Uno de los mayores directores de
la historia del cine español pondría punto final a su brillante filmografía con
esta cinta. El inolvidable y titánico Luis García Berlanga se
despediría del siglo XX, y del cine, con una cinta que es por demás enigmática,
desafiante, en el sentido que uno es expuesto al desafío de interpretar
exactamente qué sucedió con Berlanga para que dirigiera una cinta en muchos
aspectos incomprensible, viniendo de alguien de su talla. Muy símilmente a lo
que hiciese en Calabuch (1956), la historia en esta oportunidad se
centra en un individuo, un anciano individuo, un doctor impotente, que, cansado
ya de su impotencia y de la vida misma, emprende impensado viaje en bicicleta a
París Tombuctú, una suerte de paraíso quimérico que jamás encontrará,
quedándose en Calabuch, comunidad levantina en la que conocerá a la más
variopinta colección de personajes, que ciertamente son la colección de
personajes que apreciamos durante toda su carrera. Filme que pareciera querer
encerrar lo que toda su existencia le hizo vivenciar, pero el resultado viene a
ser un complejo y extraño entramado de no solo bizarros personajes, sino además de bizarras situaciones y figuras que destrozan por completo lo esperpéntico,
son imágenes que aterrizan ya en lo grotesco, que no dejan de sorprender, y que
tiene un final sumamente humano, que en buena parte soluciona el desafío
mencionado.
El doctor Michel des Assantes (Michel Piccoli) está
recibiendo peculiar tratamiento de su impotencia, recibe estímulos físicos y
visuales, pero nada funciona. Hastiado, está a punto de arrojarse por la
ventana, pero entonces va a un frutero con una bicicleta que dice París
Tombuctú; es entonces que para, le compra la bicicleta y emprende viaje a esa
locación. Durante el trayecto, sufre un accidente en la carretera, por lo que
es atendido y auxiliado por personajes, que lo llevan a una comunidad, donde
Trini (Concha Velasco) lo acoge
en su casa, afirma ser hija del mítico Manolete, ella y su hermana Encarna (Amparo Soler Leal) bañan a
su huésped y la hacen probar la comida típica. Es Calabuch, es el fin de
milenio, 1999, Michel duerme con un muñeco. Conoce Michel a la alcaldesa del
lugar (Cristina Collado), mujer
lesbiana, además de un anárquico mecánico, Boronat, (Juan Diego), nudista
individuo que siempre tiene problemas con la policía por su afición, además de
un singular sacerdote (Santiago Segura), a él
esposado. El sargento policial le pone algunas trabas, es un incompetente,
mientras Trini se muestra más que hospitalaria con Michel. El doctor conoce
asimismo después al hermano de sus
anfitrionas, Gaby (Javier Gurruchaga),
manufacturero parlanchín.
Sigue conociendo a los personajes
de Caslabuch, como un joven negro que practica fútbol y desea emigrar a algún
club grande, además de Vicente (Eusebio Lázaro), fabricante de inodoros.
Llegan las navidades,Michel ve a
los tres hermanos discutir por motivos de su herencia, no saben cómo
repartirla. Acompaña luego a Boronat a un paseo por la playa, y después Trini le hace muy directas invitaciones
sexuales, las mismas que Michel no materializa. La alcaldesa, por su parte,
está ajetreada con todos los preparativos de la fiesta del nuevo milenio, la
censura y el estrés la agobian. Hay una campaña por recibir el nuevo milenio
todos desnudos, por lo que hay desorden laico y
conservador. Entonces irrumpe un inesperado visitante, la mujer de Michel,
joven mujer aún que se hizo una operación en el busto, tal cual Trini quería.
Se va Michel, en medio de los desfiles y disfraces, llega un famoso
ciclista (Antonio Resines), singular
personaje que golpea a un individuo. Trini se entera de serias dificultades para aprobar su supuesto distinguido abolengo como hija de
Manolete, además de complicaciones con la herencia. En la gran fiesta de año
nuevo, Michel intenta ahorcarse, pero sobrevive. Finalmente, se marcha otra vez, a París Tombuctú.
Muy peculiar la cinta final de Berlanga, que alcanza una
complejidad que sobradamente supera las expectativas de una mera película. Sorprende, primero que nada,
pues desde el inicio queda retratado, las inusualmente toscas imágenes del
ibérico, imágenes vulgares, crudas, que ciertamente colindan en demasía con lo
grotesco; y es que es muy probablemente el comienzo más grotesco de un filme
que se haya visto en Berlanga, con un doctor recibiendo una felación
desfachatada, y con una serie de imágenes que ciertamente desafían al buen
gusto de quien conoce la obra berlanguiana. Y esas figuras, por demás sorprendentes
y, sí, desagradables, son tan indeseables como reincidentes, viejos desnudos,
sexo al descubierto, sexo nada sutil ni elegante, y es que el sexo mismo es
uno de los temas capitales del filme, algo que Berlanga desliza sin el menor
ornamento o disimulo, como ya venía advirtiéndose en sus filmes anteriores. El protagonista es un doctor impotente, cansado de
tratar de corregirlo, a sus años, aún eso le preocupa, y quisiera señalar aquí ciertas similitudes
en ese estricto sentido, mostrar sexo sin sutileza, con Chabrol, quien
símilmente, en el ocaso de su carrera, dio muestras se similar actitud, acaso
de desgaste y decadencia artística. Así, casi calcando lo hecho en Calabuch, un viejo personaje llega,
escapando de un mundo despreciable, que lo colmó y hastió, a un mundo paralelo
casi, un mundo aparte, aislada locación donde descubrirá un nuevo orden de
cosas, y desde donde se despide el milenio, un mundo que se rige por sus
propias reglas y en el que Berlanga parece exponernos el bosquejo, el compendio de
todos los personajes de su carrera. Una alcaldesa lesbiana, un sacerdote que
habla de lo positivo que sería la eutanasia, o de lo factible y aceptable que
sería la clonación, del comunísimo, es una clara ironía y bizarro retrato
religioso, y claro, imposible no notar la obviedad, el anarquista desnudo.
Es el anarquista el evidente simbolismo al franquismo, elemento
indivisible de su carrera, anarquista individuo que es retratado como un nudista, y que, al final pierde su afición y
se viste, como si la quimera se hubiera acabado. Así, tenemos al extranjero de Bienvenido
Mister Marshall (1953), forastero que descubre un nuevo
mundo, también el fetichismo de Tamaño Natural (1974), y los personajes
berlanguianos ya descritos, tenemos en este filme una suerte de bizarro compendio
de todo su recorrido. En ese circense micro universo al que llega el doctor, el sexo es
un tema recurrente, mucho de lo que escapaba está de nuevo ahí, y el director
materializa en ese espacio un entramado de situaciones que no parecen tener
norte. Si en Calabuch el anciano protagonista finalmente volvía a la
realidad, observando Calabuch desde lo alto y entendiendo que no era posible
seguir ahí, ahora no tiene mucho sentido lo que sucede, el viejo Michel retoma
su bicicleta y retoma la búsqueda de Paris Tombuctú, un paraíso que
ciertamente parece no existir, y termina siendo el filme un desfile de
situaciones sórdidas sin necesidad, casi un frenesí de locuras sin sentido -incluida la aparición de la despampanante Sophie Evans, candente fémina cuyo ámbito no mencionaré, lo dejo a los entendidos del tema-,
pocas veces se vio a un Berlanga desprovisto de un norte, de una directriz
definida y seria, y el final, ese final, de cierta forma, ayuda a entender no al director
de cine, sino al ser humano que realizó esto. Al final queda retratado el
tema casi central, la sexualidad, las elocuentes imágenes del suicida doctor
colgándose, y teniendo una erección cuya emulsión alcanza las estrellas, para
volverse después notables fuegos artificiales, un simbolismo que se rescata
dentro del filme, como reivindicando la falencia que nos expone el realizador,
el deseo fantástico de superarla, y que desemboca en ese enorme letrero con la
lectura de tengo miedo, no habla ya el director, habla el humano, nos habla un
asustado Berlanga, quizás aterrado por el ineludible final que se le acerca, un
final que asombra, que invita a no juzgar el singular y caótico filme como tal,
sino como el esfuerzo de un hombre que intenta plasmar todo lo vivido. Si
cierto es ese dicho de que en el último instante de vida todos los recuerdos se
agolpan en la mente, este sería el ejemplo de un titán artístico que intentó
eso, pero, dominado por el miedo, nos deja un extraño ejercicio ilegible, donde
solo se advierte su pesimismo como sello anterior e infaltable. Uno de los
mayores cineastas se retiraba, el probablemente mejor director español de la
historia ponía punto final, cierto es que es una obra incomparable a sus ya
conocidas obras maestras, no se debe valorar por ningún motivo al director por
este filme, sino apreciarlo como un singular ejercicio no ya del cineasta, sino
del hombre, que enfrentaba su final con un sentimiento inherente al ser humano,
el miedo.
En viaje al quimérico París Tombuctú. |
La espectacular Sophie Evans, desnuda trabajando para Berlanga. |
TENGO MIEDO L. Berlanga nos habla. Sólo él sabía a qué le temía. |
Hasta siempre, inconmensurable ibérico. |
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