Josef von Sternberg es uno de los más brillantes
y gloriosos nombres del séptimo arte alemán, y uno de los más ilustres representantes
de la gloriosa e inmortal corriente
cinematográfica del expresionismo germano. Tuvo von Sternberg en una particular
actriz a su más grande musa, su más grande fuente de inspiración, y su más
valiosa aliada. Hablo, por supuesto, de la descomunal Marlene Dietrich, también
entre los nombres mayores del cine clásico. El presente es uno de los cinco
descollantes ejercicios de esta naturaleza que esta imborrable dupla llegó a
materializar. En esta cinta el maestro alemán nos presenta la historia de la
Princesa Sofía Frederica de Prusia, hermosa princesa que es llamada a Rusia,
urgida por la Emperatriz Elizabeth, para que se case con su hijo, y mejore la
línea de sangre real. Pero el futuro esposo, un retrasado mental Duque Pedro,
provoca repulsión en Sofía, que, empero, genera vínculos con Rusia, y su
gente, sus soldados, por lo que engendra un descendente de dudosa paternidad.
El filme será un repaso por la evolución de la princesa, desde una recién
llegada y cándida joven al gigante país ruso, hasta convertirse en la incontestable Emperatriz, dueña del máximo poder, y de la máxima ambición. Poderoso y
seductor filme en el que el cineasta germano da muestras de toda la vigorosa
herencia expresionista que corría por sus venas, y dirige a la Dietrich en uno
de sus papeles más memorables, un trabajo ciertamente célebre y a la altura de
estos dos titanes.
Comienza la acción con una joven princesa Sofía
Frederica, que es exigida y formada por sus padres para que se convierta en
digna reina de Prusia. Pasa el tiempo, madura la princesa (Dietrich), y llega
entonces el Conde Alexei (John Lodge),
portando un mensaje de la Emperatriz rusa, instándola a casarse con su hijo,
noticia que entusiasma mucho a Sofía, que recibe grandes referencias de su futuro
esposo, pero, más que eso, la impacta el mensajero duque. En marzo de 1774,
parte a Rusia, en medio de muchas recomendaciones de sus padres. Durante el
sumamente prolongado viaje en tren, va observando el gélido terreno de su
futuro reino, ella está nerviosa y ansiosa, y el socarrón duque Alexei se le
insinúa y acerca, y ella, permisiva, deja que fluya un beso. Al fin arriba a
territorio de la corte, se convertirá en Catalina II, y conoce a su Majestad, la
Emperatriz Elizabeth Petrovna (Louise Dresser), que tiene en mente la única preocupación de que se
engendre con su hijo un robusto y saludable heredero a la corona. Pero Sofía
se lleva severa decepción cuando conoce a su futuro esposo, el gran Duque Pedro
(Sam Jaffe), que sufre de retraso mental.
Mientras ella se va familiarizando con su nueva tierra, el duque Alexei no deja
de acercarse a ella, y de pulsear si es correspondido. Pedro por su parte no
hace más que odiar a su indiferente mujer.
La actitud de dejadez de Sofía
irrita a la Emperatriz, que desaloja a la madre de la joven de vuelta a
territorio prusiano. Alexei por su parte no ceja en sus intentos, en un granero, seduce
a Sofía, y este idilio es sabido por la monarca, que se enfurece, y hasta
siente ciertos celos, le advierte a la prusiana que no le conviene ser su rival. Poco después la salud de la Emperatriz
comienza a debilitarse, envía a Sofía por terreno aledaño a través de un pasaje
secreto, por el que se encuentra con un oficial militar, un teniente con el que
mantiene intenso adulterio, producto del cual, la princesa sale embarazada. Hay
regocijo y algazara por engendrarse un vástago que es varón, y la Emperatriz,
si bien con deteriorada salud, es rigurosa a más no poder con sus servidores en
el cuidado del heredero. Paralelamente, mientras la salud de la Emperatriz no
hace más que empeorar, en cambio Sofía se vuelve más ambiciosa, más influyente en los asuntos reales, ambiciona el poder, y el pueblo, por otro lado,
siente el temor y la preocupación de saber que un imbécil iría al poder, el
duque Pedro. Sofía se vuelve mundana y vanidosa, flirtea y suma al ejército a
sus interminables conquistas, además de siempre flirtear con Alexei. El
intrascendente Pedro inventa una grave enfermedad en su esposa para sacarle del
frente, pero entre ella y Alexei, consiguen derrocarlo, es Sofía, Catalina II, quien es
la nueva Emperatriz, reina en Rusia. Ante la defunción de Elizabeth, suenan las
campanas, se le jura lealtad y protección a la nueva Emperatriz de Rusia.
El genial von Sternberg
rápidamente nos lleva al grano en su filme, nos somete al intenso y frenético
desfile de poderosas y contrastantes imágenes que están empapadas de toda la
fuerza y lobreguez de su expresionismo, corriente que con gran maestría supo
llevar a sus más altos puntos de evolución y belleza. Para esta cinta deja
patente porqué siempre será considerado uno de los dómines máximos de dicha
corriente, plasmado esto desde la secuencia inicial de su filme, repleta de surrealismo, de
estrafalario y oscuro surrealismo, los contrastes, el juego de luces y sombras,
los claroscuros mostrados con toda la potencia del gran alemán, una secuencia
que dota al filme de toda la personalidad de su autor. Y esas imágenes,
visualmente poderosas y contundentes, maximizan esa contundencia gracias a un
exquisita riqueza de detalles, riqueza pasmosa y abundante, que colma todos los
encuadres, deslizando la cámara por toda esa abundancia y opulencia, son momentos
de realeza, regios, es notable la capacidad de von Sternbeng para plasmar hasta
el mínimo de esos detalles, de la suntuosidad, de la pompa abrumadora. Tan
poderosa resulta su estética, su presentación audiovisual, en buena medida
gracias a las decoraciones, exquisitas y ricas en cada rincón, en la que
destacan, con literalmente lóbrega nitidez, las estatuas, bizarras figuras que
nos referencian indefectiblemente al expresionista universo del gran titán
germano. Así, construye el cineasta un estupendo y siniestro atrezzo,
tenebrosas locaciones, tenebrosos interiores, que tienen su clímax en esas
estatuas, que además se complementan con esqueletos, sórdidas resultan pues las
mencionadas decoraciones, termina por construir entonces la más oscura y bizarra
de las suntuosidades, el más barroco y sórdido estilo repleto de mórbida
obsesión por el detalle. Es la más delirante y flagrante herencia de sus
gloriosas raíces expresionistas, que tienen también aguda expresividad en los
tronos reales, de los monarcas y sus cortesanos, son asientos o
tronos-estatuas, adornados con las mismas y oscuras figuras tenebrosas, figuras
que se lamentan, figuras que sollozan, estupenda su expresividad, haciendo
honor por todo lo alto a la mítica corriente cinematográfica que supo llevar a
lo más alto, junto a los otros genios, Lang y Murnau.
La mencionada expresividad y
temática audiovisual tienen también otro de sus bastiones en el resto de la
decoración de los regios interiores de palacio, el escenario donde se
desenvuelven la todopoderosa Emperatriz y Sofía, además de los Duques, siempre repletas
de pesadillescas y sombrías figuras, además de cuadros igual de tenebrosos,
plagados de oscuro surrealismo. Interesante además el retrato que nos pinta el
realizador de Rusia, como reza un texto, hija de la violencia, y es que plasma
a sus habitantes en muchas oportunidades como ignorantes, y elocuente es el
hecho de que la mismísima Emperatriz no sepa leer, teniendo que pedir a un
súbdito que le lea un mensaje secreto de Alexei a Sofía. En esa línea, von
Sternberg se deslinda un poco de la historia, los factos y exactitudes
históricas y la precisión y veracidad de las mismas ceden lugar y
preponderancia a su poderosa estética, a su expresiva propuesta audiovisual,
que es el apartado en el que se debe centrar la atención, dejando los detalles y
autenticidades históricas en segundo plano. En ese amplio y rico bosquejo, se
nos presenta a Sofía, futura Catalina II, que en los segmentos iniciales, se
caracteriza por ser cándida, por su actitud inocente, por esa mirada curiosa,
inquieta, pero sobre todo, otra vez, inocente, la inocencia de la inexperiencia
y de la juventud de una fémina que de pronto es llamada a ser la mayor
autoridad de un gigante territorio. Complementando ese ámbito, es de notar y apreciar a la normalmente imponente y señorial diosa Marlene Dietrich con esa
actitud infantil y de incluso frágil inocencia, que contrasta con su habitual
perfil de fuego puro, de incontenible femineidad y autoridad, aunque, por
supuesto, todo esto es solo en el primer segmento del filme. Tiene lugar un
necesario punto de inflexión, cuando la salud de la Emperatriz Elizabeth
comienza a deteriorarse, finalmente se da una metamorfosis en el espíritu de
Sofía, deja de ser la cándida jovencita para convertirse en una ambiciosa mujer,
recia fémina, que tiene como principal objetivo el poder, y aparece pues la
Dietrich que conocemos, señorial, imponente, con esa voz de fiera, mujer
indomable, fuego y elegancia en un solo ser, ciertamente regia, esa faceta, la
diosa dominante, la genuina faceta suya, si que encaja con el personaje. Tiene
el perfecto colofón, tanto el trabajo audiovisual descrito, como la excelente
actuación de Marlene en la secuencia final, cuando ya es coronada Emperatriz,
cuando deja de ser Sofía Frederica, para convertirse en la regia Catalina II, otra vez nos deleita el frenético desfile expresionista, y es que cuando este
monumento femenino colabora con von Sternberg, el severo dúo genera obras
maestras puras, como lo fueron sus cinco ejercicios expresionistas, incluido
este, por supuesto. El resto del elenco está a la altura de la Dietrich y de su
realizador, Sam Jaffe cumple como el escaso mental gran Duque Pedro, ridícula figura,
risible futuro emperador, un demente monarca desplazado por Catalina; John
Lodge no desentona con su interpretación, aunque sin mucho más; Louise Dresser sí
que tiene injerencia y solvencia en su encarnación, la severa y literalmente
imperial mujer, su palabra es ley, así es, hasta el arribo de Catalina, la actuación
de la Dresser es de lo mejor, después claro, de la principal protagonista. Tenemos pues en esta obra a una cinta
de obligado visionado, dos estrellas mayores del arte cinematográfico en él están
involucradas, algo más que digno de verse, imprescindible para el gustoso de verdadero cine clásico, cine mayúsculo, cine de una variación exquisita expresionista.
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