Primer gran largometraje de uno
de los mayores titanes ibéricos, el descomunal Luis García Berlanga
dirigiría su primer filme de gran resonancia, el primer filme suyo, que rápidamente le
granjearía respeto y prestigio no solo en su tierra, sino mundialmente. Como
fue su santo y seña en sus inicios, el director tenia dese sus comienzos que
batallar con el duro obstáculo de la censura franquista, y este filme no sería
la excepción a la hora de ser concebido. En el marco de estar aún reciente la
segunda guerra mundial, las medidas tomadas luego de su finalización están
vigentes, particularmente el efervescente Plan Marshall de los estadounidenses
para ayudar a la Europa Occidental. Es este el contexto que utiliza Berlanga para
ambientar su cinta, una historia de un pueblito cualquiera español, Villar del
Río llamado, que al enterarse de la llegada de los yanquis y su supuesta
presencia salvadora, portadora de sus dólares y regalos, emprenden competencia
con pueblos aledaños por realizar el mejor recibimiento a los americanos, pero lo que obtendrán no será acorde a sus expectativas. Aún sin colaborar con otro dómine ibérico que sería en el futuro su mano derecha como guionista, Rafael Azcona, pero
reclutando ya a quien estelarizaría sus mejores ejercicios, el genial José
Isbert, Berlanga materializa la que está considerada entre las mejores cintas
de la historia del cine español, una autentica joyita ibérica.
Prontamente nos introduce al pueblo una voz en off, que
nos expone al detalle la composición del lugar, Villar del río, conteniendo su
plaza, una fuente, la iglesia, entre otros elementos. El alcalde del lugar, Don
Pablo (Isbert) es uno de los principales personajes del lugar, que recibe con
orgullo a Carmen Vargas (Lolita Sevilla),
una de las mayores representantes de la canción andaluz; también está el
gallardo caballero, el hidalgo Don Luis (Alberto Romea), y la señorita Eloísa (Elvira Quintillá), la maestra de la escuela. Es un
ambiente donde hay mujeres chismosas, y donde también está Gerónimo, secretario
asistente del alcalde, que recibe a un emisario, tras lo cual informa al
alcalde que deben realizar un recibimiento, pues los norteamericanos llegarán a sus
tierras, llevando regalos y dinero. Conversa Don Pablo después con Carmen y su
representante Manolo (Manolo Morán), quien le asegura que su representada dará
un recibimiento memorable a los visitantes yanquis. Todos en el pueblo están ya
enterados, y tanto el cura, Don Cosme (Luis Pérez de León), y el hidalgo, están desconfiados y
reacios de los visitantes, mientras Eloísa imparte información general
de Norteamérica a todos los pobladores.
Se vive luego en el pueblo una festividad, hay música y
bailes, Don Pablo se contagia del ambiente festivo y se reúne, entre otros, con
Manolo, supuesto conocedor de la cultura yanqui, para preparar el recibimiento,
y aunque Don Luis se sigue oponiendo a la presencia de los americanos, a
quienes llama indios, los preparativos continúan. Pero ya faltan apenas dos
días para la llegada, y el pueblo se ve exactamente igual a como de costumbre,
y se resuelve que se decore la ciudad y la hagan ver como Andalucía, emblema
español. Así se hace, se preparan canciones, vestimentas, música y desfiles con
motivos andaluces, mientras la gente hace largas colas para decir qué les
quieren pedir a los yanquis. De esta forma, hasta Don Luis dubita en su repulsión a los yanquis,
al día siguiente ya llegan los supuestos salvadores. Entonces, esa última noche,
todos tienen diversos sueños, desde Don Cosme, que imagina de pronto a unos
miembros del Ku Klux Klan con vestimentas negras, que lo apresan y llevan a una
Inquisición, Don Pablo sueña una suerte de western festivo y caricaturizado,
entre otros. Llega el día, todos con sus mejores galas y atavíos; los yanquis
llegan, y simplemente se van, sin detenerse. Al día siguiente, todos sin
tristeza, pero perplejos, se limitan a desechar los rezagos de la falsedad que
se vivió.
Entrañable e inolvidable es la cinta de Berlanga, que discurre
entre dos columnas principales, que la hicieron tan vigorosa y valiosa; primero que nada, una ácida crítica al servilismo que mostró España por esos años, y segundo, las hipócritas
posturas del franquismo respecto al resto del mundo. Yendo en orden, con
excelente precisión nos realiza rápidamente una aproximación a la tierra en
donde presenciaremos todo, y he ahí que la forma en que Berlanga ambienta eso
es justamente uno de sus puntos fuertes. Comienza, con la voz en off del gran Fernando Rey, definiendo a
Villar del Río como “un pueblecito cualquiera”, recurso correcto, tan sencillo como significativo, que nos indica
que ese lugar cualquiera y al azar, puede ser casualmente cualquier lugar en
España, nos da a entender que España toda es así, y nos pinta un bosquejo total
del lugar. Con detalles tan mínimos como hasta colchas, camas, nos habla de lo
fundamental del paraje español, la plaza, la fuente, la iglesia, el
ayuntamiento, el malogrado reloj, la escuela, se explora y documenta todo detalle indispensable, nos pinta la fotografía total. Y
esto se hace con tono lúdico, comediesco, apareciendo y desapareciendo la
gente, la voz guía nos muestra todo lo que debemos ver. Pero al mismo tiempo,
va deslizando el fino humor y sátira, presentando con realismo la precaria
situación española, un realismo hilarante, desde los instantes iniciales se
materializa ya la mofa, como el gran reloj de la torre de la iglesia, averiado
y sin funcionar desde hace mucho, o la soberbia presentación del hidalgo Don
Luis, en su casa se aprecia la leyenda sin
mancha, y el realizador, siempre con la voz de Rey, no pierde oportunidad
para, al mejor estilo del prodigioso Quevedo, insertar una mordaz y jugosa
sátira poética, con “ninguna mancha, ningún dinero”. El ambiente pues que nos
configura el director, es festivo, es de mofa, pero dentro de esa comicidad nos pinta una
situación seria, el drama de algo muy cierto y patente entonces, la muy precaria
situación que España, como media Europa, atravesaba tras el conflicto bélico
mundial, con esa hilaridad disminuye la gravedad, pero el escenario ya nos lo
pintó, y con maestría.
Ese ambiente se extiende luego ya a los singulares
personajes de Villar del Río, un lugar que, por cierto, ni siquiera le interesa
mucho al delegado representante de los yanquis, que la llama Villar del Campo,
sin importarle mucho su real nombre, nos desliza también el director lo olvidado y poco que realmente importa a los yanquis la región ibérica, su objetivo es otro, como ya se mencionará más adelante. Es pues un lugar olvidado, en el medio de
la nada, pero que con filosísima sátira representa a España entera, donde una
de sus autoridades, el alcalde, sordo y envejecido individuo, como dice el
guía, es alcalde para entretenerse. Berlanga no para en su delirante bosquejo
de su gente, y luego pasa a representar uno de los puntos por los que adquiere
notable fuerza, el primero de los mencionados, la servilista actitud de sometimiento y adoración al extranjero salvador, y es que prontamente comienza la
más descomunal e incontrolable enajenación en el pueblo ante la llegada de los
yanquis, un excelente tema que en manos de Berlanga adquiere categoría de obra
maestra en el cine. Así pues, el pueblo español, o mejor dicho, el pueblo de
Villar del Río, de pronto está enloquecido por la visita, la enajenación
pueblerina se materializa, por ejemplo, en el delegado diciéndole a Don Pablo que al recibir
a los yanquis les diga alcances precisos e importantes sobre su locación
geográfica, pero al fin, que les diga cualquier cosa sobre el pueblo, pues los
americanos no entenderán nada, le afirma. O cómo olvidar a la maestra Eloísa,
como si estuviera dictando clase, pero
hablándole a adultos ahora, pobladores que aprenden sobre Estados Unidos, pero a la maestra un infante le dicta palabra por palabra debajo de su escritorio.
Está, claro, también el cura, reacio y contrario a los yanquis, desconfía de
ellos, pero sí de opositor se trata, la figura es el hidalgo Don Luis, gallardo
individuo, atractivo personaje, obvia alusión a la otrora orgullosa imagen del
caballero ibérico, llamando indios a los yanquis, es la imagen del que aún
sueña y recuerda a una España real, imperial, poderosa, otorgando caridad en
vez de recibirla, él es víctima de la inicial broma sobre la leyenda de su casa, un
individuo a quien nadie escribe, ni sus familiares, simbolismo del orgullo
muerto y olvidado de una tierra desahuciada.
El escenario que alberga a estos personajes es una España que se viste andaluza, toman la orgullosa imagen andaluza para recibir a los yanquis, y es Lolita Sevilla quien personifica esa representación, correcta la actriz con sus refinados cantos y talante. Prosiguiendo, Berlanga pinta personajes ridículos, cómicos, satíricos, un santo y seña siempre en él, personajes berlanguianos por excelencia, exquisitos y mordaces representantes de la España
de la época, y particularmente, con la excepción del alcalde, el hidalgo es por
supuesto, el más atractivo. Él es la voz de la vergüenza, el añejo orgullo
ibérico fluye en sus venas, regaña a sus compatriotas negándose a “hacer de
indios delante de esos indios”, se avergüenza de la adoración y servilismo de
sus congéneres, de su avidez por caridad extranjera, es la voz atizadora, quien
materializa el primer punto o directriz mencionado del filme. La situación pues
se sale de control, todos se enajenan con la llegada de los yanquis, la gente
hasta se pregunta de dónde salió el dinero para armar el recibimiento, y claro,
la comicidad no se detiene, el alcalde responde, ante esas acusaciones, que el
dinero no ha salido de la caja municipal, pues ahí nunca hay dinero; estos
desgraciados personajes viven en miseria, y se burlan de su miseria. Hacen
largas colas todos para señalar “lo que quieren pedirle” a los yanquis, que son
idealizados como salvadores; los españoles, así, se tercermundizan, se ponen en plan de país subdesarrollado, estirando
con severa avidez la manos para recibir limosna o caridad, los dólares yanquis,
se olvidan del otrora inconmensurable orgullo imperial español, pues, como
dicen, cuesta tan poco pedir, severo el escenario de su gente que nos pinta el realizador, y he aquí que Berlanga manifiesta ya su
determinada desaprobación de la actitud adoptada por sus compatriotas tras el
conflicto global, derrotista y de resignación. Y claro, el maestro también
desliza su crítica al hipócrita cerco franquista, lo comedido de sus medidas,
cerrando las puertas a toda injerencia externa, sin involucrarse demasiado en el
conflicto mundial siquiera, pero, a la hora de recibir las caridades de falsa
moral estadounidense, se olvida el dictador gobierno del hermetismo de otras
oportunidades, y abren de par en par las puertas para los yanquis, serán
tratados como realeza, como salvadores, y esto conecta con otro tópico, vital
también para la fuerza del filme.
Ineludible hablar sobre los sueños, el apartado onírico que le confiere una libertad sin igual al filme, la libertad onírica, de la fantasía dada a rienda suelta, proyecciones personales de cada uno de los berlanguianos personajes, de los personajes centrales, es vital dentro del filme. Primero Don Cosme, el sacerdote, representante de la religión que tiene sombrío sueño, el más sombrío, un grupo de oscuros miembros del Ku Klux Klan lo aprisionan y lo llevan a una suerte de Inquisición, los blancos son ahora los perseguidos, una sátira bastante significativa, sobre los ridículos temores del clero de entonces. Cómo, no, el sueño de Don Pablo, el más delirante, una caricaturizada y ridiculizada versión del orgullo cinematográfico yanqui, una sátira del western, en el que veremos al entrañable Pepe Isbert vestido como cowboy, protagonizando comiquísimas secuencias típicas del western, bebiendo en el saloon, protagonizando incluso singular pelea con otro vaquero ficticio, Manolo, es deliciosa y delirantemente exquisita esta secuencia, viendo a Isbert como caricaturizado vaquero, y escuchando a los protagonistas comunicándose en ininteligible idioma, es una sabrosa ridiculización yanqui, la forma en que el alcalde se los imagina. No podía faltar Don Luis, con un sueño que refuerza su imagen y figura, con los conquistadores españoles llegando a tierras americanas, y siendo él llevado a un gran cántaro con agua, lo cocinarán y devorarán. Y un cuarto sueño, de un personaje llamados Juan, que condensa mucho, o todo, del filme. Con la poderosa metáfora de materializar a los salvadores yanquis como los Reyes Magos, además de la imagen bucólica, campestre, se remarca esa enajenación, esa ridícula obstinación por considerarlos salvadores, de su servilismo casi infantil, condensa mucho de lo que quiere transmitir el realizador, y con el poderosísimo simbolismo de que llegan, literalmente, lanzando regalos, desde un bombardero, un B-52, Berlanga materializa pues uno de sus más exquisitos, memorables y mordaces simbolismos, severa la figura que nos construye. Ciertamente distribuye a su vez una tercera directriz, más escondida, más tibia, y es la completamente falsa y postiza preocupación humanitaria yanqui por media Europa, cuando evidentemente lo que perseguían es generar conciencia e ir ganando adeptos para su bloque, el bloque capitalista, para enfrentar a un efervescente y creciente bloque encabezado por su abanderado soviético, la gigante URSS, en plena Guerra Fría; este punto no podía escapar al filme. El aporte actoral, cómo no, es sólido, como tiene que ser, Lolita Sevilla es correcta en su breve pero decisiva interpretación como la diosa de la canción andaluza, Manolo Morán también como su agente, pero quien se lleva las palmas, como suele ocurrir en filmes berlanguianos, es el descomunal José Isbert, genial Pepe en su representación del envejecido alcalde, sordo, enajenado, de los más entusiastas e ilusionados, un señor actor es Isbert, una joya berlanguiana; mención especial para Alberto Romea, notable como el orgulloso hidalgo venido a menos. Finalmente, tras todo el frenético desfile, tras todo el laberinto, alboroto y algazara, queda la paz, la quietud, la decepción, la gente sin saber qué hacer, finalmente el director desliza que la solución no viene sola, hay que ser uno mismo quien trabaja por ella, todo esto, claro, luego de todo el soberbio ejercicio realizado. Filme piedra angular de Berlanga, continente de mucha y bella complejidad, verídica complejidad, la expuesta, filme imperdible, ciertamente imperdible, cinta capital dentro de la filmografía de uno de los mayores cineastas españoles, sino muy probablemente, el mayor.
El caballero, y la evidente figura de trasfondo, orgulloso hidalgo. |
Caricaturizado el Oeste yanqui. |
Isbert como singular cowboy. |
Fetiche berlanguiano. |
El titán ibérico, Luis García Berlanga. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario