lunes, 19 de diciembre de 2011

3 Vidas Errantes (1960) - Fred Zinnemann


Interesante cinta la realizada por Zinnemann, que nos cuenta la historia de tres sundowners, tres individuos sin hogar que siguen al sol, una familia errante que viaja de lugar en lugar, siguiendo el oficio del padre, arriero de ovejas en Australia. Al inicio esa existencia errante no parece mortificarles a ninguno, pero conforme pasa el tiempo, los padres, interpretados por dos grandes, Robert Mitchum y Deborah Kerr, se van haciendo viejos, las fuerzas van decayendo, y va naciendo un deseo por finalmente asentarse y tener un hogar fijo. Pero ese pensamiento no le sienta del todo bien al padre, un individuo que se dedicó a ese trabajo desde joven, se siente cómodo con la libertad que le otorga su errante trabajo, y cuando su familia sienta una irrevocable necesidad de estabilidad, se desatarán los conflictos, poniéndose a prueba su fortaleza como familia. Sin tener un argumento excepcional, la película es correctamente puesta en escena por el realizador, y con actuaciones serias, de grandes actores ya consagrados, termina por ser una muy digerible historia, buen ejemplo de lo que es buen cine hollywoodense de la década de los 60.

    



Al iniciar la cinta, vemos a la familia, movilizándose en una carreta por Australia, ella, la esposa, Ida Carmody (Kerr), da muestras ya de estar algo cansada de la vida que llevan. Al esposo, Paddy Carmody (Mitchum), se le acaba de dar un nuevo empleo arreando ovejas, pero cuando su mujer ve una granja, le atrae la idea de asentarse. Mientras, moviéndose por el nuevo empleo, su hijo, Sean (Michael Anderson Jr.), conoce a un lugareño llamado Rupert Venneker (Peter Ustinov), que acaba convirtiéndose en el pastor auxiliar que necesita su padre para el trabajo. Paddy es un irresponsable arriero, le gusta emborracharse, pero comienza a trabajar arreando las ovejas, en colaboración con Venneker. Llegan hasta una granja donde son acogidos hospitalariamente, y Sean también piensa en afianzarse en un lugar fijo, piensa en comprar una finca, concordando con su madre. Se produce entonces un gran incendio, donde, pese a haber mucho riesgo, Paddy sale ileso, pero su mujer está inquieta. Días después, el trabajo ha sido terminado, y deben separarse, pero Sean y su madre ya han madurado la idea de la finca, y presionan a Paddy. Es entonces que buscan un empleo para todos en esa granja, Paddy como trasquilador, Ida como cocinera, y aunque el padre no está muy entusiasta con permanecer en un lugar mucho tiempo, se quedan ahí, e inician sus labores, Paddy trasquilando a las ovejas.



Para su pesar, duran en el trabajo, se quedan ahí seis semanas, pero su familia y él pasan cada vez menos tiempo juntos, y tiene una riña con su mujer cuando ella se queda atendiendo a una amiga que daba a luz, mientras él se emborrachaba con el menor hijo. Tras la discusión, Paddy, cansado ya de seis semanas quieto, decide partir, con o sin su familia, pero finalmente se queda para participar en una competencia benéfica de trasquila. Llega el gran día de la competencia, y sorpresivamente, Paddy es derrotado por un vigoroso anciano, quedando decaído, pero su familia sigue con la firme idea de comprar una finca. Después, en una muy afortunada sesión de apuestas, gana cien libras más un magnifico caballo de carreras. El hijo se vuelve su jockey, y ganan carreras y dinero con el veloz equino, a quien bautizan Sundowner, en honor a sus propias existencias. Con el dinero ahorrado de su trabajo, más las ganancias de las carreras, tienen suficiente para pagar un anticipo por la finca, el asunto es discutido y convencen a Paddy, pero estúpidamente, él pierde todo el dinero cuando se emborracha y lo apuesta. Todos decaídos, cifran sus esperanzas en una carrera final de buen premio, la cual Sundowner gana, y Paddy hace un trato para venderlo, y volver a tener dinero para el anticipo, pero repentinamente, el resultado de la carrera es cambiado por una protesta. Sin dinero, la familia solo atina a reírse de su situación, y se retiran juntos y felices, a proseguir con su vida de errantes.




Una de las cosas más llamativas y atractivas de la cinta es el hermoso retrato que se hace del vasto y exótico escenario australiano, donde veremos la extensa riqueza de su fauna, compuesta mayormente por dingos (de hecho, cuando el padre pensó en abandonar a su familia, el hijo lo llama dingo, aludiendo al escurridizo animal que escapa de todo), koalas, y por supuesto, los emblemáticos y curiosos canguros saltarines, a los que veremos brincando juguetonamente no pocas veces, entre las ovejas, por los prados, y hasta por algún establo. Aunque breve y escuetamente, el director Zinnemann retrata agradablemente ese mundo animal, además de la flora, también hermosos atardeceres, amaneceres y paisajes, atrapa correctamente la llanura australiana, es una lástima que el cineasta no se haya animado a realizar más secuencias con ese sentido, pues habría incrementado el atractivo visual de la cinta. La lineal historia no encierra mayor profundidad, pero el aliciente principal del filme es ver a la pareja protagonista, Robert Mitchum y Deborah Kerr, exitosa química entre la pareja, que deja imágenes para el recuerdo, cuyas correctas actuaciones y distinguida presencia conforman una muy aceptable muestra de cine de los ya lejanos años 60.



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