Interesante ejercicio fílmico de
inicios del nuevo milenio, en el que el texano Robert Benton nos presenta un bastante
decente trabajo que se fundamenta en una historia sencilla pero muy bien
narrada, con sólida estructura narrativa, y sobre todo, actuaciones de primer
nivel, por actores que ya tenían un prestigio granjeado y justificado en sus
respectivas industrias. Nos presenta el yanqui y sucinto director la historia
de un ilustre profesor, de oscuros orígenes y tronco familiar, que luego, como
prestigioso maestro en una distinguida universidad londinense, ve amenazada su
carrera y reputación por falsas acusaciones de racismo. Su esposa fenece, su
mundo parece acabarse, hasta que conoce a una conserje, atractiva pero con
pasado tan o más oscuro que el suyo, que además traerá el inconveniente de un
desequilibrado ex esposo, mientras un cercano amigo del viejo profesor escribe
su biografía, desenmarañando más de un bizarro secreto. Filme que resulta
atractivo, si bien se siente que pudo haber dado más, y lo bueno que expone
descansa en buena medida en la calidad interpretativa de sus actores: un
siempre decente y distinguido Anthony Hopkins lo encabeza como el profesor, la
hermosa y cada vez más talentosa Nicole Kidman es la fémina bizarra que lo
enloquece, Ed Harris es el desequilibrado ex poso obsesionado, y Gary Sinise es
el nuevo gran amigo que inmortaliza la vida del profesor.
Coleman Silk (Hopkins) es un
distinguido profesor en la Universidad de Atena, donde es el primer judío en
dictar cátedra. Un buen día, en clase, dos ausentes alumnos llaman su atención,
a quienes llama “espantos”,
palabra con mala acepción en Gran Bretaña, lo que le genera problemas por acusaciones de
racismo, y que le cuesta su trabajo. Al contarle las malas nuevas a su esposa,
su mujer termina feneciendo de una embolia. Después, la biografía del exitoso
Silk se escribirá y para ello, conoce al escritor que lo hará, el tan aislado
como exitoso Nathan Zuckerman (Sinise), ermitaño con quien prontamente se hacen
íntimos amigos. Tan buenos camaradas se vuelven que Coleman le cuenta sus
episodios juveniles, (Wentworth Miller entonces lo interpreta) cuando se involucró con Steena
Paulson (Jacinda Barrett),
le devuelve la vida a la sosa existencia del escritor, y le narra otros
episodios juveniles suyos. Luego, ya en el presente, conoce Coleman a la
conserje Faunia Farley (Kidman), conócela dándole un aventón en auto stop,
fluye rápidamente un coito entre ellos, sus encuentros se repiten con mayor
frecuencia, y ella le narra algunos sórdidos eventos de su pubertad. Mientras
tanto, su ex esposo, Lester (Harris), es interrogado en una institución, perdió
la custodia de sus hijos, acusa a su ex esposa. Coleman arregla una salida
con Faunia y Nathan, donde ella se incomoda, pero se manifiesta genuino interés
entre la dispar pareja.
El liberado Lester va con Faunia,
a quien acusa de ser las causante de la muerte de sus hijos, cosa que ella
acepta parcialmente, la prole feneció por un descuido suyo, lo que le genera
mucho sufrimiento. Coleman quiere un interdicto para el desequilibrado Lester,
un camarada suyo abogado le sugiere que la abandone, que no vale la pena, pero
Coleman no puede alejarse de ella. Sigue rememorando su pasado Silk, de joven,
dedicándose al boxeo, genera la negativa de su padre, que lo regaña, y poco
después, muere. Su juvenil idilio con Steena florece, intenso amor une a los
jóvenes, similarmente al amor que tiene con Faunia en el presente. Pero, cuando
lleva a su querida Steena a casa, su familia, y principalmente su madre,
rechazan a la caucásica mujer, mucha
inseguridad e intolerancia racial hay, y tras esa decepción, Coleman se entrega
de lleno al boxeo, se desempeña bien en el deporte. En los días contemporáneos,
continúa viéndose con Faunia, y continúa enterándose de sus estrafalarias y
sórdidas vivencias, a la vez que le declara él mismo un secreto personal, tan
oscuro como revelador. Menguan sus diferencias los amantes, pero luego, en la
carretera, hostigados por Lester, se desabarrancan en auto, y fenecen ambos.
Nathan recuerda algunas confesiones previas a la muerte que Coleman le hizo,
conversa con su hermana, Ernestine (Lizan Mitchell),
y se encuentra más determinado que nunca a terminar la biografía de su gran
amigo finado.
Se configura así un filme que,
sin ser una maravilla, ni mucho menos, entretiene y otorga algún que otro
momento disfrutable. Se rompe por vez primera la linealidad de la historia con
la muerte de la mujer de Coleman, donde la composición y el tratamiento de los
encuadres del director son solemnes y efectivos, se transmite tristeza y
decepción, secuencia donde se tiene por primera ocasión un trato diferenciado. Los
personajes, por su parte, vienen a ser de lo más atractivo del filme. Son
personajes bizarros, atormentados, ricos, empezando principalmente por Faunia,
Kidman, mujer que colecciona bizarrías y sordideces, tan hermosa como
hermética, sórdida infeliz que se auto aísla del mundo, vive aislada e
intocable, hasta que llega Silk. La Kidman cada vez está mejor, y si bien esta
representación no se cuenta entre sus mejores trabajos, la hermosa australiana
va de menos a más, bella y refinada, su papel es el más rico y mórbidamente
seductor. Por otra parte, su ex esposo, violento desequilibrado, con hijos
muertos, Ed Harris completa el más bizarro cuadro que inicia Faunia, este decente actor
yanqui no se mezcla con la repulsiva mediocridad a él contemporánea y
coterránea, y presenta una decente actuación. Múltiplemente similar resulta el
caso de Sinise, talentoso actor que es una lástima no tenga mayor injerencia en
el filme, que ciertamente pudo tenerla, ex prostático ermitaño, es el brillante
literato que se vuelve la ventana al mundo de Coleman.
Son todos personajes infelices,
encerrados en su infelicidad, lo que los hace herméticos y aislados, intocables
en su sórdido universo, dotando al filme de una atmósfera oscura, densa,
atormentada. Otra secuencia donde se advierte un tratamiento diferenciado es
la del baile, primero el baile de Steena Paulsson, pero más que nada, el baile
de Faunia, el baile de la Kidman, toda sensualidad y erótica elegancia,
materializando su melancólico y carnal arte, con su rostro denotando
profundidad, lejanía, hermetismo. Tiene además la Kidman el bello simbolismo
del cuervo, notablemente dócil ave, atrapada, un cuervo que no sabe ser cuervo, y se retrata notablemente la
docilidad inusual de tan lóbrega ave. Tanto la australiana como Hopkins,
protagonistas estelares, se vuelven atracción del filme con sus actuaciones, lo
que es, como se dijo, uno de los pilares del filme, lamentándose únicamente que
no hayan tenido mayor preeminencia ni Harris ni Sinise. La historia,
naturalmente, también es un retrato del severo complejo de racismo, un
individuo que vive atormentado por ser negro, es mulato, lastre que le sesga
toda su existencia, tratando de reinventarse, pero con los fantasmas que siempre
acechan con regresar, la Kidman es su único y revitalizante alivio, le devuelve
el brío y goce de la juventud, y el filme tiene el perspectivismo doble de
mostrarnos su duplicada evolución, la actual, y la rememorada. Se configura un
decente ejercicio del director de Kramer
contra Kramer (1979), no descollante ejercicio, pero que se distingue de la
mucupurulenta y putrefacta producción cinematográfica yanqui actual.
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