Proseguiría el genial director
español Berlanga su andadura cinematográfica en lo que podría considerarse su
etapa post-censura, materializando un ejercicio que se escinde clara y
sensiblemente de su inicial fase, y se advierte acorde a su estilo en este segundo estadio
de su carrera fílmica. Sigue el director sin perder su costumbre de
presentarnos los más ácidos retratos de la sociedad de su tiempo, y claro,
particularmente en su caso, retratos de la sociedad siempre cargando con el
lastre del franquismo, el fantasma que los persiguió durante buena parte de su
carrera. Nos presenta en esta oportunidad el director valenciano la historia de
un pequeño empresario catalán, que se traslada a una finca, la finca de un acomodado
individuo, un marqués, donde se reúnen acomodados personajes de su entorno, y
donde el empresario pretende encontrar algún socio que le financie sus
productos, los porteros electrónicos. En ese sencillo escenario, Berlanga nos
dibuja con su acostumbrado toque satírico y mordaz, diversas figuras
representativas de la época, todas con el toque berlanguiano, nos pinta un
boceto de lo absurda y frívola que era la sociedad entonces, aún cargando con
los ecos de la época del dictador. Definitivamente, ya sin el obstáculo de la
censura, el estilo de Berlanga se bifurca de su original enfoque, es un nuevo
estilo el de Berlanga, diferenciable, con otra tonalidad, bastante más frontal,
pero siempre manteniendo su línea, siempre manteniendo su maestría en la
dirección.
Se inicia todo en una suerte de finca, donde, tras oír
los onomatopéyicos sonidos del ganado, llegan allí el comerciante Jaume Canivell (José Sazatornil), con su mujer, Mercé (Mónica Randall), no son bien recibidos por un
personaje que se masturba viendo a una modelo afuera de su casa. Buscan al
dueño de casa, el Marqués de Leguineche, para una cacería allí concertada, y
resulta que el hijo de éste era el individuo libidinoso. Conoce Jaume a
Cerrillo (Rafael Alonso),
personaje que le da indicaciones sobre los individuos allí presentes, así como
consejos para encajar como alguien genuinamente invitado a la cacería, pues no
lo fue realmente. Ya mezclándose con los invitados, come en un gran buffet en
el campo, y luego van todos a ver a Luis José (José Luis López Vázquez), personaje que se ha encerrado en
una casa con una mujer, Vera del Bosque (Bárbara Rey), causando sorpresa e indignación en
los lugareños. Trata Jaume de promover sus productos, porteros electrónicos,
pero no tiene mucha suerte en ello. El recién llegado comerciante es elegido
para ingresar al recinto donde está Luis José y hacerle entrar en raszón, ingresa e intenta hacerlo liberar a
Vera, pero finalmente la mujer permanece en el lugar con su falso captor.
Jaume sigue en vano tratando de vender sus productos, y
es que el marqués, es un hombre mayor que todo el tiempo está cachondo, no
despierta interés en sus mercancías. Posteriormente, una tuerta fémina, Chus (Amparo Soler Leal), destruye la preciada colección del
marqués, una bien surtida colección de vello púbico femenino. Asiste
Jaume a una elegante reunión con los caballeros, despierta interés en un distinguido personaje, y mucho, pues quiere
invertir en sus porteros. El marqués sigue dolido por su destruida
colección, pero se anima cuando Libertad Iris (Rosanna Yanni), esposa de un invitado, y la propia
Mercé, prestan sus propios elementos para iniciar una nueva colección. Hay cena, bingos, juegos, y contacta a otro interesado
en sus porteros, pero el tema principal en la velada son títulos de poder que
se reparten entre los caballeros. Jaume finalmente se siente satisfecho, y agradece a Cerrillo por
permitirle acceder a ese mundo. Poco después, en su habitación, con Mercé,
descubre en el clóset a Luis José, de nuevo masturbándose, y es que en ese
clóset hay múltiples rendijas, discute Jaume con su mujer. Tras ayudar a un
religioso y hacerse una misa, Jaume ha obtenido finalmente algunos
auspiciadores, pero termina renegando airadamente con su mujer.
El Berlanga ya liberado de la censura, prosigue con su
incansable labor de mostrarnos, casi siempre a modo lúdico, comediesco,
delirante e hilarante, un retrato de la sociedad de su tiempo, y se regodea
como ninguno en sus particulares falencias, en sus ridículas obsesiones y
falsedades. Se burla el realizador valenciano desde el primer instante de esto
en su filme, siempre contundente, cuando, apenas llegue la pareja catalana,
una de sus primeras impresiones sea la del dueño de casa, el hijo del marqués,
masturbándose, es una supuesta nobleza pues repulsa, cachonda, libidinosa,
ridícula la figura del viejo observando por una ventana a una más que
cooperadora modelo en sesión de fotos. Asimismo, el personaje Cerrillo nos
sirve de guía inicial, mientras le explica a Jaume cómo debe comportarse en esa
finca, dejando en claro que las intenciones de los marqueses es, ante todo, mantener una imagen de pudientes, y de caritativos, una imagen falsa,
artificial, pero que se esmeran ridículamente en preservar; es pues Cerrillo
quien nos da una eventual y breve introducción a ese mundo, va dibujándose la
fotografía de aquellas figuras, de aquella rancia sociedad, impregnada por la
aún fresca impronta del franquismo. Asimismo, se plasma la soberbia y delirante
imagen del mayor de los nobles, el mencionado marqués, como un obseso con el
sexo, materializado esto en su singularísima colección, tan bizarra como
peculiar, colección de vellos púbicos de mujer, o como ellos mismos dicen,
pelos de coño, es poderosa la figura, y la forma en que el realizador nos
delinea a uno de los personajes centrales. Y como no podía faltar de ninguna
forma en un fieme berlanguiano, la figura religiosa también está presente, con el también singular cura, un cura violento, aficionado, como todos los de allí,
a la cacería, es un sacerdote cazador, que no duda en repartir golpes cuando lo
provocan, es un individuo clerical violento, que disfruta liquidando perdices, y
reclama las aves que mató.
Pero algo queda claro tras visionar el
filme, y es que Berlanga, ya sin el pesado lastre de la censura, varía muy
sensiblemente su estilo, su forma de expresión, y las queridas e inolvidables
sutilezas de las grandes obras maestras como Plácido (1962) o El Verdugo (1963), atrás
quedaron. Es ese el principal cambio, un Berlanga ya sin tener que rodear y
esquivar la censura, termina siendo extremadamente frontal, y, sin que esto sea
malo, no deja de extrañarse pues la inteligente forma en que deslizaba su
exquisita sátira antes, ahora completamente expuestas las situaciones cómicas,
completamente mostradas, y en ocasiones, en exceso mostradas. Es como si, tras
la caída del dictador español, ya sin la alta valla, sin el alto obstáculo, sin
la necesidad de esconder su mensaje, con el desafío ya extinto, también se
extinguió el ingenio necesario para superarlo por parte del director. Así,
sigue el valenciano manteniendo su directriz, mostrar con un desalmado pero
exquisito ánimo de escarnio a la sociedad que encontró inaceptable y
despreciable, con todos sus múltiples defectos, pero ahora esos defectos son
expuestos hasta en ocasiones que llegan a rozar peligrosamente lo vulgar, lo
grotesco, y esto no responde únicamente, como se puede llegar a pensar, a sus
recurrentes imágenes de sexo, nada elegantes dicho sea de paso; dudo mucho que
imágenes y secuencias de esa naturaleza hayan sido hechas adrede para meramente
mostrar y/o configurar sus personajes, me arriesgo a pensar que es más bien un
Berlanga que, habiéndose acostumbrado tanto a idear un humor anti-censura, ya
liberado de ella, se desenvuelve con mucha menos soltura y eficacia en el
ambiente libre, que en el represivo, constituye pues Berlanga una exquisita y
excelente paradoja. Y es que como se mencionó, el norte sigue ahí, la arista de
su cine continúa, pero la forma en que persigue ese norte ha variado
sustancialmente. Ahora ya sin estar maniatado, sin ese gran reto que era
disfrazar sus mensajes para burlar la censura, los ridículos retratos de las
figuras de esa sociedad siguen ahí, siguen siendo ácidos, pero inevitablemente
perdieron mordacidad, perdieron la fuerza e impacto que les da la elegancia de una sutil
y bien construida situación satírica, de sus tan inteligentes como punzantes sátiras, cosa en la que Berlanga brilló con
insuperable maestría en su mejor momento. Ni mejor ni peor, simplemente
diferente el estilo berlanguiano ahora, para todos los gustos hay, y no podía
dejar de divertirse el realizador, como con el guiño a sí mismo mencionándose en el filme a un director muy afectado por la censura. Siempre sin dejar de utilizar
sus clásicos planos secuencia, y con la remarcable figura de un sujeto
coleccionando vello púbico de mujer, nos presenta Berlanga un interminable
desfile de personajes bizarros, el filme está hecho de ellos, de individuos
extravagantes, frívolos, cachondos, ácidos, críticos, ridiculizando a la España
que aún hedía a Franco, y también presenta no pocos ni breves segmentos en
catalán, dándole mayor veracidad a su obra. Muchos de sus baluartes de siempre
colaboran en este filme, desde el inmortal Rafael Azcona en el guión, hasta un
excelente José Luis López Vázquez, pasando por José Sazatornil,
Rafael Alonso y Luis Escobar, estelares, y Mónica Randall y Amparo Soler Leal entre tantos e interminables secundarios
que enriquecen un filme que nunca se acerca a ser lo mejor del gran realizador
ibérico, pero jamás deja de ser un filme decente y apreciable.
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