lunes, 31 de diciembre de 2012

Perfume de mujer (1974) - Dino Risi


Gran clásico de la cinematografía italiana, aquella prodigiosa maquinaria, incansable engendradora de joyas del séptimo arte, que supo en la presente oportunidad presentarnos este inolvidable ejercicio de cine puro, soberbia muestra de cine latino, que tuviera en su momento respectivo homenaje y remake por parte de la contraparte norteamericana, lamentablemente más conocido que éste, el primigenio y genial trabajo. El imperecedero cineasta Dino Risi, ilustre insignia de los directores de su país, es quien nos entrega esta genial cinta, adaptación de la novela de Giovanni Arpino, siendo el libro adaptado a guión por Ruggero Maccari y el propio Risi. Presenciaremos la historia de Fausto Consolo, militar, capitán forzosamente retirado de la milicia al sufrir el infortunio de quedar ciego luego de un accidente durante unos entrenamientos con explosivos, perdiendo, además de la vista, uno de sus brazos. El lisiado y malhumorado ex oficial vive recluido en su hogar, atendido por una senil tía, y en su aislamiento, recibe a un jovencito como lazarillo, que lo guiará en bizarro viaje por tierras italianas, con incierta intención, y en la que una hermosa mujer lo dará todo por salvar al capitán del auto abandono. Indeleble muestra de arte italiano, el filme es una maravilla, poderosamente cimentada en un sólido guión, y engalanada estando salpicada en todo momento por un agudo y mordaz humor, humor negro y socarrón, pero, sobre todo, por la inolvidable representación que el mítico Vittorio Gassman hace del huraño y lisiado militar, imperdible su caracterización, es el principal aliciente actoral, correctamente escoltado por el demás elenco, particularmente la bella Agostina Belli. Inolvidable trabajo de cine europeo, joya de este país, tristemente, como se mencionó, relegado por el impacto mediático del remake yanqui protagonizado por el gran Al Pacino, pero rescatada por el cinéfilo versado, que sabrá conceder la importancia del caso a este clásico filme italiano.

        



El filme se inicia con un joven, que recorre las calles italianas, un barrio suburbano, llega hasta una residencia. Se  trata de Giovanni Bertazzi (Alessandro Momo), que llega a una casa regentada por una hacendosa anciana, que dice ser la tía del individuo a quien Giovanni ha ido a ver, un retirado ex militar, enceguecido tras infortunado accidente con explosivos. Ahora ella cuida de él, como lo ha estado haciendo los últimos siete años. Giovanni, también joven militar, está de licencia por este trabajo, de lazarillo, que realizará, y conoce al desdichado y refunfuñón capitán Fausto Consolo, que tras somera y singular auscultación, termina por aceptar a su nuevo guía, a quien llama simplemente Ciccio, y elabora un itinerario que realizarán al día siguiente. El primer lugar al que irán será Nápoles, para lo que toman el tren, en el camino va quedando patente la severa tentación y debilidad del capitán por las mujeres, su difícil carácter hace pronto flaquear a Giovanni, a quien Fausto lleva primero a una tienda a comprar ropa adecuada a sus propósitos. Llegan después a Génova, civilizada ciudad en la que Fausto, bien ataviado al igual que Giovanni, prontamente se acerca a un lugar para él de particular interés, el prostíbulo, pero sólo para que el joven lazarillo escoja y seleccione con la vista a una prostituta físicamente del gusto del capitán. Tras esto, van a pasar la noche al hotel donde se hospedan, y Giovanni, en nocturna travesía, hurga en la maleta de Fausto, encontrando la fotografía de una bella mujer, y un arma.




Al día siguiente, vuelve Ciccio al prostíbulo, pero no encuentra a la original fémina; en su lugar, halla a Mirka (Moira Orfei), bella ramera que se traslada al hotel de Fausto, que divierte a su amigo -como llama a su actividad sexual-. La prostituta queda muy satisfecha de Fausto, por su caballerosidad y por su dinero, y éste también termina satisfecho, pese a notar que se trataba de otra mujer. Tras esto se dirigen a Pisa. Fausto, sabedor que el muchacho hurgó en su maleta, le dice que matará a alguien con el arma en Nápoles, luego va a ver a un primo sacerdote suyo, con quien se confiesa, y es absuelto. Tras otra eventual visita a un prostíbulo, van luego a un restaurante, donde una colección de jóvenes féminas los espera, y entra las que se encuentra la hermosa Sara (Belli), a quien Ciccio reconoce de la foto. Sara está enamorada de Fausto, pero el lisiado la desprecia y humilla repetidas veces. Ella está embelesada con Fausto pese a todo, le cuenta a Giovanni el origen de su amor, mientras Fausto, reunido con Vincenzo (Torindo Bernardi), su vejo camarada con quien también quedó ciego, prepara una festividad en casa. Con alcohol, Fausto se divierte con las demás féminas, desprecia de nuevo a Sara, y, tras quedarse a solas con Vincenzo, se oyen disparos. Vincenzo queda grave, y Fausto, también herido, es llevado a una casa de campo por Sara y Ciccio. Allí, ebrio, Fausto se confiesa cobarde, despide a Ciccio, y finalmente, llama a Sara, la acoge como su nueva compañera y guía.




El gran Risi nos deleita con liricas imágenes y secuencias desde el primer instante, se siente como si estuviéramos presenciando un filme mundano, de situaciones mundanas, pero con el tratamiento sensible que el italiano sabe imprimirle a su obra, es una suerte de expresiva introducción a la mundanidad, a cotidianas actividades. De esta forma veremos al juvenil militar Alessandro Momo, en las primeras escenas del filme, caminando por las calles, arreglando su vestimenta y apreciando las tiendas, mientras suena la sutil y agradable melodía de Armando Trovajoli, la sensible melodía que nos acompañará durante todo el metraje, expresiva y lírica música cargada de sentimiento. Las fuertes figuras y simbolismos no demoran en asomar tampoco en la película, siendo uno de los primeros, la tía del capitán, la tía que pronto se presenta y auto define como la madre, la bizarra matriarca de esos aposentos, y razón no le falta. Desde la rigurosidad de su posición, define al infortunado accidente que la vista al capitán costó, como un “juego”, es algo ridículo que pasó “jugando”, afirma ella, pues ejercicios de explosivos es como jugar con ellos, asevera (curioso el hecho de que esta afirmación haya sido seguida al pie de la letra, casi ambiguamente en la re versionada yanqui del filme, en la que fue en efecto un mero juego con granadas lo que costó la vista al buen Al Pacino). Estamos, primero que nada, ante una obra maestra plena, rebosante de figuras bellísimas, poderosas, tanto retórica como paradójicamente, estos apartados consolidan y refuerzan un buen guión, y claro, las mencionadas figuras descollan, los simbolismos, como el juego del lobo persiguiendo a las ovejas, símbolo también de la poderosa ligazón de Fausto por las mujeres, ellas son su debilidad, su vicio. Tenemos también el recurso de Fausto diciéndole a Sara que ve el color de su vestido, y que le sienta bien, preciosos instantes en los que se ahondará en posteriores líneas. Este es el contexto narrativo, en el que se desarrolla la historia, oscura, un ciego recuperando su vida, o mejor dicho, las ganas de vivirla, pero a la oscuridad y tinieblas del filme, del ciego, se suma un delicioso humor, negro humor que se esparce uniforme y sostenidamente durante toda la cinta, humor erótico por momentos, y humor de humillación por otros, como los constantes tormentos de que Fausto hace presa a un honorable coronel, que llora en el supuesto funeral de Fausto, pero no llora por su muerte, sino porque sobrevivió.






Uno de los mayores disfrutes del filme sin duda alguna viene a ser la apreciación de la encarnación del genial Vittorio Gassman del huraño y enceguecido ex militar, Gassman es un mayúsculo nombre, bordado en letras de oro en la historia del cine italiano, interpreta uno de sus papeles escaparate, uno de los papales más entrañables de esta leyenda de la actuación latina, Vittorio es el plato fuerte del filme, su cimiento y piedra angular. Y la primera irrupción en su personaje viene a ser, por supuesto, la inicial entrevista con su lazarillo, con Ciccio, en la que el gran acercamiento de la lente de la cámara nos permite introducirnos en el universo del ciego, en sus muertas pupilas, los dilatados discos del inerte sentido, elementos que se vuelven el sórdido meollo visual de la secuencia, con cierta violencia se nos descubre la intimidad y cercanía a la inactividad óptica del capitán. Su único compañero, a parte de la anciana cuidadora, viene a ser su felino mascota, el castrado asesino, como le llama, su castrado asesino felino mascota es el único acompañante, ambos son felinos manteniendo singular relación de amor-odio, mientras la soledad vuelve a cernirse sobre el ciego, y se refugia en su música, y la actuación de Gassman viene a descansar significativamente sobre su gesto, sus registros faciales, pues si bien su desenvolvimiento físico es llamativamente resuelto, pronto y vigoroso, el rostro se vuelve fundamental en su interpretación, y Vittorio hace gala de su tremendo dominio en el área, con expresiones perdidas, frías, angustiosas. Es un individuo por demás singular, huraño, amargado, resoluto y rígido, herencia de su formación militar, pero que -y esto vuelve al personaje tan curioso como entrañable- encierra aún en medio de su tormento ciertos halos de poeta -el nombre mismo de Fausto ya nos va diciendo suficiente respecto a esta intención-, a los cuales dedica evidente guiño con una de sus tantas frases memorables. “Para maletero y poeta, se nace”, el torturado invidente es tajante y resoluto. “El sol no es lindo, linda es la lluvia, yo veo con los oídos”, “La lluvia es ruido, es música”, hermoso y poderosamente válido símbolo el que Risi nos desliza, el ciego, por supuesto, odia la luz, se refugia en su nueva compañera, la tristeza y melancolía de la lluvia se complementará ahora con los que son sus nuevos ojos, con sus oídos, y en la lluvia, en su ruido, en su música, está la belleza para nuestro personaje, que cuando cae su amada lluvia, goza y danza junto a ella, siendo una lástima no poder apreciar el rostro de Gassman en ese singular momento. Y claro, el bastante evidente en más de una ocasión simbolismo paradójico, de que es el ciego el que realmente ve, él guía al lazarillo, Ciccio, que parece ciego, ciego de ojos y de sentido común al que el lisiado capitán muestra los caminos.








Pero nuestro torturado protagonista necesita sentirse humano aún, y claro, para sentirse aún conectado a la humanidad, necesita lo que humano vuelve a un humano, necesita vicios. De esta forma, el capitán vive obseso con las mujeres, ellas son su vicio, ellas son su principal ligazón a este mundo; sentimental, se llama a sí mismo, las mujeres son el último rastro del hombre que alguna vez fue, y ciertamente, una mujer será quien lo rescate de la penumbra eterna, enseñándole a asumir su nuevo rol, y devolviéndole las ganas de vivir, que tan fácilmente pueden evaporarse. Su desenfreno y libídine lo llevarán a personificar notables secuencias, el lobo sediento de carnalidad, que persigue a las ovejitas, desnudas féminas, está obseso con ellas, y Sara, aprovechando la confusión, se arroja a sus brazos, encontrando desprecio y escarnio a su propia obsesión. De igual forma, a este mismo respecto, entre las secuencias más jocosas, se encuentra pues la secuencia en que el libidinoso Fausto esconde con habilidad el único brazo que le queda, y lo hace en el momento preciso en que una jovencita holandesa, una monja de veintidós, aparece en su aposento, siendo pues “necesario” que ella lo ayude en la micción, generándose severa secuencia cómica, la fémina presa de la incomodidad de tal situación, con el lujurioso ciego, de imperdible expresión de satisfacción en su rostro, es un humor severo, que engalana el trabajo de Risi. El filme viene a ser un tragicómico trayecto hacia la redención del ciego, hacia su salvación y redescubrimiento del gusto por vivir, y mientras ello se consuma, ciertas enseñanzas se van sucediendo, siendo la fuente de las mismas principalmente el primo sacerdote de Fausto, aquel que le da los conceptos que realmente pueden hacerlo recapacitar, es el único que puede decirle que su ceguera, su cruz, puede simbolizar en realidad su salvación, el religioso le dice al lisiado que lo envidia, pero no por ser ciego, no por no poder ver y a la vez ver más, sino por no poder ver, y poder imaginar -matiza su afirmación diciéndole que él sólo escucha a los marginados, pues éstos son los que realmente están cerca de entender la verdad-, pero el apesadumbrado y resignado ciego rechaza ese concepto, aún siendo su primo el único a quien escucha con seriedad y atención, pues asevera que él no puede ni ver, ni imaginar, su penumbra parece haberlo consumido todo, pero aún habrá un halo de esperanza para nuestro protagonista.







Durante todo ese severo y variopinto trayecto, al pobre Ciccio le corresponde soportar al ciego, obedecerlo solemnemente y no proferir ni un monosílabo de desaprobación, ni mucho menos queja, quedándole como único y particular refugio, claro, su mente, sus pensamientos son su único escape, y son ciertamente el único aparte del filme, los segmentos en que Ciccio piensa para sus adentros son los únicos segmentos escindidos de todo el sólido entramado del bizarro show que el lisiado ex capitán nos ofrece. Por supuesto, nuestro personaje, Fausto, no podría quedar exento de redención, esa redención que tan ansiosamente busca, pero que, cual niño asustado, asustado de su nueva y traumática condición, rechaza casi automáticamente, la rechaza en la forma de la hermosa y persistente Sara. Otro de los más memorables momentos del filme viene a ser precisamente uno de los rechazos del ciego a su eterna enamorada, al afirmarle, tras su insistencia, “qué bonito vestido, especialmente el color. Te sienta bien”. Terribles palabras, terrible frase, terrible significancia, prodigiosa sentencia, buen ejemplo del sólido guión, exquisita y cruel delicia, uno de los momentos más rescatables de la cinta, elocuente e irrefutable rechazo hacia la fémina, las palabras metamorfosean, y lo que expresan no corresponde a su convencional acepción, la severa y socarrona paradoja le indica a la muchacha que Fausto no ve” nada en ella, es inmune a los encantos de la enamorada, y, con tan cortante e ingeniosa sentencia, luego de arrancarle lágrimas, la descarta, pero ella, tozuda, no se rendirá. Ella está destinada a encarnar su absolución, su redención final, la peculiar joven es resoluta, y está determinada a conseguir a Fausto, su amor no conoce fronteras, ella, en efecto, eligió a Fausto como receptáculo de su amor, al que reivindica afirmando no es un tonto amor, que Fausto cederá, y terminarán siendo sus mutuas razones de vivir. Así, finalmente podemos observar el desenlace en el que se manifiesta lo que más de uno podía entrever, el lisiado y manco ciego finalmente se aferra con todas las pocas fuerzas, físicas y espirituales que le quedan, a su último bastión, y tiene la tremenda suerte que ese bastión está fundido con el más sublime y perseverante amor. Sí, el huraño ex capitán, en el fondo asustado cual infante, entiende y acepta que su única salvación es Sara, embelesada con él, ella es su llave a la redención, algo que en el fondo él siempre supo, sólo que su pesada cruz le impidió entender antes, pero no importa ya esa cruz, no importa ya qué tan pesada es -o fue-, pues Fausto tiene ahora invaluable compañera para continuar lo que le queda de trayecto vital. Bello filme, inolvidable cinta, trabajo referencial para el director y el intérprete, Risi y Gassman juntos, prodigiosa dupla, generando patrimonio de cine italiano, para el cinéfilo versado, es este el trabajo inolvidable de Profumo di donna, y aunque la re versionada yanqui (excesivamente licenciosa, en el que la belleza de las figuras y los simbolismos se diluyen ante los facilismos y alineamientos a estándares de paladares cinéfilos yanquis) es tan lamentable como innegablemente mucho más conocida que este trabajo (sin desmerecer al oscarizado Pacino, por supuesto, el salvavidas de este posterior filme), se sabe cuál es la verdadera historia hecha arte, la verdadera cinta de arte. Imperdible joya del cine italiano.






Casablanca (1942) – Michael Curtiz


Filme de culto, filme mítico, la muchas veces referenciada como mejor película de la historia del cine, filme infaltable en los listados de las mejores cintas de todos los tiempos; aunque por supuesto, todos sabemos lo subjetivos que estos rankings pueden ser, se trata sin duda de una cinta notable, inolvidable, que trata temas para entonces, 1942, muy delicados y actuales, por lo que supo calar en la mente de crítico y público, y claro, los protagonistas, una pareja de ensueño que termina de configurar un filme imperecedero, filme legendario en tierras yanquis. Basada en el relato "Everybody goes to Rick's" (todos van al café de Rick) de Murray Burnett y Joan Alison, nos narra la historia de un truncado romance, frustrado idilio durante 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, que tiene lugar en tierras marroquíes, Casablanca, área de movilización de refugiados provenientes del conflicto, que buscan una salida a Portugal o Estados Unidos. En esta tierra se encuentra un café, café que sirve de escenario para encuentros de oscuros personajes, y donde se reencuentran Rick, el dueño del café, e Ilsa, quienes sostuvieron intenso romance en París hasta antes de la ocupación nazi; el reencuentro generará severo dilema para Rick, el que deberá resolver cuanto antes ante la premura de la guerra. Por supuesto, buena parte de lo mítico del filme descansa en los protagonistas, el inmortal Humphrey Bogart actúa en uno de sus papeles escaparate, Boggie junto a una Ingrid Bergman pocas veces tan angelical y hermosa. Inolvidable cinta, de sólida trama, y muy buen guión, sin duda una de las favoritas de todos los tiempos.

       


Es 1942, y tras los intensos enfrentamientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, Lisboa se ha convertido en un oasis de libertad que todo refugiado busca, y Casablanca, tierra del Marruecos francés, es el área de paso para alcanzar esa ansiada libertad. Movimiento, duro clima, asesinatos, choques automovilísticos, tensión y perenne espera forman el escenario en Casablanca, donde se encuentra el bar y casino Rick’s. El dueño del lugar es Rick Blaine (Bogart), duro sujeto que regenta todo ahí, y que recibe a Ugarte (Peter Lorre), de quien recibe cierto favor, Ugarte es un sujeto que trafica visas y otros documentos para salidas ilegales de los refugiados. Allí, el señor Ferrari (Sydney Greenstreet), también ligado a las visas, y el pianista Sam (Dooley Wilson), son algunos de los principales personajes asiduos. También está el capitán Louis Renault (Claude Rains), que le habla a Rick del mayor Heinrich Strasser (Conrad Veidt), constantemente buscando perseguidos de guerra, y que anda tras la pista de un tal Laszlo, un líder de la resistencia francesa; Renault le dice a Rick que Laszlo está en Marruecos, acompañado de una mujer y que ella no debe salir de allí. Poco después, Ugarte es arrestado, Rick conoce personalmente a Strasser, y aparece el perseguido Víctor Laszlo (Paul Henreid), acompañado de su esposa, Ilsa Lund (Bergman). Ella, al llegar, revive tortuosos recuerdos con Rick, que experimenta símil situación.




Mientras Sam toca una triste melodía, Rick, ya sin Ilsa, rememora un romance en París, antes que los nazis ocupen tierras galas, su efímero pero intenso idilio parecía terminar en matrimonio, pero la noche que iban a huir juntos, ella desapareció; Rick aún no la olvida. Víctor e Ilsa tratan de salir de Casablanca, Louis les informa que Ugarte, su contacto, ha sido liquidado. Rick, aún dolido, en vano intenta que Ilsa explique lo sucedido, mientras Ferrari afirma que puede hacer que Ilsa abandone Casablanca, pero ella sola, pues los nazis buscan a su marido; Rick es la última esperanza, los recibe en su bar. Laszlo, que sospecha ya de lo sucedido entre su mujer y Rick, le ofrece gran cantidad de dinero para que lo ayude a salir, pero Rick lo rechaza, no pretende ayudarlos a escapar juntos. Strasser intensifica su búsqueda, Laszlo, que estuvo en un campo de concentración durante el romance de su entonces ya esposa Ilsa y Rick, le pregunta a ella lo sucedido, y la mujer no puede ocultarlo, no solo aún recuerda lo sucedido, sino que aún ama intensamente a Rick. Ambos se reúnen y reverdecen su amor, planean irse juntos, dejar atrás el bar, la guerra y todo. Pero cuando pretenden hacerlo, la policía se inmiscuye, se dificulta todo, Rick entiende que debe dejar salir a Laszlo e Ilsa, ambos deben seguir su lucha de resistencia en Francia. Finalmente, con Louis arregla un salvoconducto ilegal, los esposos huyen, Rick se queda en Casablanca, conversando con el oficial Renault.





El filme es gigantesco, entre otra cosas, por la entrañable e inolvidable relación amorosa, el romance perfecto, y a la vez el romance imposible, por dos personalidades, sencillamente perfectas dentro del firmamento hollywoodense, Humphrey Bogart es lo que podríamos considerar el actor yanqui ideal por entonces, e Ingrid Bergman, tenía el fulgor y el encanto de su femineidad en su mayor expresión, en su juvenil momento; juntos conformaron, pues, una pareja de ensueño. Ahora bien, siendo francos, quizás (y no tan quizás, en realidad, casi con inobjetable certeza), la química que destila el estelar dúo en efecto no alcanza el nivel de delirio y derroche desbordante a la pantalla que en su momento transmitieron Boggie y su amada e inolvidable Lauren Bacall, ambos (Humphrey con la Bergman) carecen de esa química, lo cual es una falencia perfectamente normal, pues hablamos, en el segundo caso mencionado, de una de las grandes parejas de la historia del cine, sino la más entrañable, como sin mucho riesgo más de uno proclamaría. Empero, dejando de lado esa ineludible comparación, la pareja inunda con todo su glamour y toda su apasionante intensidad la pantalla. Empezando por la etérea Ingrid, la veremos en un momento de belleza plena, su rostro es perfecto, algo de infantil, mucha dulzura, sufrimiento escondido, fragilidad, pero también pasión, mucha pasión, sabemos que ella es quien tiene como tiene al duro Rick, a Boggie, y de cierta forma, es ella quien lleva la batuta emocional durante buena parte del filme, hasta que, naturalmente, también se quiebra ante la pasión, dejando frases para el recuerdo, como su “bésame como si fuera la última vez”, frases que reposan sobre ese otro gran pilar del filme, el guión.







Y claro, por supuesto, tenemos la oportunidad de ver una de las más mordaces caracterizaciones del inolvidable Boggie, exhibiendo por un momento un sarcasmo exquisito, lo que hace tan entrañable a su personaje, seriedad y gravedad durante todo el metraje, pero a la vez un agudo sentido irónico, que se conjuga con la mordacidad antes mencionada (otra de las grandes perlas del filme, al encarar a Ugarte: si tuviera tiempo de pensar en ti, tal vez te despreciaría), tenemos nuevamente, y cómo no, a Boggie en ese perfil de personaje que es definitivamente su santo y seña, el perfil de un individuo duro, rudo, tiene la sequedad y parquedad habitual en el personaje de Bogart, lacónico elemento, pero esta vez, hay algo más. Si bien no lo tendremos ya como sus inmortales y tan ceñidas a su perfil actuaciones como el mítico y recio detective Sam Spade, creación del literato yanqui Raymond Chandler; si bien ya no lo tendremos como el incontenible detective privado, aún tendremos al sujeto de singular determinación, veremos a un Boggie más impenetrable y hermético que nunca, inmerso en su trunco romance, esto lo va envolviendo en un aislamiento interior, añorando el idilio frustrado. Lógico, nunca veremos a un Boggie tan enamorado, tan sufrido, suspirando de esa forma por fémina que lo descorazonó mientras escucha la melodía que se volvería historia en el cine, la mítica As times goes by, nunca veremos otra vez a Boggie con una singular y salina secreción líquida surcando su mejilla, es una lágrima, pues Boggie llora por amor, es ver al más duro artista, con los ojos vidriosos, experimentando lo que todo hombre, lo que todo individuo puede experimentar, aquello que no respeta estatus, edad, raza, o experiencia, es el desengaño amoroso, que hace presa de Humphrey, y es algo soberbio.





Destinada originalmente a no ser mucho más que una de las producciones que por montones Hollywood producía, probablemente es la fuerza de los sentimientos, lo verdadero y humano del drama, una historia de desamor, lo que la termina encumbrándola a la inmortalidad cinematográfica. Pero este mero tópico se acaba enriqueciendo, y a la vez complicándose por el contexto, el tópico entonces actual y contemporáneo de la guerra, que enriquece enormemente la obra, y es que el filme necesariamente también estuvo destinado a ser propaganda anti nazi. Pero la grandeza del romance, la grandeza de sus estrellas (cómo olvidar que también aparece el gran Peter Lorre, aunque en efímera participación como el transador de visas), y el sólido guión, vuelven a la cinta una obra mítica, que rebasa sobradamente toda expectativa, por optimista que haya sido, sobre la acogida que tendría. Pero si hablamos de presencias distinguidas en el reparto, es irrecusable señalar al intérprete del mayor Heinrich Strasser, a la leyenda Conrad Veidt, el inolvidable Cesare de El gabinete del Dr. Caligari (1920), historia viva del expresionismo alemán, corriente mayor del cine, que tuvo en la citada cinta, además de El hombre que ríe (1928), algunos de sus mayores aportes al séptimo arte, un actor legendario e inmortal. Los encargados del guión fueron Julius J. Epstein, Philip G. Epstein y Howard Koch, autores todos de esos diálogos tan ingeniosos, tan agudos, tan inolvidables por pasajes, un guión sin fisuras que se vuelve factor determinante en el éxito de la obra pues le da mayor cohesión, mayor solidez al trabajo final. El filme trata temas magnos, amor y desamor, temas infalibles, y un tema también infalible para ese contexto, la guerra, que a todos atañía, y que se encontraba en pleno desarrollo, eran pues temas que terminaron por encandilar a crítica y público, la crítica se rendía ante la sólida historia, sus diálogos y sus estrellas, su magistral dominio actoral, mientras el público se derretía ante una pareja de ensueño, y el inolvidable siempre tendremos París; París se vuelve una vez más la tierra del amor, el paraíso idílico perdido, el símbolo del más perfecto amor, un amor tan perfecto que terminó por truncarse, pues París es la tierra donde ese amor soñado alguna vez existió, y ahora es irrecuperable. Destinada inicialmente apenas a no pasar inadvertida, Casablanca termina por erigirse como una obra seleccionada para erigirse siempre en lo más alto de los rankings, de los conteos de los filmes más memorables de la historia, especialmente recuentos estadounidenses por supuesto, y es que, hechas a un lado las subjetividades, estamos frente a un filme que sabe reunir muchos de los elementos que se aprecian en una película perdurable, muchos de los aspectos que hacen a un filme brillante, que rebosan en la presente cinta, una cinta para la posteridad.







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