Muy interesante drama negro del desaparecido Lewis Milestone, natal del también extinto Imperio Ruso. Seductor y oscuro relato de traiciones, amor, severas patologías, traiciones y sentimientos encontrados, además de viejas amistades, muy significativas en el pasado, que regresan de pronto al presente, a descubrir la forma en que ha evolucionado la persona que alguna vez creyeron conocer. Nos presenta Milestone la historia de una fémina, inicialmente infante, que tiene como únicos amigos a dos varones de su edad, opuestos en carácter, que le ayudan a sobrellevar la existencia a la sombra de su tiránica tía, y un buen día tras intentar escapar, la despiadada mujer es eliminada por su sobrina. Muchos años después, el niño más avezado, que se fue del pueblo, regresa al mismo, para encontrar a su amiga infelizmente casada con el otro personaje, alcohólico individuo que es eminente político, pero un pelele como persona y las mórbidas vivencias que surgen son expuestas en el relato. Excelente cinta, excelente variedad de cine negro, en el que sus oscuros personajes no dejan de sorprender con sus salvajes impulsos, y en el que la mujer se convierte en el fatal meollo de toda la acción. A parte de una notable puesta en escena, descansa el filme en las solventes interpretaciones de su reparto estelar, la inolvidable Barbara Stanwyck como la mujer protagonista de adulta, además de un siempre solvente Van Heflin, y un joven Kirk Douglas entre los principales, en una cinta muy sólida, muy atractiva, gran filme de la década de los 40.
En el pueblo yanqui de Iverstone,
en 1928, dos niños se mueven a hurtadillas, llegan a un establo, son Sam Masterson
y Martha Ivers, planean escapar de sus casas, pero son atrapados antes de
hacerlo. El que los delató fue Walter O´Neil, que, junto a su padre, vive a la sombra
de la tía de Martha, la adinerada señora Ivers (Judith Anderson). La tía Ivers
es tan adinerada como tiránica con Martha, le recuerda su origen bastardo, la
hostiga, y la obliga a querer escarpase. Intenta ella volver a huir con Sam, Walter
no puede evitarlo, pero por atrapar a su felino mascota, la tía es alertada, y
en un aparente accidente, Martha la golpea, la hace caer por las escaleras y
fenece. Walter fue testigo de lo sucedido, Sam desapareció, y el aturdido señor
O’Neil no tiene otra salida que creerle a Martha, que miente diciendo que un hombre fue quien la asesinó. Esa versión
es creída, y pasan muchos años, es ya 1946, Sam (Heflin) ha crecido, regresa al
pueblo, en el que se entera que Walter (Douglas), es un importante fiscal que se
postula a reelegirse, se casó con Martha. En su camino a buscar a su familia,
Sam conoce a Antonia “Toni” Marachek (Lizabeth Scott), atractiva
mujer con la que nace química, hasta el punto de alojarse ella en su mismo
hotel. Por su parte, la adulta Martha (Stanwyck), es quien mueve los hilos del
pelele Walter, lo insta a reelegirse, mientras Sam y Toni se acercan más.
Toni le confiesa a Sam que recién
sale de prisión, presa de la soledad, encuentra alivio con él, y Sam la acoge.
Pero a la mañana siguiente, ella ha desaparecido, la policía informa a Sam que
fue atrapada, violaba su libertad condicional, fue aprisionada. Sam entonces
busca a Walter, los viejos amigos se reencuentran y se ponen al día de sus vidas, aparece también Martha, tras años, se ve con ella, que intercederá para que
Walter libere a su amiga. Martha queda impactada de volver a ver a su
viejo amigo, se reúnen de nuevo, ya solos, recuerdan infancia, ven su viejo
cuarto, se besan, pero pese a todo, Sam debe irse. El cobarde Walter entonces
cita a la reclusa Toni, la amenaza con cinco años de prisión sino colabora con
él. Lo que hace es tenderle una trampa a Sam, que es golpeado y raptado por matones
del fiscal. Ya liberado, Sam va a visitar a su viejo amigo, Toni le confiesa
que él estuvo detrás de todo, y Walter recibe golpes por ello, se enfurece por
ver a su mujer embelesada con su viejo amigo y rival. Pero Martha, siempre enamorada
de Sam, quiere beneficiarlo, tienen idilio, para despecho de Toni; tomando
unas copas, se entera ella que Masterson nunca presenció la muerte de la tía Ivers.
El ebrio Walter afirma lo promiscua que es Martha, la humilla, cae por la misma
escalera que la tía. Martha, fría, sugiere que lo eliminen, pero Sam no lo hace.
Tras unas inesperadas muertes, finalmente Sam se queda con Toni.
Estupendo filme de cine negro, en
el que empezaré hablando del soberbio reparto estelar, en el que primeramente
descolla, una vez más, la descomunal Barbara Stanwyck, en un perfil de rol que parece
hecho a su medida, símil caracter al que interpretara cuatro años después en Encuentros en la noche (1952) del gran maestro Fritz Lang.
Se siente como si la gran Stanwyck estuviera hecha para este tipo de dramas, de
mujer profundamente atormentada, con severos conflictos interiores, de severas patologías
que transforman su psiquis hasta coinvertirla en un ser impredeciblemente
siniestro, y ella, tan solvente y sólida como de costumbre, se muestra grave,
perfecta como la atormentada infeliz. Sin embargo, mientras en el filme del
maestro expresionista germano, ella accede a una final redención, a un final
intento de absolución, en esta oportunidad ella está condenada, y termina
encontrando en el fenecimiento su final y tan anhelado alivio, pues ciertamente
su personaje en esta cinta es mucho más retorcido, maquiavélico y letal. Es la
Stanwyck el meollo de todo lo que acontece, es la mujer fatal, la femme fatale
que encuentra en el asesinato la mejor manera de salir de problemas, y cada vez
encuentra menor remordimiento en ello. Escalofriantes niveles alcanza, de notar cuando un
horrorizado Walter rememora la forma en que condenó, sin la menor dubitación, a
un individuo inocente por el asesinato de la tirana tía; tenemos pues a la más maquiavélica
y siniestra versión de la brillante actriz norteamericana.
Van Heflin, por su parte, lleva
bien la carga principal, pues si bien es la Stanwyck quien es el motor de todo,
es Heflin quien se erige en un coprotagonista de suma injerencia también, y
asume y se desempeña excelentemente con esa responsabilidad el por entonces
joven Heflin. Así, en sus nóveles años vemos un trabajo ajeno a los posteriores
papeles de sumisión, de relegado, de dominado que veríamos en filmes tan diversos como Acto de violencia (1948) de Fred Zinnemann, Shane el desconocido (1953) de George Stevens, o
en El tren de las 3:10 (1957) del genial Delmer Daves, todas cintas en las que veríamos un perfil que encaja con el descrito del posterior y
maduro Heflin, el cual desempeña bastante
bien; pero no deja de sorprender, y agradar, verlo en esta oportunidad en un
rol diametralmente opuesto, de dominador, de galán haciendo suspirar a ambas féminas,
de portador de la batuta de lo que sucede, y dominando a Kirk Douglas. Completa el reparto el joven patriarca del clan Douglas, que desde sus bisoños años ya daba muestras de seriedad y mucha
solvencia en este, el que sería su primer rol, su filme debut en el que cumple
con su aporte. Interpreta eficientemente a Walter, un pelele, un fantoche
supeditado a la voluntad de su mujer, y esto queda perfectamente plasmado
cuando un individuo lugareño afírmale a Sam, cuando pregunta por su viejo amigo,
que éste ”llegará a ser todo lo que su mujer quiera que sea”, lapidaria frase
que habla ya del mequetrefe personaje que se tiene en frente.
Es de esta forma que se da una
singular circunstancia, Van Heflin haciendo de galán y de recio personaje, que
domina por completo a un pelele Douglas, el futuro símbolo de virilidad de los
50s y 60s se muestra aquí como un patético alcohólico, remedo de hombre, su
mujer lo domina por completo. Es el plan de contingencia, la opción que tomó
la mujer porque no tuvo otra alternativa, porque su principal partido se escapó, y esa pesada
mochila, ese lastre no abandonará a Walter jamás; pero claro, son anecdóticas circunstancias
las que colocaron a estos actores encarnando papeles que a la larga serían opuestos
a sus posteriores perfiles de intérpretes. Ahora bien, la solidez interpretativa se expande y
alcanza a todos los involucrados, a Lizabeth Scott, que también cumple con nota,
y a la recordada Judith Anderson, en efímero papel, deja muestra de todo el sello
y distinción que la hicieron digna de participar en una de las más memorables
obras del prodigio británico Alfred Hitchcock, en Rebeca (1940). Esta sólida terna actoral interpreta, sin fisuras,
la sórdida historia de lo que pudo ser y no fue, del amor frustrado y pasado, que
de pronto toca a la puerta para ver cómo salieron las cosas, pero lo que encontrará
será el más bizarro y putrefacto retrato de degradación y descomposición humana,
esto plasmado, por supuesto, en la podrida y retorcida figura de la maquiavélica
Martha, que es el núcleo, el eje sobre el que todo gira. Poderosa versión de
cine negro, film noir que se apoya
tanto en su sólido guión y puesta en escena, como en sus notables actores,
filme repleto de muerte, de sorpresas, de carnalidad, pues el sexo, como era natural por esos lustros, está bastante presente, aunque lo lo esté muy tibiamente insinuado,
jamás mostrado ni evidenciado. Para finalizar, este excelente filme tiene un título
tan adecuado como efectivo, pues el amor de Martha es extraño, es bizarro, es
oscuro, un gran título, un gran final, para una también gran cinta.
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