sábado, 3 de diciembre de 2011

Memorias de una Doncella (1946) - Jean Renoir

Jean Renoir, uno de los grandes maestros que ha tenido el cine en toda su historia, tiene en Memorias de una Doncella, o The Diary of a Chambermaid, una película que se ubica en el medio de su etapa norteamericana, estadío en el que no pocas cintas produjo para estudios yanquis, entre las que destacan This Land is Mine (1943) o The River (1951). Ahora, el gran maestro francés presenta esta película, basada en una obra homónima, The Diary of a Chambermaid, escrita en 1900 por Octave Mirbeau, y en la que nuevamente Renoir plasma a tono de comedia un retrato burlesco de la burguesía francesa, mostrándola frívola, superficial y banal. Para esta cinta, el cineasta ya no cuenta con el delicado estilo y los ingeniosos mecanismos cómicos que pudimos observar en la obra maestra, la estupenda sátira de la aristocracia francesa, La Regla del Juego (1939), cinta con la que guarda cierta similitud en su directriz paródica, en la que con delicadas y sutiles figuras, con un humor aparentemente benigno, que esconde en realidad una cruda y determinada burla, desliza sutil pero decididamente una ácida crítica, burlesca fotografía de la burguesía francesa de esa época. Pese a haber perdido esa refinada manera de representar los hechos delicadamente (en parte quizás por el cambio de la amanerada y pulida forma francesa de cine, a la más industrial y comercial estructura yanqui), Renoir presenta una atractiva película, nuevamente atacando a la frívolos y grasosos burgueses franceses, y cuenta con la gran actuación de una Paulette Goddard joven, en la flor de su belleza.

      


La película inicia con Célestine (Goddard), una joven y atractiva mujer que está escribiendo en su diario, ella está cansada de experiencias negativas en el pasado, y quiere comenzar una nueva etapa, renovada. Llega de Paris a una acomodada casa donde labora, se desempeña como camarera, y entrará a trabajar junto con una lavandera llamada Louise (Irene Ryan), ambas son llevadas a la residencia por el mayordomo. Allí, las condiciones laborales no son las mejores, pero Célestine no se deja mangonear, ni siquiera por la altiva señora de la casa, Madame Lanlaire (Judith Anderson), resoluta y decidida, ella está cambiando, y desea tomar el toro por las astas, ahora busca vincularse con un adinerado hombre, casarse y solucionar su futuro, pues ahora el dinero le parece más importante que el amor. Las dos mujeres inician sus labores, mientras el arrogante mayordomo, Joseph (Francis Lederer), que la corteja, le muestra el sótano, repleto de valiosísimos elementos, candelabros, platería, cubiertos, etc. Paralelamente, conoce al señor, el Capitán Lanlaire (Reginald Owen), que también se interesa en ella, y al Capitán Mauger (Burgess Meredith), conservador sujeto que tiene más de un jocoso enfrentamiento con los reaccionarios Lanlaire. El Capitán la sigue cortejando, y la va convenciendo con una gran cantidad de dinero ahorrado que tiene, mientras Mauger sigue a lo suyo molestando a la familia, y Joseph también la corteja, pero Célestine lo desprecia y le encara su posición de criado.




Es entonces que llega George Lanlaire (Hurd Hatfield), el hijo de los señores, joven que despierta rápidamente el interés de la camarera, y, curiosamente, su madre pide a Célestine que se dedique exclusivamente a George, que pase tiempo con él, hasta la viste mejor, y ella cumple lo ordenado, pasando mucho tiempo con George, dando largos paseos a solas, y ella no puede evitar enamorarse de él, que, aunque enfermo, mejora su salud gracias a Célestine. Pero ella recibe con pesar la noticia que él debe partir, cosa que afecta a ambos, y genera una fuerte discusión por ese desplante. Fruto de esto, Célestine se decide a irse, y cuando está por hacerlo, Joseph se le declara, y logra convencerla de quedarse un día más, se irían juntos con dinero robado a los amos. Pero Madame Lanlaire advierte que algo trama el mayordomo, le quita las llaves del sótano, y al verse sin dinero, Joseph se ve obligado a quedarse. La camarera se va con Louise y Mauger, se divierten en una festividad local, la celebración de la República, cuando aparece de pronto Joseph, que ha conseguido las joyas, y algún asesinato de por medio ha habido. El desequilibrado criado anuncia que renuncia y que se casará con Célestine, George está muy alterado con todo esto, y recibe una paliza del mayordomo, a quien Madame Lanlaire le da todas las facilidades para que aleje a la criada camarera de su hijo, pero éste se lleva por la fuerza a la joven. Finalmente, el pueblo hace causa común y linchan al asesino Joseph, y el malherido George se queda por fin con su amada Célestine.



Culmina de esta forma Renoir otro ejercicio de burla y parodia para la clase acomodada francesa, unos burgueses insípidos a los que retrata como snobs ridículos, preocupados en mantener su estatus social. Como se mencionó al inicio, en esta oportunidad, ya impregnado del estilo yanqui en sus películas, el realizador francés ha perdido mucho del refinamiento en la fuerza y mordacidad en sus representaciones, la estilizada clave cómica de La Regla del Juego está completamente perdida, para presentar ahora un humor notablemente más facilista, situaciones humorísticas mucho menos trabajadas y pulidas que en su obra cumbre. El personaje principal es Célestine, la arribista renegada de su vida pasada y desengaños, ahora quiere empezar de nuevo dándole prioridad a lo material, ahora quiere escalar socialmente y el dinero lo es todo, plasmando el realizador la frivolidad incluso fuera de los círculos burgueses, y finalmente la camarera concreta su ambición cuando se queda con George. La interpretación de la hermosa Paulette Goddard es notable, refuerza una cinta que evidentemente perdió sutileza y sofisticación en el tratamiento de lo cómico, pero que de todas maneras mantiene muestras del sello Renoir, como la teatralidad de algunas de sus secuencias, y la directriz de su cinta, buscando ridiculizar a la clase social aristócrata, y de paso deslizando también un mensaje político cuando los protagonistas festejan con algazara y regocijo a la República. Sin ser lo mejor de su director, la película, muy diferenciada de la versión que años después Luis Buñuel entregaría con Diary of a Chambermaid (1964) y su particular universo, se erige como muy aceptable y disfrutable, buena representante de la segunda faceta del gigante francés, el titán del cine Jean Renoir.




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