El yanqui realizador Tay Garnett,
que para siempre llevará como mayor mérito haber dirigido la segunda versión de El Cartero siempre llama dos veces (1946),
su filme más conocido y de mayor impacto mediático, realiza en esta ocasión
un sencillo y discreto ejercicio de cine negro, en el que utiliza la mayor
parte de elementos que caracterizan el mítico film noir, materializando un tibio trabajo de esa corriente. Sin
una historia de mayor profundidad ni un tratamiento digno de mayores
alabanzas, Garnett nos presenta la historia de un personaje norteamericano,
individuo que labora en el rubro de transportes, que se relaciona con personajes
afines a su labor, pero que de pronto se verá inmerso en una impensada maraña
de sospechas, incluido un asesinato. La película será pues una exploración por
todas las vicisitudes que tendrá que atravesar el protagonista para probar su
inocencia y desenmascarar al real asesino, con resultados sorpresivos. Como se
dijo, el filme no brilla en exceso, es
un discreto ejercicio de cine negro, de serie B, estelarizada por actores más
bien de poco relumbrón, moderado renombre, Pat O’Brien como el personaje
principal, Edward Arnold lo secunda como un magnate del transporte, y Broderick
Crawford es el buen camarada del protagonista, individuo que laboraría años
después con el gran maestro italiano Federico Fellini en unos de los primeros
trabajos de este inolvidable cineasta.
Se inicia la acción con un texto,
que informa que a 8000 millas, más de 13000 kilómetros de donde se ubica la historia,
está el sur, alejado de todo el mal citadino. De pronto, en una ciudad
yanqui, se sabe que un magnate del transporte ha sido eliminado, el abogado John Webb (O’Brien), ligado al
finado, investiga respecto al caso, junto con su ayudante Russel Sampson
(Crawford). Ambos se encuentran brevemente con Alma Brehmer (Claire Dodd), ella se va a una fiesta de un
acaudalado personaje. Webb y Sampson asisten también, es la fiesta de Vincent
Cushing (Arnold), elegante reunión en la que encuentran a Brehmer nuevamente, en
la fiesta se arma un barullo por ciertos individuos libidinosos, y Webb
conoce a Anne Seymour (Ruth Terry), joven cantante de night club, a quien se le
rompe el vestido, y, prendada de él, van incluso hasta su casa, Webb la despacha prontamente, es demasiado joven, pero la persistente jovencita va a
visitarlo posteriormente. John, en cambio, sigue interesado en Alma, tienen un
pasado, ella ahora es la chica del magnate Cushing. Mientras Webb y Sampson
averiguan sobre el asesinato, Alma recurrentemente los visita, embelesada con
John. Una noche, van ambos compañeros a casa de Alma. Encontrando oscuridad, y
extraños gritos.
Encuentran a la fémina apuñalada, muerta, para furia de
Webb, que de pronto se convierte en el
principal sospechoso del homicidio, junto con Cushing. Las pesquisas policiales
se inician, exhaustivos interrogatorios, pruebas con químicos para detectar la
sangre en la escena del crimen, John y Sampson se someten a las investigaciones,
mientras Anne no se separa de ellos
insistentemente. Inclusive se realizan pruebas a muestras de concreto, la
policía realiza gran diversidad de tests. Se inicia asimismo un juicio, al que
Cushing asiste con preocupación, junto a su mujer, la señora Cushing (Janet Beecher), y su hija Sarilla (Phyllis Brooks), su propia esposa cree que
Vincent asesinó tanto a Alma como al padre de ésta. John encuentra luego a
Sarilla intentando destruir algunas pruebas, y poco después halla a su
secretaria, también liquidada. La determinada Anne, siempre al lado de Webb,
encuentra posteriormente unos importantes documentos, la búsqueda
policial se va estrechando. Las interminables investigaciones llevan a Webb y a
Sampson incluso hasta el cementerio, lugar en el que, sorpresivamente Sampson
hiere a su camarada, que se acerca demasiado a la verdad, y tras confesar todos
los asesinatos, pelea con él, termina
muriendo accidentalmente en la riña. Webb, final sobreviviente, se queda con
Anne, con quien incluso se casará.
Se configura así un ejercicio más bien discreto, inocuo, de un comienzo muy sosegado, como el filme todo, y en el que el meollo del mismo, pese a ser éste bastante breve, no se expone rápidamente. A esa tranquilidad e inocuidad colabora un cierto toque de comedia del que pretende Garnett dotar a su filme, una comedia tan poco efectiva como la película misma, el elemento más cómico viene a ser el ascensorista negro, que contempla con silenciosa pero asombrada actitud el éxito con las féminas de Sampson. Protagoniza el ascensorista las secuencias más hilarantes del filme, el individuo de color danzando, viendo al abogado ir y venir con diversas mujeres, sorprendiéndose de sus supuestas técnicas de cortejo, y sirviendo de colofón, cayendo víctima de la aplicación de lo que consideraba un método de ligue infalible. Siguiendo la estructura clásica de narración, espera el realizador hasta la mitad de su filme, para recién exponer el meollo, el tema central, el asesinato de la novia del magnate, un homicidio ciertamente misterioso, cuyo autor es toda una sorpresa, se consigue con eso cierto suspenso, aunque lamentablemente el suspenso es tan endeble que se diluye durante el sucinto metraje, se pierde en la tibieza del filme. Tiene la cinta los ingredientes de un film noir, sí, muertes, homicidios, investigaciones policiales, intrigas que no se desvelan hasta el final, incluso algún segmento de oscuro tratamiento, sólo adolece de la femme fatale, reemplazado por la tan persistente como tonta señorita Anne. Sin embargo, los elementos son esgrimidos de forma que se materializa un ejercicio inofensivo, tibio, tímido, aunque decente, en el que, empero, ciertos detalles, como la accidental muerte de Sampson, se advierten postizos. Con actuaciones que cumplen, sin más, se termina por dar forma a un filme que no hace más que reforzar la idea de que la mejor obra de este cineasta viene a ser la citada El cartero siempre llama dos veces.
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