Pequeña y decente cinta del
escocés Frank Lloyd, filme realizado en 1945, en tierras norteamericanas, por
lo que no resulta difícil intuir la directriz que tomaría este trabajo cinematográfico
yanqui del clásico estilo del film noir,
el cine negro. Nos retrata la película la historia de un reportero, individuo
que trabaja en un importante e influyente periódico japonés, y, en tierras
niponas, se encarga de divulgar la noticia de una inminente y descomunal preparación
de un severo plan expansionista del Imperio del país asiático. Desde entonces,
el filme será la travesía por los avatares y emocionantes peripecias que va
atravesando el hombre de noticias, involucrándose con una mujer fatal en su camino, que será clave para su desenvolvimiento
y lucha por sobrevivencia en un territorio que terminará albergando conspiraciones
internacionales, y la infaltable persecución para liquidar al yanqui que sabe demasiado.
El filme debe mucha de su materialización al recordado y notable James Cagney, que
protagoniza la obra y cuya compañía además se encarga de producir el trabajo,
secundado por la hermosa Sylvia Sidney, que regresaba al mundo del ecran tras
siete años de ausencia y silencio. Interesante filme que retrata pues un tema entonces
todavía en vías de desenlace, la severa guerra que impregnaba inevitablemente
los trabajos realizados durante aquel entonces.
Un texto nos habla de cómo en el
mundo se conoce el nombre de Hitler, pero que no se sabe de su equivalente, el
Fuhrer japonés, la cinta será una exploración por la divulgación de un plan secreto
de este personaje. En territorio japonés, el prestigioso diario Chronycle de pronto
sorprende al mundo divulgando un artículo sobre un plan secreto de expansionismo
de Japón, y Nick Condon (Cagney) es señalado como responsable de la publicación.
Las autoridades locales preguntan a Condon sobre sus fuentes de información, pero les responde con astutas evasivas. La noticia genera reacción y tensión tanto en
Japón como en China, entre otros, mientras un buen amigo de Condon, Olliver
Miller, “Ollie” (Wallace Ford) está feliz, tras
cuatro años trabajando allí, regresa a USA. Ollie, repentinamente, va a su hogar,
con su mujer Edith (Rosemary DeCamp), que se sorprende
de verle llegar con mucho efectivo, y con la noticia de regresar a casa. Cuando
Condon va a la embarcación de viaje a despedir a sus amigos, el oficial Hijikata (Leonard Strong) le niega el paso,
y tras entrar con argucias, encuentra a Edith muerta en su habitación, avisando
a sus jefes del periódico en Norteamérica. Posteriormente cuando Ollie se escabulle
e intenta ir a casa de su amigo, es herido mortalmente en el camino, llega agonizante,
encuentra a Nick, y antes de morir, le confiesa que su noticia tiene la razón,
y le da un documento.
El documento es el Plan Tanaka, el plan que especifica la expansión, y
luego se apersonan a su casa el capitán Oshima (John Halloran) y otros oficiales, buscan al considerado
criminal Miller, así como como el plan secreto. Las autoridades liberan a Condon, y luego, es Nick invitado a la casa del susodicho
individuo, el Premier Giichi Tanaka (John Emery), en cuya residencia se encuentra también su
subalterno, el príncipe Tatsugi (Frank Puglia). En la lujosa residencia,
está además la bella yanqui japonesa Iris Hilliard (Sidney). A su jefe, Charley Sprague (James Bell), Nick someramente lo envía a Washington,
mientras Joseph Cassell (Rhys Williams), le presenta a la
bella Iris, de ambigua situación, intenta sacarle lo que sabe, y se lo informa,
aún incompleto, al coronel Hideki Tojo (Robert Armstrong). Iris y Nick se acercan, ella se
desprende de su misión y genuinamente se atraen, se besan, pero cuando Cassell
dice a Condon sus reales intenciones, éste la confronta. La hábil fémina ya se
ha hecho con el documento, Oshima oye todo con secreto micrófono, pero la mujer
está de lado de Condon. Tanaka, en su evidente fracaso, dimite ante Oshima y se
quita la vida. Iris y Nick emprenden huida, las nuevas autoridades japonesas firman
otro documento. Condon, por salvarla, la envía en bote con el plan Tanaka, mientras
él sobrevive, escapa ya de todo
peligro.
Correcto trabajo del cineasta
escocés Lloyd, que consigue imprimirle a su obra un halo de constante y creciente
tensión, una sensación perenne de que algo anda mal, esa sensación que, como se
dijo, irá incrementándose. Asimismo, una apremiante música, un acompañamiento musical
irá también intensificándose para multiplicar y complementar el primer cambio brutal
de ritmo, en la secuencia en que Condon encuentra a la mujer de su camarada
liquidada, segmento en el que ya la tensión y suspenso se apoderan del ambiente,
la tenebrosa atmósfera va tomando forma, el cine negro, el film noir y las fatales circunstancias, se van apoderando del
escenario. Asimismo, Condon, al margen de todas las acusaciones que se atizan a los
japoneses en su filme, se encarga también de retratar la profunda
solemnidad, el inquebrantable respeto que impregna la cultura oriental, maximizado
en la secuencia del sacrificio de Tanaka, no se tolera el fracaso, y, para salvaguardar
el honor, se sacrifica casi ritualistamente, frente a un altar. Interesante historia,
que se desarrolla en 1945, cuando la máxima confrontación bélica que la humanidad
haya conocido se encontraba en su ocaso, se refleja claramente todavía la
herida abierta, lo que se le atiza a uno de los rivales vencidos, el eco de la paranoia
que aún late, pues se habla de un Hitler japonés, que amenaza con un plan de expansión
mundial imperialista.
Si una falencia y arbitrariedad se advierte, es el ciertamente innecesario uso de actores occidentales en el reparto oriental, viendo a yanquis hacer de japoneses, incorrecta decisión, luciendo estos caracteres sumamente falsos, postizos, fingidos, artificial representación que tiene singular e impensada cumbre en la bella Sylvia Sidney, que, con su extravagante parafernalia y aditamentos faciales, queda convertida en bizarra japonesa, una lástima que hace extrañar ver su angelical rostro inalterado. A su vez, ella encarna a una variedad aficionada de socióloga que desmenuza a la mujer japonesa, enumera y señala sus defectos, convirtiendo al filme en una suerte de compendio de sus acusaciones yanquis a la cultura de ese país. Eso sí, un valor a destacar innegablemente será la participación del recordado y siempre decente James Cagney, productor y actor, encarnando con toda su seriedad y solvencia acostumbradas al personaje central, pareciera disfrutar actuando este individuo, con su peculiar apariencia de hombre de mesurada estatura, pero con espíritu de determinación inversamente proporcional. Dentro de todo, es un decente y apreciable ejercicio, plagado de oscuros escenarios que le dan esa lóbrega atmósfera de film noir, luz y sombras contrapuestas, en un filme que se siente norteamericano, yanquis convencionalismos, romance, el bien contra el mal, malos contra buenos, americanos contra japoneses, y los yanquis, claro, ganarán, es su cine, su versión.
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