Gran filme italiano, una de las
comedias clásicas de la historia del cine latino, y uno de los
pilares de la consolidada y
reconocida comedia a la italiana, la commedia
all'italiana, en la que el director Pietro Germi va sentando las bases de una nueva forma de hacer
comedia, en la que se plasma una ácida crítica a la sociedad de su
tiempo, a la vez que se combina esto con
ese elemento idóneo para precisamente eso, deslizar una crítica.
El cineasta escoge la clave satírica, la clave cómica para
manifestar la ácida y corrosiva burla, primero a
la sociedad italiana contemporánea de entonces,
y también para su atiborrado y risible sistema legislativo, en
el que el crimen está severamente sancionado, empero, el crimen pasional,
el asesinato pasional, está bastante más blandamente sancionado. El
director nos transporta así al mundo demencial de Fefe, un burgués, un barón
viviendo en Sicilia, algo venido a menos, tras doce años de matrimonio, y
completamente harto y hostigado de su mujer, viene a posar su interés en su
joven y atractiva prima, a quien ama secretamente. El asunto se viene a
complicar cuando Fefe, casi sin querer, se entere de que ese amor es
correspondido por la jovencita, y se decida a sacarle provecho a la legislación
siciliana, que es dura con los asesinos, sin embargo, es tibia y permisiva con
los que asesinan por vengar su honor por adulterio, es decir, el crimen
pasional. Entonces en barón se decide a fabricar una situación para deshacerse
de su mujer, y emprender el idilio con la prima, desatándose la enajenación y
las disparatadas correrías. Entrañable y clásico filme, que cuenta con la
participación del mítico Marcello Mastroianni, protagonista de un filme cinco estrellas,
una joya italiana.
Mientras escuchamos una melancólica canción,
que se extiende durante los créditos, vemos la fotografía de unos
esposos, que se va alejando. Inicia la acción entonces con el barón Ferdinando
Cefalú (Mastroianni), Fefe, el de la imagen, se moviliza en un atiborrado
vagón de tren, fuma, ve a través de la ventana el páramo siciliano de
Agromonte, Sicilia, comienza a rememorar. Recuerda su hogar, el palacio, y
su padre, Don Caetano, enumera a sus familiares, su esposa, su madre, y Angela
(Stefania Sandrelli), su prima, que llegaba con ellos de
visita. Tras doce años de matrimonio, Fefe observa y admira clandestinamente a
Angela, y luego va al lecho con Rosalia (Daniela
Rocca), su mujer. Mientras intensas
situaciones eróticas se suceden, Fefe va resistiendo las
impertinencias y chillidos de su mujer. Luego, la familia hace una paseo a la
p[laya, y en un momento, aparte y a solas con Angela, tienen un
acercamiento, y es que tibiamente, Angela le dedica miradas y atenciones,
ella le corresponde, y Fefe acaba enterándose ello. No pudiendo
ya contenerse los primos, de noche, y en el jardín del palacio,
consuman finalmente su idilio, pero Angela debe partir
al día siguiente para iniciar sus estudios en un convento de monjas.
Fefe se entera luego a través de los periódicos de un
crimen, una mujer asesinó a su esposo por haberla engañado, y en
el juicio respectivo, se mostraron blandos con el pasional
crimen.
Ante eso, Fefe pone manos a la
obra, atavía a su mujer, la exhibe por Agromonte, le está buscando un
amante, difícil labor, tanto por la poca gracia de su esposa, como por
sendos motivos para cada prospecto, mientras Fefe la soporta cada vez menos.
Entonces, pasa algo imprevisto, regresa a Agromonte, luego de una estancia en
la guerra, Carmelo (Leopoldo Trieste), antiguo admirador de Rosalia.
Prontamente Fefe se las arregla para hospedar en palacio a Carmelo, la situación mejora
para él, pues Carmelo y Rosalia pronto sienten atracción. Parte el barón al día
siguiente a Catania, a ver a Angela, dejando a los potenciales amantes solos. Llega
al extremo de instalar micrófonos para espiarlos, fabrica cartas de
sus conocidos indicándole que es cornudo, Se
sabe también que Carmelo en realidad está casado, y que tiene tres
hijos, tras lo cual, los amantes escapan. El hecho se vuelve la comidilla,
todos se burlan de Fefe, el cornudo. El humillado Fefe luego
tiene impensado encuentro con la mujer de Carmelo,
cornuda también, pero mucho mas determinada que él. Luego, ya
habiendo encontrado a los prófugos, aparece primero la cornuda, que
lo aventaja y liquida a Carmelo, haciendo luego Fefe lo propio con
Rosalia. Tres años han pasado, y las remembranzas terminan, Fefe
vuelve, tras tres años de prisión, a ver a Angela; se casan, pero hay un
inconveniente, la nueva esposa no pierde tiempo, y está coqueteando con
otro, un nuevo crimen se cocina.
Notable filme, notable comedia,
en el que el director desnuda unas características y falencias dignas de ruborizarse,
pero de minimizar -parcialmente, claro- la ofensa se encarga la fina comedia,
en la que una suerte de panfleto de la ciudad nos es deslizado por el barón,
nos habla de su infancia, de su gente, de su tierra, y rápidamente se enumera
sus características, sus iglesias, sus locaciones, sus habitantes, etc. La
figura de la tierra que habitan se desliza, una tierra imaginaria, Agromonte,
lo que se utiliza para disfrazar el ácido mensaje satírico, pero ese intento
luego es anulado, pues Agromonte está en Sicilia, receptáculo de la sátira por
su legislación, por su gente, y por sus costumbres, costumbres entre las que vemos
a un barón, venido a menos, pero que mantiene las apariencias. El
relato, íntimo y cercano, nos introduce en las acciones de
nuestro protagonista, siendo la imagen de apertura la imagen del desdichado y
su mujer, su castigo, su lastre, el elemento que desencadenará toda la
demencia. Iniciada la acción, la narración en off de Fefe incluso se verá interrumpida por sucesos de lo
narrado, se nos adentra en lo que sucede, nos divierten con lo que vemos
mientras nos involucran en ello, nos vinculan a sus pecadillos, a sus
fisgoneadas secretas hacia Angela. Empatizamos con el aparentemente inocuo
y desmejorado barón y su particular drama, soportando estoicamente a la
insufrible mujer, su chillona voz, su hambre de afecto, es un problema sobre el
papel risible, y es que estamos en presencia de un cínico, un entrañable cínico. Siguiendo en
esa línea, los detalles de comicidad se suceden, la viveza, el morbo, vemos al
padre desalojando a su hijo del baño, interrumpiendo su fisgonearía, sólo para
prolongar él mismo la acción, y observar con no menor deseo y libídine a la
jovencita durmiente, sin mencionar las constantes circunstancias en que Fefe sorprende
a parejas en clandestino coito, o las repetidas alusiones al barroco, al siglo
700, el 800, un casi automático intento de lucir sofisticado, culto, alturado. Las
situaciones hilarantes se suceden, Fefe repetidas veces imagina a su mujer
siendo liquidada por él mismo, se imagina victimándola, y luego arrojándola
a una gran olla con agua, la imagina feneciendo en arenas movedizas, o deshaciéndose
de ella mandándola lejos en un cohete espacial mientras él se solaza, con
rostro impávido, con sus imaginarios fenecimientos.
Otro punto a tener en cuenta es cómo
retrata justamente al personaje principal, al protagonista, es un barón,
un burgués, pero un burgués venido a menos, que reside en
una casa también venida a menos, un burgués que se aferra a
esa imagen, aunque por dentro, su ostentoso palacio sea en realidad
un destartalado inmueble, mantiene la imagen pese a todo. Y Marcello
Mastroianni, leyenda de la actuación italiana, se encarga de retratar
ese carácter, encarna un personaje singular,
un burgués cansado de sus relativos lujos, cansado de una
mujer insufrible, viene a fijar su interés en su hermosa
y joven prima. Se trata de un problema típico pobre niño rico, pero que no se limita a lamentarse, sino, en la cúspide
de su cinismo, pone manos a la obra para poner fin a su problema, sabotea su
matrimonio; es pues un sujeto complejo, un cínico, en medio de una artificial
comodidad, su mayor problema se convierte en deshacerse
de su mujer para satisfacer su apetito por su
prima, esa es su gran disyuntiva, este cínico
nos involucra y nos implica en su dilema, problema tan pequeño como
grande, en su vida, lo que pareciera una trivialidad, se convierte en
su obsesión. Y la representación de Mastroianni es
tremenda, caricaturizando a toda una clase, la enajenación corre por
sus venas, y desde el segundo inicial, lo vemos bien ataviado, fino, amanerado,
siendo atendido, con una mirada como de aburrimiento, deslizándose por el
atiborrado pasaje de un tren, con una larga boquilla de cigarro, exhalando
bocanadas, lánguido, despreocupado, observando por la ventana, y
es ahí, observando el páramo, cuando su semblante, cuando su actitud
cambia, adquiere automáticamente una nostálgica postura,
mientras observa el páramo italiano,
el páramo sureño que avanza, y ahí comienzan sus remembranzas,
comienza el filme. Es un neurótico, el detalle del gesto de la boca y el
ruidito producido son sencillamente geniales, repetidos tics que fluirán en los
momentos más disparatados, caricaturizando así aún más el retrato del barón, el
retrato de toda una clase, la clase acomodada, y Mastroianni se luce, como no podría
ser de otra forma, en una de sus interpretaciones míticas, de escaparate, con
la indumentaria burguesa, sus gestos neuróticos y amanerados, el bigotito; una
apariencia inolvidable, para una interpretación inolvidable.
Así es como el director nos va deslizando
perfiles bien definidos de ciertos caracteres, personajes entrañables, las
mencionadas duplas carnales por un lado, o el juez por demás también caricaturesco
por otro, la burla es perenne, la sorna no se detiene, la crítica se disfraza
de sabrosa comedia satírica, el mejor caldo de cultivo para deslizar esas críticas,
como hiciera décadas después, por citar un ejemplo, el genial ibérico Luis García
Berlanga. Tensión, gestos, miradas, los silencios, todo desemboca en momentos
en que esa tensión se puede cortar con una tijera, bromas ligeras, situaciones
risibles, enajenación abrumadora, a la comedia no se le encuentran fisuras. Esto
se debe en buena parte a que el cineasta, asociado con Ennio De Concini en un
excelente y soberbio guión, nos desliza una comedia exquisita, que rebosa en
momentos hilarantes, comedia sencilla, ligera, digerible, sólida, de pueblo,
cercana a los personajes que retrata, que tiene en esa cercanía, en
esa sencillez, la clave de que sea una comedia tan empática, tan exitosa, tan verídica.
El humor campestre, la constante lujuria por los pueblerinos exhibida, nos pintan
un exquisito mosaico de la enajenación y desenfreno de las gentes de entonces. Y
la máxima enajenación, por supuesto, se encarna en nuestro protagonista, en
Fefe, se materializa así la ridícula situación, Fefe tiene
que encontrar un amante a su mujer, nada fácil labor, tanto por la
fealdad y chabacanería de su mujer, como por los prospectos, y los
sendos obstáculos que los desechan; tendrá que
justificar así su pasional crimen, y además tiene que fabricar
situaciones y pruebas del adúltero idilio. De esta forma, se
suceden las más disparatadas situaciones, correrías, desencuentros y confusiones,
y a cada segundo se va deslizando la crítica y satírica sorna a Sicilia, donde
los cuernos son una mancilla sencillamente imperdonable, y que justifica
cualquier acción con intención de vengar la severa afrenta. Inolvidable momento
en que se encuentran ambos cornudos, Fefe, y la engañada mujer de Carmelo, pero
la fémina, bastante más resoluta, es la primera en actuar, dejando en ridículo a
Fefe, y a su honor, la comedia de Germi nos hace delirar. Ni hablar del final,
ese extraordinario final, soberbio desenlace, un para entonces ya humillado
Fefe ni se imagina que la espiral de demencia no está haciendo más que volver a
girar sobre su eje, la locura se verá en su persona prolongada, pues un nuevo adulterio
se cocina, un nuevo crimen pasional se asoma, se vislumbra otro divorcio a la italiana. Filme mítico,
piedra angular de una nueva forma de hacer comedia, filme escaparate de esa
formidable maquinara de hacer arte que en su momento supo ser, la industria cinematográfica
italiana.
Uno de los movimientos más
indelebles en la historia de la cinematografía mundial fue La Nouvelle Vague
francesa, también conocida como la Nueva Ola, el movimiento que inauguraba lo
que a la postre se conocería como cine
moderno. Aportes como el montaje, la manera en que se manejaba la cámara,
la recordada técnica de cámara en mano, narraciones en off, nutrieron el cine de los primeros lustros acabada la segunda guerra
mundial. Tres fueron los filmes angulares del movimiento: A Bout de Souffle (1959), de Godard, Los 400 Golpes (1959), del genial
Truffaut, y esta cinta, Hiroshima,
Mon Amour de Resnais.
Quizás el menos comprometido con los principales lineamientos y directrices
mencionados, el presente filme se erige como una de las primeras fuentes de renovación
cinematográfica, y rebosa asimismo de un poderoso mensaje pacifista, acorde con
el momento histórico de entonces, y además repotenciado por una desbordante
poesía, poesía audiovisual, invaluable efecto que se logra gracias al aporte
de una fuente providencial en la solidez de esta excelente cinta. Me refiero
al elemento primigenio, el elemento inicial, la obra literaria en que se
inspira el filme, el libro homónimo de Marguerite Duras, el cual nos traslada a
la historia de Elle, una actriz francesa que está grabando un documental sobre
la terminada segunda guerra mundial en Hiroshima, escenario de la bomba
atómica, y ahí tendrá efímero pero intenso idilio con un japonés, que le hará
rememorar un anterior romance con un nazi durante la ocupación germana en Francia. Con
esa vertiente como hilo narrativo, nos adentramos en el severo viaje que es la
cinta.
El filme comienza con imágenes de amantes,
amantes que entrelazan sus cuerpos, sus brazos, mientras una suerte de
cristalina lluvia los acaricia. Una femenina voz nos habla de su visita al
hospital de Hiroshima, mientras sórdidas imágenes nos dan fe de la barbarie
generada por la guerra, y por la furia atómica. Mares de humanos cadáveres,
mórbidos desfiles continúan y se suceden, mientras la protagonista continúa
hablando en off, obteniendo sendas respuestas negativas a lo que dice de su contraparte masculina. Terminado ese preámbulo, los amantes están ya
conversando directamente, en la cama, ella, una actriz llamada Elle (ella, Emmanuelle Riva) le cuenta a su amante japonés, Lui (él, Eiji Okada), que está en Hiroshima para rodar un
documental, le dice que es originaria de la ciudad francesa de Nevers, en la
cual experimentó en carne propia los terribles ataques e invasiones nazis, y
rememora algunas de esas amargas vivencias, que incluyen un romance
con un oficial alemán (Bernard Fresson). Recuerda al muerto nazi
mientras prosigue su idilio con el japonés. Es hora luego de continuar su trabajo, y
tras una noche de pasión juntos, Elle debe partir, parece hacerlo en medio de
lejanía y ambigüedad hacia su compañero. El documental, por otra parte, va ya
tomando forma.
Algunas delegaciones de filmación
van desfilando por la desolada y abandonada tierra japonesa, Elle y Lui se
juntan nuevamente, los amantes se reúnen, Elle responde algunas interrogantes
sobre su antiguo compañero carnal, y los múltiples encuentros que tuvieron.
Elle le profesa a Lui su intenso amor, y, a continuación, le dice que, consecuentemente a su pensamiento de lo necesario que es olvidar, está
empezando en efecto ya a olvidarlo a él también. Elle prosigue con su narración
de lo sucedido con el alemán y narra la muerte de éste, suceso tras el cual han
pasado ya catorce años. La obsesión con olvidar todo lo sucedido no abandona a
Elle, que conversa, pero está como ida, se separan, deambula ella con dejadez,
una constante contradicción tiene lugar en su persona, pues está deseosa de
quedarse en Hiroshima, de quedarse con su nuevo amor, amor redentor, con el que
olvidará todo lo pasado, pero prima antes que nada un ambiguo desprecio hacia su
japonés amante. Tras movilizarse separados, cada uno por su cuenta, van dar al mismo bar, donde Lui intenta
abordarla, el japonés está tan expectante como ella de cómo irá a terminar su idilio. El asiático insiste, va a ver a Elle, y ya juntos, ella rompe en
llanto, ha decidido quedarse en Hiroshima, los amantes se quedan juntos, y
ambos han adoptado nuevos nombres, ella es Nevers, y él, Hiroshima.
Resnais alcanza con su filme algo
sublime, algo que se dice fácil pero que no se realiza de la misma forma, es
hacer al cine hablar, hacerlo hablar sin palabras, teniendo para ello
invaluable aliado en el apartado musical, esto se vuelve patente sobre todo en
los primeros segmentos del filme, resurgiendo en algunos pasajes posteriores.
Así, la inicial mudez de los personajes habla a través de la música. Se abre
paso, y se abre paso a través de la inserción del poderoso texto, el poema
inicial de la francesa Duras es lo que rompe el hielo, poderoso meollo
poético, cuyos versos nos introducen al atemporal mundo del filme. Los
metafísicos versos de la Duras nos abren las puertas al espectáculo de imágenes
que se avecina, la poesía se anexa a lo carnal, fundiéndose en una poesía
cinematográfica que tiene su cimiento visual en las intensas escenas de los
amantes, a quienes inicialmente no reconocemos como dos individuos separados,
pues actúan como una unidad, fundidos el uno con el otro. Es esta
característica la que escinde al presente trabajo de los otros dos mencionados
filmes, a los que muy usualmente se hermana la comentada cinta, y es que, al
margen del aporte o novedad técnica y narrativa aquí encontrados, tenemos el
aporte mencionado líneas antes, y es la poesía, la forma en que el guión, obra
y gracia de Marguerite Duras, va guiándolo todo. Resnais nunca se consideró a
sí mismo un mecenas de la Nueva Ola, rechazó ese para muchos bien ganado lugar, y
protestaba contra el rígido realismo psicológico imperante en las adaptaciones
literarias al cine por parte de sus camaradas cineastas de entonces.
Paradójicamente, Resnais, en este filme, más que realizar lo que reclamaba a
sus colegas, esto es, aportar, más
que traducir texto literario al cine,
termina haciendo precisamente eso, darle espacio a los escritos literarios, deja que éstos imperen en la cinta, y la poesía se vuelve el hilo argumental, el hilo
narrativo, la clave para entender la intencionalidad del filme, una suerte de
bizarra oda al olvido; pero Resnais lo hace en pro de la cinta, y en efecto, al
darle libertad al texto, al permitirle llevar la batuta narrativa, impregna a
su trabajo de la intensidad, la nostalgia, la belleza y la autenticidad del
testimonio poético de la Duras, testigo de primera mano de la pesadilla de la
guerra. Esto se siente particularmente en el preámbulo, el inicial segmento del
filme.
En esta primera secuencia,
apreciaremos a una fémina siempre ávida de conocerlo todo, deseosa de haberlo
visto todo ya, pero prontamente su amante revienta la burbuja, afirmándole que
ella en realidad no ha conocido nada, que no ha visto nada. Pero aunque Lui, él, se
esmera en ello, en tratar de borrar sus recuerdos, sin darse cuenta él mismo se
vuelve humana y viviente prolongación de los mismos, él prolonga sus vivencias,
se prolonga el amor por Elle, ella, experimentando, ahora en la forma de un japonés
militar, y Resnais juega con la plástica para materializar la continuidad, la unidad de ambos hombres, particularmente con
las imágenes de las manos de los oficiales; la continuación, la prolongación
del amor para Elle es pues flagrante, y correcto es el recurso por el francés
cineasta utilizado. Es poderoso el efecto que consigue Resnais, combinando la
bella poesía francesa, con las más bizarras imágenes de la destrucción generada
por la furia nuclear, ciertamente la realidad supera a la ficción, y así
veremos sórdidas imágenes, mezclas de planos de un ojo vaciado, desfiguraciones
varias, todo conciliado con las perennes imágenes de los amantes, y es que un
amor está naciendo mientras nosotros recapitulamos, recapitulamos ayudados por
ella. Severo claroscuro temático el que construye Resnais, al interminable
desfile de desolación humana y las ruines consecuencias de la guerra, a las
pilas de cadáveres y extremidades humanas cual carnicería de hombres, se amalgaman nuestros protagonistas, materializando su acto de carnal amor. Terminado ese
mórbido collage, ese preludio -que, dicho sea de paso, es una de las
representaciones de la devastada Hiroshima que más destacado realismo y crudeza
tiene, sobre todo considerando lo reciente que estaba todo lo sucedido-,
comienza Lui con el interrogatorio sobre su extinto competidor, comienza la
doble narración, el doble hilo argumental se va articulando, cimentándose en los amargos recuerdos de Elle. Resnais abandona un ya bifaz mosaico narrativo,
dos amantes en intenso coito, sumados a las purulentas imágenes de muerte, por
la segunda narración a dos bandas, nuevamente los amantes, por supuesto,
sumados ahora a los amargos recuerdos de ella.
Resnais, por supuesto, nos entrega
un filme que no en vano, ni mucho menos, es considerado piedra angular de la
Nueva Ola, con su cinta rebosante de saltos de un plano a otro, de pausados
giros y travellings que nos permiten explorar todo el campo de la escena, y
claro, la cámara en mano, además de algunos claroscuros, lumínicos,
contrapicados, etc. Hablamos pues, formalmente, de un filme con una narrativa
plena en todos los recursos técnicos propios de la corriente que representa. Lo
antes mencionado se suma y refuerza con otra característica propia de la
Nouvelle Vague, y esto es la reducción del número de protagonistas, pocos
personajes, lo cual permite, claro, realizar una exploración mayor, más
exhaustiva, de estos caracteres, desembocando esto en una cinta de mayor
solidez, un trabajo más compacto en lo que respecta a tratamiento de los
personajes. Así nos sumergimos en el particular universo de los amantes,
veremos cómo, con actitud tan tozuda como repetida en el género masculino, Lui
se obstinará en interrogar y averiguar sobre el anterior idilio de su amante,
una intensa noche se enfrenta a todo un romance, un romance trunco, y así se
van desenterrando las vivencias de Elle, la que, paradójicamente, va dejando
flagrantemente evidenciado su ineludible deseo y necesidad de olvidar todo lo
antes vivido. Y es que para ella, Hiroshima simboliza el final de la guerra, es
el inicio de un miedo desconocido, miedo a la indiferencia, y por ello al
final se concreta poderosísimo simbolismo, cuando la fémina, ya superado el susto de
lo pasado, ya superado el temor que sus recuerdos le infunden, entiende que es
Lui el humano que representa el fin de todo ello, la prolongación del
sufrimiento finalmente también trajo un nuevo comienzo, y él, al final, adopta
ese simbólico nombre, él es Hirosohima, y ella, es Nevers, la ciudad francesa
donde el amor comenzó, pues ella es el comienzo, y él, el final que llevará de
nuevo al comienzo. Severo el hecho de que al final, cuando el clímax ha llegado, es recién entonces que los personajes adquieren una identidad, simbólicas identidades, pues ya dejaron de ser meramente él y ella, ahora cada uno es viviente alegoría. Interesante trabajo apenas distanciado por cuatro años del inmediato ejercicio anterior del realizador, el documental Noche y Niebla (1955), crudo vistazo al exterminio nazi al conmemorarse el primer decenio de acabarse esa pesadilla. Era un tema pues que había dejado poderosa impronta en Resnais, como en toda esa generación de personas, y el cineasta añade ahora a esa visión aterrada, arte, intenso y bello arte cinematográfico. Tenemos un filme que explora temas complejos, atemporalidad, amor, olvido, y es quizás por esto por lo que el presente trabajo se escinde de
lo otros filmes con los que tan a menudo forma significativa triada.
En efecto, cumpliendo ya todos
los formalismos propios de la Nueva Ola, la cinta de Resnais va más allá, y
claro, buena parte de esto se debe a la Duras, fémina que por cierto luego
alzaría vuelo propio como cineasta -curiosa característica por un cinéfilo a mí
hecha saber: más de un novelista, colaborador de Resnais como guionista,
eventualmente toma su propio camino en el séptimo arte, bonito facto que nos va
deslizando la forma en que debía trabajar entonces Resnais, haciendo a los
literatos decidirse a explotar en el cine-. El olvido es uno de los temas capitales del
texto de Duras, y, por ende, del filme de Resnais, pues nos sumergimos en una
realidad atemporal, donde se fusionan dos líneas del tiempo, una en plena
guerra, con el terror y la destrucción produciéndose, pero con el amor fluyendo
ya; esta realidad se fundirá con la actual, lo que podríamos llamar presente,
la mujer sobreviviente a la pesadilla, ha encontrado un nuevo amor, en otro
tiempo, en otro espacio, otro continente, y su efímero encuentro los escinde a
su vez del resto del mundo. Elle en realidad siente terror al olvido, aún
cuando éste purifica, deja atrás indeseables reminiscencias, se habla sobre una
necesidad de olvido, hermosa
paradoja, pues cuando algo queda en el olvido, humanamente hablando, eso se ha
perdido para siempre, desde cierto punto, algo lamentable; pero viene a tallar luego nuevamente, la llamada
necesidad de olvidar, de purificarnos, de empezar de nuevo, y la poderosa idea
de que inmediatamente después de la destrucción, puede venir el alivio, un
eslabón de destrucción puede preceder a un eslabón de creación, pues el amor se
prolonga, y está por encima de las propias personas. Resnais no alcanza todavía
el incomparable dominio y nivel de su magna obra, la dos años posterior El Año Pasado
en Marienbad (1961), no alcanza
ese desenfreno formal, esa rebeldía brutal y obnubilante, pues en este caso,
los personajes, y la trama, lo son todo. Eso sí, eventualmente, y con perfecto acierto,
Resnais retomará el elemento distintivo de la cinta, la poesía audiovisual, los profundos versos de
Duras, plagados de nostalgia, de aislamiento, de dolor, de goce, de horror,
sirviendo de auditivo fondo a los hechos que presenciamos. Hermoso filme que,
además, sirvió para la reflexión del caso en su momento, Resnais continúa,
consecuentemente, la senda que había iniciado con sus cortometrajes Guernica (1950) y la citada ya Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955), desnudando con pasmosa crudeza y
veracidad los horrores fe la guerra y la catástrofe nuclear, a veces el humano
sólo así entiende, y esto colaboró en cierta medida a su buena acogida entre
público y crítica. Notable filme, Resnais va encontrando lo mejor de sí mismo,
y de paso, ayuda a otros artistas a encontrarse a sí mismos. De lo mejor del
cine francés.