jueves, 19 de julio de 2012

Capricho imperial (1934) - Josef von Sternberg


Josef von Sternberg es uno de los más brillantes y gloriosos nombres del séptimo arte alemán, y uno de los más ilustres representantes de la gloriosa e inmortal corriente cinematográfica del expresionismo germano. Tuvo von Sternberg en una particular actriz a su más grande musa, su más grande fuente de inspiración, y su más valiosa aliada. Hablo, por supuesto, de la descomunal Marlene Dietrich, también entre los nombres mayores del cine clásico. El presente es uno de los cinco descollantes ejercicios de esta naturaleza que esta imborrable dupla llegó a materializar. En esta cinta el maestro alemán nos presenta la historia de la Princesa Sofía Frederica de Prusia, hermosa princesa que es llamada a Rusia, urgida por la Emperatriz Elizabeth, para que se case con su hijo, y mejore la línea de sangre real. Pero el futuro esposo, un retrasado mental Duque Pedro, provoca repulsión en Sofía, que, empero, genera vínculos con Rusia, y su gente, sus soldados, por lo que engendra un descendente de dudosa paternidad. El filme será un repaso por la evolución de la princesa, desde una recién llegada y cándida joven al gigante país ruso, hasta convertirse en la incontestable Emperatriz, dueña del máximo poder, y de la máxima ambición. Poderoso y seductor filme en el que el cineasta germano da muestras de toda la vigorosa herencia expresionista que corría por sus venas, y dirige a la Dietrich en uno de sus papeles más memorables, un trabajo ciertamente célebre y a la altura de estos dos titanes.

       



Comienza la acción con una joven princesa Sofía Frederica, que es exigida y formada por sus padres para que se convierta en digna reina de Prusia. Pasa el tiempo, madura la princesa (Dietrich), y llega entonces el Conde Alexei (John Lodge), portando un mensaje de la Emperatriz rusa, instándola a casarse con su hijo, noticia que entusiasma mucho a Sofía, que recibe grandes referencias de su futuro esposo, pero, más que eso, la impacta el mensajero duque. En marzo de 1774, parte a Rusia, en medio de muchas recomendaciones de sus padres. Durante el sumamente prolongado viaje en tren, va observando el gélido terreno de su futuro reino, ella está nerviosa y ansiosa, y el socarrón duque Alexei se le insinúa y acerca, y ella, permisiva, deja que fluya un beso. Al fin arriba a territorio de la corte, se convertirá en Catalina II, y conoce a su Majestad, la Emperatriz Elizabeth Petrovna (Louise Dresser), que tiene en mente la única preocupación de que se engendre con su hijo un robusto y saludable heredero a la corona. Pero Sofía se lleva severa decepción cuando conoce a su futuro esposo, el gran Duque Pedro (Sam Jaffe), que sufre de retraso mental. Mientras ella se va familiarizando con su nueva tierra, el duque Alexei no deja de acercarse a ella, y de pulsear si es correspondido. Pedro por su parte no hace más que odiar a su indiferente mujer.





La actitud de dejadez de Sofía irrita a la Emperatriz, que desaloja a la madre de la joven de vuelta a territorio prusiano. Alexei por su parte no ceja en sus intentos, en un granero, seduce a Sofía, y este idilio es sabido por la monarca, que se enfurece, y hasta siente ciertos celos, le advierte a la prusiana que no le conviene ser su rival. Poco después la salud de la Emperatriz comienza a debilitarse, envía a Sofía por terreno aledaño a través de un pasaje secreto, por el que se encuentra con un oficial militar, un teniente con el que mantiene intenso adulterio, producto del cual, la princesa sale embarazada. Hay regocijo y algazara por engendrarse un vástago que es varón, y la Emperatriz, si bien con deteriorada salud, es rigurosa a más no poder con sus servidores en el cuidado del heredero. Paralelamente, mientras la salud de la Emperatriz no hace más que empeorar, en cambio Sofía se vuelve más ambiciosa, más influyente en los asuntos reales, ambiciona el poder, y el pueblo, por otro lado, siente el temor y la preocupación de saber que un imbécil iría al poder, el duque Pedro. Sofía se vuelve mundana y vanidosa, flirtea y suma al ejército a sus interminables conquistas, además de siempre flirtear con Alexei. El intrascendente Pedro inventa una grave enfermedad en su esposa para sacarle del frente, pero entre ella y Alexei, consiguen derrocarlo, es Sofía, Catalina II, quien es la nueva Emperatriz, reina en Rusia. Ante la defunción de Elizabeth, suenan las campanas, se le jura lealtad y protección a la nueva Emperatriz de Rusia.





El genial von Sternberg rápidamente nos lleva al grano en su filme, nos somete al intenso y frenético desfile de poderosas y contrastantes imágenes que están empapadas de toda la fuerza y lobreguez de su expresionismo, corriente que con gran maestría supo llevar a sus más altos puntos de evolución y belleza. Para esta cinta deja patente porqué siempre será considerado uno de los dómines máximos de dicha corriente, plasmado esto desde la secuencia inicial de su filme, repleta de surrealismo, de estrafalario y oscuro surrealismo, los contrastes, el juego de luces y sombras, los claroscuros mostrados con toda la potencia del gran alemán, una secuencia que dota al filme de toda la personalidad de su autor. Y esas imágenes, visualmente poderosas y contundentes, maximizan esa contundencia gracias a un exquisita riqueza de detalles, riqueza pasmosa y abundante, que colma todos los encuadres, deslizando la cámara por toda esa abundancia y opulencia, son momentos de realeza, regios, es notable la capacidad de von Sternbeng para plasmar hasta el mínimo de esos detalles, de la suntuosidad, de la pompa abrumadora. Tan poderosa resulta su estética, su presentación audiovisual, en buena medida gracias a las decoraciones, exquisitas y ricas en cada rincón, en la que destacan, con literalmente lóbrega nitidez, las estatuas, bizarras figuras que nos referencian indefectiblemente al expresionista universo del gran titán germano. Así, construye el cineasta un estupendo y siniestro atrezzo, tenebrosas locaciones, tenebrosos interiores, que tienen su clímax en esas estatuas, que además se complementan con esqueletos, sórdidas resultan pues las mencionadas decoraciones, termina por construir entonces la más oscura y bizarra de las suntuosidades, el más barroco y sórdido estilo repleto de mórbida obsesión por el detalle. Es la más delirante y flagrante herencia de sus gloriosas raíces expresionistas, que tienen también aguda expresividad en los tronos reales, de los monarcas y sus cortesanos, son asientos o tronos-estatuas, adornados con las mismas y oscuras figuras tenebrosas, figuras que se lamentan, figuras que sollozan, estupenda su expresividad, haciendo honor por todo lo alto a la mítica corriente cinematográfica que supo llevar a lo más alto, junto a los otros genios, Lang y Murnau.










La mencionada expresividad y temática audiovisual tienen también otro de sus bastiones en el resto de la decoración de los regios interiores de palacio, el escenario donde se desenvuelven la todopoderosa Emperatriz y Sofía, además de los Duques, siempre repletas de pesadillescas y sombrías figuras, además de cuadros igual de tenebrosos, plagados de oscuro surrealismo. Interesante además el retrato que nos pinta el realizador de Rusia, como reza un texto, hija de la violencia, y es que plasma a sus habitantes en muchas oportunidades como ignorantes, y elocuente es el hecho de que la mismísima Emperatriz no sepa leer, teniendo que pedir a un súbdito que le lea un mensaje secreto de Alexei a Sofía. En esa línea, von Sternberg se deslinda un poco de la historia, los factos y exactitudes históricas y la precisión y veracidad de las mismas ceden lugar y preponderancia a su poderosa estética, a su expresiva propuesta audiovisual, que es el apartado en el que se debe centrar la atención, dejando los detalles y autenticidades históricas en segundo plano. En ese amplio y rico bosquejo, se nos presenta a Sofía, futura Catalina II, que en los segmentos iniciales, se caracteriza por ser cándida, por su actitud inocente, por esa mirada curiosa, inquieta, pero sobre todo, otra vez, inocente, la inocencia de la inexperiencia y de la juventud de una fémina que de pronto es llamada a ser la mayor autoridad de un gigante territorio. Complementando ese ámbito, es de notar y apreciar a la normalmente imponente y señorial diosa Marlene Dietrich con esa actitud infantil y de incluso frágil inocencia, que contrasta con su habitual perfil de fuego puro, de incontenible femineidad y autoridad, aunque, por supuesto, todo esto es solo en el primer segmento del filme. Tiene lugar un necesario punto de inflexión, cuando la salud de la Emperatriz Elizabeth comienza a deteriorarse, finalmente se da una metamorfosis en el espíritu de Sofía, deja de ser la cándida jovencita para convertirse en una ambiciosa mujer, recia fémina, que tiene como principal objetivo el poder, y aparece pues la Dietrich que conocemos, señorial, imponente, con esa voz de fiera, mujer indomable, fuego y elegancia en un solo ser, ciertamente regia, esa faceta, la diosa dominante, la genuina faceta suya, si que encaja con el personaje. Tiene el perfecto colofón, tanto el trabajo audiovisual descrito, como la excelente actuación de Marlene en la secuencia final, cuando ya es coronada Emperatriz, cuando deja de ser Sofía Frederica, para convertirse en la regia Catalina II, otra vez nos deleita el frenético desfile expresionista, y es que cuando este monumento femenino colabora con von Sternberg, el severo dúo genera obras maestras puras, como lo fueron sus cinco ejercicios expresionistas, incluido este, por supuesto. El resto del elenco está a la altura de la Dietrich y de su realizador, Sam Jaffe cumple como el escaso mental gran Duque Pedro, ridícula figura, risible futuro emperador, un demente monarca desplazado por Catalina; John Lodge no desentona con su interpretación, aunque sin mucho más; Louise Dresser sí que tiene injerencia y solvencia en su encarnación, la severa y literalmente imperial mujer, su palabra es ley, así es, hasta el arribo de Catalina, la actuación de la Dresser es de lo mejor, después claro, de la principal protagonista. Tenemos pues en esta obra a una cinta de obligado visionado, dos estrellas mayores del arte cinematográfico en él están involucradas, algo más que digno de verse, imprescindible para el gustoso de verdadero cine clásico, cine mayúsculo, cine de una variación exquisita expresionista.










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