
Nos ubicamos, evidentemente, en tierras italianas, en una calle venida a menos, hay una gran reunión de desempleados, una suerte de mitin callejero, todos rodean a un individuo, que está dando empleos. Es allí que Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) obtiene uno, pegando anuncios en las paredes, aunque no tiene el único requisito para el empleo: una bicicleta, pero ante la terrible escasez laboral, acepta el trabajo. En su casa, donde no hay ni agua, la austeridad es también sensible, y su mujer, María (Lianella Carell), enterada de la situación, decide vender sus sábanas para obtener dinero y sacar la bicicleta que habían dejado en una casa de empeños. Recuperado el vehículo, hay felicidad en la familia, de los esposos y del hijo, Bruno (Enzo Staiola). Antonio comienza pues a trabajar, pero cuando apenas está pegando el primer anuncio, unos delincuentes le roban la bicicleta. Desilusionado, va a sentar la denuncia por el robo, pero la policía poco puede hacer al respecto. Abatido, evita ir a casa, pero María ya se ha enterado, y sufre, Antonio pide ayuda a un amigo suyo, irán al mercado negro a buscar la bicicleta robada. Allí, hay infinidad de bicicletas, partes y repuestos, planean ubicarla por partes, para después reconstruirla, pero fracasan, no encuentran nada.


La película, a la que contribuye otro gestor indispensable del neorrealismo, el guionista Cesare Zavattini, es una obra de arte, una obra maestra, todos sus aspectos son remarcables, desde su notable fotografía, aspecto en el que supera a El Lustrabotas, pues los precisos ángulos, sus bellos encuadres, son profundos, poéticos, dotan a la narrativa y al aspecto visual de un hermoso y a la vez sencillo lirismo, que transmite una humanidad genuina, es uno de los pilares donde reposa la grandeza de la cinta. Y ese es otro de los nortes que persigue el neorrealismo, construir una película sin los complejos tecnicismos del cine convencional que se hacía hasta entonces, se prescinde de los grandes montajes, de los elaborados escenarios, de los artificiales atrezzos, para recurrir a actores no profesionales, a rodar en las calles mismas, en el verdadero hábitat del neorrealismo, donde la pobreza, desesperación y desolación es moneda corriente, y esto, por supuesto, es evidente y sensible en el filme, impregnado al cien por ciento de realismo. Asimismo, otro aspecto que colabora con esto es el trabajo de cámara, algo más ágil que en Sciuscià, pero que no deja de ser una cámara neorrealista, sin excesivo o demasiado vistoso movimiento, pues es una cámara que cumple básicamente un trabajo testimonial, como si la acciones fueran presenciadas con nuestros ojos, sin excesiva elaboración. Otro aspecto apreciable es la banda sonora, que es más un sutil acompañamiento musical, al que no se recurre frecuentemente, pero cuando lo utiliza, De Sica complementa perfectamente determinados momentos, que requieren mayor intensidad, y colabora en la espectacular y desgarradora secuencia final, en la que un excelente acercamiento, un primer plano móvil nos centra en Bruno, giro estupendo de la cámara a su al rededor, mostrando al niño que observa cómo su padre roba la bicicleta, y cómo es atrapado en el acto. Es la secuencia epítome, el clímax sentimental y dramático del filme, vemos el patetismo más crudo, al máximo, el desgraciado padre es humillado delante de su hijo, que llora, lo defiende de la muchedumbre enardecida, entiende la terrible situación que ha motivado las acciones del pobre infeliz, y antes que nada, jamás deja de ser su hijo, está con él en las buenas y en las malas, su compañero en todo el traumático martirio sufrido, único soporte para el desdichado en esa terrible situación, y única razón por la que el hombre es dejado sin mayores represalias, es por lástima, ven los testigos la patética escena que presencia su hijo, es neorrealismo a su máximo exponente, momento enaltecido por el segmento más dramático de ese acompañamiento musical. Película que seguirá viéndose, disfrutándose y amándose décadas enteras en el futuro, así siempre ha sido y así seguirá siendo, es parte del patrimonio de la humanidad, es más que solo cine, es una obra de arte, un pedazo de nuestra historia, que será siempre considerada entre las mejores películas de este precioso arte llamado cine.



