sábado, 7 de enero de 2012

El Violín y la Apisonadora (1961) - Andrey Tarkovskiy

Descollante cinta que representaría el inicio de uno de los grandes  maestros de la estética, el genial Andrey Tarkovskiy. Muy notable es que sea su trabajo debut, mediometraje de 46 minutos en los que nos introduce en el mundo de Sasha, un niño violinista que desarrolla una entrañable amistad con Sergei, un obrero que trabaja en su barrio con una apisonadora, y de una manera lúcida y realista se nos mostrará ese sencillo mundo. Realmente remarcable es notar que, siendo la primera película de un por entonces joven y novel Tarkovskiy, hallamos un estilo sobradamente definido, tanto en lo audiovisual como en otros aspectos, bastante personal y ya distintiva era su manera de hacer cine. Su construcción de imágenes, sus simbolismos, su estilo, ya están sorprendentemente pulidos, definidos y refinados; como pocas veces, un debut es tan serio, tan personal e identificativo. Todo esto colabora a que cuando vemos esta breve pero atractiva película, vemos mucho de la posterior obra del director ya plasmada aquí, todo su poderío visual, sus hermosas y poéticas imágenes ya están ahí, sensible y sensacional debut del excelente realizador ruso, soberbia carta de presentación del que sería un director indispensable dentro cine europeo de décadas recientes.


           


En un edificio, unos niños están jugando, hay varios bravucones que atormentan a los más pequeños, y fastidian a Sasha (Igor Fomchenko), un niño violinista que carga su instrumento a todos lados, pero es defendido por Sergei (Vladimir Zamansky), un obrero de la localidad. Después, Sasha va a su clase de música, escuela solo de niños donde su profesora de violín no está satisfecha con su progreso. Va a visitar luego a su amigo Sergei a la construcción donde trabaja, y hasta conduce la apisonadora del obrero, para envidia de los otros niños revoltosos. Son buenos amigos, pasan tiempo juntos, y Sergei le enseña al niño algunas lecciones, como cuando recibe una paliza por defender a un niño pequeño de un abusivo. Luego, todos en la comunidad observan una demolición, ver a la gran bola demoledora destruyendo en edificio es casi un regocijo, y Sasha lo observa con una gran sonrisa en su rostro. Los amigos siguen andando juntos, y el niño músico le muestra sus dotes artísticas a Sergei, sorprendiendo son su talento a su buen amigo, que es una suerte de mentor para él. Se citan para ir a ver una película al cine, y el infante músico está entusiasmado con aquello, pero con lo que no cuenta es que ese día, a la hora pactada, debe esperar a unas visitas en casa. Es así que su madre no le permite salir, dejando plantado a Sergei, que lo espera, y acaba yendo al cine con una chica que conoció mientras lo esperaba. Sasha llora, y finalmente la cinta culmina con una imagen del pequeño que se imagina corriendo tras la apisonadora, la maneja junto con Sergei.




Durante su breve duración, la película nos muestra rápidamente la intención de su director, con una pronta demostración de su refinada estética, y el genial ruso nos bombardea haciendo gala de su estupenda capacidad generadora de imágenes, cuando el pequeño Sasha se asoma al escaparate de una tienda, donde unos espejos servirán como multiplicadores de imágenes, los espejos engendran así repetidas figuras, el rostro del niño, manzanas que caen al piso, globos, un reloj, aves, Tarkovskiy se luce creando, a partir de esos ordinarios y normales elementos, hermosos y poéticos fotogramas, delirantes imágenes multiplicadas, una gran capacidad que por momentos me recordó similar destreza que creo haber percibido, posteriormente por supuesto, en el trabajo de Kusturica. Otro detalle que será siempre constante en su filmografía ya se manifiesta, el empleo del agua como elemento expresivo, narrativo también, reflejando y refractando la luz, deformando las cosas, ya sea a través de un vaso con agua, o reflejando al sol en unas charcas en la calle, excelente y muy expresivo recurso que configura un lenguaje audiovisual de un director que desde sus inicios ya tiene muy bien definido lo que quiere mostrar, y lo plasma de una manera muy personal, única. Asimismo, otro punto fuerte de su narrativa visual es la forma excelsa en que se maneja la cámara, realizando en más de una ocasión encuadres aéreos, logrando con esto una visión más alturada, elevada perspectiva que nos brinda un enfoque de mayor profundidad, esta destreza con la cámara tiene su clímax en la casi ritualista y ceremonial secuencia de todos observando una demolición, la cámara se interna espectacularmente en la bola demoledora, imposible y muy dinámica perspectiva, el ruso nos muestra tractores, taladros, frenético y vertiginoso ejercicio visual, y donde Tarkovskiy nos sorprende, pues de una actividad destructora, el maestro genera y crea arte, fusionando los elementos simbólicos, el violín, el arte, y la apisonadora, la destrucción física.




Con toda este impresionante marco narrativo, el director nos muestra el sensible mundo de Sasha, al que interpreta eficientemente un infante Igor Fomchenko, hermosa forma de plasmar ese universo de dulzura, inocencia infantil, vergüenza y candor de niño, como el inocente encuentro con una niña en su clase de violín, a la que obsequia una manzana que ella devora venciendo la inicial vergüenza, Tarkovskiy es un director marcadamente autobiográfico en su obra, y en esta cinta realiza un hermoso guiño a esa tendencia suya, retratando con ternura el mundo de ese niño, y combinándolo con un mundo en algunos sentidos opuesto, el mundo del obrero, ajeno a la sensibilidad artística de Sasha. Esa oposición también se aprecia en la bella secuencia en la que Sasha toca el violín para su amigo, muestra a Sergei toda la sensibilidad del artista, universo que no entiende del todo el rudo obrero, pero cuya amistad con el niño violinista permite combinar esos mundos, aparentemente opuestos, cronológicamente y también a nivel de personalidad, pero ambos desarrollan simpatía y amistad. Es una relación “combinativa” y a la vez enriquecedora para ambos, y la secuencia es rematada por una alucinante muestra más de uno de sus elementos favoritos, el agua reflejada de forma imposible, el agua impregnando hasta las paredes con unos gigantes reflejos, movimientos envolventes de olas que pueblan los muros, soberbio. Y soberbia es esta espectacular presentación, que cobra mayor fuerza y es más digna de admiración todavía cuando se repara en el hecho de que es la cinta tesis, película de graduación de un joven estudiante de cine, que en la época en que produjo esta película tuvo el inconveniente del inevitable sesgo y crítica impregnada de política que todos los maestros de esos años en Rusia aplicaban a los estudiantes, y Tarkovskiy sorteó ese obstáculo generando una película de arte puro, su sello de toda la vida. A buen seguro pocas veces un debut fue tan impactante y excelente, una suerte de compendio de todas sus virtudes, un excelente adelanto de lo que después potenciaría al máximo, todo su universo plasmado en películas, genial incursión inicial en el cine de un director que no pocos considerarán, después de Sergei Eisenstein, el realizador soviético más importante, y al que con razón el gigante Ingmar Bergman definió como un auténtico creador de un nuevo lenguaje, uno de los nortes principales del cine. Imperdible cinta.





2 comentarios:

  1. Muy buen análisis, la película realmente es una exquisita obra de arte, me dejó un muy buen sabor y con ésta conocí al director.
    Saludos

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    Respuestas
    1. Tarkovskiy es uno de los grandes poetas de la historia del cine, un gusto ver cada película suya.

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