El inolvidable Roberto Rossellini inició con esta cinta lo que sería su particular Trilogía de la Guerra, su trilogía neorrealista, trabajo con el que se volvería parte indeleble de la historia del cine, y uno de los directores del cine italiano más importantes de toda la historia. Roma, Ciudad Abierta está considerada como la primera piedra de la corriente del Neorrealismo, la película que habló por vez primera de los tópicos de este movimiento, apenas finalizada la Segunda guerra Mundial, muestra una Italia terriblemente azotada por el conflicto, su economía está destrozada, traduciéndose esto en una pobreza sin precedentes, la realidad había sido afectada de manera jamás antes vista, las condiciones laborales eran pésimas, y socialmente estas circunstancias conducían a situaciones extremas, ya se había dejado de tener un ambiente acogedor, la realidad ahora era desesperanzadora, desoladora e incierta. Ante esto, Rossellini fue el primero en realizar un cine de respuesta al inocuo y benigno cine que se realizaba hasta entonces, mostrando historias artificiales, generalmente de final feliz, todas máscaras que no reflejaban para nada las cosas como verdaderamente estaban, y el realizador italiano tuvo el nervio frío para realizar esta película apenas el año que finalizó la guerra. Un cine distinto, que perseguía mostrar la realidad tal como era, sin ornamentos, sin elementos endulzadores o que alivianen la cruda realidad, Rossellini acababa de crear uno de los movimientos cinematográficos más importantes de la historia.
Ambientada durante el fin de la misma guerra, la acción inicia con una Roma que está en plena ocupación, y vemos a unos soldados nazis, desfilando y entonando cantos, generando un ambiente represivo, mientras buscan a Giorgio Manfredi (Marcello Pagliero), alias Luigi Ferraris, que escapa, ayudado y encubierto por la gente de la localidad. Con la ciudad totalmente ocupada, los nazis dividen Roma para patrullarla y controlar todos los movimientos que se hagan en ella. Manfredi es un líder liberal, y los alemanes se esfuerzan por encontrarlo, pero él ya ha escapado y se aloja en la casa de un colaborador, Francesco (Francesco Grandjacquet), donde conoce a Pina (estupenda Anna Magnani), recia mujer de la Resistencia que lo conduce con el sacerdote colaborador Don Pietro Pellegrini (Aldo Fabrizi), además conoce a la hermana de Pina, que es una actriz. Pina se piensa casar con Francesco, si bien esto obedece más a conveniencias de sus filiaciones ideológicas. Existen varias personas en la Resistencia, y Don Pietro es asiduo colaborador de su causa, encargándose en ese momento de llevarles a ellos una cantidad de dinero escondida en gordos libros, además, también ayuda a los soldados alemanes desertores. Giorgio tiene una relación con la amiga de la hermana de Pina, esta mujer se llama Marina, y es artista también.
Pina tiene un hijo, el pequeño Marcello (Vito Annichiarico), que, junto con otros niños, deja bombas en los vehículos de los alemanes, actividad que preocupa y enfurece a sus padres. Con todo eso, aumenta la rigurosidad de los nazis, realizando inspecciones y redadas, registran todas las casas, haciendo bajar hasta a los enfermos a las calles, mientras Don Pietro sigue escondiendo personas y armas de la Resistencia. En una de las redadas, Francesco es capturado, y una desesperada Pina corre detrás del camión que lo transporta, siendo eliminada a balazos, con su Marcello que llora desconsolado sobre su cadáver, mientras Don Pietro lo retira de ahí. Después, los nazis son emboscados y entablan fuego cruzado con los resistentes, Francesco y Giorgio se ocultan con Marina (Maria Michi), pero Giorgio va perdiendo el amor que sentía por Marina, debido a la desigualdad de sus ideas y pensamientos frente a la guerra, y aunque los dos escapan, son capturados por los alemanes. Los hombres son torturados para que revelen información, pero, pese a estar temerosos, están decididos a no confesar nada, Giorgio rechaza una oferta conveniente para que se vuelva traidor, y Don Pietro también se niega a hablar en su respectivo interrogatorio, su determinación es grande. Después, un oficial nazi, en borrachera, reflexiona de su situación como alemanes destructores, que creen en una superioridad suya inexistente. Mientras, continúan los interrogatorios, Giorgio mantiene su silencio, y, torturado, muere, para indignación de Don Pietro, que es fusilado a la vista de los niños, que silban, viendo cómo le disparan por la espalda al religioso.
Con esa poderosa imagen, Rossellini termina su relato, crudísima cinta que contiene muchos elementos que justifican que esté considerada por muchos como el manifiesto del neorrealismo, película en cuyo guión trabajó el propio Rossellini, aunque no aparezca acreditado por aquello, y que además contó en esta tarea con la colaboración de otro gigante del cine mundial, el titán coterráneo suyo Federico Fellini, además de otros colaboradores con los que producirían el guión, el esqueleto de la película, que por vez primera, y de qué manera, plasmaría la realidad, una realidad representada tan cruda como jamás se pensó. Para esto, Rossellini sentó los pilares de la corriente, al mostrar los escenarios tal cuales eran, con un presupuesto mínimo, el director debió recurrir a todo su ingenio para aprovechar sus escasos recursos, como trabajar sin iluminación, y verse obligado a aprovechar al máximo la luz natural, trabajar en las calles mismas de Roma, sin elaborados escenarios. Ahora se persigue plasmar la realidad, nada adornado ni disfrazado, las calles eran el único escenario necesario, y el director usa también actores no profesionales, se busca seres marginales de verdad, no actores profesionales, y así, salvo casos puntuales, como Anna Magnani, que representa a Pina, y Aldo Fabrizi, el padre Don Pietro, ambos actores profesionales, el resto del elenco son amateurs, algunos gente del pueblo mismo, con lo que logra un efecto de realismo inigualable, arriesgado recurso que, bien utilizado, logra un ambiente único. Rossellini había sentado con esto las bases del neorrealismo, representa la realidad pura, sin atavíos, con “actores” del pueblo, y, siempre mostrando la realidad de aquellos años, la desesperanza, el dolor, la desesperación y angustia, pero, sobre todo, la realidad.
Rossellini crea una película tremendamente admirable, donde ve la luz un personaje antológico, representativo del neorrealismo, encarnado en Pina, la mujer recia y resoluta en medio del caos generado por los nazis, ella lo acepta y su determinado espíritu la hace afirmar que jamás cambiaría lugares con su hermana, la actriz que tiene una frívola visión de todo, produciéndose así una poderosa contraposición, contrastando a la fuerte Pina, con la hermana y también Marina, ambas preocupadas por el dinero, que escasea, pensando más en el mundo del espectáculo, superficiales mujeres, y Pina las defiende significativamente, diciendo que su hermana no es una mala persona, solamente es muy estúpida. Pina, personaje femenino, representa la personalidad del que se adaptó a las situaciones que le tocó vivir, ella no reniega ni se lamenta de su mundo, lo afronta con determinación, su forma de ver la vida, de ver su mundo, es el manifiesto neorrealista, y Anna Magnani nos obsequia una estupenda actuación, prefiere casarse con un sacerdote partisano antes que un nazi. Ella es el emblema del que asimila esa durísima realidad, la acepta como suya, la mujer de la Resistencia, la mujer del Neorrealismo, y claro, su único final es la muerte, enalteciendo más a su personaje, corriendo detrás del camión que se lleva a su prometido, soberbia escena con ligeros contrapicados, donde veremos ambas perspectivas, la de Francesco viendo a su amada desesperada corriendo, y la más importante, la de ella, desde abajo, breves instantes luego de los cuales será eliminada. Son instantes del más puro neorrealismo, los personajes más importantes se involucran, ella, la dura mujer, es eliminada delante de su hijo, que llora desconsoladamente, abraza el cuerpo ya inanimado de su progenitora, mientras el sacerdote retira al destrozado hijo del cadáver de su madre, nunca antes se había mostrado este tipo de situaciones de forma tan cruda, pero, lo más importante y a la vez sencillo, de forma tan realista.Una nueva escuela, una nueva forma de arte acababa de nacer
La película forma parte del Olimpo de la historia del cine, obra que plasma las bases para un movimiento completo, que se inaugura apenas esta cinta ve la luz, película cuyo director tuvo la sangre fría de realizarla el mismo año en que la guerra terminaba, y he aquí que Rossellini plantea su propio e inconfundible estilo de neorrealismo, involucrando aún a la guerra, él no sitúa sus relatos, ni a sus personajes, en los años inmediatamente posteriores a la guerra, como haría el otro gigante neorrealista, Vittorio De Sica, sino que nos sitúa durante la guerra misma, nos muestra el choque con los destructores alemanes, vemos al terrible enemigo, a ese sanguinario y desalmado personaje cuya único norte es la destrucción y el exterminio. Y Rossellini va todavía más allá, con la significativa secuencia del oficial nazi que se embriaga, y afirma que se embriaga todos los días para olvidar lo que ellos son, destructores por naturaleza, creyendo en una supuesta superioridad, creyéndose ser la raza superior, él afirma que en el momento en que los resistentes soportan una tortura, su fortaleza de espíritu los eleva hasta convertirse en la verdadera raza superior, y su artificial grandeza desaparece, él se avergüenza del irracional hambre de destruir de su raza, generando indignación de sus colegas. Con esto, Rossellini se adentra en el alma misma de los nazis, a través del más lúcido de los alemanes, los humaniza, por un instante no los ve ya como las máquinas destructoras, sino tibiamente nos invita a tratar de entender su pensamiento y su sentir, verlos como seres humanos, con ideas desaviadas y retorcidas, pero seres humanos al fin, y más importante, que en medio de toda su barbarie y carnicería, son capaces de albergar un cálido halo de sensibilidad humana, Rossellini dota a su cine de un plano distinto, una complejidad y riqueza no vistas después jamás en otro representante de esta corriente. Utilizando el estilo narrativo convencional cinematográfico yanqui, una cámara mesurada, parsimoniosa, iluminación natural, las calles mismas de la ciudad, personas del pueblo interpretando a las personas del pueblo, Rossellini retrata prodigiosamente aquellos años, dotando a su filme de algún momento de humor, humor realista, como la secuencia en la que el sacerdote noquea con una sartén a un viejo para que se haga pasar por enfermo, ante la inminente llegada de los nazis a buscarlos. La película es monumental, un pedazo de historia, y una parte importante del arte cinematográfico, iniciadora de una trilogía que culminaría con Paisà / Camarada (1946) y Alemania, año cero (1948). Obra inmortal e imprescindible, patrimonio de la humanidad, inolvidable.
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