sábado, 12 de noviembre de 2011

Al final de la Escapada (1959) – Jean-Luc Godard

Una de las películas llamadas a formar parte de la historia del cine. Exagerada o no esta afirmación, es una película inmensamente innovadora para su época, enriquecida con abundancia de recursos formales impensables para esos años, que cambió definitivamente la forma de hacer cine en Francia, y que sirvió de referencia para el resto del mundo, pero claro, no es la única película que impulsó todo ese cambio. Forma parte del trío iniciador, del tándem representativo de la famosa Nueva Ola Francesa o Nouvelle Vague, junto con Los 400 Golpes (1959) de François Truffaut y Hiroshima, Mon Amour (1959) de Alain Resnais, y constantemente es citada como la más actual de todas ellas, es referenciada como el manifiesto visual de la Nueva Ola, el epítome de esta corriente cinematográfica. El juicio anterior, claro, es subjetivo, lo que no tiene lugar a dudas es que utiliza técnicas jamás utilizadas, y esto deriva, necesariamente, en que haya un antes y un después de esta película, luego, el hecho de que haya superado a Resnais, Truffaut o al gran Chabrol, cosa que tantas veces y tan fácilmente se dice, es algo muy arriesgado a afirmar, y que, personalmente, jamás afirmaría quien escribe. Como dato adicional a esto se puede acotar que el guión de esta revolucionaria película fue escrito por Truffaut, colaborando con Godard mismo, y que tuvo participación directa en su producción otro gigante francés, el querido Claude Chabrol. Esto por supuesto no va en detrimento de que Godard fue el que concibió la presentación visual y es, ante todo, el director de la película. Empero, estos datos pueden ayudar a entender mejor las afirmaciones que hice anteriormente, y a matizar los juicios que se leen muy a menudo de Godard como el líder incuestionable del cine francés de la época. 

         


El filme comienza con el delincuente Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo), que está huyendo de algo, escapa, cantando, en su automóvil. En el camino, de frenético ritmo, va planeando todo lo que hará a continuación, hasta que es detenido por un policía motorizado, a quien se ve obligado a eliminar. Continúa su huida, y después se reúne con una mujer en casa de ella, a quien le pide 5000 francos, al negar ella tenerlos, se lleva una cantidad no determinada de dinero. Después, se encuentra con una joven norteamericana, una mujer con la que ha compartido momentos que lo dejaron profundamente marcado, es Patricia Franchini (Jean Seberg), a quien le pide que lo acompañe en su plan: huir a Roma, y recibe la negativa de ella. La policía continúa la persecución del delincuente, que nunca se detiene, y que siente una profunda admiración por el inmortal Humphrey Bogart. Michel continúa obsesionado con Patricia, le pide pasar una noche juntos, recibe evasivas, pues ella desea ir a estudiar a La Sorbona. Sigue tras de ella, y en la escena de ambos conversando en el automóvil tiene lugar una de las mejores secuencias con saltos de plano.





Después de verla con otro sujeto, comparten un prolongado momento en la habitación de ella, donde hay atracción, pero la falta de sexo enerva los ánimos, las nalgadas que le da a ella ameritan bofetadas en respuesta; revela estar embarazada de él, ella es joven, inexperta e insegura, frente a él, sexual, experimentado y frenético. Ya en la calle, un sujeto (Godard mismo) reconoce a Michel y lo acusa con los policías; ella entrevista a un famoso sujeto llamado Parvulesco, que tiene profundas respuestas para todo. Prosigue Michel su escapada, vende su auto, mientras la policía, que se acerca a su rastro, interroga a Patricia, ya muy involucrada en la situación, pues son perseguidos juntos ahora, y esa emoción le atrae. Se encuentra con su amigo Antonio Berrutti (Henri-Jacques Huet), quien le ayuda mucho en su plan de escape a Roma. Inesperadamente, ella lo delata con los policías porque desea ya no estar enamorada más de él. Alcanzado por los policías, herido, huye, tambaleante, igual que la cámara. Cae agonizante, y le increpa a ella: “eres realmente asquerosa”, mientras ella responde: “¿qué es asquerosa?”. Vaya final.







Los méritos del filme son numerosos, evidentemente el mayor y que más crédito le da es el uso de no pocos recursos formales innovadores, que se usan por vez primera, y los saltos de plano son lo más impactante, sello inconfundible del filme, completamente nuevo para esos años, recurso que la da una agilidad y ligereza al relato visual, una rapidez necesaria para películas que cuentan con la premura de temas de historias de fugitivos. La música, ágil y presurosa por momentos, también promueve ese ambiente de premura, suave y serena en otros, refuerza situaciones de sutileza. Es muy destacable también la forma en que Godard nos presenta la histórica y artística ciudad de París, así, presenta sus principales monumentos, y veremos al Arco del Triunfo, a la Torre Eiffel, la ciudad llena de luces, ilustrada y plasmada en exquisitas imágenes, excelentes y rápidas panorámicas, muestra París como una hermosa y artística postal, siempre sin perder el ritmo frenético, acierto del realizador francés. Interesantes también las constantes alegorías a inmortales artistas yanquis, la más evidente y notoria es la alegoría admirativa a Boggie, pero además están las citas a William Faulkner y al genial Dylan Thomas, citas que no están ahí en vano, pues reflejan mucho de la psicología de los personajes, sobre todo de Patricia, el enigmático, inalcanzable, y obscuro objeto de deseo (con perdón de Buñuel por tomar la expresión).



             


          



Godard es además reconocido por el profundo y significativo sentido que le da a los cameos; así, veremos al mismo Godard interpretando al sujeto que delata a Michel, al famoso director francés Jean-Pierre Melville interpretando a la personalidad Parvulesco, y seguramente hay otros detalles más que, ahora mismo, escapan a mi perspicacia. Imposible dejar de mencionar otro de los platos fuertes del filme: la técnica innovadora de la cámara en mano, que le da cierto aire documental, pero también de cotidianeidad, y que se verá maximizado, concretado en todo su potencial expresivo en la secuencia final, el final de la escapada de Michel, donde, tanto él como la cámara tambalean, son minutos preciosos, donde la cámara sigue al protagonista, y es como si lo siguiéramos nosotros con nuestra vista, que se agita y mueve por nuestra correría, pues también somos parte de la escapada gracias a Godard. También está el recurso del protagonista hablándole directamente a la cámara, involucrándose directamente con el público, recurso harto utilizado posteriormente. Es una película muy buena indudablemente, es el primer largometraje de Godard, lo que le da un plus; empero, a opinión mía, el director no alcanza la perfección o poderío visual de otros realizadores contemporáneos suyos, que creo superiores a Godard. Hablo de cuando sus desarrollos artísticos alcanzan toda su plenitud, pero no cabe duda que en el momento que se estrenó, esta cinta fue toda una hecatombe y revolución, que aún hoy impacta, y que tiene un lugar ganado en la historia. 
  
                                                                      

 

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