martes, 14 de febrero de 2012

Ninfa Plebeya (1996) - Lina Wertmüller

La italiana Lina Wertmüller presenta un nuevo ejercicio de su cine, fiel a su estilo, retratando las facetas de su tierra natal, ese retrato puede ser unas veces bastante bizarro y sórdido, y otras veces más inocuo, no tan underground, pero eso sí, por lo general tratando temas tabú, ya sea en menor o mayor grado. En esta oportunidad representa la italiana el tema, en el contexto de los años de la Segunda Guerra Mundial, de la ninfomanía, así como el despertar sexual femenino, visto lo inicial en una madre, que somete por sus aficiones carnales a la humillación y cotilleos comunales a su esposo, y a su menor hija, que verá su aprendizaje sexual supeditado por ese estigma a que la condena toda su comunidad. La directora Wertmüller, que para bien o para mal, siempre tendrá la etiqueta de haber sido la primera mujer nominada a la categoría de Mejor Director de los por entonces decentes Premios de la Academia, suele presentar unos trabajos marcadamente más decentes que otros, ha trabajado con notables y prestigiosos actores que se pusieron a su disposición, muchas veces paisanos suyos, y esta película, sin ser una maravilla, termina por ser un digerible drama sobre la sexualidad femenina explorada en diversas facetas, siendo la de la menor la que finalmente centra la atención, víctima de las consecuencias del comportamiento libidinoso en extremo de su madre, pero cuya suerte cambiará cuando aparezca una suerte de príncipe azul que ponga fin a sus penurias.

         



La escena inicial es la de una mujer, una ninfómana se arrepiente llorando en una iglesia por su pecado. A continuación, una misa se está realizando, y en plena liturgia unos lujuriosos sujetos se están manoseando, y Nunziata (Stefania Sandrelli), se lleva no tan discretamente a un joven a un apartado bosque, que es una suerte de concurrida locación para materializar los deseos carnales comunales. Su hija Miluzza (Lucia Cara), es ya una jovencita, púber de bella voz, a quien su madre se encarga de, digamos educar, mientras su hija es cortejada por un soldado. Su padre, un esforzado sastre, conocedor de las aficiones de su mujer, aguanta y perdona las repetidas infidelidades de su mujer. Un día, en medio de una festividad, y los fuegos artificiales de la misma, la madre tiene una vez más su irrefrenable deseo encendido, y copula con un individuo, pero Miluzza los atrapa en pleno acto, y, sin quedar del todo claro, Nunziata tiene un repentino ataque, y muere en pleno acto sexual. El tiempo pasa, y su desdichado padre no puede ser el mismo tras lo sucedido, ya no trabaja, y ya no come. Un adinerado sujeto de la comunidad, Don Peppe (Pepe Da Rosa), se acerca a una Miluzza que ya va floreciendo, la lleva a sofisticados lugares que la humilde chiquilla nunca conoció, pero, obviamente, desea algo a cambio, y la violenta, y una al inicio reacia Miluzza, finalmente termina por aceptar el ultraje. Al poco tiempo su padre fenece.




Su aventurilla con Don Peppe es sabida, naturalmente, por todo el pueblo, que la ve como a una cualquiera, y es en estas circunstancias que se produce un bombardeo, ataques aéreos pues la guerra está comenzando, y para colmo de males, su anciano abuelo también expira poco después. Pero entonces llega un soldado herido de Sicilia, Pietro (Raoul Bova), al que ella auxilia primero con sus heridas, y después travistiéndolo para que se escabulla sin ser notado. Los jóvenes se van agarrando cariño, y van intensificando su relación en un solitario bosque aledaño. Pietro se termina de curar de sus heridas, los jóvenes se acercan más y más, él la lleva a su casa, a conocer a su familia, y ella está feliz de haberse ido del pueblo. Los jóvenes pretenden casarse, a Pietro no le interesa saber el pasado de ella, pero la familia de él, sobre todo la madre, tiene entre ceja y ceja a Miluzza. Se casan pese a esas dificultades, pero eso no ceja el afán de la madre y sus allegadas de querer constatar la virginidad de Miluzza, e incluso solo la intervención de Pietro las detuvo de cerciorarse con sus propias manos. Ante tal situación, Pietro intenta trucar y fabricar una muestra de la virginidad de Miluzza, con la sangre de un pollo, pero no es necesario, pues tras la primera noche de los recién casados, él agita la sábana manchada de sangre por su balcón, símbolo de una virginidad de Miluzza ciertamente enigmática.





Así es como la Wertmüller nos muestra su enésima representación de su tierra, su natal Italia, en una zona sureña donde las alusiones religiosas son muchas, evidentes y palpables, específicamente el cristianismo, lo que se detecta en la escena inicial, con una mujer llorando desesperadamente en una iglesia por sus pecados lujuriosos, mientras se exalta a Dios, llegando hasta al beato extremo de que, cuando se practique sexo, se debe hacer solo por el fin de la procreación, y pensando todo el tiempo en Dios. Con semejante presentación, observaremos un escenario en el que la sexualidad lo impregna todo, no llegando a salvarse ni siquiera las autoridades religiosas, presentando en ese aspecto, un cuadro interesante la directora. Esa suerte de afición por la sexualidad, desborda a los personajes mismos, menores faldas levantadas, chiquillas más inclinadas de lo debido, calzones al aire, es una pueblerina obsesión con el sexo, libido desenfrenado, las mujeres que parlan al respecto sin parar, y alguna que otra afición que pueda encontrarse excesiva, siempre por parte de las mujeres, maduras muchas veces. El producto más representativo de esa sociedad es Nunziata, una ninfómana a la que toda la comunidad, en la máxima hipocresía, condena y desprecia, simplemente por poner en práctica, con desfachatez y sin miramientos, su irrefrenable libídine, todo lo que ellos desean hacer, pero no se atreven. Trágico final tiene la ninfómana, y su hija tiene que cargar y vivir con el estigma por su progenitora creado, pesado lastre que complicará la crucial etapa de su despertar sexual, la cual sigue instintivamente, pero que, finalmente encontrará sosiego y estabilidad al hallar el verdadero amor, configurando un final feliz. La Wertmüller nuevamente explora un tema tabú en su Italia, nuevamente nos muestra facetas de su gente, y lo hace con agradables escenografías y uno que otro notable plano del páramo, mientras retrata la intensidad del pueblo obseso con el sexo, al punto de esperar expectantemente la prueba de la virginidad, la sábana manchada de sangre de la recién casada. No es lo mejor de la realizadora italiana, pero es un decente ejercicio de cine de su país.





2 comentarios:

  1. una joya del cine, cada fotograma es un cuadro, cada actor encarna a los habitantes de esa Italia campesina y olvidada que se reconfortan entre ellos, se juzgan, se compadecen, y se lanzan unos a otros todas las pasiones humanas posibles. Pueblo retazo olvidado del imperio romano, en medio de una guerra que no les pertenece, con una irrefrenable ansiedad de vida y de goce. Miluzza, inocente, pura, sin conciencia del bien o del mal que la rodea, trabaja, y ama su familia y tambien a su pueblo. Sera engañada, asediada y violada. Aun asi Su pureza de alma flotara hasta la llegada del que sera su amor para siempre.- Wertmuller gran directora - los actores impagables.escenografia - fotografia - musica- todo maravilloso.

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    1. En efecto, una gran cinta, me alegra que se aprecie el cine de la Wertmuller.

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