El singular cineasta Franklin J. Schaffner es quien nos
representa esta bizarra cinta, tan bizarra como atractiva, algo inquietante y
perturbadora, que si estas reacciones provoca ahora, se debe imaginar el
espectador lo que debió generar en los paladares que la degustaron en su
estreno, en 1978. Aborda el director de origen yanqui, pero nacido en tierras
niponas, el delicado tema del resurgimiento nazi, nos ubica a finales de los
setenta, año en el que un joven cazador de nazis encuentra en Paraguay, a un
grupo de ex integrantes de las SS, que tienen un macabro plan para rebrotar el
III Reich, y lo que es peor, de alguna forma se las han ingeniado para clonar a
Adolf Hitler, empleando siniestros medios e increíbles métodos, todos urdidos
por ni más ni menos que el terrible Josef Mengele. El filme constará de las
peripecias que atraviesa un experimentado cazador de nazis, alertado por el
joven, para evitar que se consume el terrible plan germano. Notable dirección
para la bizarra ambientación del filme, además de la invaluable participación
de sus ilustres protagonistas, empezando por el genial Gregory Peck como el
nefasto doctor nazi, un maduro Laurence Olivier, a quien los años no hacen más
que mejorar, y James Mason, aunque con menor injerencia; los tres conforman un
reparto de lujo que eleva los bonos de un filme de por sí ya atractivo, como
siempre lo es una revisión yanqui del universo nazi.
En tierras paraguayas, tras una singular corrida de
toros, el joven Barry Kohler
(Steve Guttenberg) se encuentra tomando fotografías clandestinamente. Acto seguido, se comunica con Ezra Lieberman (Olivier),
añoso cazador de nazis, a quien le advierte que antiguos miembros de las SS se
están reuniendo y planeando un oscuro resurgir de su partido. El joven sigue investigando a los supuestos nazis, que se reúnen en una residencia, donde
corrobora que el mismísimo Josef Mengele (Peck) dirige una operación, en pro de
depurar el mundo y a la raza aria, planea 94 asesinatos en diversos países,
mayores de 65 años, no judíos, pero mientras planean, descubren un micrófono
del joven, a quien rastrean y eliminan. Lieberman, inquieto, constata que no se
trata de una mera broma, intenta, con la policía, rastrear a las posibles
víctimas, labor nada sencilla. Mengele es informado por su compinche, Eduard
Seibert (Mason), de las actividades de Lieberman, está preocupado por sus
seguimientos, y ciertamente comienza a investigar el viejo individuo, llega
hasta un antiguo personaje vinculado al partido nazi, pero no puede obtener mayores pistas.
De esa forma, mientras Seibert se preocupa porque Lieberman se acerca
peligrosamente a su rastro y sus intenciones, Mengele lo toma tranquilamente, y
comienza ya a llevar a cabo sus numerosas matanzas planeadas.
El joven David Bennett (John Rubinstein) también se le une a Lieberman en su
cacería de germanos, y mientras las matanzas continúan, ellos llegan hasta la
casa de una de las posibles víctimas, donde reside una mujer y también su hijo,
extraño niño que a Lieberman parece haberle conocido un gemelo. Lieberman sigue
investigando, llega hasta una reclusa antes ligada a las SS, que le cuenta de
un grupo de niños misteriosamente engendrados, y dados en adopción por ella,
fueron 94. Seibert no pierde un detalle de los movimientos de Ezra, alerta a
un ya preocupado Mengele, la operación al
parecer se estanca. Lieberman está tan convencido de haber visto al infante que
visitó en otro lado, que consulta con un colega, que le explica la posibilidad
de clonar humanos, prontamente deduce que es Hitler a quien quieren
reproducir, pero poco después, Seibert encuentra e incinera su cuartel de
operaciones. El siniestro Mengele se moviliza hasta la residencia del muchacho,
liquida a su madre, y entonces llega allí Lieberman también. Se desata una
pelea entre ellos, Ezra es herido pero salvado por una sanguinaria jauría de
dobermans, mascotas de la casa, que terminan por liquidar a Mengele, que
fracasa al querer poner al muchacho de su lado. Finalmente, en vano Bennett
intenta que Lieberman le dé la lista de las demás victimas, mientras el oscuro
muchacho sonríe al observar fotos de los fenecidos.
Atractivo y bizarro filme que nos centra en las acciones
y crímenes de nada más y nada menos que el Ángel de la Muerte, tristemente célebre
por sus aberraciones en Auschwitz, el
infeliz que es capaz de liquidar a un infante informante sin dubitar, y que
experimenta en cantidad de niños sobre diversas teorías genéticas suyas, todo
un miserable, él encarna a la pesadilla nazi, que amenaza con rebrotar, esta
vez en Sudamérica. El filme comienza con cierta clave cómica, la misma que el
director hábilmente va diluyendo conforme se desarrolla el filme, que va ganando
en bizarría, en oscuridad y sordidez. El tratamiento del yanqui nipón resulta
para hacer más digerible el filme, en el que se tratan polémicos temas como el
resurgimiento del terrible III Reich, además de la clonación humana, tema que
por entonces era un revuelo fantástico, increíble quimera que la convierte en
una suerte de bizarra ciencia ficción, fusión que desemboca en una demencial
conspiración. Si bien el mencionado tratamiento resulta efectivo para suavizar
y hacer más asequible el visionado, con toda la singular estética propia de
todo un referente de la televisión yanqui, termina por sentirse algo blando,
que bien podría haberse empleado una tónica más oscura, menos blanda, pero de
cualquier forma, consigue configurarse un decente producto final, que tiene
un enigmático desenlace, con el impredecible muchacho, supuesta reencarnación
clonada del terrible Fuhrer, que comienza a descubrir extraños deleites en su
persona.
Se anima el director a realizar un atrevido y apreciable
ejercicio, buena adaptación del relato homónimo del gran Ira Levin, es una sórdida visión de una teoría que suena un poco a paranoia, pues
hablar de semejantes temas, clonación humana y resurgimiento nazi, a finales de
los setenta era ciertamente algo tan fantástico como polémico, controversial,
pero que no por eso dejó de resonar en más de una oportunidad en la vida real.
Interesante apuesta de un camaleónico artista, multifacético cineasta, autor de
la inmortal El planeta de los simios (1968), también de la recordada Patton (1970), además de innumerables y célebres
series televisivas, que durante décadas le granjearon prestigio y aprecio de su
audiencia. Buena parte de la solidez del filme descansa, cómo no, en sus
solventes actuaciones, comenzando con un siempre excelente y serio Gregory
Peck, que tiene inusual desafío en este filme, hace peculiar encarnación del
aberrante Mengele, elegante y sobrio para caracterizar a uno de los más infames
acólitos del Fuhrer, dotando de espeluznante frialdad a su personaje, pero no
haciendo a su caracterización exenta de cierta gracia, que hace más atractivo
al macabro caracter. Laurence Olivier demuestra una vez más, sin que sea este
su mejor trabajo, porqué fue y es una de las figuras más queridas de la cinematografía
británica, y James Mason, aunque en papel de menor injerencia, deja patente su
siempre decente sello. Atractivo filme, que no se debe dejar pasar, retrata una
historia con toques paranoicos, bizarros y aberrantes, dotada de estética singular y definida, reforzada con
correctas actuaciones, un trabajo muy a tener en cuenta.
que interesante este articulo
ResponderEliminarque interesante este articulo
ResponderEliminarGracias!. Te invito a su vez a visitar otros blogs míos:
Eliminarcinecedad.blogspot.pe
stonemoviesspree.blogspot.pe
Saludos!