jueves, 1 de diciembre de 2011

Esta tierra es mía (1943) – Jean Renoir

Excelente obra del gran maestro Renoir, otro de esos monumentos para la posteridad que nos deja el inolvidable francés, filme poseedor de una impresionante fuerza, en su temática, en sus simbolismos, en su mensaje que llama a la reflexión profunda, y también en las actuaciones, una auténtica película de cinco estrellas. Forma parte esta cinta del breve periodo de Renoir rodando para estudios norteamericanos, pero el que haya sido breve su incursión en tierras yanquis no le impidió dejar esta indeleble e inmortal impronta de su genialidad, filme inolvidable. La extinta RKO produce esta película rodada en plena Segunda Guerra Mundial, hecho que generó que la cinta tuviera algunos inconvenientes para ver la luz, y por supuesto, que no fuese apreciada en su integridad como una obra que su magnitud merece. Como suele ocurrir con las películas de esta talla, el tiempo se encargó de poner las cosas en su sitio y ahora es una cinta de culto, en la que podemos apreciar una de las mejores, sino la mejor, actuación de un genial Charles Laughton como un tímido y cobarde profesor, que acaba viendo la luz, y termina cambiando la cobardía por una profunda consciencia y lucidez del horror de la guerra, la represión, la libertad, y los ocultos paradigmas de la sociedad de la época. Además actúan la bellísima Maureen O’Hara, George Sanders y Walter Slezak, todos relucientes en esta película imperdible.

   



La primera imagen que vemos es un monumento en homenaje a todos los valerosos soldados caídos por regresar la paz durante la Primera Guerra Mundial, mientras en el piso se ve un periódico que anuncia la invasión de los nazis a tierras francesas. Inmediatamente, toda la maquinaria bélica de los alemanes invade suelo francés, sus pesados tanques y vehículos de combate pasan al lado del monumento. Se nos presenta después a Albert Lori (espectacular Laughton), un tímido profesor de escuela, débil y sometido a su anciana madre, Emma (Una O’Connor), con quien vive. Se está esparciendo en la ciudad la propaganda de que todos colaboren con los nazis, que no opongan resistencia a la invasión, es una campaña generalizada, pero en medio de todo, llega un panfleto de resistencia, aún existen individuos que se resisten al dominio alemán. Albert trabaja con la bella profesora Louise Martin (O’Hara), de quien está secretamente enamorado, y cuyo hermano, Paul (Kent Smith), es un férreo resistente y rebelde a los invasores nazis. En la escuela, donde ni siquiera sus alumnos respetan a Albert, por imposición de los alemanes, se está seleccionando la información de los textos que puede ser impartida, y las hojas que contienen información considerada peligrosa, deben ser arrancadas, y luego quemadas junto con otros libros, cosa que él sumisamente acepta, pero que indigna a Louise, mientras crece la paranoia y el miedo en la ciudad. Tiene lugar un bombardeo, que obliga a todos a refugiarse en un sótano, y Albert, que se horroriza tanto como los niños, es tranquilizado por su madre, él acepta tranquilamente su cobardía.





Después, sucede un aparentemente accidental choque de trenes, se genera incertidumbre, y el prometido de Louise, George Lambert (Sanders), un trabajador ferroviario, también se somete sumisamente a las autoridades alemanas, personificadas en el mayor Erich von Keller (Slezak), furioso por lo ocurrido. Quien resulta ser el gestor del accidente es Paul, que mata soldados alemanes y escapa, haciendo sentir orgullosa a su hermana por su actitud de resistencia, pero un enfurecido von Keller decreta que se matarán diez ciudadanos franceses por cada soldado nazi muerto, y detienen a un respetado profesor judío de la escuela, el profesor Sorel (Philip Merivale). Ante los hechos, y ante la pasiva sumisión de George, Louise se va alejando de él. Albert intenta declararse a Louise, pero es interrumpido, Paul necesita refugio, se la da una coartada, sin embargo el propio profesor es arrestado para ser ejecutado, causando grave malestar e histeria en su madre. Posteriormente, la desesperada madre delata a Paul, autor de todo, con George, que avisa a von Keller, resultando muerto el rebelde Paul. Poco después, George se suicida, pero las circunstancias hacen que parezca que Albert, ya liberado, lo mató. Él le dice toda la verdad a von Keller, quien, dentro de toda la barbarie, y de toda su frialdad, da muestras de cierta sensibilidad, simpatía por Albert. El alemán intenta ayudar a Lori con una falsa carta de suicidio, pero Albert, que ve a su amigo Sorel ser fusilado, despierta de su cobarde letargo, ve claramente las cosas, acepta la muerte, y tras un memorable discurso en el juicio, es declarado inocente, solo para ser arrestado después por oficiales. Pero eso ya no importa, él es una nueva persona, se gana el respeto y admiración de todos, y el amor de Louise, que después de ver marchar gallardamente al profesor hacia la muerte, prosigue con lo que él inició: leerle los derechos humanos a sus estudiantes.




Enorme la cinta de unos de lo más grandes maestros del cine, destila genialidad en todos sus ámbitos, todo un clásico. La directriz panfletaria y propagandística debe ser dejada completamente de lado, pues la intención del filme no es simplemente una propaganda estilo “ellos son los malos y nosotros los buenos”, por más que en una secuencia un docente se queje de la forma en que ellos, si corren y huyen por sus vidas ante los asesinos invasores, son llamados cobardes, mientras ellos, por exterminar y liquidar gente, son llamados héroes. Es que Renoir sencillamente retrata la forma en que la guerra afecta diferentes individuos, de diferentes formas, unos responderán con odio y rebeldía, con resistencia al yugo invasor, otros, en cambio, tendrán como respuesta la sumisión, el sometimiento en pro de preservar sus vidas, pues razonan que de resistir rebeldemente, no quedaría nadie vivo para iniciar la recuperación de su tierra. Utópicas y engañosas muchas de sus ideas, pero todas son producto del horror de la muerte y destrucción de una guerra de tanta magnitud, y es que después de todo, mientras unos versionan así las cosas, por el bando alemán también tienen su particular y deformada visión de todo; además, en esta particular situación, se debe considerar que todo lo visionado, todo lo puesto en escena por el francés, pasó por la lupa yanqui de la RKO, que ya nos hizo el “favorcito” de mutilar algunas obras maestras de Orson Welles.



Lo que hace Renoir es ubicarnos en ese contexto, e introducirnos en la entrañable historia de un sujeto frágil y cobarde, que tiene un despertar espiritual y mental que la da una estupenda lucidez sobre lo que realmente es libertad, el concepto de lo que es ser un mártir, es un profundo mensaje de un director que ha vivido en carne propia el terror de esa guerra. Y nos lo muestra con la maestría de un inmortal del séptimo arte. Desde el comienzo veremos un poderoso simbolismo, el francés plasma magistralmente el prólogo de su cinta, al mostrarnos el monumento homenajeando a los que lucharon por la paz, y segundos después, el periódico nos informa la situación, invasión alemana, y desde distintos encuadres, distintas tomas, nos muestra al monumento y la aparatosa invasión nazi, es un marcado contraste en el que contrapone el símbolo de la paz, el monumento, que “ve” cómo se invade su tierra en sus narices, con el símbolo de la destrucción y guerra, los tanques germanos, mientras se iza la bandera nazi, un auténtico preludio de lujo, excelente la simbólica secuencia inicial. Asimismo, la represión germana se manifiesta en la inverosímil acción de arrancar las hojas de textos escolares, es una mutilación de la enseñanza, pero también de la historia, de la vida de esa tierra. Lo curioso de la representación de los nazis por parte del cineasta es que, la máxima figura germana, von Keller, es presentado como alguien que se devoraría una paloma blanca, otro guiño simbólico, pero a la vez es alguien que da muestra de sensibilidad, que cita de memoria versos de Shakespeare, y que incluso coge simpatía al inocuo profesor, es interesante el matiz que le da a la imagen del tirano invasor, un matiz que no está ahí por accidente, por supuesto que no.



Y, como algo de lo que toda película inmortal no puede adolecer, Renoir cuenta con actuaciones de primerísimo nivel. Así, veremos al gran Charles Laughton entregándonos una de las cumbres de su carrera actoral, la genial representación de un frágil profesor, sometido a su dominante madre, que se horroriza cual niño en un bombardeo, y busca refugio en los brazos de su anciana progenitora, una secuencia soberbia de un sujeto que inicialmente es un cobarde pelele, pero finalmente, tras ver a un querido amigo sonreír instantes antes de ser fusilado, tiene una epifanía, un despertar, es iluminado y ve con claridad las cosas, la barbarie, la verdad, y la forma en que es imposible que un hombre que sabe y habla de la verdad, viva en un contexto de invasión. Tras la estupenda secuencia del juicio, y su genial discurso, el profesor pasa de ser un pusilánime don nadie, a ser el más lúcido de todos los personajes, la transformación está completa, su despertar es total, y por eso, consciente y despierto de todo, camina con paso seguro hacia su ejecución, sin ningún miedo. Inolvidable actuación la de Laughton, a quien secundara una Maureen O’hara tan hermosa como talentosa, un correcto George Sanders y un más que notable Walter Slezak, a quien probablemente Hitchcock también observó y admiró, para reclutarlo un año después en un símil papel de nazi en Lifeboat (1944), realmente notable la caracterización de un actor muy digno de atención. Con todos estos elementos, el resultado no podía ser otro que una película sensacional, para la historia, toda una película de culto. Bravo por Renoir, que deleita con su magistral dirección.






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