martes, 17 de julio de 2012

El extraño amor de Martha Ivers (1946) - Lewis Milestone


Muy interesante drama negro del desaparecido Lewis Milestone, natal del también extinto Imperio Ruso. Seductor y oscuro relato de traiciones, amor, severas patologías, traiciones y sentimientos encontrados, además de viejas amistades, muy significativas en el pasado, que regresan de pronto al presente, a descubrir la forma en que ha evolucionado la persona que alguna vez creyeron conocer. Nos presenta Milestone la historia de una fémina, inicialmente infante, que tiene como únicos amigos a dos varones de su edad, opuestos en carácter, que le ayudan a sobrellevar la existencia a la sombra de su tiránica tía, y un buen día tras intentar escapar, la despiadada mujer es eliminada por su sobrina. Muchos años después, el niño más avezado, que se fue del pueblo, regresa al mismo, para encontrar a su amiga infelizmente  casada con el otro personaje, alcohólico individuo que es eminente político, pero un pelele como persona y las mórbidas vivencias que surgen son expuestas en el relato. Excelente cinta, excelente variedad de cine negro, en el que sus oscuros personajes no dejan de sorprender con sus salvajes impulsos, y en el que la mujer se convierte en el fatal meollo de toda la acción. A parte de una notable puesta en escena, descansa el filme en las solventes interpretaciones de su reparto estelar, la inolvidable Barbara Stanwyck como la mujer protagonista de adulta, además de un siempre solvente Van Heflin, y un joven Kirk Douglas entre los principales, en una cinta muy sólida, muy atractiva, gran filme de la década de los 40.



         



En el pueblo yanqui de Iverstone, en 1928, dos niños se mueven a hurtadillas, llegan a un establo, son Sam Masterson y Martha Ivers, planean escapar de sus casas, pero son atrapados antes de hacerlo. El que los delató fue Walter O´Neil, que, junto a su padre, vive a la sombra de la tía de Martha, la adinerada señora Ivers (Judith Anderson). La tía Ivers es tan adinerada como tiránica con Martha, le recuerda su origen bastardo, la hostiga, y la obliga a querer escarpase. Intenta ella volver a huir con Sam, Walter no puede evitarlo, pero por atrapar a su felino mascota, la tía es alertada, y en un aparente accidente, Martha la golpea, la hace caer por las escaleras y fenece. Walter fue testigo de lo sucedido, Sam desapareció, y el aturdido señor O’Neil no tiene otra salida que creerle a Martha, que miente diciendo que un hombre fue quien la asesinó. Esa versión es creída, y pasan muchos años, es ya 1946, Sam (Heflin) ha crecido, regresa al pueblo, en el que se entera que Walter (Douglas), es un importante fiscal que se postula a reelegirse, se casó con Martha. En su camino a buscar a su familia, Sam conoce a Antonia “Toni” Marachek (Lizabeth Scott), atractiva mujer con la que nace química, hasta el punto de alojarse ella en su mismo hotel. Por su parte, la adulta Martha (Stanwyck), es quien mueve los hilos del pelele Walter, lo insta a reelegirse, mientras Sam y Toni se acercan más.





Toni le confiesa a Sam que recién sale de prisión, presa de la soledad, encuentra alivio con él, y Sam la acoge. Pero a la mañana siguiente, ella ha desaparecido, la policía informa a Sam que fue atrapada, violaba su libertad condicional, fue aprisionada. Sam entonces busca a Walter, los viejos amigos se reencuentran y se ponen al día de sus vidas, aparece también Martha, tras años, se ve con ella, que intercederá para que Walter libere a su amiga. Martha queda impactada de volver a ver a su viejo amigo, se reúnen de nuevo, ya solos, recuerdan infancia, ven su viejo cuarto, se besan, pero pese a todo, Sam debe irse. El cobarde Walter entonces cita a la reclusa Toni, la amenaza con cinco años de prisión sino colabora con él. Lo que hace es tenderle una trampa a Sam, que es golpeado y raptado por matones del fiscal. Ya liberado, Sam va a visitar a su viejo amigo, Toni le confiesa que él estuvo detrás de todo, y Walter recibe golpes por ello, se enfurece por ver a su mujer embelesada con su viejo amigo y rival. Pero Martha, siempre enamorada de Sam, quiere beneficiarlo, tienen idilio, para despecho de Toni; tomando unas copas, se entera ella que Masterson nunca presenció la muerte de la tía Ivers. El ebrio Walter afirma lo promiscua que es Martha, la humilla, cae por la misma escalera que la tía. Martha, fría, sugiere que lo eliminen, pero Sam no lo hace. Tras unas inesperadas muertes, finalmente Sam se queda con Toni.





Estupendo filme de cine negro, en el que empezaré hablando del soberbio reparto estelar, en el que primeramente descolla, una vez más, la descomunal Barbara Stanwyck, en un perfil de rol que parece hecho a su medida, símil caracter al que interpretara cuatro años después en Encuentros en la noche (1952del gran maestro Fritz Lang. Se siente como si la gran Stanwyck estuviera hecha para este tipo de dramas, de mujer profundamente atormentada, con severos conflictos interiores, de severas patologías que transforman su psiquis hasta coinvertirla en un ser impredeciblemente siniestro, y ella, tan solvente y sólida como de costumbre, se muestra grave, perfecta como la atormentada infeliz. Sin embargo, mientras en el filme del maestro expresionista germano, ella accede a una final redención, a un final intento de absolución, en esta oportunidad ella está condenada, y termina encontrando en el fenecimiento su final y tan anhelado alivio, pues ciertamente su personaje en esta cinta es mucho más retorcido, maquiavélico y letal. Es la Stanwyck el meollo de todo lo que acontece, es la mujer fatal, la femme fatale que encuentra en el asesinato la mejor manera de salir de problemas, y cada vez encuentra menor remordimiento en ello. Escalofriantes niveles alcanza, de notar cuando un horrorizado Walter rememora la forma en que condenó, sin la menor dubitación, a un individuo inocente por el asesinato de la tirana tía; tenemos pues a la más maquiavélica y siniestra versión de la brillante actriz norteamericana.






Van Heflin, por su parte, lleva bien la carga principal, pues si bien es la Stanwyck quien es el motor de todo, es Heflin quien se erige en un coprotagonista de suma injerencia también, y asume y se desempeña excelentemente con esa responsabilidad el por entonces joven Heflin. Así, en sus nóveles años vemos un trabajo ajeno a los posteriores papeles de sumisión, de relegado, de dominado que veríamos en filmes tan diversos como Acto de violencia (1948) de Fred Zinnemann, Shane el desconocido (1953) de George Stevens, o en El tren de las 3:10 (1957) del genial Delmer Daves, todas cintas en las que veríamos un perfil que encaja con el descrito del posterior y maduro Heflin, el cual desempeña bastante bien; pero no deja de sorprender, y agradar, verlo en esta oportunidad en un rol diametralmente opuesto, de dominador, de galán haciendo suspirar a ambas féminas, de portador de la batuta de lo que sucede, y dominando a Kirk Douglas. Completa el reparto el joven patriarca del clan Douglas, que desde sus bisoños años ya daba muestras de seriedad y mucha solvencia en este, el que sería su primer rol, su filme debut en el que cumple con su aporte. Interpreta eficientemente a Walter, un pelele, un fantoche supeditado a la voluntad de su mujer, y esto queda perfectamente plasmado cuando un individuo lugareño afírmale a Sam, cuando pregunta por su viejo amigo, que éste ”llegará a ser todo lo que su mujer quiera que sea”, lapidaria frase que habla ya del mequetrefe personaje que se tiene en frente.






Es de esta forma que se da una singular circunstancia, Van Heflin haciendo de galán y de recio personaje, que domina por completo a un pelele Douglas, el futuro símbolo de virilidad de los 50s y 60s se muestra aquí como un patético alcohólico, remedo de hombre, su mujer lo domina por completo. Es el plan de contingencia, la opción que tomó la mujer porque no tuvo otra alternativa, porque su principal partido se escapó, y esa pesada mochila, ese lastre no abandonará a Walter jamás; pero claro, son anecdóticas circunstancias las que colocaron a estos actores encarnando papeles que a la larga serían opuestos a sus posteriores perfiles de intérpretes. Ahora bien, la solidez interpretativa se expande y alcanza a todos los involucrados, a Lizabeth Scott, que también cumple con nota, y a la recordada Judith Anderson, en efímero papel, deja muestra de todo el sello y distinción que la hicieron digna de participar en una de las más memorables obras del prodigio británico Alfred Hitchcock, en Rebeca (1940). Esta sólida terna actoral interpreta, sin fisuras, la sórdida historia de lo que pudo ser y no fue, del amor frustrado y pasado, que de pronto toca a la puerta para ver cómo salieron las cosas, pero lo que encontrará será el más bizarro y putrefacto retrato de degradación y descomposición humana, esto plasmado, por supuesto, en la podrida y retorcida figura de la maquiavélica Martha, que es el núcleo, el eje sobre el que todo gira. Poderosa versión de cine negro, film noir que se apoya tanto en su sólido guión y puesta en escena, como en sus notables actores, filme repleto de muerte, de sorpresas, de carnalidad, pues el sexo, como era natural por esos lustros, está bastante presente, aunque lo lo esté muy tibiamente insinuado, jamás mostrado ni evidenciado. Para finalizar, este excelente filme tiene un título tan adecuado como efectivo, pues el amor de Martha es extraño, es bizarro, es oscuro, un gran título, un gran final, para una también gran cinta.






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