prosiguen juntos, llegan hasta un establo, donde reciben la hospitalidad de Elsa (Dita Parlo), una campesina viuda alemana que vive sola con su hija, con quienes los franceses pasan navidad, y Maréchal se enamora de la mujer, siendo correspondido. Pero ellos deben seguir escapando, él le promete que si sobrevive al final de la guerra, volverá con ella, la dejan, y cuando están huyendo, son avistados por soldados alemanes, que les disparan, pero que finalmente los dejan ir, cuando uno le dice al otro que ya han cruzado la frontera suiza.
Así culmina la cinta del gran director francés, que narra las secuencias de mayor intimidad entre los personajes con una cámara que sigue delicadamente las acciones, lo que la hace retratarlas con cercanía, plasma ese mundo con intimidad, donde, a pesar de ser prisioneros comiendo con sus autoridades captoras, se respira una gran y sorprendente camaradería. En ese apartado mundo, un mundo que la guerra ha separado de todo, y que los alemanes han vuelto una prisión en espera del inevitable final, una muerte desalmada, los franceses realizan performances de entretenimiento a los alemanes, en las que se travisten, el director juega con las representaciones teatrales, donde se canta la marsellesa, es un licencioso mundo de guerra. Renoir nos muestra el mundo del campo de concentración, pero lo muestra de una manera que hace dejar en un segundo plano el aspecto de la destrucción y la barbarie alemana, en pro de mostrar el lado humano de los protagonistas, en el que un prisionero admira profundamente a Píndaro, la sensibilidad subsiste en medio de la catástrofe, y esta intención del realizador se refuerza más en la representación del acercamiento de von Rauffenstein a de Boeldieu, al que suplica no lo obligue a matarlo, siente un lazo con su colega de similar posición en la milicia francesa, pero con el que difiere en que no siente significado ni sentido en el trabajo que realiza, es casi un desclasado, que siente incertidumbre del papel que juega en la cambiante realidad de una guerra que tiene que terminar. Ahí radica la fuerza de esta cinta que tuvimos la suerte de que fue restaurada y recuperada, en mostrar la camaradería, sensibilidad, cariño, amor, sentimientos humanos que siguen fluyendo, hasta en las peores circunstancias. Una de las mejores películas del gigante cineasta francés, otra joyita de esas que Renoir no se cansó de regalarle al mundo cinematográfico.
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