domingo, 10 de junio de 2012

La escopeta nacional (1978) - Luis García Berlanga


Proseguiría el genial director español Berlanga su andadura cinematográfica en lo que podría considerarse su etapa post-censura, materializando un ejercicio que se escinde clara y sensiblemente de su inicial fase, y se advierte acorde a su estilo en este segundo estadio de su carrera fílmica. Sigue el director sin perder su costumbre de presentarnos los más ácidos retratos de la sociedad de su tiempo, y claro, particularmente en su caso, retratos de la sociedad siempre cargando con el lastre del franquismo, el fantasma que los persiguió durante buena parte de su carrera. Nos presenta en esta oportunidad el director valenciano la historia de un pequeño empresario catalán, que se traslada a una finca, la finca de un acomodado individuo, un marqués, donde se reúnen acomodados personajes de su entorno, y donde el empresario pretende encontrar algún socio que le financie sus productos, los porteros electrónicos. En ese sencillo escenario, Berlanga nos dibuja con su acostumbrado toque satírico y mordaz, diversas figuras representativas de la época, todas con el toque berlanguiano, nos pinta un boceto de lo absurda y frívola que era la sociedad entonces, aún cargando con los ecos de la época del dictador. Definitivamente, ya sin el obstáculo de la censura, el estilo de Berlanga se bifurca de su original enfoque, es un nuevo estilo el de Berlanga, diferenciable, con otra tonalidad, bastante más frontal, pero siempre manteniendo su línea, siempre manteniendo su maestría en la dirección.


      



Se inicia todo en una suerte de finca, donde, tras oír los onomatopéyicos sonidos del ganado, llegan allí el comerciante Jaume Canivell (José Sazatornil), con su mujer, Mercé (Mónica Randall), no son bien recibidos por un personaje que se masturba viendo a una modelo afuera de su casa. Buscan al dueño de casa, el Marqués de Leguineche, para una cacería allí concertada, y resulta que el hijo de éste era el individuo libidinoso. Conoce Jaume a Cerrillo (Rafael Alonso), personaje que le da indicaciones sobre los individuos allí presentes, así como consejos para encajar como alguien genuinamente invitado a la cacería, pues no lo fue realmente. Ya mezclándose con los invitados, come en un gran buffet en el campo, y luego van todos a ver a Luis José (José Luis López Vázquez), personaje que se ha encerrado en una casa con una mujer, Vera del Bosque (Bárbara Rey), causando sorpresa e indignación en los lugareños. Trata Jaume de promover sus productos, porteros electrónicos, pero no tiene mucha suerte en ello. El recién llegado comerciante es elegido para ingresar al recinto donde está Luis José y hacerle entrar en raszón, ingresa e intenta hacerlo liberar a Vera, pero finalmente la mujer permanece en el lugar con su falso captor.




Jaume sigue en vano tratando de vender sus productos, y es que el marqués, es un hombre mayor que todo el tiempo está cachondo, no despierta interés en sus mercancías. Posteriormente, una tuerta fémina, Chus (Amparo Soler Leal), destruye la preciada colección del marqués, una bien surtida colección de vello púbico femenino. Asiste Jaume a una elegante reunión con los caballeros, despierta interés en un distinguido personaje, y mucho, pues quiere invertir en sus porteros. El marqués sigue dolido por su destruida colección, pero se anima cuando Libertad Iris (Rosanna Yanni), esposa de un invitado, y la propia Mercé, prestan sus propios elementos para iniciar una nueva colección. Hay cena, bingos, juegos, y contacta a otro interesado en sus porteros, pero el tema principal en la velada son títulos de poder que se reparten entre los caballeros. Jaume finalmente se siente satisfecho, y agradece a Cerrillo por permitirle acceder a ese mundo. Poco después, en su habitación, con Mercé, descubre en el clóset a Luis José, de nuevo masturbándose, y es que en ese clóset hay múltiples rendijas, discute Jaume con su mujer. Tras ayudar a un religioso y hacerse una misa, Jaume ha obtenido finalmente algunos auspiciadores, pero termina renegando airadamente con su mujer.




El Berlanga ya liberado de la censura, prosigue con su incansable labor de mostrarnos, casi siempre a modo lúdico, comediesco, delirante e hilarante, un retrato de la sociedad de su tiempo, y se regodea como ninguno en sus particulares falencias, en sus ridículas obsesiones y falsedades. Se burla el realizador valenciano desde el primer instante de esto en su filme, siempre contundente, cuando, apenas llegue la pareja catalana, una de sus primeras impresiones sea la del dueño de casa, el hijo del marqués, masturbándose, es una supuesta nobleza pues repulsa, cachonda, libidinosa, ridícula la figura del viejo observando por una ventana a una más que cooperadora modelo en sesión de fotos. Asimismo, el personaje Cerrillo nos sirve de guía inicial, mientras le explica a Jaume cómo debe comportarse en esa finca, dejando en claro que las intenciones de los marqueses es, ante todo, mantener una imagen de pudientes, y de caritativos, una imagen falsa, artificial, pero que se esmeran ridículamente en preservar; es pues Cerrillo quien nos da una eventual y breve introducción a ese mundo, va dibujándose la fotografía de aquellas figuras, de aquella rancia sociedad, impregnada por la aún fresca impronta del franquismo. Asimismo, se plasma la soberbia y delirante imagen del mayor de los nobles, el mencionado marqués, como un obseso con el sexo, materializado esto en su singularísima colección, tan bizarra como peculiar, colección de vellos púbicos de mujer, o como ellos mismos dicen, pelos de coño, es poderosa la figura, y la forma en que el realizador nos delinea a uno de los personajes centrales. Y como no podía faltar de ninguna forma en un fieme berlanguiano, la figura religiosa también está presente, con el también singular cura, un cura violento, aficionado, como todos los de allí, a la cacería, es un sacerdote cazador, que no duda en repartir golpes cuando lo provocan, es un individuo clerical violento, que disfruta liquidando perdices, y reclama las aves que mató.



Pero algo queda claro tras visionar el filme, y es que Berlanga, ya sin el pesado lastre de la censura, varía muy sensiblemente su estilo, su forma de expresión, y las queridas e inolvidables sutilezas de las grandes obras maestras como Plácido (1962) o El Verdugo (1963), atrás quedaron. Es ese el principal cambio, un Berlanga ya sin tener que rodear y esquivar la censura, termina siendo extremadamente frontal, y, sin que esto sea malo, no deja de extrañarse pues la inteligente forma en que deslizaba su exquisita sátira antes, ahora completamente expuestas las situaciones cómicas, completamente mostradas, y en ocasiones, en exceso mostradas. Es como si, tras la caída del dictador español, ya sin la alta valla, sin el alto obstáculo, sin la necesidad de esconder su mensaje, con el desafío ya extinto, también se extinguió el ingenio necesario para superarlo por parte del director. Así, sigue el valenciano manteniendo su directriz, mostrar con un desalmado pero exquisito ánimo de escarnio a la sociedad que encontró inaceptable y despreciable, con todos sus múltiples defectos, pero ahora esos defectos son expuestos hasta en ocasiones que llegan a rozar peligrosamente lo vulgar, lo grotesco, y esto no responde únicamente, como se puede llegar a pensar, a sus recurrentes imágenes de sexo, nada elegantes dicho sea de paso; dudo mucho que imágenes y secuencias de esa naturaleza hayan sido hechas adrede para meramente mostrar y/o configurar sus personajes, me arriesgo a pensar que es más bien un Berlanga que, habiéndose acostumbrado tanto a idear un humor anti-censura, ya liberado de ella, se desenvuelve con mucha menos soltura y eficacia en el ambiente libre, que en el represivo, constituye pues Berlanga una exquisita y excelente paradoja. Y es que como se mencionó, el norte sigue ahí, la arista de su cine continúa, pero la forma en que persigue ese norte ha variado sustancialmente. Ahora ya sin estar maniatado, sin ese gran reto que era disfrazar sus mensajes para burlar la censura, los ridículos retratos de las figuras de esa sociedad siguen ahí, siguen siendo ácidos, pero inevitablemente perdieron mordacidad, perdieron la fuerza e impacto que les da la elegancia de una sutil y bien construida situación satírica, de sus tan inteligentes como punzantes sátiras, cosa en la que Berlanga brilló con insuperable maestría en su mejor momento. Ni mejor ni peor, simplemente diferente el estilo berlanguiano ahora, para todos los gustos hay, y no podía dejar de divertirse el realizador, como con el guiño a sí mismo mencionándose en el filme a un director muy afectado por la censura. Siempre sin dejar de utilizar sus clásicos planos secuencia, y con la remarcable figura de un sujeto coleccionando vello púbico de mujer, nos presenta Berlanga un interminable desfile de personajes bizarros, el filme está hecho de ellos, de individuos extravagantes, frívolos, cachondos, ácidos, críticos, ridiculizando a la España que aún hedía a Franco, y también presenta no pocos ni breves segmentos en catalán, dándole mayor veracidad a su obra. Muchos de sus baluartes de siempre colaboran en este filme, desde el inmortal Rafael Azcona en el guión, hasta un excelente José Luis López Vázquez, pasando por José Sazatornil, Rafael Alonso y Luis Escobar, estelares, y Mónica Randall y Amparo Soler Leal entre tantos e interminables secundarios que enriquecen un filme que nunca se acerca a ser lo mejor del gran realizador ibérico, pero jamás deja de ser un filme decente y apreciable.





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