La neoyorkina Penny Marshall dirige este decente y
apreciable drama psicológico, en el que nos muestra una historia basada en hechos
reales, historia de llegada, y que cuenta además con dos intérpretes solventes,
que por entonces, inicios de la década de los 90, mucho crédito tenían. Basada
en la autobiografía del neurólogo Oliver Sacks, se retrata la historia de lo ocurrido en 1969,
cuando el mencionado doctor aplique la droga L-dopa en pacientes que padecieron
la encefalitis letárgica, verídica enfermedad que se esparció entre 1917 y
1928. Inicialmente, la droga será beneficiosa, generando, tras décadas,
despertares en los pacientes catatónicos, naciendo una estrecha relación con
uno de los pacientes en particular; pero este efecto será meramente temporal, y
eventualmente los pacientes volverán a su habitual letargo. Buen trabajo de la
realizadora con una seria puesta en escena, además de buena labor dirigiendo a
dos actores magníficos, un siempre fulgurante Robert De Niro como el paciente
de mayor injerencia, que estaba en una década para él fructífera y positiva, y
Robin Williams, como el doctor que aplica la medicina, individuo cuyo crédito actoral
se fuera diluyendo con el correr de los años. También resalta la inclusión y
participación, aunque breve, de la siempre hermosa Penélope Ann Miller. En definitiva,
se trata de un apreciable ejercicio, bien dirigido, y con buenas actuaciones.
Aproximadamente en los 20, en territorio yanqui,
unos niños juegan en su barrio; uno de ellos, Leonard Lowe, de pronto experimenta
unos temblores, contracciones musculares que lo van descontrolando. Pasan los años,
es 1969, en el Bronx, el doctor Malcolm Sayer (Williams), llega a una institución
mental por trabajo, y aunque, sin experiencia con humanos, obtiene un puesto allí. Va conociendo las inmediaciones y a los pacientes del instituto, uno de los
primeros que conoce es Lucy Fisher (Alice Drummond),
como todos allí, en estado catatónico, pero en quien descubre ciertas
reacciones, suerte de reflejos. El hallazgo lo lleva a proponer investigaciones,
obteniendo burla de sus colegas. Mientras descubre simples reflejos en los demás
pacientes, va notando a Leonard, ya adulto (De Niro), Sayer se va documentando más
sobre males encefálicos, un colega neurólogo se une en su investigación, y con
su leal y admiradora enfermera, Eleanor Costello (Julie Kavner),
mejoran algunos aspectos del lugar. Se interesa por el caso de Leonard, sigue probando
los reflejos en los pacientes, pretende aplicar a Leonard la droga L-dopa, para
ello obtiene consentimiento de su madre, la señora Lowe (Ruth Nelson).
Diversos procedimientos aplica con el paciente, desde música, a hacerlo expresarse
con una ouija.
Propone ya el uso de la droga en Leonard, lo discute con
un neuroquímico, (Peter Stormare), y finalmente es aplicada. De pronto,
sensible cambio se produce en Leonard, que despierta, habla, camina, reconoce a
su madre, a la enfermera, se vuelve la estrella de la institución. Sigue
mejorando Leonard, hasta desenvolverse prácticamente como un individuo sano, recorre
ciertas partes de la ciudad inclusive. Sayer pretende aplicar la L-dopa en los demás
pacientes, lo propone a sus colegas, pero esto sería muy caro, por lo que habla
con su jefe, el doctor Kaufman (John Heard), las enfermeras y los benefactores del instituto.
Consigue el financiamiento, aplica la droga a todos los pacientes, que milagrosamente
despiertan, y son hiperactivos. Una pareja de ellos inclusive se casa, pero en
vez de ir a la ceremonia, Leonard conoce a al bella Paula (Ann Miller),
que visita a su padre. Mientras los demás pacientes celebran la unión de sus
camaradas, Leonard y Paula se van conociendo, se caen muy bien, ella incluso va a visitarlo, despertando suspicacias en su madre. Sayer propone expandir las
experiencias de los internos, pero cambia el comportamiento de Leonard, exige más
libertad, salir, dar paseos solo, siendo rechazado. Luego empeora, se vuelve un
revoltoso, plagado de tics, paranoias y reacciones violentas, hasta agrede a Sayer. Leonard vuelve con los demás, pero gradualmente se sume en el letargo, hasta
volver al estado inicial, siendo visitado por Paula.
A finales de los 80 e inicios de los noventas, se
encontraba en cierta vigencia lo que se podría denominar como cierto boom de
filmes sobre enfermedades mentales. Rain Man (1988)
de Barry Levinson
iniciaría esta tendencia, a la que seguiría la recordada Mi pie izquierdo (1989) de Jim Sheridan, y el éxito obtenido tanto por Hoffman como por
Daniel Day-Lewis de alguna forma impulsó esta cinta. Una apuesta fílmica de esta naturaleza siempre constituye
cierto riesgo, cierta sangre temeraria, pero la apuesta finalmente le salió muy
bien a la cineasta neoyorkina, obteniendo el filme sendas nominaciones a los
Oscar, aunque no pudo el gigante De Niro emular a los anteriores protagonistas,
no pudo obtener su tercera estatuilla, cosa que eventualmente sucederá. De esa
forma, De Niro se vuelve aliciente principal, iniciando una década que tan
buenos réditos artísticos y financieros le traerían, principalmente sus colaboraciones
con el por entonces no tan malogrado Martin Scorsese. Encarna correcta y
seriamente al catatónico individuo, que despierta tras una ausencia mental de más de tres décadas, vuelve a la vida, renace, pero ese renacimiento implicará mayores
complicaciones de lo previsto, desatándose inesperada paradoja, pues al recuperarse
la libertad, se topa con la mayor represión de la misma, se ve superado por las
circunstancias, y no puede controlar esa libertad, que lo abruma. De Niro nos obsequia
pues una caracterización de exigencia, una prueba que el inolvidable intérprete
de Taxi Driver supo superar con toda
la suficiencia que uno de los actores más brillantes de esta generación puede
hacerlo.
Atractivo filme, la verídica historia basada en el libro homónimo del doctor, a quien Williams encarna aquí como a Malcolm Sayer. Es una
historia real de superación, de despertares, apelando a ese valor como cimiento
el filme, desatándose la locura y el frenetismo de ver a unos individuos, catatónicos
al inicio, estatuas humanas, de hierática presencia, que de pronto despiertan,
parlan, danzan, gritan incluso, se vuelven hiperactivos individuos que vuelven a
la vida, cosa que ciertamente pasó, como nos ilustra el texto final del filme,
en el que se nos informa que Sacks prosiguió con sus trabajos e investigaciones,
logrando otros eventuales despertares, pero nunca tan dramáticos como los que el
filme retrata. Se plasma pues la mencionada paradoja, el protagonista se
convierte en líder, revoltoso individuo que exhorta a emanciparse a sus camaradas, el más
inspirador caso pasa a ser la encarnación perfecta de lo que sucede el individuo
que retorna a la vida, encerrado la mayor parte de su vida en los confines y límites
de su enfermedad, al despertar, será otra vez libre, pero una quimérica libertad lo superará, no podrá
manejar su recobrada facultad, inesperado obsequio que lo desequilibra, cuando
la droga deje de ser efectiva, la ansiedad lo descontrola, quiere poseerlo
todo, pero esa ambición, más la fracasada sustancia, lo sumirán nuevamente en
su letárgica situación inicial. La fémina directora se permite plasmar momentos
de sensible ternura, de destacable y al menos entonces factible romance, con el
imposible idilio de Leonard con la hermosa Paula, cuando ella danza con él, etéreos
segundos que retratan su genuino interés, pero imposible de materializarse.
Descansa el filme, además de sobre su sobria dirección y puesta en escena, sobre
las actuaciones, una muestra más de clase de De Niro, concisa también es la actuación
del buen Robin Williams, a quien el paso de los años no favorecería, y la hermosísima
Penélope Ann Miller, radiante como pocas, dulce y casi infantil por momentos,
completa el reparto principal de un filme muy decente y disfrutable.
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