Durante la década de los 50s Hollywood todavía contaba
con algunas de sus más fulgurantes estrellas vigentes en el firmamento,
algunas ya en momento de finiquitar brillantes andaduras cinematográficas,
otras apenas tomando las riendas de glorioso camino por formar. Entonces
aparece Vincente Minnelli, dando con la tecla indicada para configurar una
exitosa comedia, empleando los dos elementos antes mencionados, y alcanzado fama,
consolidando una imagen ya antes cimentada. Un año después de El padre de la
novia (1950), Minnelli tiene el acierto y olfato necesarios para
reclutar exactamente la misma terna que exitoso resultado le diese en la mencionada
obra inicial, para materializar la secuela, exactamente con los mismos personajes, exactamente
con los mismos intérpretes, y la fórmula viene a dar resultado por segunda vez.
Encontramos nuevamente a los Banks, con el inicial matrimonio de su hija Liz Taylor
ya asimilado por el padre Spencer Tracy, apoyado por la bella esposa, Joan Bennett,
pero ahora enfrentando el suegro una nueva prueba, tan o más dura que la
anterior: ahora su hija está embarazada, la prole ha sido engendrada, y el reto
de ser suegro, ahora se convierte en reto de ser abuelo, toda una nueva
experiencia que generará nuevas situaciones disparatadas, enajenaciones, pero
finalmente adaptaciones y nuevos horizontes que se aperturan, en un filme interesante
y digno de ser visto con atención, por sus intérpretes y por lo que representa.
Vemos inicialmente a Stanley Banks (Tracy), que nos habla
directamente, habla a la cámara diciendo que la vida se pasa tan rápidamente
que de pronto ya no puedes hacer las coas que hubieras querido hacer. Rememora
un pasaje particular de sus vivencias, cuando, con su esposa, Ellie (Bennett),
se van a ver a su ya casada hija Kay (Taylor), supuestamente les tiene una gran
noticia, y vaya que así es, pues ella a y su esposo, Buckley (Don Taylor), anuncian que la fémina está encinta, dejando anonadado a su padre. Ya a solas, Stanley
le dice a Ellie, sus no pocos desacuerdos, el dinero, la prontitud, la juventud
de Kay, entre otros. Tanto le molesta pensar que ya es un abuelo, que va al gimnasio
queriendo recuperar tiempo perdido, pero lo único que obtiene son dolores musculares.
Mientras Kay es agasajada con obsequios, Stanley alterado y aún sin entender
lo que se viene, Ellie entristecida, se discute el cuarto de la residencia
Banks que el primogénito tendrá; los abuelos paternos, Doris (Billie Burke) y Herbert
(Moroni Olsen)
también comunican sus particulares intenciones, pero Kay tiene otros planes. Con un
dinero obtenido de hipotecas, Kay pretende quedarse en su casa, con sus padres, para
beneplácito de Ellie, que solícita ayuda a los futuros padres con las
diligencias.
Se va dsiscutiendo también el tema del nombre del niño,
pero todo esto altera a Kay, que reclama mayor injerencia en las decisiones. El
doctor asignado les da indicaciones a los familiares, y un buen día, Kay
desaparece del lado de Buckley, escapa a casa de sus padres, Stanley habla con
ella, está furiosa pues piensa que su marido le es infiel. Los meses han pasado
ya, la ansiedad se incrementa entre los futuros abuelos, Stanley y Ellie están
a la expectativa, una llamada por teléfono parece indicarles que la hora llegó. Pero
resulta ser una falsa alarma, solo fue un susto, y días después, sin mayor
aviso, el niño ya ha nacido, para extrema emoción y entusiasmo de todos, de
todos excepto de Stan, que se mantiene serio y hosco ante su nieto, quien por
su parte, también se muestra reacio y reacciona con llanto al acercarse su abuelo
materno. Un día, luego de seis meses, el nieto se quedará en casa de los
abuelos, Stan saca a la calle al infante, que con sus necesidades lo saca de quicio, e incluso, llega a extraviar a su descendiente en un parque. Tras muchos
avatares y ajetreos, finalmente lo encuentra, y luego de gesta experiencia, nieto y
abuelo se llevan muy bien. Inclusive, llegado el día de bautizar al niño, se le
pone el nombre de su abuelo, Stanley, que ahora se regocija con su primer nieto.
Minnelli tiene el gran olfato de volver
a reclutar al mismo equipo de un año atrás, la fórmula ganadora sigue ahí, y
apreciamos otra vez al gran Spencer Tracy haciendo comedia. Resulta memorable
ver su rostro cuando se le dice que será abuelo por vez primera, elocuente y proverbial
es su expresión, se queda ido, pasmado, es divertidísimo ver a todos brincando,
en algazara y celebraciones por la noticia, pero él permanece sentado, asimilando
lo que considera es un problema. El perfecto retrato del individuo que recién asimila
su futura condición de abuelo es Tracy, con su voz en off introduciéndonos en su drama, enriqueciéndolo, plasmando su horror
a ser abuelo, recapitulando las personas abuelas que conoce y su deprimente imagen,
y empeñado en demostrar que la vida apenas comienza para él. Se encarga el
inmortal Spencer de protagonizar todas las secuencias humorísticas, cargadas de
hilarantes situaciones, y de su refunfuñón toque, un deleite ver al maduro y
legendario amigo íntimo de Humphrey Bogart haciendo las delicias del abuelo traumado
de convertirse en tal. A su vez, acompañaban al gran Tracy dos féminas mayores
en el cine, Joan Bennett primero, la hermosa e inolvidable diosa, etérea musa
del periodo del film noir del titánico
germano Fritz Lang, ciertamente un símbolo sería la actriz, dejando extrañar en
esta oportunidad toda la fuerza y oscuro dominio de femme fatale, para dejar
lado a la faceta de abuela que chochea ante la nueva vida que se le apertura. Por
su lado, una Liz Taylor por aquellos años novata, se muestra tan bisoña como
hermosa, una diosa en nacimiento, sus primeros pininos eran y ya se codeaba con
la realeza del cine, una auténtica leyenda germinaba. Se trata de una divertida y entrañable
comedia, disparatada, gran secuela de su exitosa predecesora, retratando toda
la enajenación y expectativa que genera el primer integrante de una nueva generación,
que trastornará la vida de su abuelo, individuo que terminará por asimilar su nuevo
status, y disfrutar finalmente su novedosa condición, su pequeño dividendo, como cómicamente reza el título yanqui original, resultando divertido que
ante su inicial rechazo al infante, éste también genera repulsión. Repítese con
éxito la reunión de grandes estrellas de distintas generaciones hollywoodenses,
en un trabajo ligero y divertido, digno de apreciarse.
Saludos Edgar, excelentes fotos. Podría utilizar una de ellas? Por supuesto que te daría el crédito.
ResponderEliminarEstá bien, puedes utilizar la foto, y recomienda por favor el blog si lo encontraste digno de apreciación.
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