El checo Edgar G. Ulmer, por algunos conocido como "El rey de la serie B", un cineasta tan desconocido como soberbio y
notable, materializará tras abandonar sus natales tierras, y abandonar el
continente europeo, la mayor parte de su filmografía, una serie de filmes en
suelo yanqui, en muchas de las cuales se siente el indeleble y vigente eco de
la poderosa corriente expresionista, que fluye vigorosamente por las venas de
Ulmer. En esta oportunidad se basa el realizador en un cuento verídico, basado
tristemente en una historia igual de tristemente célebre y verídica, sobre un trastornado individuo que liquidaba féminas
tras pintarlas en cuadros. Retratará pues la historia de Barba Azul, en
Francia, que se gana la vida como titiritero, pero su pasión y pasatiempo es la
pintura, a cuyas mujeres, tras posar para él, estrangula. Todo cambia cuando
parece enamorarse de una bella joven, cuya hermana, novia de un policía,
iniciará severa búsqueda del asesino que estrangula mujeres, desatándose
intensa y apremiante persecución, con fatales consecuencias. El excelente filme
está estelarizado por un descomunal John Carradine en el papel del patológico
asesino serial, toda una magistral encarnación la de Carradine, que tendrá en
Jean Parker a una acompañante a su altura, la jovencita que hará vacilar al inmisericorde asesino, en un filme donde el director hace las delicias de una
gran y cierta historia, un filme necesario de ver, pequeña joya del cine que
pasa con perfil bajo entre otras obras maestras de mayor valía mediática.
En tierras parisinas, un cadáver
aparece flotando por las aguas del Sena, tras lo cual, se pegan anuncios en las
paredes urbanas, se está buscando al asesino conocido como Barba Azul, se
advierte a los parisinos de la presencia del criminal entre ellos. Por las
calles, la bella Lucille Lutien (Parker),
se encuentra caminado con sus amigas, cuando se topan ellas con el espectáculo
de marionetas de Gaston Morel (Carradine), individuo con quien tiene Lucille
cierta química, se citan al día siguiente para que le muestre los títeres. Así es, a la noche siguiente ellas van al espectáculo, observan trabajar a Gaston, que luego llama a Lucille aparte, le habla ella de su ocupación de modista, y de
que podría ayudarle con las vestimentas de las marioneta; Gaston le cuenta su
trágica historia de un amor frustrado, tras lo cual, se altera y marcha.
Después, Morel va a buscar a Renee Claremont (Sonia Sorel), ella
ya está en casa del titiritero, posesiva y celosa mujer, termina siendo liquidada por
Gaston. Cuando la policía halla el cadáver, interrogan a Gaston, conocido de la
finada, que se descarta de culpabilidad. El embelesado Morel manda a su casero
Jean Lamarte (Ludwig Stössel) a
buscar a Lucille, la invita a su casa, donde, tras tenerla ya allí, se decide a
no pintarla.
Luego, el avaricioso Lamarte, que ha vendido varios de los
cuadros de Morel, vendió una de las obras al distinguido Duque de Carinneaux
(George Irving),
un colaborador inspector suyo reconoce a la fémina retratada, se despiertan
suspicacias sobre el origen de los cuadros, mientras llega a Paris Francine
Lutien (Teala Loring),
hermana de Lucllle, y novia del Inspector Jacques Lefevre (Nils Asther), que
comienza a investigar el caso, pero no logra obtener pistas significativas
sobre la identidad del pintor. Entonces, el padre de Lucille y Francine,
Deschamps (Henry Kolker), ofrece una jugosa cantidad de dinero a Lamarte
por ubicar a su pintor, a lo cual accede el servidor. Lamarte consigue engañar
a Morel para que pinte a Francine, actividad que pronto comienza, Mientras
Lamarte distrae a Deschamps, Morel pinta a Francine, que descubre su identidad, y tras
esto, el asesino la estrangula con una chalina. Lamarte desmaya a Deschamps, y
después, tras ser descubierto por Morel como soplón la policía, es liquidado
también, la policía solo llega a encontrar los cadáveres. Lucille, por su lado, gracias
a la chalina, descubre que Gaston es Barba Azul, y éste le profesa su amor, le
cuenta cómo pintó a su primer amor de enferma, y ya de lúcida su despreciable
actitud lo obligó a liquidarle, y siempre ha sido así, solo con Lucille vacila.
Ante el rechazo de Lucille, intenta matarla, pero llega la policía, y Gaston,
huyendo por techos, cae al Sena y fenece.
Prontamente, el filme nos deja en
claro su directriz, la lóbrega ambientación queda poderosamente plasmada, severa
oscuridad impregna y plaga todo, la lobreguez se vuelve dominante, el notable
director checo deja de manifiesto su arte sensiblemente marcado e influido por
el expresionismo germano. Su estupenda vena expresionista se manifiesta en
severos y poderosos contrastes, los marcados claroscuros que extrae y genera de
los exteriores citadinos, el notable checo Edgar G Ulmer manifiesta su
capacidad creadora de contraluces, que desemboca en su estupenda habilidad
creadora de la atmósfera lóbrega e infectada de oscuridad que sabe gobernar en
un film decente expresionista, corriente de la que es Ulmer un buen heredero.
Asi, las sombras y los contrastes que estas generen serán las principales aliadas del
realizador, que posará los oscuros dominios muchas veces sobre los expresivos
rostros de sus protagonistas, son pues poderosos rostros expresionistas los de Carradine y Ludwig Stössel, severas sus modulaciones, severos sus registros, multiplicando y generando siempre ese oscuro
ambiente, que impregna también a sus graves personajes, corrompidos por esa
infectada lobreguez. Asimismo, otro importante elemento a ese efecto colabora
decididamente, desde un comienzo la irrupción de John Carradine es de notar,
con su imponente y demencial presencia, con su singularmente alargado rostro,
en el que mayormente se derraman las sombras, sus aquilinos, particulares y saltantes
rasgos faciales se complementan y resaltan en la elegante y siniestra atmósfera
del filme.
Materializa el actor, en su
excelente y memorable encarnación -la que por cierto señalara el propio
Carradine como su trabajo personalmente favorito-, una desbordante y siniestra
ecuanimidad, una imperturbable seriedad y calidad de casi mórbida actitud de
abstracción, dotando de una singular y bizarra elegancia, de sórdida y
sofisticada distinción al sensible artista, malogrado pintor que deviene en
patológico y serial asesino. Naturalmente, las secuencias de asesinato extraen,
con una abrumadora y escalofriante precisión quirúrgica, los registros más salvajes e impactantes del gran Carradine,
solo en esos segmentos su imperturbable actitud varía, se desiguala su
estabilidad, se manifiestan súbitos agitamientos de su ánimo, en la que la
tensión se apodera inconteniblemente de la acción, del protagonista y de los
primerísimos planos que su faz abordan, transmitiendo todo su desenfreno y
demencia, centrándose en sus demenciales ojos, que potencian al máximo su
escalofriante expresión, el asesino está en sus segundos más extremos, su
incontenible patología se manifiesta fatalmente. Con una excelente aportación
actoral y con una igual de notable y remarcable puesta en escena, enriquecida
con ese exquisito toque expresionista del viejo continente, se configura un
filme que, por los aberrantes temas que trata, me rememoraron en ciertos aspectos a la mayúscula obra del
maestro francés Jean Renoir, La bestia humana (1938), filmes explorando severas y oscuras patologías que
desbordan el control humano, se vuelven irreprimibles élanes asesinos. Y se
manifiesta más su impensada debilidad con su patética confesión final, el
asesino desgrana su alma, pone al descubierto esa enferma alma, la patológica
bestia está enamorada, el sensible artista por instantes aflora otra vez, y
explica cómo se volvió a ese oscuro mundo cuando no pudo tolerar que se
mancille la perfección que inspira el milagro de la creación artística, de la
perfección que se plasma en sus cuadros, su severa intolerancia deviene en el
nacimiento de su faceta homicida.
Excelente colofón a su cinta materializa Ulmer, la toma y encuadre finales conforman una
imagen epítome del trabajo audiovisual presenciado, su particular versión de
expresionismo tiene ahí uno de sus puntos altos, las nubes que cortan como
lóbregos gigantes el cielo de la ciudad, el gran director Edgar G. Ulmer pone punto
final a su obra, un artista que pasa desapercibido, pero que deja bastante claro
que se trata de un cineasta muy a tener en cuenta, con un filme tan poco
expuesto a lo mediático como inolvidable.