viernes, 13 de julio de 2012

La piel del deseo (2003) - Robert Benton


Interesante ejercicio fílmico de inicios del nuevo milenio, en el que el texano Robert Benton nos presenta un bastante decente trabajo que se fundamenta en una historia sencilla pero muy bien narrada, con sólida estructura narrativa, y sobre todo, actuaciones de primer nivel, por actores que ya tenían un prestigio granjeado y justificado en sus respectivas industrias. Nos presenta el yanqui y sucinto director la historia de un ilustre profesor, de oscuros orígenes y tronco familiar, que luego, como prestigioso maestro en una distinguida universidad londinense, ve amenazada su carrera y reputación por falsas acusaciones de racismo. Su esposa fenece, su mundo parece acabarse, hasta que conoce a una conserje, atractiva pero con pasado tan o más oscuro que el suyo, que además traerá el inconveniente de un desequilibrado ex esposo, mientras un cercano amigo del viejo profesor escribe su biografía, desenmarañando más de un bizarro secreto. Filme que resulta atractivo, si bien se siente que pudo haber dado más, y lo bueno que expone descansa en buena medida en la calidad interpretativa de sus actores: un siempre decente y distinguido Anthony Hopkins lo encabeza como el profesor, la hermosa y cada vez más talentosa Nicole Kidman es la fémina bizarra que lo enloquece, Ed Harris es el desequilibrado ex poso obsesionado, y Gary Sinise es el nuevo gran amigo que inmortaliza la vida del profesor.

       


Coleman Silk (Hopkins) es un distinguido profesor en la Universidad de Atena, donde es el primer judío en dictar cátedra. Un buen día, en clase, dos ausentes alumnos llaman su atención, a quienes llama “espantos”, palabra con mala acepción en Gran Bretaña, lo que le genera problemas por acusaciones de racismo, y que le cuesta su trabajo. Al contarle las malas nuevas a su esposa, su mujer termina feneciendo de una embolia. Después, la biografía del exitoso Silk se escribirá y para ello, conoce al escritor que lo hará, el tan aislado como exitoso Nathan Zuckerman (Sinise), ermitaño con quien prontamente se hacen íntimos amigos. Tan buenos camaradas se vuelven que Coleman le cuenta sus episodios juveniles, (Wentworth Miller entonces lo interpreta) cuando se involucró con Steena Paulson (Jacinda Barrett), le devuelve la vida a la sosa existencia del escritor, y le narra otros episodios juveniles suyos. Luego, ya en el presente, conoce Coleman a la conserje Faunia Farley (Kidman), conócela dándole un aventón en auto stop, fluye rápidamente un coito entre ellos, sus encuentros se repiten con mayor frecuencia, y ella le narra algunos sórdidos eventos de su pubertad. Mientras tanto, su ex esposo, Lester (Harris), es interrogado en una institución, perdió la custodia de sus hijos, acusa a su ex esposa. Coleman arregla una salida con Faunia y Nathan, donde ella se incomoda, pero se manifiesta genuino interés entre la dispar pareja.





El liberado Lester va con Faunia, a quien acusa de ser las causante de la muerte de sus hijos, cosa que ella acepta parcialmente, la prole feneció por un descuido suyo, lo que le genera mucho sufrimiento. Coleman quiere un interdicto para el desequilibrado Lester, un camarada suyo abogado le sugiere que la abandone, que no vale la pena, pero Coleman no puede alejarse de ella. Sigue rememorando su pasado Silk, de joven, dedicándose al boxeo, genera la negativa de su padre, que lo regaña, y poco después, muere. Su juvenil idilio con Steena florece, intenso amor une a los jóvenes, similarmente al amor que tiene con Faunia en el presente. Pero, cuando lleva a su querida Steena a casa, su familia, y principalmente su madre, rechazan a la caucásica mujer, mucha inseguridad e intolerancia racial hay, y tras esa decepción, Coleman se entrega de lleno al boxeo, se desempeña bien en el deporte. En los días contemporáneos, continúa viéndose con Faunia, y continúa enterándose de sus estrafalarias y sórdidas vivencias, a la vez que le declara él mismo un secreto personal, tan oscuro como revelador. Menguan sus diferencias los amantes, pero luego, en la carretera, hostigados por Lester, se desabarrancan en auto, y fenecen ambos. Nathan recuerda algunas confesiones previas a la muerte que Coleman le hizo, conversa con su hermana, Ernestine (Lizan Mitchell), y se encuentra más determinado que nunca a terminar la biografía de su gran amigo finado.





Se configura así un filme que, sin ser una maravilla, ni mucho menos, entretiene y otorga algún que otro momento disfrutable. Se rompe por vez primera la linealidad de la historia con la muerte de la mujer de Coleman, donde la composición y el tratamiento de los encuadres del director son solemnes y efectivos, se transmite tristeza y decepción, secuencia donde se tiene por primera ocasión un trato diferenciado. Los personajes, por su parte, vienen a ser de lo más atractivo del filme. Son personajes bizarros, atormentados, ricos, empezando principalmente por Faunia, Kidman, mujer que colecciona bizarrías y sordideces, tan hermosa como hermética, sórdida infeliz que se auto aísla del mundo, vive aislada e intocable, hasta que llega Silk. La Kidman cada vez está mejor, y si bien esta representación no se cuenta entre sus mejores trabajos, la hermosa australiana va de menos a más, bella y refinada, su papel es el más rico y mórbidamente seductor. Por otra parte, su ex esposo, violento desequilibrado, con hijos muertos, Ed Harris completa el más bizarro cuadro que inicia Faunia, este decente actor yanqui no se mezcla con la repulsiva mediocridad a él contemporánea y coterránea, y presenta una decente actuación. Múltiplemente similar resulta el caso de Sinise, talentoso actor que es una lástima no tenga mayor injerencia en el filme, que ciertamente pudo tenerla, ex prostático ermitaño, es el brillante literato que se vuelve la ventana al mundo de Coleman.






Son todos personajes infelices, encerrados en su infelicidad, lo que los hace herméticos y aislados, intocables en su sórdido universo, dotando al filme de una atmósfera oscura, densa, atormentada. Otra secuencia donde se advierte un tratamiento diferenciado es la del baile, primero el baile de Steena Paulsson, pero más que nada, el baile de Faunia, el baile de la Kidman, toda sensualidad y erótica elegancia, materializando su melancólico y carnal arte, con su rostro denotando profundidad, lejanía, hermetismo. Tiene además la Kidman el bello simbolismo del cuervo, notablemente dócil ave, atrapada, un cuervo que no sabe ser cuervo, y se retrata notablemente la docilidad inusual de tan lóbrega ave. Tanto la australiana como Hopkins, protagonistas estelares, se vuelven atracción del filme con sus actuaciones, lo que es, como se dijo, uno de los pilares del filme, lamentándose únicamente que no hayan tenido mayor preeminencia ni Harris ni Sinise. La historia, naturalmente, también es un retrato del severo complejo de racismo, un individuo que vive atormentado por ser negro, es mulato, lastre que le sesga toda su existencia, tratando de reinventarse, pero con los fantasmas que siempre acechan con regresar, la Kidman es su único y revitalizante alivio, le devuelve el brío y goce de la juventud, y el filme tiene el perspectivismo doble de mostrarnos su duplicada evolución, la actual, y la rememorada. Se configura un decente ejercicio del director de Kramer contra Kramer (1979), no descollante ejercicio, pero que se distingue de la mucupurulenta y putrefacta producción cinematográfica yanqui actual.








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