sábado, 30 de junio de 2012

El conformista (1970) – Bernardo Bertolucci


Iniciaría con este filme Bertolucci su andadura por la década de los 70, un periodo en el que el gran cineasta italiano materializaría muchos de sus más brillantes ejercicios fílmicos. Bertolucci además se anima a deslizar un estudio sobre el fascismo en su tierra, a escaso tiempo de iniciarse el máximo conflicto bélico hasta ahora habido. En 1938, con la segunda guerra mundial a puertas, y el efervescente Mussolini ascendiendo al poder, un individuo de débil voluntad y determinación, se vuelve un fascista al que se le encarga singular misión; habiéndose recién casado, deberá viajar hasta Paris para su luna de miel, pero, en plena situación, se le encarga la misión de buscar y ultimar a un individuo, un antiguo profesor suyo, por lo que su inicial viaje de placer se convertirá en una prueba de su entereza. El gran Bertolucci realiza un ejercicio en el que nos representa mucho de su concepción del régimen déspota que empezaba a cernirse sobre Italia entonces, visto desde la perspectiva de un fantoche individuo, un personaje desprovisto de voluntad o fortaleza, que al casarse se volverá aún más sumiso y conformista, como el título indica. La cinta nos implica en el mundo del personaje que se vuelve parte de la colectividad para obtener algo más de importancia, deslizándonos también buena dosis de lo maquiavélico que pueden llegar a ser los regímenes de control, políticos, religiosos, o de cualquier fin que persiga ganar adeptos.

      


Es 1938, un individuo, sentado, reflejando letreros de neones en su entorno, realiza una llamada telefónica, tras lo cual sale a la calle. Allí recuerda cómo estuvo detrás de una fémina, quería casarse con ella, mientras un individuo en la TV lee en braille algunos lineamientos políticos ítalo-alemanes. El individuo inicial es Marcello Clerici  (Jean-Louis Trintignant), personaje que está buscando trabajo, y a quien un hombre viejo aborda, lo trabaja y va convenciendo de unirse a la causa fascista. Todo va siendo un recuerdo, ahora, ya casado con la mujer, Giulia (Stefania Sandrelli), hace los preparativos para su boda. Inicia sus movimientos como miembro del partido. Clerici va después a ver a su madre, además de a su padre, de debilitada salud. Conversa en esa visita con Manganiello  (Gastone Moschin), con quien va a un enorme manicomio, y donde el individuo saca de quicio a Clerici con sus preguntas. Confesándose, recuerda Marcello su niñez, con un bizarro suceso en el que, a los trece años, casi fue ultrajado por un chofer, pero logró defenderse, liquidar al agresor, y finalmente se casó años después, contándole también algunas intimidades al confesor. Después, se le asigna la misión de acercarse y sacar información a un individuo localizado cerca a Francia.





Llega a casa del individuo, es el profesor Quadri (Enzo Tarascio), que tiene  una joven y bella esposa, bastante desenvuelta, Anna (Dominique Sanda), mientras ellos hablan sobre el fascismo, sus mujeres juegan. Marcello fuerza un beso con Anna, la visita después a verla trabajar enseñando ballet, ella está temerosa de la situación con Mussolini, y sigue pasando tiempo con Giulia. Las féminas van acercándose, salen los cuatro a cenar, van haciéndose amigos. Asisten las dos parejas a una elegante cena y baile, siempre en París, lugar en el que Giulia bebe más de la cuenta y protagoniza incómodas situaciones. Después, siguen a Quadri a través de un helado bosque, Marcello y un chofer, el mismo que luego es apuñalado por una turba de fascistas, Marcello lo presencia, pero, cobarde y sin voluntad, no lo auxilia. El tiempo pasa y llega la hora de la salida de Mussolini, renuncia, y Giulia está asqueada de la situación, harta. La comida comienza a escasear, mientras se realizan las recordadas marchas motorizadas por calles italianas. En una multitudinaria marcha de motorizados, finalmente Clerici se sienta, silencioso y resignado, el régimen al que se alineó y con el que cobró mayor notoriedad se ha acabado.





Sin ser lo mejor del estupendo cineasta italiano, sorprende de inicio con sus conocidos planos secuencia, dinámicos, planos oblicuos, se anima a jugar con su herramienta de trabajo el director, a la misma que dota de un movimiento similar al humano, siguiendo más eficientemente de esa forma las acciones. Se manifiestan así dilatados y atractivos ejercicios que son una antesala de las maravillas que veríamos en la obra cumbre del realizador, Novecento (1976), era pues una década en la que Bertolucci realizaría algunos de sus mejores trabajos, convirtiéndose en referencia del cine italiano, y del cine que trata temas políticos. El bosquejo que nos pinta el italiano de la clase fascista es singular y mordaz, no escapándose la religión en ese aspecto, deslizándose también cierta representación de la clase religiosa de entonces, con la paradoja de que la mayoría de asistentes a la iglesia no son ciertamente católicos. Pero aún peor, con ese sacerdote, confesor de Marcello, morboso y ávido de detalles sobre su experiencia homosexual. En ese ambiente se nos presenta al protagonista, un pusilánime, un fantoche pelele, singular individuo para la misión que se le confía, pues hasta le teme a las armas. Este cobarde italiano, cuya unión matrimonial debilita aún más su fortaleza, por intereses personales se unió a los fascistas, se mueve entre franceses republicanos, su voluntad necesita de la colectividad para imponerse más.






Es ese uno de los temas capitales del filme, el estudio de cómo el maquiavelismo de todo grupo u organización que ansía dominar adeptos, con esos fines proselitistas, se valdrá de cualquier medio para ganar colaboradores. Tal es el caso de Clerici, que busca mayor notoriedad e imponencia al unirse a una masa humana de ascendente poder en su país, y se plasma el agradable simbolismo del cobarde italiano rodeado por una muchedumbre fascista, abrumado y superado por ellos, maniatado y absorbido por la colectividad. Es una cruda visión del mundo italiano de entonces, una realidad no exenta de asesinos, donde son capaces de matar a una mujer por la espalda; se da a su vez una fusión inaceptable, los férreos y marxistas franceses contra los fascistas italianos, el histórico odio entre naciones se pone de relieve, y en medio de todo ese aparatoso despliegue, Marcello busca pasar inadvertido, busca entremezclarse a esa fuerza comunal, dejando de lado a su mujer, que supera su voluntad, su voluntad siempre es rebasada, es un conformista. Bertolucci prosigue con su cine acorde a sus conocidas aristas, plasmación de la historia, de la política, deslizando sus firmes lineamientos y filiaciones, y aunque estaba aún por llegar su magna obra Novecento, ya se aprecian sus inclinaciones e intereses en su arte, arte que por cierto no podría dejar de plasmar imágenes características suyas, como la memorable secuencia de las féminas bailando, carnalidad y sensualidad, en la que las ardientes mujeres se acercan, una de cada bando, retratando a su vez el significativo perfil de cada una, la tonta e inexperta Giulia, y la retorcida y muy deshinbida francesa, Anna. Finalmente, solo queda la aceptación, la resignación y actitud de sometimiento, la marcha motorizada finalmente abre paso a que una vez más, Marcello muestre su conformismo, atrapado en su débil voluntad, él representa toda esa postración. No es el mejor trabajo de Bertolucci, pero si muy acorde y coherente con sus nortes, y en el que ya comienza a trabajar con la bella Dominique Sanda, a quien también reclutaría para su ya varias veces citada obra cumbre.





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