Uno de los mejores filmes en los
que se haya involucrado, en su hace tiempo habitual doble faceta, el genial
Clint Eastwood. Filme muy rico, en muchos aspectos, en el que queda chato e
insuficiente defínirlo como meramente una adaptación de la obra del guionista
que trabajó con el titánico John Huston durante el rodaje de La Reina Africana (1951), en dicho
continente. Desde un primer y somero vistazo, el filme pues retrata las
vivencias del inolvidable Huston, todo desde la lupa del guionista con el que
trabajó para el mencionado filme, Peter Viertel, desde las estrafalarias y
rígidas acciones del director, hasta su obsesión por cazar un salvaje ejemplar
mayor de la salvaje fauna de la selva africana, convirtiéndose un gran elefante
en su perenne objeto de deseo, exasperando a su principal productor, a quien se
le acaba la paciencia, pero sobre todo, el margen de tolerancia y el dinero.
Interesante filme, en el que Eastwood se involucra poderosamente, y en el que
se realizan variaciones, pocas pero muy significativas, en el filme respecto de
la primigenia obra. Resulta necesario ver la cinta para apreciar uno de los
trabajos más personales de Eastwood, ya curtido, ya experimentado y consagrado,
comienza a alcanzar sus más elevados niveles como director -pues como actor ya
tenía envidiable recorrido-, además de poder apreciar lo mucho que respetaba y
admiraba el mítico cowboy a Huston, llegando a encarnarlo, y en el filme se
vierte mucho de esos sentimientos, algo que se ampliará en líneas posteriores.
Una voz en off nos dice que es la historia de un director
adicto a la violencia, que re-rescribe las reglas de la industria fílmica, y
que siempre cae de pie. El guionista Pete Verhill (Jeff Fahey) llega a la residencia de su gran
amigo John Wilson (Eastwood), cineasta que prepara un nuevo proyecto, en
África, a donde invita a Pete. Endeudado, y con el guión ya bastante avanzado,
está ansioso por partir a África, sobre todo, para practicar cacería. Se reúnen
ambos después con Paul Landers (George Dzundza), el productor, con quien se discuten
temas sobre hacer el filme a color o no, también la locación, pero Wilson está
empecinado con rodar en África y no en estudios hollywoodenses. Pete habla con
Wilson sobre el guión, pues le parece que los protagonistas fenecen
indebidamente, dícele que no le agradaría al público, pero Wilson no accede a
suavizar el desenlace. Tras realizarse una cena con el equipo de productores y
ejecutivos, parten Wilson y Peter a África. Ya allí, conocen a Margaret
McGregor (Mel Martin),
y a un cazador, y tras discutir algunos
temas del guión, Wilson ya manifiesta su interés por irse de safari, a cazar por
tierras africanas. Poco después, en una cena, el director quiere pasar la noche
con Margaret, pero cuando ella ofende y humilla a los judíos, a los que
pertenece Pete, el cineasta la ahuyenta, e instantes después, se involucra en
una pelea por defender a un mozo negro, pelea que pierde.
La paciencia de Paul se va
acabando mientras tanto en los estudios, pero no puede hacer nada a la
distancia, pues Wilson se embarca en travesía hasta el Congo, a la que arrastra
a Pete. Tras un turbulento viaje, llegan al lugar, y comienza ya a pensar
Wilson en cazar, cazar antílopes y elefantes. Se obsesiona con un elefante
macho en particular, el mismo que intenta ultimar, pero fracasa su intento al
estar rodeado el animal de muchas hembras. Las exigencias de Paul lo llevan hasta
África, se debe filmar una importante escena de la película, pero Wilson sigue
interesado en su cacería al elefante y nada más, lo que lo hace discutir y
distanciarse con Pete, que decide regresar. Pero antes de que lo haga, decubre
que el propio Paul se ha movilizado hasta tierras africanas, donde descubre que
el cineasta ha decidido cambiar la inicial locación del filme, significando
esto muchos riesgos, pero su voluntad termina siempre imponiéndose. Se produce después copiosa lluvia, se para el rodaje, Wilson
lo toma a la ligera y aprovecha para irse a cazar a su elefante. Parte a
su empresa acompañado por Pete y un nativo, un guía negro a quien tomó estima, pero
cuando finalmente tiene frente a frente al coloso animal, desiste, no lo
elimina, su guía es finiquitado. Tras todas las desventuras, Wilson al fin dice
“Acción”, comienza a rodar.
Finaliza de esta forma uno de los
mejores filmes de Eastwood como director que, como para no perder la costumbre,
también protagoniza su notable obra, realizando el máximo de sus confesos anhelos, un auténtico honor, encarnar a su
gran héroe, a John Huston, ciertamente una labor, un desafío, y un deleite
mayor dar vida a uno de los grandes titanes del cine norteamericano. Así,
Eastwood se basa en el guión, en el libro inspirador, ambos de Vernill, pero
puso particular tesón en que se suavizara la imagen que del cineasta hacía el
literato, pues lo consideraba un retrato demasiado despiadado, inhumano y
déspota. Al margen de si haya sido exagerada o no la imagen que hace Vernill
(pues cierto es que el cineasta tiene esa reputación), Eastwood nos da una muy
personal y propia visión del gigante realizador, no exenta de sus vicios, de
sus excesos, y con frases y momentos célebres, que delinean su grandiosidad, por
muchos incomprendida o sesgada por su particular temperamento. Una de esas
frases por ejemplo es, cómo, sin un ápice de humildad, se autodefine, como a
todo director de cine, como a un dios, son dioses dice, deciden sobre vida y
muerte de sus personajes, y razón no le falta. En otro momento memorable y verídico, define Wilson,
o mejor dicho, Huston, a la cacería de elefantes no como un delito, sino como
un pecado, por lo que la encontraba aún más atractiva. Se nos muestra a un
Huston socarrón, incontenible, déspota, poderosa su figura, que rompe todas las
reglas, las reescribe, que hace lo que quiere hacer, primero pensando nunca en
complacer a la masa consumidora de los filmes, luego, despreocupado
completamente por el filme, más canalizado por su pasión por cazar un gran
ejemplar africano.
En ese sentido, la
caracterización de un maduro Eastwood es impecable, impregnada de todo el
aprecio y respeto que puede un gran artista sentir por un mentor, como lo fue
para él el gran director, aquí referenciado como John Wilson. Resalta de manera
ineludible que el gran Clint hiciera mayúsculos esfuerzos para que la imagen de
Huston no sea presentada como la que Vernill pretende delinear, sino más bien
una imagen humanizada y no tan despiadada; empero, Eastwood no genera a un
personaje que pudiese despertar simpatía, alguien con el que el público pudiese
encariñarse o emparentarse, lo dota de una humanidad que lo torna todavía más
complejo y seductor, con los matices que tan cuidadosamente le imprime. A ese
respecto, primero su defensa por los judíos denota ya cierta empatía con los
demás, y luego, enfrascarse en una pelea que evidentemente perdería, por
defender a los negros. Nos habla de un caracter que no es un mero infeliz sin
sentimientos, es un complejo individuo que se vuelve más enigmático, más
inalcanzable en su complejidad, más herméticamente seductor. Se siente ahí el
pulso de Eastwood para suavizar la figura que quiere presentarnos, pero teniendo
el cuidado preciso de no sobrepasar esa línea, y no amanerar en exceso la
representación de su admirado Huston, que esgrimía en la vida real muchas de
las características en el filme vertidas, virtudes o defectos, según se mire,
para bien o para mal. Imposible dejar de mencionar la secuencia en que describe
a Hollywood, el imperio donde reinaba sin corona, como un escenario donde todo
se prostituye, y que las prostitutas han hecho de la industria hollywoodense un
buen banco, mordaz y certera su descripción, una frase más del amplio
repertorio del consagrado Huston, su visión, pues estamos hablando de todo un
señor cineasta, un señor cineasta hablando.
La pelea, por cierto, estuvo
basada en una supuestamente verídica riña a golpes que protagonizó Huston con
Erroll Flynn, y denota mucho de su personalidad, tozudo, un cabezotas como se
dice, terco e incontenible, no se rinde, y se embarca en sus escaramuzas aunque
sepa que va a recibir paliza, y la secuencia es retratada con severo humor e ironía,
irónico el derrotado director, que ni derrotado abdica en su obstinación, magnifica
su figura. Es excelente que Eastwood haya logrado atrapar esa esencia de su ídolo,
por muchos amado, por otros tantos odiado, el conflicto de su loada versión versus
su criticada versión también se siente en el filme, su afición a la cacería y
la dejadez por su trabajo, desquiciando a sus productores, pero lo mejor (o
peor), es que es un genio en lo que hace, y lo sabía. Eastwood se deshace de
los juicios subjetivos de Vernill, y quizás dejándose llevar por los propios,
nos bosqueja ese retrato del titán cineasta, pero logrando el exacto equilibrio
entre ambos, mostrándolo tal cual fue, hasta el final. Resulta más que
agradable la representación y tratamiento visual del personaje, muchas veces
con las sombras derramándose sobre su el rostro, otras con el ala del sombrero
medio ocultándolo, plasmando una figura aún más enigmática, más oscura. Se retrata más al
humano que al artista, pues curiosamente nunca lo vemos trabajando, es un retrato
de sus vivencias y excesos, que casi hacen que no vea la luz el filme, La Reina Africana (1951), plasmándose además
la memorable batalla del hombre contra la naturaleza, materializado esto en la
batalla contra el descomunal paquidermo, invencible criatura que termina por
vencer la hasta entonces inquebrantable voluntad del cazador, aunque
ciertamente, en el texto original se afirma que si no lo cazó, fue porque finalmente
nunca pudo hacerlo. Así, en el filme, solo al final, tras corroborar lo inútil de
su obstinación, y el fenecimiento del guía lugareño con quien había congeniado,
finalmente comienza a rodar, y solo entonces lo vemos trabajando con la ansiada
palabra “Acción”, abatido por lo sucedido, después de que un lugareño le traduzca el sentir de los demás lugareños, de sus tambores, con la frase cazador blanco, corazón negro. Filme de lo mejor de Eastwood, piedra angular dentro de su producción,
pues es de sus trabajos más personales, íntimos y significativos, cobrando esto mayor
valía si se considera que es Clint de los directores que menos se dejaron embriagar
por el consumismo, y siempre produjo lo que su sentir artístico le guiaba a
producir. Excelente filme, excelente historia, inmortales artistas en ella involucrados,
cineastas de primera clase.
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