domingo, 20 de noviembre de 2011

Sonata Soledad (1987) – Armando Robles Godoy

Obra que plasma el reconocido talento de nuestro querido Robles Godoy de creador de imágenes, de poeta de la imagen, y es que Robles Godoy eleva nuestro cine hacia niveles de calidad estética y artística impensables en otros momentos. Es Godoy un artista que cuando se aprecie su arte, uno siente un arte tan depurado que lo escinde brutalmente de los demás, tiene un refinamiento, un acabado que por momentos hace recordar el lirismo europeo. La complejidad de su arte, el poderío que despliegan sus imágenes, todo esto reforzado por su conocido y eficiente uso de la música clásica, crean un ambiente exquisito, que el realizador puede cambiar de tonalidad y de intensidad con mano maestra, y ese cambio es el que nos puede llevar al clímax con su presentación audiovisual, llegar al cielo y luego regresar a la tierra instantáneamente, excelente. En esta oportunidad el maestro peruano nos muestra una visión suya que tiene de la soledad, estructura del título, de una sonata, y en tres movimientos nos expone sus perspectivas de la soledad, expresada en tres contextos o movimientos: Tiempo, Contrapuntos y Variaciones, que vienen a representar tiempo, amor y muerte. Considerada entre lo más alto de su producción, junto con sus inmortales obras En la selva no hay estrellas (1967) y La muralla verde (1970), fue la penúltima obra de la breve filmografía del realizador, que hizo solo 6 largometrajes.




Al inicio, primer segmento, Tempo, un anciano tiene un encuentro en el que aprecia a unos amantes, hecho que lo remonta a su niñez, y vemos una elipsis a su infancia donde tuvo una experiencia idéntica, estas elipsis están potenciadas por una música impresionante. A continuación, se realizan misas donde se pone de manifiesto la extrema política de “anti placer” que tiene el catolicismo, condenando toda forma de placer físico. Esto llega al extremo de un sacerdote investigando las costumbres de los niños, y castigando al que siquiera se masturbe muy seguido, así se muestra la severidad y conservadurismo católico, en una estigmatización de toda sensación placentera física. Este segmento está dotado de una presentación tan hermosa como impactante, que invade y posee al espectador. En el segundo segmento, Contrapuntos, se aborda una unión matrimonial que al final no significa nada. Un vehículo, una camioneta, avanza constantemente, las relaciones de pareja son abordadas y se pone de marcado relieve que el matrimonio no está ni siquiera cerca de ser un real remedio a la soledad de espíritu, una mujer casada recrimina a su esposo, y piensa en lo terriblemente sola que está en su interior, nunca sintió amor por su esposo, se siente perdida en ninguna parte. La camioneta sigue su curso mientras otras experiencias amorosas son abordadas, parejas mayores y parejas jóvenes tienen idilios. Tercer segmento, Variaciones, muestra a un director de cine y su relación con su actriz dirigida, una mujer predice su muerte, y fenece. El extremismo de la rigidez católica se hace patente de nuevo, rozando el ridículo, y teniendo su antítesis en la poderosa escena de un trío de una mujer con dos hombres, incluido el cineasta. En el final, la mujer fenecida revive, y nos clava una mirada un tanto escalofriante, pero llena de esperanza.




Notable el largometraje de Godoy, sigue haciendo gala el maestro de ese soberbio dominio de escena, su excelso dominio del arte audiovisual, su presentación de imágenes y ambientación musical prodigiosa. Es resaltante la falta total por momentos de diálogos, toda la fuerza expresiva, y también narrativa, están en las acciones de los protagonistas, miradas, acciones, simbolismos, la narración y la expresividad corren por cuenta del complejo y hermoso trabajo audiovisual, de su concepción estética. El primer segmento, del tiempo, es quizás el más hermoso en su presentación audiovisual, el de las poderosas elipsis, y el que tiene innegable y marcadas reminiscencias con su cortometraje El Cementerio de los Elefantes (1973), y donde se prescinde más  de los diálogos -característica siempre muy apreciable en el cine-, por lo que la carga expresiva y narrativa recae directamente en las imágenes, en la música, y Robles Godoy es curtido y experto en eso. Plasma también la visión de su propia niñez, expresando el malestar de la rigidez de la educación laica, su marcado conservadurismo cristiano. Las imágenes de este segmento son muy bien logradas, armónicas, refinadas, atractivas, limpias. En el segundo segmento, la institución que supuestamente representa el amor, la unión, queda evidenciada como algo carente de auténtica y genuina unión, espiritualmente puede ser un abandono y soledad absoluta. En el tercer segmento el obvio guiño a sí mismo es central, como el realizador que vive su propia carrera contra la soledad, y el hermoso simbolismo de la mujer que muere para resucitar, la vida, finalmente triunfó sobre la muerte y la soledad. El uso de la música es también remarcable, que genera una envolvente atmósfera de preciosismo, altanera elegancia y belleza, y por momentos cambia sustancialmente a ominosas melodías, de premura, urgencia, suspenso incluso. Las alegorías a la muerte, asociación con la naturaleza, el sexo, son muchos los simbolismos que encontramos en una obra repleta de riqueza audiovisual, uno de los mejores trabajos de nuestro paisano, cine peruano de alto nivel. 



      

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