jueves, 9 de febrero de 2012

El Oro de Nápoles (1954) - Vittorio De Sica

Excelente película de uno de los grandes italianos, el genial Vittorio De Sica hace en esta ocasión un delicioso estudio de Nápoles, le tierra en la que pasó sus primeras años de vida. El maestro nos lleva a un paseo por todos los rincones de su tierra, explorando los diversos grupos sociales, las clases sociales y sus costumbres, exploradas con una exquisita comedia, una clave cómica que domina la gran mayoría de las situaciones de los casos presentados, pero que logra el genial realizador combinar con momentos de drama arrebatador, de seria situación, y de planteamientos que pueden llegar a trascender lo tangible de manera más que remarcable. Es una colección de seis variopintos relatos, y es casualmente esa calidad de variopintos matices lo que le da mucha mayor variedad a su película, mucho mayor alcance y representatividad de toda la masa humana de Nápoles, en una representación costumbrista en toda la extensión de la palabra, burlesca y frívola por momentos, pero en su debido momento seria, compleja, desafiante para el espectador. Seis relatos entre los que se cuentan presencias destacables, primeramente la de un estupendo Totó, en el primer relato, la hermosa y candente Sophia Loren en el episodio de unos vendedores de pizza, Silvana Mangano en un complejo ejercicio sobre una prostituta, Paolo Stoppa, entre otros grandes actores italianos, para configurar un exquisito collage de la gente napolitana, y buena parte de lo que representan. Lo justo será analizar por separado cada uno de los seis segmentos que componen esta cinta tan necesaria, que comienza con un mensaje inicial que deja entrever el genuino amor por Nápoles y sus valores.

   


El primero segmento es "Il guappo", en el que vemos a un hombre llorando por encargo de otro en una tumba, es el gran Totò, camina por humildes calles napolitanas, lleva bacalao a su hogar, a su mujer, es una familia de los barrios modestos napolitanos. La familia vive harta y atemorizada por la presencia de un “amigo” que se hospeda en la casa desde hace tiempo, don Carmine (Pasquale Cennamo) el gángster que a todos tiene en vilo, es una suerte de padrino a quien se le pide favores, y quien es obedecido en todo. Se reúne con su banda en la casa de Don Saverio Petrillo (Totò), pero todo cambia cuando se le diagnostica que está muy delicado del corazón. Y un indefenso y afligido gángster busca piedad, recibiendo el desprecio de Saverio, que lo expulsa sin miramientos de su casa. Esto pasa solo para después ser diagnosticado el mafioso que está completamente saludable, su supuesta falencia cardiaca nunca fue tal. La familia está feliz, nuevamente controla su hogar, pero el mafioso vuelve, y ellos lo enfrentan unidos, silenciosos, unión ante la cual el gángster se retira silencioso. Este capítulo es un agradable y sencillo vistazo a un estrato social sencillo, los estratos bajos, exploramos su forma de vida, y con costumbrismo correcto retrata sus maneras, sus populosas costumbres, y tiene detalles de deliciosa comedia, como ver a un siempre estupendo Totò recogiendo los platos con extrema delicadeza, solo para después destrozarlos ruidosamente y echar al mafioso supuestamente enfermo del corazón. Asimismo, una secuencia de Totò desfilando festivamente en medio de las calles napolitanas, en medio de toda su gente, es un bello retrato de la gente y de la época, retrato de su folklore urbano, con la moraleja de la unión familiar que es capaz de vencer lo invencible.




El segundo segmento es sencillamente increíble. Se llama  "Funeralino", y tiene una trama tan sencilla como cautivante, atrapante, compleja y desafiante, pues es sin duda alguna el episodio que más trasciende lo pragmático, lo corpóreo. En Nápoles, un niño ha fenecido, y la madre es quien guía el destino de la marcha. La madre (Teresa De Vita), con pesar, dirige la marcha fúnebre, una carroza que transporta el pequeño féretro, pero curiosamente, ordena al cochero que transite por la parte más acomodada de la ciudad, es así que el luto es transportado y trasladado, de la zona humilde y austera, de donde ellos provienen, a la zona de mayor bienestar, de más pujanza, donde avanza más y más, donde unos niños se acercan a jugar con unas pastillas que ella arroja. Sin lugar a dudas la más compleja de las historias, y por qué no decirlo, la más compleja y profunda que se haya visto de De Sica. Una segmento que prescinde casi completamente de diálogos, en el que la muerte se vuelve protagonista completa, la muerte está en Nápoles, se pasea por sus calles, es escoltada rodeada de gente, es una bizarra y silenciosa travesía, la que atestiguan transeúntes, policías, autos, es una muda y solemne circunstancia, inverosímil marcha. La madre es quien orquesta esa travesía, ella auspicia ese sórdido paseo, en el que su hijo, aunque sea ya cadáver, se vuelve protagonista y centro de atención en la zona acomodada de la ciudad, la muerte les abrió las puertas a un tétricamente silencioso y denso paseo de los avernos, que culmina con la llegada a la iglesia, y con el llanto de la desdichada. Sin duda, el más atractivo, provocativo y desafiante de los segmentos, el más desafiante para los espectadores, a los que involucra y encandila, una pequeña obra maestra dentro de los seis segmentos.




En el tercer segmento, "Pizze a credito", cambia la tónica totalmente, con la siempre irresistible Sophia Loren es Sofía, una bella y adúltera mujer casada, que trabaja con su esposo vendiendo pizzas, siempre provocativa, siempre dispuesta. De pronto, su valioso anillo de esmeraldas, anillo de bodas, ha desaparecido, ella afirma que se debe haber caído en la masa de alguna pizza. Inicia así una frenética búsqueda de la joya, en la que la locura se desata, cuando el esposo, Rosario (Giacomo Furia), busque a sus habituales clientes, recibiendo ataques a balazos unas veces, y otras encontrando a un viudo, Don Peppino (muy buen Paolo Stoppa), completamente desquiciado por la pérdida. Finalmente, uno de los amantes de Sofía, devuelve la sortija, no sin generarse una acción cómica final. Uno de los segmentos que mejor explora la enajenación de los barrios bajos napolitanos, con tintes de divertido vodevil, explotando esa locura y desenfreno, esa frivolidad. La más cómica, la más ligera, es un muy atractivo segmento que usa un humor sencillo para retratar justamente personajes sencillos, comerciantes, adúlteras, vivarachos, populosa locura, en una historia simple pero que no deja de narrarnos sin darnos una muestra más del costumbrismo napolitano, de sus segmentos sociales intermedios, trabajadores, donde resalta la siempre candente y despampanante Loren.




El cuarto segmento, "I giocatori", es también se tratamiento sencillo, pero uno de los que más despierta la atención, por un motivo, entre otros, y es que el propio De Sica se anima a interpretar al protagonista, el Conde Prospero B, un hombre maduro y adicto al juego, que no encuentra mejor contrincante, que un niño, hijo de un operario suyo, con quien se desafía a las cartas, y con quien, inverosímilmente, pierde una tras otra mano, pierde todas las apuestas y no pocas de sus posesiones, perdiendo también completamente el control. El segmento es probablemente el más sencillo, la acción transcurre mayormente en la habitación donde apuestan, la actuación de De Sica, alguien con no pocas incursiones en ese tema, es notable. Representa a un maduro hombre adicto a las apuestas, ridículo hombre, un conde, que pide prestado dinero a su propio mayordomo, pues su mujer, desahuciada, le tiene prohibido jugar, y cuando finalmente logra escaparse, se va a enfrascar en intensa batalla con un infante, que lo derrota y humilla en el juego. Divertida secuencia, en la que el propio director encarna la demencia y el delirio de la gente de su tierra, generando la ridícula imagen del maduro apostador versus el niño, caricaturesco y graciosísimo retrato.






El quinto episodio, “Teresa”, Silvana Mangano interpreta a Teresa, una prostituta, que se despide de sus amigas del burdel, pues va a desposarse con un caballero, al que ni siquiera conoce. El mayordomo da algunos alcances, y al fin se conoce con su distinguido futuro esposo, Don Nicola (Erno Crisa), todo va quedando listo para el matrimonio, sin embargo, algo no le queda claro a ella, la razón del matrimonio, sobre todo porque el distinguido caballero tiene una extraña actitud. Es presentada en la casa del hombre, conoce a su madre, muy delicada, muy dócil, y la pompa de la refinada casa contrasta con cierto aire de tristeza, de pesadumbre, una presencia femenina es notada por Teresa, una suerte de luto por una desparecida. Nicola se hace el desentendido, y luego explica la situación, la difunta es Lucia, una mujer que se mató por él, o eso considera él, y, como penitencia ha decidido auto humillarse, flagelarse emocionalmente casándose con cualquiera, una prostituta, para hacer el ridículo frente a la gente. Ella, desesperada, se va de la casa, solo para volver minutos después. Sin duda uno de los más complejos segmentos, junto al segundo, en el que se explora la otra cara de la gente, el mayor contraste con los anteriores segmentos, la mayor pompa de todas las historias, y el más extenso. Así vemos a la clase pujante y acomodada, reuniones con esmóquines, refinados adornos y residencias, una pompa que se ve eclipsada por una demencia singular, un perturbado hombre que ha decidido auto ajusticiarse, armar una circense situación, utilizando y cosificando completamente a una prostituta, humillación total, patética situación, de la que la prostituta se harta, pero que, después, como contagiada y poseída por esa demencia, regresa al circo. Intenso y complejo melodrama, en el que cautiva la forma en que sutilmente cambia el tono, pasando del retrato de las prostitutas, las expresivas mujerzuelas despidiéndose como masa de su amiga en el burdel, todo retratado con decente costumbrismo, a un grado de complejidad que incrementa con el clímax de la situación final y definitiva. Atractivo y complejo segmento, de mucho contenido.



La historia que cierra la película es quizás la más sencilla, y la más corta, "Il professore", en la que Don Ersilio Miccio (Eduardo De Filippo), hace las veces de una suerte de profesor, consejero popular, al que todos piden consejo masivamente, y ellos acatan los singulares consejos. Se le pide específicamente una manera de escarmentar a un pretencioso y fastidioso anciano, y Ersilio les aconseja un peculiar correctivo, que por supuesto, sus consultantes acatan. También un hombre pide consejo sobre una mujer que no le da prueba de amor, resultando que el propio Ersilio había aconsejado a la dama que no se entregue. La historia culmina con el jocoso correctivo que se pone en práctica para el anciano. Delicioso segmento en el que De Sica explota la sabiduría popular, la sabiduría folklórica y urbana personificada en un muy buen Eduardo De Filippo, que encarna al alma del napolitano popular, es el hombre que soluciona todo, que tiene consejos para todo y para todos, y con sencillez nos da un breve paseo por las gentes y sus simples idiosincrasias, el recorrido más cercano e íntimo de la gente popular, de sus maneras y costumbres, de sus creencias, breve pero enriquecedor segmento sobre una suerte de gurú popular.





La cinta es hermosa en toda la extensión de la palabra, De Sica utiliza con maestría su capacidad narrativa para representarnos seis historias, similares algunas, distintas otras, pero compartiendo una característica común: que retratan y nos muestran aspectos íntimos de muchos, sino todos, los personajes, los estratos sociales que conforman Nápoles. Todos los estratos están en la cinta encarnados, y es de notar por eso el contraste de los ambientes que encontramos, por ejemplo, en las primeras historias, donde la austeridad de Totò, de la madre que pierde al hijo, y de Sophia Loren y su esposo, contrastan con la pomposa presentación y mundo del hombre desquiciado que desposa a Silvana Mangano, en ese contraste podemos disfrutar y apreciar la amplia variedad de la gente napolitana, tierra y gente que De Sica ama, como queda evidenciado no solo en su inicial mensaje sino en la íntima manera en que construye su retrato de la pelicular y variada población, donde los personajes están delineados y definidos con afecto, con un cariño que les da un contorno preciso y exquisito, que los vuelve verosímiles, patentes y reales, y por eso mismo vuelve a la cinta una joya documental, que retrata y plasma tanto a la tierra como a la gente de esos años. De Sica ama tanto a la tierra y a su gente que incluso se involucra a sí mismo en la acción, forma parte del relato total, su propia persona se transfigura y combina con la gente, algo inevitable en un director que respira Nápoles, lugar en el que vivió los primeros años de su vida, y esta es la estupenda forma en el que el realizador pone en escena su personal homenaje a la hermosa tierra italiana. De Sica utiliza para su narración una estupenda cámara, que se moviliza dentro de interiores, que nos obsequia bellos encuadres, con la movilidad justa y necesaria, sin alejarse demasiado de sus aún por entonces cercanos principios neorrealistas, realiza un excelente trabajo de cámara. Finalmente se entiende que el titulo es una metáfora, el oro de Nápoles no es tal, no es un metal precioso, el oro de Nápoles, la riqueza de la tierra, se encuentra en su gente, yace en su gente, en ese variopinto bosquejo humano que De Sica nos pinta, la enajenación de las clases populares, pero también la enajenación de las clases acomodadas, es un hermoso mundo repleto de picardía, vivezas, engaños y “criolladas” -para utilizar una terminología peruana-, para configurar un mundo donde se combina lo bizarro y lo sórdido, lo humilde y la pompa, lo suburbano y la ciudad; todo esto, y todas las personas, conforman el oro de Nápoles. De los mejores trabajos que haya realizado el gran titán De Sica, impresionante e imperdible joya documental, un pedazo de la tierra napolitana.




                                                                       



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