El notable cineasta francés Eric Rohmer configura este
filme, singular y atractivo ejercicio en el que se adentra en lo profundo del
alma y los sufrimientos de una mujer, que aparentemente está imposibilitada de
intimar, de acercarse a las personas de sexo opuesto, y es la película un denso y detallado viaje por su sentir. Es la historia
de una mujer sencilla, una secretaria parisina, que se siente terriblemente
sola, acaba de terminar con su novio, vienen las vacaciones, y la amiga con
quien iba a viajar la cancela. Ella no quiere viajar sola, se siente frustrada,
y el filme será un recorrido por sus experiencias, mientras su buena amiga
trata de sacarla de ese bache, pero la mujer, Delphine, muestra una casi
insuperable incapacidad para acercarse e intimar, repulsa a hombres rápidamente
debido a esto, y repetidamente, ante lo difícil de su situación, ella rompe en
llanto. Todo parece finalmente cambiar cuando conozca a un sujeto que parece diferente. El filme de Rohmer es muy
rico, la trama es más bien sencilla, pero el contenido y riqueza del filme
radica en su tratamiento, la densidad e intensidad de la que dota al relato, la forma
efectiva en que se adentra en el complejo y entramado mundo de ella, su frustración
y angustia, centrándose mucho en precisamente de lo que ella adolece, la
intimación, acercarse a individuos del sexo opuesto. Notable filme de Rohmer,
en el que el aspecto visual cobra fuerza vital, y en el que las conversaciones
y relaciones humanas son el corazón del desarrollo de la cinta.
Es el mes de Julio, Delphine (Marie Rivière), una secretaria proveniente de
Paris, está en su oficina hablando por teléfono, una amiga suya le cancela unos
planes a pocos días de iniciar sus vacaciones, ante lo cual no sabe con quién
hacer el viaje. Hablan luego con un viejo sobre sus vivencias pasadas, mientras
a su vez los días van pasando, se acercan las vacaciones. Delphine no quiere
por nada viajar sola, planea de todas formas el viaje, piensa ir a Irlanda,
mientras, en la calle, encuentra un naipe. Sus amigas discuten con ella lo que
debe hacer, le aconsejan que viaje sola, acaba de terminar con su novio, y
ella, impotente ante su soledad y frustración, llora. Con su amiga
Françoise (Rosette), conocen a un sujeto, al que la suspicaz Delphine
rechaza prontamente. Se producen repetidas veces comidas con sus amigos, con
quienes comparte vegetarianismo, además de algún eventual encuentro con su ex novio, a quien no olvida, los días pasan y se muestra la fecha de
entonces. Se realiza el viaje y se repiten sus meriendas, así como sus conversaciones intercaladas
con un eventual viaje a una playa, además de Delphine, paseando solitaria en
medio de un bosque. Pero de pronto, incómoda, abandona el lugar donde se
hospedan, con otros amigos, vuelve a la ciudad.
Ella sigue enamorada y pensando en su ex novio, mientras
tiene eventuales encuentros con un amigo suyo. Se acaba el mes donde se
producen las vacaciones, ella sigue sin tener claro lo que debe hacer, y
nuevamente, ante sus angustia y frustración, llora. Pasa el mes, es Agosto, y
con Françoise planean otra visita a una playa cercana. Durante una
caminata por unas ruinas, vuelve a encontrar otro naipe, con otra
figura. Poco después, unas mujeres elogian una obra del gran Julio Verne, así
como también afirman haber presenciado un fenómeno, que se trata de definir y
explicar junto con el hombre mayor. En otra caminata por la playa, conoce a
una bella mujer, una sueca, parlante y desenvuelta fémina con quien habla de la
vida, del amor, y siente mucha empatía con ella Delphine. Poco después, siempre
con su nueva amiga sueca, conocen ambas a dos sujetos, con los que hay una mutua
atracción, se van tomando el pulso los cuatro, pero finalmente Delphine se
hostiga y retira. Regresando a París, conoce a un sujeto en la estación de
tren, con el que tiene una apacible y placentera conversación. Finalmente
intima más con ese personaje, con quien ha habido mayor acercamiento, van a la
playa, y le propone él realizar un viaje. Ven el ocaso, durante el cual,
Delphine vuelve a llorar.
Muy notable, muy atractivo filme de Rohmer, refinado en
muchos aspectos, definido con igual eficiencia, el cineasta francés tiene ya un
estilo bien definido y un tratamiento bastante particular para su filme,
perfecto para la naturaleza que intenta en su obra plasmar. Es la historia
directa y clara de la mujer imposibilitada de acercarse a los hombres, de
intimar, presa de una soledad y frustración que la consume, y contiene el filme
una carga simbólica que refuerza ello, con la primera secuencia que rompe la
linealidad de las acciones. Es la secuencia en la que Delphine encuentra en la
calle un naipe, con la figura de la reina de espadas o picas, el palo de la
baraja que representa más poder, y la figura de la reina, la femineidad
poderosa, en el caso de
Delphine, va a denotar que ella se encuentra en un momento de mínimo poder, su
mundo se descalabra, pierde el control, pierde el poder sobre su vida.
Posteriormente, en una ruinas, encuentra Delphine otro naipe, ahora un Jack,
el príncipe de corazones, la Jota representa pues la realeza, pero la realeza
más inexperta, la más novel, y la figura, los corazones, el sentimiento y el
amor, denota su severa incapacidad de amar y dejarse amar. Es como un puerco
espín humano, evitando todo acercamiento, y ahuyentando a quienes intentar
cortejarla. Ambas secuencias, poderosas para definir la situación de Delphine, se encuentran reforzadas y potenciadas con exquisita música, dándole mayor intensidad y densidad a ambas,
muy significativos y expresivos segmentos dentro del filme. Se traza un símil y paralelo de
la atormentada Delphine con la situación de una marchita lechuga, un simbolismo
mucho más obvio, más evidente, y es que las conversaciones son de vital
importancia en el filme, desnudan el alma y el sentir de los personajes, una de
esas secuencias, de los amigos vegetarianos hablando de comida y sus
particulares concepciones, es rica en planos medios, sutiles deslizamientos por
la mesa, extenso y detallado segmento, un dilatado recorrido en el que sus palabras son todo.
Así, la trama, la historia misma, puede quedar por momentos relegada un segundo plano, las eventos y situaciones
de menor importancia van denotando su extrema soledad, sus neurosis y
obsesiones, su complejo de no poder intimar con hombres, lo que le genera
abrumadora angustia, en un filme que se vuelve exploración de sus
frustraciones, de sus miedos, de sus mentiras. El gran Rohmer extrae de esa
aparente mundanidad, de esas conversaciones sobre el papel anodinas, una
intimidad providencial para conocer la psiquis de la protagonista, se apoya el
realizador en esos momentos, y con la parsimonia y sencillez, con la detallada
forma en que plasma esos momentos, nos introduce en esa intimidad, la intimidad
de ella, con unos amigos durante las vacaciones. Las vacaciones terminan siendo una
pesadilla para Delhpine, motivo de alegría y descanso, se vuelven una
insoportable fecha límite, deathline,
cuenta regresiva en la que su soledad y frustración crecen exponencialmente, pero en la que al final encontrará el ansiado sosiego.
Rohmer hace gala a su vez de todo su dominio cromático para plasmar secuencias de naturaleza, el verde omnipresente, las plantas, la naturaleza toda, los
paisajes, una composición que abruma, ese factor se vuelve un personaje más,
ciertamente es un personaje, y se siente
como si Rohmer “dejara hablar” a su particular personaje, pues los sonidos
naturales se vuelven el meollo de esos pasajes, lástima que sean efímeros esos
segmentos, pero son de una contundencia tal, que me hizo recordar por momentos
al titán soviético Tarkovski, dejando simplemente fluir los instantes de la
sobrecogedora naturaleza, y en el que el escenario cobra vital importancia, sin
una sola palabra, alcanzando el lenguaje de los más grandes. Los escenarios en
los que se desarrolla Delphine también reciben tratamiento particular, siempre
existe el regodeo en situaciones sin palabras, los repetidos baños en la playa,
explorándose otro tema capital del filme, la razón del título y parte del filme
mismo, la historia basada en un relato de Julio Verne, el rayo verde, el
fenómeno óptico mediante el cual se aprecia un delicado resplandor de ese
color en el sol, cuando genera su ultimo fulgor del día. El final del filme es
sencillamente el colofón perfecto, no era posible seleccionar final
más excelente, Rohmer materializa lo mejor de su poética audiovisual, plasmando
un hermoso sunset, la puesta del sol, soberbio crepúsculo, quizás simbolismo del ocaso de sus tormentos también. La genial materialización del mencionado fenómeno, y ciertamente se aprecia el
resplandor final verde en el astro rey -y Delphine llora, llorar es un acto que
ella manifiesta en los momentos de mayor importancia y fragilidad, reforzando lo indefensa que es, y su frustración-, siendo el solo hecho de documentar ese sunset ya algo remarcable, pero
potenciado, otra vez, por la exquisita música, es refinado cello de Jean-Louis
Valéro, la poética, la lírica en ambos ámbitos, el visual y el sonoro, alcanzan
pues niveles mayores. Imposible dejar de loar el trabajo de Marie Rivière, correcta en su sufrida y atormentada interpretación, e inclusive poniendo cuota adicional, siendo la principal hacedora del guión, un trabajo pues notable de la fémina. Joyita la de Rohmer, apreciable y hermoso filme, pequeña
cátedra la que dicta el francés.
El Rayo Verde, se materializa el fenómeno óptico. |
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