El británico Andrew V. McLaglen nos presenta este ejercicio de su considerablemente
extensa filmografía, pero que no se caracteriza precisamente por ser un memorable
ejercicio cinematográfico, más bien discreta suerte de adaptación de western,
en la que mucho de lo que alguna vez hiciera tan glorioso, hermoso e inmortal a
este género, se olvida y deja de lado por completo, lo cual, por supuesto, va
en severo detrimento del filme. Nos presenta el cineasta del Reino Unido la historia
de unos convictos, que trabajan en sus forzosas labores, hasta que uno de ellos,
el más aguerrido, consigue hacerlos escapar, y los guiará en su frenética y determinada
venganza contra quien los perjudicó y metió a la cárcel, particularmente a él.
La cinta será un recorrido por la carrera de ajusticiar al viejo ex sheriff, lo
que incluye atormentar a la hija del hombre de ley. Muy discreto filme, en el
que lo único que termina por ser aliciente son las actuaciones de dos grandes referentes
del cine yanqui de aquellos años, el inolvidable Charlton Heston, como el atormentado
sheriff que sufrirá la persecución, y el gran James Coburn, el duro individuo
que realiza la inquebrantable persecución, ciertamente estos individuos se convierten
en el principal bastión sobre el que descansa el filme, pero, naturalmente, únicamente
actuaciones no pueden reflotar por si mismas un filme repleto de simplezas y
falencias.
En el abrasador desierto yanqui, unos reclusos están haciendo
trabajos forzosos, con los capataces vigilándolos, hasta que, un convicto,
Zach Provo (Coburn), distrae a uno de ellos, para luego liquidar a sus guardas,
y escapar numerosos presos. Sin tener un plan totalmente definido de acción,
Provo lleva la batuta del grupo, se suben temerariamente a un tren que transporta
carne de res refrigerada, díceles que su siguiente parada es Tucson. Mientras
tanto, en los cuarteles de las autoridades, el ex sheriff Sam Burgade (Heston),
se entera de la huida de los 22 reclusos, advierte la presencia de Provo, a
quien envió a prisión hace años, y con Noel Nye (Michael Parks), el nuevo comisario, piensan sobre cómo podrán
proceder, piensan que Yuma podría ser su destino. Ambos hombres de ley se alían,
muévense y llegan hasta el tren de los prófugos, pero llegan tarde, ya se han
movido los ex reclusos, al igual que lo hacen ellos, siempre siguiéndoles la
pista. Los bandidos se movilizan rápidamente y van asesinando algún desafortunado
impertinente que se les cruce en el camino.
Luego, ya en su casa, Burgade conversa con su hija, Susan (Barbara Hershey), le cuenta de la difícil situación que está
manejando, además de narrarle las violentas circunstancias en que atrapó a
Provo, feneciendo la mujer de éste.
Burgade sigue moviéndose con diligencia, mientras loa bandidos
prosiguen su huida, y liquidando gente a su paso, Provo, además de Menéndez (Jorge Rivero). Hay preocupación
en el pueblo, y mientras Burgade busca al bandido, éste se las ingenia para llegar
a la casa del ex sheriff, y secuestra a Susan. No tarda mucho en descubrirlo Sam,
y emprende ahora otra persecución a lo largo del Oeste yanqui, a Provo, Menéndez
y Shelby (Larry Wilcox), entre otros. Pero las
fuerzas van flaqueándole al viejo Sam, que también comienza a quedarse sin efectivos
que apoyen su búsqueda, le dicen que abdique en su cometido, pero lo único en
lo que piensa Sam es en salvar a su hija. Burgade saca fuerzas de flaqueza,
encuentra a un bandido herido, moribundo rezagado que le da información con la que se acerca hasta el paradero de Provo. Pero no puede hacer mucho para evitar
que su hija sea ultrajada en el desierto por los colaboradores del prófugo. Tras
intentar el sheriff amedrentarlos con fuego, finalmente se produce un severo
enfrentamiento, tiroteo en el que Sam sale severamente herido, cae por un pequeño barranco, pero consigue finamente disparar y eliminar a Provo, los demás lo auxilian.
Culmina de esta forma este breve
ejercicio en el que durante sus poco más de 90 minutos de metraje no hacemos más que añorar a los
grandes westerns clásicos del pasado, y es que toda la magia de antaño, todo el
estupendo buen tratamiento visual que los mejores realizadores supieron imprimir
a los filmes emblema, el desierto, con territorio tan vasto como las posibilidades
que ese escenario ofrece, es también desperdiciado, al igual que esa memorable
dupla estelar, en una película donde el tiempo pasa de forma ligera, como lo es
la obra misma. Se presenta pues un western, como he leído definir con aceptable
precisión, crepuscular, un género ya acabado, dando sus últimos coletazos antes
de sumirse en el pasado, como sus viejas estrellas, la mayoría ya viejas
glorias de años ya caducos. Así, asistimos a la representación desgastada, de un
género desgastado, en el que se siente casi como un lamento consciente, por parte
del director, expresado en Heston, que lamenta pues la vieja gloria perdida de
los días pasados, un peculiar cowboy que usa gafas para leer documentos, es pues una caduca imagen, símil a lo que se aprecia, tal y como se siente y advierte el
presente western. Rácana, simplona, así se siente la película, de un guión más
bien anodino, sin mayor profundidad o significancia, al igual que los personajes
superficialmente explorados, con frases baratas sin mayor riqueza. No pocas
son pues las falencias del filme, donde se destrozan las reglas de un aceptable
final feliz, con la hija del héroe humillada y ultrajada, y el protagonista, severamente
herido y agraviado con el incierto desenlace que puede llevar muy probablemente
a su fenecimiento. Lo único loable, claro, las actuaciones, un Heston tan
distinguido y notable como de costumbre encarna seriamente a su personaje, con
todo su sello, clase y distinción, lo mismo que Coburn, joven entonces, recio,
curtido, intratable, disparando y atormentando, un perfecto infeliz, pero con
cierta nobleza, que se denota en su ayuda a un mexicano, todo un habitual del western
en su etapa final. Pero como se mencionó,
las actuaciones no pueden reflotar ellas solas a un filme que tiene flaquezas
por donde se le mire, ejemplo de un glorioso género que se desangraba y daba
sus últimos esbozos.
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