sábado, 7 de julio de 2012

Mejor... imposible (1997) - James L. Brooks


Filme. Yanqui. Contemporáneo. Excelente. Las anteriores son palabras que quien escribe -como muy seguramente muchos otros individuos que lo padecen-, no podía utilizar en una sola frase para expresar su pleno sentido coherente. Era, y es, pues, casi siempre una quimera hablar de ese concepto. Hasta que aparecen personajes como James L. Brooks, a quien ciertos tropiezos recientes se le conocen, pero quien goza de un reconocimiento indeleble en la historia del cine por sus colaboraciones con un gigante de la actuación estadounidense, Jack Nicholson. Nos retratará la historia Brooks de un literato, insufrible persona, neurótico obsesivo, que cambia radicalmente su existencia y rígidas costumbres y neurosis cuando se enamore perdidamente de su mesera, quien le sirve diariamente alimentos, generando una sensible modificación en su comportamiento y en la forma en que se relaciona con su vecino, un homosexual y su amanerado can mascota, a quienes inicialmente atormenta, pero quienes se acaban volviendo sus más cercanos amigos. El filme, notablemente puesto en escena y dotado de comedia y  romance, descansa sobre el gigantesco aporte actoral de Nicholson, secundado por una decente y eficiente Helen Hunt, además de Greg Kinnear y Cuba Gooding Jr., estos dos últimos que por entonces todavía gozaban de cierto crédito. Entrañable y memorable ejercicio, que le valdría al gigante Jack su tercer reconocimiento con el Oscar a Mejor Actor, toda una leyenda.

       



Inicia el filme un personaje, Melvin Udall (Nicholson), que, en su edificio, se harta de un pequeño can, al que arroja por el ducto de ropa sucia. El can pertenece a su vecino, el pintor gay Simon Bishop (Kinnear), a quien amedrenta, pero su comerciante de arte, Frank Sachs (Gooding Jr.), le pone correctivo. Después, el escritor Melvin asiste, como todos los días, al café donde come, y donde es atendido por la mesera Carol Connelly (Hunt), la única que la soporta en un lugar donde a todos es insoportable. Carol está emocionada por una cita que tiene, pero el individuo en cuestión se asusta al ir a su casa, y pasar incómodas situaciones con su enfermizo hijo pequeño, Spencer (Jesse James). Mientras Melvin acude diariamente al café, Simon empieza un nuevo cuadro, pero el modelo masculino es un desvalijador, la casa de Simon es robada, y él, seriamente golpeado. Udall llama a emergencias, e instantes después, Frank lo obliga a hacerse cargo de Verdell, la perra que echó por el ducto inicialmente. Simon, desfigurado por los golpes, va recuperándose, mientras Melvin, inesperadamente, se encariña mucho con la mascota, inclusive ésta lo ayuda a avanzar con su trabajo, mientras sigue relacionándose, o intentando hacerlo, con Carol, hasta que un buen día, al ir al café, no la encuentra.





Spencer enfermó, ella tuvo que llevarlo de emergencias al hospital, y Melvin, que llega hasta su casa, le envía el inesperado regalo: el excelente doctor Bettes (Harold Ramis), esposo de su editora, para que cuide y mejore al niño. El regalo es más que bien recibido por ella y su madre, Beverly Connelly (Shirley Knight), pero Carol inmediatamente visita a Melvin, en lluviosa noche, le dice que nunca tendrán sexo. Paralelamente, Simon recibe malas noticias, está sin dinero, quebrado, no tiene quien le preste dinero, y se resiste a llamar a sus padres para pedir ayuda. Pese a ello, se convence a Simon de ir hasta Baltimore a verlos, y Frank se las arregla para convencer a Melvin de llevarlo prestándole su auto deportivo, y éste a su vez, convence a Carol para que hagan el viaje juntos. Los tres emprenden viaje por carretera en el que Carol se va conociendo y llevando muy bien con Simon. Poco después, en un restaurante, solos ya, Melvin y Carol tienen breve romance, interrumpido por la impertinencia del escritor, ahuyenta a la mujer, que posa luego para unos cuadros de Simon, ambos tienen momento liberador. Simon, renovado, no desea pedir dinero ya a sus padres, emprenden un frío regreso a casa, tras el que Carol, harta, se despide de Melvin. El literato acoge al desamparado Simon, Carol lo llama, no sabe cómo alejarse del neurótico, pero finalmente, ambos conversan el tema, y terminan estando juntos.





Camaleónico como él solo. Conociendo lo multifacético del trabajo de Brooks, tan variado como irregular, nos centraremos en su labor como director de cine. Pasó de empezar por la puerta grande con La fuerza del cariño (1983), Al filo de la noticia (1987), y hacerse inmortal, y lo que es más importante, invaluable para el titán Jack Nicholson, a tener tropezones como el innecesario Spanglish (2004), por motivos, como es presumible, económicos. De cualquier forma, fue capaz de volver a reunirse la fórmula inigualable, la vieja fórmula del cine clásico se mantenía para volver a hacer algo notable, la química seguía ahí, y ambos rejuvenecían juntos, volvían a hacer cine juntos como si no hubiera pasado el tiempo. Nicholson, junto al insaciable de dólares escritor de la familia más famosa y extravagantemente devaluada de Springfield, realizan este célebre filme, ligero, sencillo, genial. Valdría para que la leyenda viviente fanática de sus Knicks, ganara su tercera estatuilla como Mejor Actor. Nicholson entraba a una lista de escasos actores que sobrevivían de la última edad de oro del cine norteamericano, símilmente al único otro actor yanqui de esta era del cine que puede estar a su altura, o incluso, superarlo, Marlon Brando. De esta forma, Nicholson es historia viviente del mejor momento de Hollywood, y lo conecta, con su sola existencia, al mundo contemporáneo, como el inmortal Padrino símilmente lo hiciese en su momento. Nicholson ganaba su tercer Oscar tras Atrapado sin salida (1975), y La fuerza del cariño (1983), conectaba pues, dos de los Premios de la Academia de cuando eran algo encomiable, respetable y sencillamente decente -todo lo contrario a la actualidad de la industria del cine en Norteamérica-, con un tercer premio, finisecular galardón, como precediendo la catástrofe que se avecinaba.





De esta forma vemos al inolvidable personaje de Melvin Udall, el severo neurótico, un famoso escritor, tan brillante como insoportable, cuya sinceridad y mordacidad, no exenta de malicia, lo vuelve odioso y repulsivo a todo su entorno, con la sola excepción, y eventual, de Carol. Esto, increíblemente, variará, como variarán todas sus innumerables y rígidas manías, sus tics y repetitivos actos ritualistas, cuando conozca a una fémina que se convertirá en su razón de mejorar, como literalmente se lo dice, y ciertamente es gracias a ella que el individuo mejora sensiblemente como persona. Así, veremos al sobreviviente de la edad dorada más reciente yanqui -la que presenció y con la que se codeó, siendo un bisoño novato-, al dios Jack Nicholson actuando a sus anchas, divirtiéndose con un papel rico y complejo, en un filme en el que el director y su dirigido sabían exactamente cómo trabajar el uno con el otro. Un ya curtido y consagrado Nicholson encarna a un personaje a la altura de sus otros dos papeles también con un Oscar reconocidos, un individuo normal, normal dentro de toda su particular demencia, un personaje aislado, neurótico alérgico a la gente, aprovecha el actor la mundanidad del personaje para dar rienda suelta a su interminable repertorio de registros, las interminables y elocuentes gesticulaciones y obsesiones de un personaje que se complementa y corresponde a la perfección con el intérprete, uno de los mayores actores yanquis. La fuerza del filme radica precisamente en su sencillez, en la mundanidad de una historia sencilla, de personajes a ello afines, esos personajes acordes a esa naturaleza, hacen a lo representado una propuesta más digerible, cercana, más atractiva por tratarse cómicamente temas cotidianos, con caracteres de la puerta de al lado. Y esa mundanidad, dotada de una gracia y comedia sutiles y deliciosos, convierten al visionado en un sutil y entrañable deleite, con el bizarro retrato del individuo por todos odiado que es cambiado radicalmente por una mujer, cambiará más de lo que pensaba cuando se enamore.






Es en ese escenario que veremos al mitico actor hacer pues lo que mejor hace, actuar liberando todo su arsenal de recursos, veremos su inolvidable ceja arqueada, su infinidad de muecas, gestos y facetas, las vociferaciones, se pone de manifiesto como pocas veces su incontenible histrionismo. Es un individuo docto, refinado, gustoso de la buena música y tocar el piano, que descubre su más sensible interior, tocando el piano para un cánido diminuto y propiedad de su vecino homosexual, a quien dirige, como a todo individuo que se cruce impertinentemente en su camino, una retahíla de expresiones tan certeras como despiadadas, portadoras de una pasmosa sinceridad que le valdrá granjearse la enemistad de casi todo individuo que con él se relacione. Resalta, cómo no, entre todas las agradables secuencias del filme, aquella en la que la sufrida madre Hunt es cortejada en el restaurante, cuando Nicholson, Melvin, apremiado por enmendar una incómoda situación por él mismo creada, le dedica sentido y genuino piropo a la fémina, con un primer plano que remarca excelentemente todo el trabajo histriónico mencionado en el rostro del actor, esa secuencia es de lo mejor del filme, y personalmente, mi favorita. Es pues Nicholson el cimiento principal de la cinta, acabaría ganando su tercera estatuilla de la Academia casi por inercia, pues tranquilamente este artista, que cuanto actúa se come la pantalla, podría tener otro igual número de Oscars más en sus anaqueles. Es tan buen actor, que pareciera haber impregnado a sus colegas con esa naturalidad y dominio, y de esa forma la buena Helen Hunt también sería reconocida con el Oscar a Mejor Actriz, contagiando hasta al por entonces no tan malogrado Cuba Gooding Jr, demostrando su por aquellos días vigencia, e incluso Greg Kinnear cumple también con solvencia su papel, probando que alguna sorpresa puede dar, ambos reforzando la simpleza de individuos promedios, comunes. El impredecible James L. Brooks configura así un interesante y memorable ejercicio contemporáneo, en el que se olvida de sus eventuales proyectos más en pro del dinero, y se acuerda de que en algún momento, supo hacer cine de primera, y cómo no, si tiene a su invaluable colaborador, un Jack Nicholson adaptado a la modernidad, que es capaz de sacar su genio incluso en esa mediocre modernidad.








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