martes, 31 de julio de 2012

Barba Azul (1944) - Edgar G. Ulmer


El checo Edgar G. Ulmer, por algunos conocido como "El rey de la serie B", un cineasta tan desconocido como soberbio y notable, materializará tras abandonar sus natales tierras, y abandonar el continente europeo, la mayor parte de su filmografía, una serie de filmes en suelo yanqui, en muchas de las cuales se siente el indeleble y vigente eco de la poderosa corriente expresionista, que fluye vigorosamente por las venas de Ulmer. En esta oportunidad se basa el realizador en un cuento verídico, basado tristemente en una historia igual de tristemente célebre y verídica, sobre un  trastornado individuo que liquidaba féminas tras pintarlas en cuadros. Retratará pues la historia de Barba Azul, en Francia, que se gana la vida como titiritero, pero su pasión y pasatiempo es la pintura, a cuyas mujeres, tras posar para él, estrangula. Todo cambia cuando parece enamorarse de una bella joven, cuya hermana, novia de un policía, iniciará severa búsqueda del asesino que estrangula mujeres, desatándose intensa y apremiante persecución, con fatales consecuencias. El excelente filme está estelarizado por un descomunal John Carradine en el papel del patológico asesino serial, toda una magistral encarnación la de Carradine, que tendrá en Jean Parker a una acompañante a su altura, la jovencita que hará vacilar al inmisericorde asesino, en un filme donde el director hace las delicias de una gran y cierta historia, un filme necesario de ver, pequeña joya del cine que pasa con perfil bajo entre otras obras maestras de mayor valía mediática.

        



En tierras parisinas, un cadáver aparece flotando por las aguas del Sena, tras lo cual, se pegan anuncios en las paredes urbanas, se está buscando al asesino conocido como Barba Azul, se advierte a los parisinos de la presencia del criminal entre ellos. Por las calles, la bella Lucille Lutien (Parker), se encuentra caminado con sus amigas, cuando se topan ellas con el espectáculo de marionetas de Gaston Morel (Carradine), individuo con quien tiene Lucille cierta química, se citan al día siguiente para que le muestre los títeres. Así es, a la noche siguiente ellas van al espectáculo, observan trabajar a Gaston, que luego llama a Lucille aparte, le habla ella de su ocupación de modista, y de que podría ayudarle con las vestimentas de las marioneta; Gaston le cuenta su trágica historia de un amor frustrado, tras lo cual, se altera y marcha. Después, Morel va a buscar a Renee Claremont (Sonia Sorel), ella ya está en casa del titiritero, posesiva y celosa mujer, termina siendo liquidada por Gaston. Cuando la policía halla el cadáver, interrogan a Gaston, conocido de la finada, que se descarta de culpabilidad. El embelesado Morel manda a su casero Jean Lamarte (Ludwig Stössel) a buscar a Lucille, la invita a su casa, donde, tras tenerla ya allí, se decide a no pintarla.





Luego, el avaricioso Lamarte, que ha vendido varios de los cuadros de Morel, vendió una de las obras al distinguido Duque de Carinneaux (George Irving), un colaborador inspector suyo reconoce a la fémina retratada, se despiertan suspicacias sobre el origen de los cuadros, mientras llega a Paris Francine Lutien (Teala Loring), hermana de Lucllle, y novia del Inspector Jacques Lefevre (Nils Asther), que comienza a investigar el caso, pero no logra obtener pistas significativas sobre la identidad del pintor. Entonces, el padre de Lucille y Francine, Deschamps (Henry Kolker), ofrece una jugosa cantidad de dinero a Lamarte por ubicar a su pintor, a lo cual accede el servidor. Lamarte consigue engañar a Morel para que pinte a Francine, actividad que pronto comienza, Mientras Lamarte distrae a Deschamps, Morel pinta a Francine, que descubre su identidad, y tras esto, el asesino la estrangula con una chalina. Lamarte desmaya a Deschamps, y después, tras ser descubierto por Morel como soplón la policía, es liquidado también, la policía solo llega a encontrar los cadáveres. Lucille, por su lado, gracias a la chalina, descubre que Gaston es Barba Azul, y éste le profesa su amor, le cuenta cómo pintó a su primer amor de enferma, y ya de lúcida su despreciable actitud lo obligó a liquidarle, y siempre ha sido así, solo con Lucille vacila. Ante el rechazo de Lucille, intenta matarla, pero llega la policía, y Gaston, huyendo por techos, cae al Sena y fenece.





Prontamente, el filme nos deja en claro su directriz, la lóbrega ambientación queda poderosamente plasmada, severa oscuridad impregna y plaga todo, la lobreguez se vuelve dominante, el notable director checo deja de manifiesto su arte sensiblemente marcado e influido por el expresionismo germano. Su estupenda vena expresionista se manifiesta en severos y poderosos contrastes, los marcados claroscuros que extrae y genera de los exteriores citadinos, el notable checo Edgar G Ulmer manifiesta su capacidad creadora de contraluces, que desemboca en su estupenda habilidad creadora de la atmósfera lóbrega e infectada de oscuridad que sabe gobernar en un film decente expresionista, corriente de la que es Ulmer un buen heredero. Asi, las sombras y los contrastes que estas generen serán las principales aliadas del realizador, que posará los oscuros dominios muchas veces sobre los expresivos rostros de sus protagonistas, son pues poderosos rostros expresionistas los de Carradine y Ludwig Stössel, severas sus modulaciones, severos sus registros, multiplicando y generando siempre ese oscuro ambiente, que impregna también a sus graves personajes, corrompidos por esa infectada lobreguez. Asimismo, otro importante elemento a ese efecto colabora decididamente, desde un comienzo la irrupción de John Carradine es de notar, con su imponente y demencial presencia, con su singularmente alargado rostro, en el que mayormente se derraman las sombras, sus aquilinos, particulares y saltantes rasgos faciales se complementan y resaltan en la elegante y siniestra atmósfera del filme.








Materializa el actor, en su excelente y memorable encarnación -la que por cierto señalara el propio Carradine como su trabajo personalmente favorito-, una desbordante y siniestra ecuanimidad, una imperturbable seriedad y calidad de casi mórbida actitud de abstracción, dotando de una singular y bizarra elegancia, de sórdida y sofisticada distinción al sensible artista, malogrado pintor que deviene en patológico y serial asesino. Naturalmente, las secuencias de asesinato extraen, con una abrumadora y escalofriante precisión quirúrgica, los registros más salvajes e impactantes del gran Carradine, solo en esos segmentos su imperturbable actitud varía, se desiguala su estabilidad, se manifiestan súbitos agitamientos de su ánimo, en la que la tensión se apodera inconteniblemente de la acción, del protagonista y de los primerísimos planos que su faz abordan, transmitiendo todo su desenfreno y demencia, centrándose en sus demenciales ojos, que potencian al máximo su escalofriante expresión, el asesino está en sus segundos más extremos, su incontenible patología se manifiesta fatalmente. Con una excelente aportación actoral y con una igual de notable y remarcable puesta en escena, enriquecida con ese exquisito toque expresionista del viejo continente, se configura un filme que, por los aberrantes temas que trata, me rememoraron en ciertos aspectos a la mayúscula obra del maestro francés Jean Renoir, La bestia humana (1938), filmes explorando severas y oscuras patologías que desbordan el control humano, se vuelven irreprimibles élanes asesinos. Y se manifiesta más su impensada debilidad con su patética confesión final, el asesino desgrana su alma, pone al descubierto esa enferma alma, la patológica bestia está enamorada, el sensible artista por instantes aflora otra vez, y explica cómo se volvió a ese oscuro mundo cuando no pudo tolerar que se mancille la perfección que inspira el milagro de la creación artística, de la perfección que se plasma en sus cuadros, su severa intolerancia deviene en el nacimiento de su faceta homicida. Excelente colofón a su cinta materializa Ulmer, la toma y encuadre finales conforman una imagen epítome del trabajo audiovisual presenciado, su particular versión de expresionismo tiene ahí uno de sus puntos altos, las nubes que cortan como lóbregos gigantes el cielo de la ciudad, el gran director Edgar G. Ulmer pone punto final a su obra, un artista que pasa desapercibido, pero que deja bastante claro que se trata de un cineasta muy a tener en cuenta, con un filme tan poco expuesto a lo mediático como inolvidable.








Sangre sobre el sol (1945) - Frank Lloyd


Pequeña y decente cinta del escocés Frank Lloyd, filme realizado en 1945, en tierras norteamericanas, por lo que no resulta difícil intuir la directriz que tomaría este trabajo cinematográfico yanqui del clásico estilo del film noir, el cine negro. Nos retrata la película la historia de un reportero, individuo que trabaja en un importante e influyente periódico japonés, y, en tierras niponas, se encarga de divulgar la noticia de una inminente y descomunal preparación de un severo plan expansionista del Imperio del país asiático. Desde entonces, el filme será la travesía por los avatares y emocionantes peripecias que va atravesando el hombre de noticias, involucrándose con una mujer fatal en su camino, que será clave para su desenvolvimiento y lucha por sobrevivencia en un territorio que terminará albergando conspiraciones internacionales, y la infaltable persecución para liquidar al yanqui que sabe demasiado. El filme debe mucha de su materialización al recordado y notable James Cagney, que protagoniza la obra y cuya compañía además se encarga de producir el trabajo, secundado por la hermosa Sylvia Sidney, que regresaba al mundo del ecran tras siete años de ausencia y silencio. Interesante filme que retrata pues un tema entonces todavía en vías de desenlace, la severa guerra que impregnaba inevitablemente los trabajos realizados durante aquel entonces.

        



Un texto nos habla de cómo en el mundo se conoce el nombre de Hitler, pero que no se sabe de su equivalente, el Fuhrer japonés, la cinta será una exploración por la divulgación de un plan secreto de este personaje. En territorio japonés, el prestigioso diario Chronycle de pronto sorprende al mundo divulgando un artículo sobre un plan secreto de expansionismo de Japón, y Nick Condon (Cagney) es señalado como responsable de la publicación. Las autoridades locales preguntan a Condon sobre sus fuentes de información, pero les responde con astutas evasivas. La noticia genera reacción y tensión tanto en Japón como en China, entre otros, mientras un buen amigo de Condon, Olliver Miller, “Ollie” (Wallace Ford) está feliz, tras cuatro años trabajando allí, regresa a USA. Ollie, repentinamente, va a su hogar, con su mujer Edith (Rosemary DeCamp), que se sorprende de verle llegar con mucho efectivo, y con la noticia de regresar a casa. Cuando Condon va a la embarcación de viaje a despedir a sus amigos, el oficial Hijikata (Leonard Strong) le niega el paso, y tras entrar con argucias, encuentra a Edith muerta en su habitación, avisando a sus jefes del periódico en Norteamérica. Posteriormente cuando Ollie se escabulle e intenta ir a casa de su amigo, es herido mortalmente en el camino, llega agonizante, encuentra a Nick, y antes de morir, le confiesa que su noticia tiene la razón, y le da un documento.

 



El documento es el Plan Tanaka, el plan que especifica la expansión, y luego se apersonan a su casa el capitán Oshima (John Halloran) y otros oficiales, buscan al considerado criminal Miller, así como como el plan secreto. Las autoridades liberan a Condon, y luego, es Nick invitado a la casa del susodicho individuo, el Premier Giichi Tanaka (John Emery), en cuya residencia se encuentra también su subalterno, el príncipe Tatsugi (Frank Puglia). En la lujosa residencia, está además la bella yanqui japonesa Iris Hilliard (Sidney). A su jefe, Charley Sprague (James Bell), Nick someramente lo envía a Washington, mientras Joseph Cassell (Rhys Williams), le presenta a la bella Iris, de ambigua situación, intenta sacarle lo que sabe, y se lo informa, aún incompleto, al coronel Hideki Tojo (Robert Armstrong). Iris y Nick se acercan, ella se desprende de su misión y genuinamente se atraen, se besan, pero cuando Cassell dice a Condon sus reales intenciones, éste la confronta. La hábil fémina ya se ha hecho con el documento, Oshima oye todo con secreto micrófono, pero la mujer está de lado de Condon. Tanaka, en su evidente fracaso, dimite ante Oshima y se quita la vida. Iris y Nick emprenden huida, las nuevas autoridades japonesas firman otro documento. Condon, por salvarla, la envía en bote con el plan Tanaka, mientras él sobrevive, escapa ya de todo peligro.





Correcto trabajo del cineasta escocés Lloyd, que consigue imprimirle a su obra un halo de constante y creciente tensión, una sensación perenne de que algo anda mal, esa sensación que, como se dijo, irá incrementándose. Asimismo, una apremiante música, un acompañamiento musical irá también intensificándose para multiplicar y complementar el primer cambio brutal de ritmo, en la secuencia en que Condon encuentra a la mujer de su camarada liquidada, segmento en el que ya la tensión y suspenso se apoderan del ambiente, la tenebrosa atmósfera va tomando forma, el cine negro, el film noir y las fatales circunstancias, se van apoderando del escenario. Asimismo, Condon, al margen de todas las acusaciones que se atizan a los japoneses en su filme, se encarga también de retratar la profunda solemnidad, el inquebrantable respeto que impregna la cultura oriental, maximizado en la secuencia del sacrificio de Tanaka, no se tolera el fracaso, y, para salvaguardar el honor, se sacrifica casi ritualistamente, frente a un altar. Interesante historia, que se desarrolla en 1945, cuando la máxima confrontación bélica que la humanidad haya conocido se encontraba en su ocaso, se refleja claramente todavía la herida abierta, lo que se le atiza a uno de los rivales vencidos, el eco de la paranoia que aún late, pues se habla de un Hitler japonés, que amenaza con un plan de expansión mundial imperialista.



Si una falencia y arbitrariedad se advierte, es el ciertamente innecesario uso de actores occidentales en el reparto oriental, viendo a yanquis hacer de japoneses, incorrecta decisión, luciendo estos caracteres sumamente falsos, postizos, fingidos, artificial representación que tiene singular e impensada cumbre en la bella Sylvia Sidney, que, con su extravagante parafernalia y aditamentos faciales, queda convertida en bizarra japonesa, una lástima que hace extrañar ver su angelical rostro inalterado. A su vez, ella encarna a una variedad aficionada de socióloga que desmenuza a la mujer japonesa, enumera y señala sus defectos, convirtiendo al filme en una suerte de compendio de sus acusaciones yanquis a la cultura de ese país. Eso sí, un valor a destacar innegablemente será la participación del recordado y siempre decente James Cagney, productor y actor, encarnando con toda su seriedad y solvencia acostumbradas al personaje central, pareciera disfrutar actuando este individuo, con su peculiar apariencia de hombre de mesurada estatura, pero con espíritu de determinación inversamente proporcional. Dentro de todo, es un decente y apreciable ejercicio, plagado de oscuros escenarios que le dan esa lóbrega atmósfera de film noir, luz y sombras contrapuestas, en un filme que se siente norteamericano, yanquis convencionalismos, romance, el bien contra el mal, malos contra buenos, americanos contra japoneses, y los yanquis, claro, ganarán, es su cine, su versión.








El baile de los malditos (1958) - Edward Dmytryk


El gran director canadiense Edward Dmytryk presenta esta atractiva cinta de diversas directrices y contenidos, adaptación de la novela de Irwin Shaw, en la que cuenta con multitudinario reparto para dar vida a una historia que tiene lugar durante la Segunda Guerra Mundial, y con múltiples y controversiales enfoques. Se nos introduce en el mundo de tres soldados que se preparan para partir el combate, la mayor guerra que la humanidad conoce hasta el momento, los tres de distinto origen: uno, un oficial alemán, en constante conflicto con las filiaciones de su partido, el nazi; otro, un yanqui de origen judío, que lidiará, aparte del combate mismo, contra las humillaciones, discriminaciones y abusos de la milicia de la propia tierra que está defendiendo; y un tercero, un norteamericano relajado y buscando evadir responsabilidades, que encontrará la oportunidad de redimir su dejadez. Los tres serán las lupas por las que se irá explorando el severo enfrentamiento bélico, además de sus personales dramas e historias. Cinta de largo aliento, que cuenta entre sus principales bastiones y alicientes, al gran reparto estelar, comandado por el gigante Marlon Brando, en el peculiar papel del teniente nazi, secundado por el buen Montgomery Clift, como el judío discriminado, aún superando el accidente que apenas un año atrás sufriría durante la filmación de una cinta del mismo cineasta canadiense. Completan el muy decente reparto Dean Martin, como el yanqui, Hope Lange, Barbara Rush y May Britt como féminas a los protagonistas ligadas, y que se convertirán en influyente factor de las acciones.

        




Nos ubicamos en 1939, la víspera de año nuevo, aparece en escena el teniente alemán Christian Diestl (Brando), que pasa un momento con Margaret Freemantle (Rush), ella debe marcharse, pero, por petición suya, se queda a la fiesta de año nuevo. Es una celebración nazi, de seguidores de Hitler, lo cual incomoda a la mujer, y Christian, que los apoya tibiamente, termina por hacer que ella se retire. Después, la BBC anuncia ya el comienzo de la guerra, Francia se ha rendido a la invasión germana, que avanza también en Inglaterra, nación que se va quedando sola. En territorio francés, el teniente Diestl y su escuadrón se enfrentan a soldados locales, y, tras sitiarlos, los liquidan. Por otra parte, Noah Ackerman (Clift), judío soldado, se conoce, en la oficina de reclutamiento, con Michael Whiteacre (Martin), se caen bien, y éste último lleva a Noah a una animada fiesta, donde le presenta a Hope Plowman (Lange), nace química, y luego un idilio; en la misma fiesta está Margareth, Michael y ella tienen también un romance, mientras en Francia, los nazis son repudiados por los sometidos locales. Noah, de otro lado, avanza su relación con Hope, es aceptado por el padre de ella, pese a ser judío, se casarán. El teniente Diestl, siempre dubitativo en su papel de nazi, no está cómodo reclutando soldados y combatiendo, pide una transferencia, en vano, sus superiores le llaman la atención.





Tiene Christian amistad con el capitán Hardenberg (Maximilian Schell), quien le pide que le lleve efectos personales a su esposa, la hermosa Gretchen (Britt), con quien materializa intenso adulterio. Mike sigue también su romance con Margaret, el soldado siempre evita ir al frente de combate, elude la responsabilidad, para molestia de la fémina, que quiere casarse con él, pero también que cumpla su deber. Es momento de partir, Noah llega a las misiones en líneas británicas, en Sudáfrica, el mismo frente en que está Diestl, su gente avanza asesinando enemigos sin piedad. El judío Ackerman es hostigado y discriminado en las compañías yanquis, golpeado severamente, Mike siempre está de su lado, pero las golpizas continúan, hasta que, tras enfrentárseles y pelear con fiereza, se gana Noah su respeto. Sin embargo, su acción le cuesta ser acusado de desertor, Hope va a visitarlo, embarazada de cinco meses. Mientras tanto, Diestl y Hardenberg tienen un accidente con una mina, el capitán queda desfigurado, nuevamente manda al teniente con su esposa, Christian la rechaza por ofrecerse muy fácilmente. El combate continúa, Diestil siempre hostigado, Mike es suspendido pero se redime en combate, Noah participa en incursiones, hasta que finalmente la guerra acaba. Christian, con la guerra acabada, es hallado por soldados yanquis, que lo acribillan, Noah está también ahí, luego regresa con Hope, y su hija ya nacida.





Toda la primera parte viene a ser una explotación de sus particulares historias, de sus motivos, de sus antecedentes a la guerra, es una introducción a sus humanos lados, a lo que los motiva, lo que los mueve, todo previo al combate: romances, filiaciones, asuntos ajenos a lo bélico, y que ya nos van diagramando a cada personaje. Si bien evidentemente la primera parte del filme se centra mucho en esto, por ser el segmento introductorio, el aspecto de las vivencias personales de los soldados jamás abandona el filme, y el lado humano de los protagonistas siempre es desmenuzado y estudiado, por lo que el filme no es un mero filme de guerra, retrata intensamente relaciones humanas, conflictos y coyunturas de las vidas de los protagonistas, al avanzar las acciones, se centra evidentemente más también en la guerra misma, pero los personajes jamás dejarán de ser ejes principales, ellos son el corazón de la cinta. Así, se vuelve inevitable ahondar en el análisis de estos protagonistas; empezando con el judío, se retrata la discriminación en líneas estadounidenses, algo inevitable, que siempre ha existido, y siempre existirá, sobre todo en una nación de tan mala memoria como la norteamericana, y el judío se vuelve blanco de humillaciones, robos, maltratos físicos, hasta que demuestra su entereza peleando contra más de uno de sus agresores. A ese respecto, Monty Clift venía de superar el traumático accidente que apenas un año antes sufriera trabajando para el mismo Dmytryk, en Raintree County (1957), que lo desfigurara y le uniría íntimamente con su amiga, la mítica Liz Taylor. Se aprecia a un Clift naturalmente mermado, su actuación está pues sesgada, sin que llegue a ser deficiente, es un mito actoral, que comenzaba su lamentable y tristemente célebre declive, recuperándose en este filme del accidente aún, y no es difícil advertir que en su participación en la cinta, mucho tuvo que ver el gran Brando, muy cercano amigo suyo, que luchó por salvar a Clift de sus demonios internos, cosa en la que fracasó, viéndolo sumirse gradualmente en la perdición .







De otro lado, está Dean Martin, el otro yanqui, una suerte de playboy, relajado y despreocupado, siempre buscando escurrir el bulto, es decir, evadir la responsabilidad, el personaje va madurando durante el filme, hasta encontrar redención y redimirse frente a su patria, y Martin ofrece una actuación sólida, no es el personaje principal, pero su aporte es positivo y favorece la solidez de un filme que tiene en su reparto a su cimiento principal. Y claro, el plato fuerte, como suele ser todo filme en el que se involucre, veremos a un singular Brando como nazi, uno de sus papales más polémicos, lo veremos interpretando a los odiados germanos, y es peculiar oirlo en algunos segmentos imitando al acento nazi, aunque lo hace a cuentagotas; de cualquier forma, el magistral Brando, como para no perder la costumbre, impregna de su clase y grandeza a su personaje, la gravedad de su situación, su perenne conflicto interior, su solemnidad, que lo lleva a retraerse muchas veces, de actitud incierta, el descomunal actor siempre cumple, siempre descolla. Es precisamente en torno al personaje de Brando que va creciendo la complejidad del filme, desde la secuencia inicial, en la fiesta vemos su apoyo a las fuerzas nazis, tibio, pero apoyo al fin, aunque siempre dubitando, y esa tibia filiación lo acaba distanciando de Margaret. Esto lo lleva a sentir repulsión por la guerra, por reclutar soldados, por matar, generando un constante conflicto interno en el nazi, volviéndolo un seductor carácter, un nazi que tiene misericordia, que tiene alma, nunca encausado completamente en el enfrentamiento bélico, lo cual eventualmente, lo hostiga, lo harta y colma. El aporte femenino también es solvente en la cinta, desde Hope Lange, correcta como la conservadora y discreta yanqui que se enamora del judío, también Barbara Rush como la mujer primero de Brando, luego de Martin, y, claro, también la etérea May Britt, como la mujer fácil, despampanante y perturbadoramente seductora, una lástima que la participación de la exuberante y hermosa actriz sea efímera, las tres conforman el tándem femenino de la cinta, que colabora a darle solidez. De esta forma, el tema que sobre el papel parecía principal, la guerra, queda relegado a un segundo plano, las historias humanas, sus avatares y peripecias, son los que se vuelven meollo. Se configura de esta forma un muy atractivo filme, en el que distintas y diversas historias de fusionan, diversas realidades, puntos de vista yanquis, judíos y nazis, todos amalgamados en el filme, esas perspectivas conforman el final bosquejo en el que la guerra acaba siendo un mero contexto, el variado abanico humano se vuelve el pilar de apoyo a la obra. Gran filme, de excelente reparto, brillante cimiento, además de historias que atraen, un filme bien realizado, en sereno y solemne blanco y negro, enaltecido por buena fotografía, un trabajo necesario de visionar para quien quiera deleitarse con un gran director, dirigiendo a actores de leyenda.











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