viernes, 30 de diciembre de 2011

El Limpiabotas (1946) – Vittorio De Sica


Uno de los grandes maestros del neorrealismo italiano, Vittorio De Sica, se encarga de poner en escena esta triste historia, historia sin adornos, que nos lleva directamente al crudo y despedazador drama que viven dos niños italianos, dos limpiabotas, que se ven inmersos en una situación desesperada, encarcelados injustamente, añoran su libertad, desean recobrarla a toda costa, son solo unos niños, y las situaciones que desencadena su angustia tendrán fatales consecuencias. Una de las fundadoras del género neorrealista, esta cinta se encarga de mostrarnos lo que esa corriente cinematográfica perseguía: Italia, uno de los países más golpeados y maltratados por la Segunda Guerra Mundial, una vez acabado el conflicto, vive en total austeridad, socialmente, económicamente, laboralmente, esta pobreza extrema es lo que el neorrealismo pretende mostrar, sin parafernalias innecesarias, sin excesivos tecnicismos en su narración, lo que se busca es representar y mostrar el drama puro y duro. De Sica, a diferencia de los otros grandes fundadores, Rossellini y Visconti, no solo muestra esa situación, ese mundo, no solo lo presenta para ser visto, sino que nos introduce en esa terrible realidad, sentimos el drama, esto ayudado por la sencilla y natural narración, que genera  un sentimiento de estrecha conexión con lo que se ve, de sentir realmente el drama que se está presenciando.

       



La historia comienza con dos niños limpiabotas, son muy amigos, Pasquale Maggi (Franco Interlenghi) y Giuseppe Filippucci (Rinaldo Smordoni), unos años menor que el primero, ambos se divierten montando a caballo, diversión que alquilan, pero su intención es ahorrar lo suficiente para comprar al equino. Pasquale es huérfano, pero Giuseppe tiene que ayudar a mantener a su madre y hermanos, y así van trabajando, lustrando botas y planeando, haciendo cuentas para comprar a su querido caballo. Como parte de sus actividades para generar ingresos, van con un sujeto apodado El Panza, que les da unas mantas americanas para venderlas, y los niños las venden a una mujer que se dedica a la quiromancia, pero después llega la policía, que registra la casa de la mujer. Con lo obtenido, compran a su ansiado caballo, al que dejan en un establo, pero repentinamente, son detenidos por la policía, las mantas eran robadas, y los niños, inevitablemente involucrados en lo que se considera un crimen, van a un reformatorio. Después de pasar inspección médica, son recluidos en celdas diferentes, con otros niños. Allí son víctimas de la terrible alimentación del claustro, pero El Panza les envía un gran paquete con comida, con un mensaje de que sigan guardando silencio.




Giuseppe se hace amigo del líder de su celda, Gaggi, mientras las autoridades buscan sacarle información a los niños sobre quién les dio las mantas, y con engaños de que golpean a Giuseppe, hacen hablar todo a Pasquale. La madre de Giuseppe va a verlo, le recrimina que haya delatado a su hermano Attilio, y el niño entiende que su amigo finalmente cantó. Enfurecido, Giuseppe pelea con Pasquale, y hasta lo acusa con los “maestros” que guarda una lima en su camastro. Su amigo es golpeado, y Giuseppe se arrepiente de lo que hizo. Después, cuando finalmente van a hacer las paces, Pasquale pelea con Gaggi, y éste recibe un mal golpe, por lo que el limpiabotas es aislado. Luego, Gaggi les informa a sus compañeros de celda que está planeando un escape, mientras un abogado contratado le explica a Giuseppe que puede reducir su condena si afirma que Pasquale fue el que lo arrastró en todo, pero en el juicio, los dos limpiabotas son condenados, también el hermano Attilio. Gaggi, que tiene todo listo, no recibe un necesario dinero para escapar, por lo que Giuseppe ofrece el dinero que vale el caballo. Durante una proyección fílmica, todos los de la celda salen, pero solo Giuseppe y Gaggi logran escapar, y van al establo a buscar al equino. Pasquale, enterado de todo, lleva a los maestros hasta el establo, escapa de su control, y encuentra a ambos fugitivos montando al caballo, y cuando está peleando con Giuseppe, éste cae de un puente, y finalmente muere.





La historia es directa, sin rodeos, el neorrealismo es capaz de hacernos reír por momentos, cuando en el mundo infantil, a pesar del ambiente desolador, su inocencia permite a los niños reír, para después, sin mayor separación, mostrarnos secuencias trágicas, extremas, donde el dolor vuelve a ser protagonista, y así, de haber sonreído en un momento,  alguna lágrima se podrá deslizar al ver las terribles situaciones a las que son expuestos los infantes. Es un mundo sin esperanzas, azotado por las consecuencias de la guerra, representado cuando los niños le preguntan a la quiromántica, ¿Acaso los niños no tenemos futuro?, y el director nos muestra su historia sin ornamentos innecesarios: la narración de la cámara, salvo un llamativo travelling inicial, generalmente está estática, tiene movimientos moderados, pues lo que realmente importa es mostrarnos la acción como si la viéramos con nuestros propios ojos, sin demasiada elaboración, se persigue  una visión realista. Como el gran crítico de la Nueva Ola francesa, André Bazin afirmó, “el estilo de Rossellini es una manera de ver, De Sica es, ante todo, una manera de sentir", y ciertamente De Sica logra, como nadie, conmovernos con una historia que nos muestra desnuda, directa, drama puro y duro, mundo de unos niños desgraciados, y, como por todos es sabido, los actores que utiliza para sus filmes son actores no profesionales, por lo que no vemos a unos actores interpretando roles, sino vemos auténticos individuos de esos estratos sociales, vemos algo más cercano a la realidad. De Sica es el gran maestro neorrealista, el que lo muestra más cercano que nadie al sentir humano, con De Sica no importa tanto la degradación y desgaste de lo material, de lo económico, sino la degradación del espíritu humano, el sufrimiento humano, nos lo muestra tal como es, sin deformarlo ni adornarlo, ahí está su acierto y su distinción del resto. Esta cinta, si bien es la primera del director con estas características, no sería la última, ni la que, a mi juicio, sería su máxima exponente de esta corriente, cumbre que lograría con la entrañable Umberto D (1952). Todo un clásico del cine italiano y mundial, con el guión del especialista del género, Cesare Zavattini, se configura una historia inolvidable, de obligada visión, Sciuscià se convierte en pieza fundamental del cine de fines de los 40 e inicios de los 50. Imperdible.







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