sábado, 25 de febrero de 2012

Encuentros en la noche (1952) – Fritz Lang

Continuaría Lang dejando perla tras perla en el cine negro norteamericano, y vaya que la presente cinta es buen ejemplo de ello, un cine negro que se encuentra entre lo mejor del realizador alemán. En 1952, el mismo año que realiza Rancho Notorious, también conocida como Encubridora, el realizador alemán pone en escena Clash by Night, o Encuentros en la Noche, con la que prosigue su personal andadura por el cine oscuro, sórdido, macabro y plagado de violentas situaciones y circunstancias. Nos presenta en esta oportunidad Lang su particular concepción de un triángulo amoroso, un tema que pueda parecer harto explorado, un refrito del que ya suficientes historias se han estudiado y apreciado, sin embargo sería erróneo pensar eso, sin contemplar antes el trabajo de Lang. Nos presenta la historia de una mujer que regresa después de años a su pueblo de procedencia, tras probar suerte en el mundo a su manera, pero fracasando, y a su regreso, buscando el sosiego y alejarse de los fracasos, se casa con un tranquilo y modesto pescador, pero cayendo seducida por un buen amigo de éste. Sí, la trama parece el clásico y trillado triángulo amoroso, pero vasta estupidez sería considerar eso sin antes observar la especialidad de Lang, lo bien que delinea sus personajes, lo atormentados que éstos resultan ser, personajes sin duda, languianos. Y los actores que representan a tan complejos caracteres están a la altura del desafío, una Barbara Stanwyck estupenda en el papel de la atormentada manzana de la discordia, Paul Douglas como el esposo engañado, y el soberbio Robert Ryan como el amante, además de una eventual participación del símbolo sexual, Marilyn Monroe como secundaria.

        


Tras un comienzo con bellas imágenes del puerto de Monterrey, California, y con una sucesión de esas imágenes y encuadres nos adentramos a su mundo, al mar, las aves, los animales marinos, y claro, la industria pesquera. En uno de los botes en el mar, labora Jerry D'Amato (Douglas), además de una joven muy atractiva pero haragana, Peggy (Monroe), se dedican a la pesca y procesado de sardinas. Poco después, una mujer llega sola al pueblo, regresa después de años, se trata de Mae Doyle (Stanwyck), que va por una copa a un bar, donde está Jerry, que la reconoce. Mae regresa pues a su antigua casa, donde está Peggy, novia de su hermano, que no la recibe de la mejor manera, pues Mae se fue de casa tras de hombres casados. Jerry piensa en ella, quiere invitarla a salir, mientras aguanta en su casa el soso ambiente de su tío y su padre alcohólico, y las discusiones con ellos. Logra acercarse e invitarla al cine, lugar donde le presenta a Earl Pfeiffer (Ryan), el proyeccionista, buen amigo de Jerry, y los tres van a tomar unos tragos. La pareja sigue frecuentándose, Mae afirma que Earl le desagrada, mientras no acepta una proposición matrimonial de Jerry. Pero vuelven a verse los tres, Jerry debe hacerse cargo de su ebrio padre de nuevo, y Earl, a solas con Mae, le profesa admiración y deseo, se sienten afines, intenta besarla, pero ella le rechaza. Momentos después, Mae acepta ser esposa de Jerry.



Se casan pues, y tienen una hija, mientras Esrl quedó al margen, pero expectante. Entonces, Jerry invita a Earl a su casa, le tiene lástima por verlo solitario, y el altanero proyeccionista llega ebrio, quedándose dormido. Jerry sale a trabajar, y entonces Earl intenta seducir nuevamente a Mae, que nuevamente le rechaza, pero solo al inicio, pues al final se consuma intensamente el adulterio. Y como suele pasar, la gente se entera, se rumorea, y es el tío de Jerry el que se lo menciona, despertando las sospechas en el pescador, que rebusca entre las cosas de su esposa, y encuentra perfumes y otros elementos, que él no le dio. Llegan entonces los amantes, los confronta, y Mae no puede más, reconoce su adulterio, Jerry enloquece, pero los amantes se retiran ya, juntos a plenitud, y él le dice a Mae que abandone a su esposo. Ella, insegura, se decide a hacerlo, al llegar a casa, encuentra a un Jerry dispuesto a perdonarla y seguir juntos, pero ella ya está determinada, se irá con Earl, Jerry se quedará con la hija. El recurrente tío de Jerry entonces, le exhorta a que pelee y elimine al traidor Earl, persuadiéndolo. Es así que va a buscar al proyeccionista al cine, se desata una intensa pelea, está por asesinarlo, pero llega Mae y salva la situación. Jerry entonces se va de casa, toma a su hija y se va a su bote a vivir, Mae sufre mucho con eso, y recapacita. Sorpresivamente, deja a un enfurecido Earl, lo abandona después de todo, va al bote a buscar a Jerry, le pide otra oportunidad, y la consigue, ambos se quedan juntos finalmente.



La cinta de Lang se distingue desde sus instantes iniciales, con los créditos mostrados con el fondo de un furioso y poderoso mar, la bravura y violencia de sus olas, una intensidad que nos comunica que se viene una situación también intensa. Posteriormente, somos introducidos al mundo pescador, el mundo portuario, con una prodigiosa y majestuosa secuencia de imágenes del propio mar, tranquilo ahora, peces, gaviotas, pelícanos, focas, navíos, toda la fauna y las instalaciones además del puerto, un estupendo y expresivo comienzo sin palabras, cuya expresividad radica en el poder de esas imágenes, con las que audiovisualmente Lang nos presenta ese mundo, lo hace sin palabras, lo que lo vuelve más poderoso, de más llegada. Es un memorable inicio a modo de documental, riquísima secuencia con la que llega incluso a parecer que no se trata de una película yanqui ordinaria, y ciertamente no lo es, esta secuencia se extiende hasta mostrarnos, siempre con la excelente clave documental, el mundo del procesamiento de sardinas, negocio del puerto. Lang estaba particularmente orgulloso de esa secuencia inicial, y razón no le faltó, soberbio trabajo que realizó en notable complicidad con su operador Nicholas Musuraca, tras pasar un tiempo en la localidad, familiarizándose con el área. El resultado fue uno de los inicios más admirables y hermosos del cine yanqui de la década. Esa poderosa expresividad, es utilizada nuevamente por el director durante la cinta, dotando así a su cine negro de una complejidad muy languiana, muy diferenciada y propia de él, cuando a la mitad de la película, después de haber Mae aceptado casarse con Jerry, en pleno nudo narrativo, nos muestra nubes en movimiento, el cielo, barcas, el mar, nos expresa incertidumbre, cierta inquietud. Ciertamente la narrativa visual alcanza un nivel aparte, transmitiendo turbulencia, intensidad, incertidumbre, poniendo una cuota en la narración notable, admirable en el film noir.





Con ese inigualable marco y particularidades artísticas y narrativas, Fritz Lang nos prepara para lo mejor, llevarnos a las entrañas de su drama, el triángulo amoroso, con personajes, como no puede ser de otra forma con Lang, exquisitamente delineados, con lo que su estudio del triángulo sentimental se vuelve más compacto, creíble, y con mucha llegada. Son personajes complejos, empezando por una Mae, mujer con problemas de inestabilidad emocional, es una fracasada, recibida de mala manera por su hermano, pues esta dejó la casa para perseguir hombres casados, persiguiendo imposibles, viviendo de las para todos obvias mentiras de sus amantes de turno, para todos, menos para ella. Ahora, después de recorrer el mundo, después de desilusión tras desilusión, vuelve derrotada a casa, está asustada, busca luchar contra sí misma, y cambiar su incierto destino. Por otro lado Jerry, modesto y conformista pescador, hombre sencillo que vive en su sencillo mundo, atrapado en una casa con un soso ambiente, donde su ebrio y senil padre toca el acordeón rememorando sus raíces sicilianas, un tío inútil y con aires de celestino, esparce la duda y los chismes. Jerry es poseedor de una bondad que parece no tener límites, se trata de un hombre sin muchas ambiciones, atrapado en ese rutinario mundo. Y en el otro extremo, el intenso y apasionado Earl, duro, dominador, altanero, desafiante, un desadaptado que parece que va a ganar en todas las situaciones y circunstancias, de existencia libre, cuya virilidad impresiona a toda mujer que se ponga en su delante, parece tener a todo el mundo en su contra, pero lejos de asustarse, acepta encantado el desafío, él es fuego, un fuego renegado, renegado del mundo, este personaje es todo lo opuesto a Jerry, y es todo lo que representa Mae. Estos personajes, que Lang parece haber delineado con obsesión, se apoyarán en otro elemento clave del filme, que son sus sólidos diálogos, donde el guionista Alfred Hayes genera parlamentos poderosos, compactos, definitivos, tajantes, ciertamente parecen la expresión pura de los personajes. Los diálogos expresan el sinsabor y realismo de Earl hacia el mundo, desilusionado de él, si es que alguna vez tal ilusión existió, expresándose con frialdad de las mujeres, siendo capaz de responder a la pregunta "No le gustan las mujeres, ¿verdad?", con un "Coja seis mujeres, la mía incluida y tírelas al aire. La que se queda pegada al techo es la que me gusta"; pero es capaz de expresar fuego y pasión del amor, por ello tan afín a Mae, que expresa también desilusión en sus diálogos, una desilusión con resignación, pero acompañada también de impotencia, y claro, cuando se habla de amor, capaz de decir "Si volviera a amar a un hombre le aguantaría todo. Podría hacerse un collar con mis dientes". Ambos pues, sacan chispas, su modo de cortajerla es decirle, "Jerry es la sal de la tierra, pero no el condimento adecuado para ti". Una intrigada y atraída Mae replica: "¿Qué clase de condimento necesito?". El agudo y viril Earl responde: "Tú eres como yo. Unas gotas de tabasco o la carne queda sosa". Paul, también a su manera, deja líneas propias de él, recibiendo a la arrepentida adúltera, le interroga, cándidamente, “¿No intentarás volver porque no tienes a dónde ir?”, cándida, pero inevitable resignación. Mucha atención a los diálogos, que merecen un apartado a parte en la cinta.





La forma en que se entreteje el drama de Lang se desliza con naturalidad, y al analizar a los personajes, es someramente predecible, pero el genial alemán lo retrata con esa familiaridad de la vida real, en la que uno sabe hasta cierto punto lo que va a suceder, pero que, sencillamente, no lo puede evitar, pues, somos humanos, los defectos están ahí, ellos nos humanizan. Una desesperada Mae está horrorizada por aquello en lo que su vida se está convirtiendo, está escapando de sí misma, y se encuentra en difícil situación, cuando Jerry se muestre interesado en ella, pero su bondad la repele, le aburre, la asfixia, y entonces aparece Earl, representando todo de lo que ella viene huyendo, representándola a ella misma, el fuego, la pasión, el desinterés por los demás, y ella, asustada, al ver que todo se repite otra vez, acepta a Jerry, pero solo por ese miedo, pues es tan inocuo, tan ajeno a la mezquindad, que representa para ella alivio y seguridad. Esto queda más que evidenciado cuando ella, en la misma noche, primero rechaza a Jerry, sabedor de lo insípido que le resulta, pero después del primer avance del descarado Earl, está aterrada, pues sabe que le atrae, y ante el temor de un nuevo fracaso, su propia existencia flaquea, opta por la seguridad y pasividad del inofensivo Jerry, inmediatamente después de ser tentada por Earl, se refugia en su estabilidad para evitar a toda costa otro traumático deja vu. Y ella es perfectamente consciente todo el tiempo de su debilidad por Earl, la carne llama a la carne, más cuando son del mismo corte, y el inocente Jerry invita a Earl a su casa, sirve la mesa, llama al lobo al rebaño, pasa como en la vida. Mae se debate, busca inconscientemente el fracaso, pero no puede evitar hacerlo, la rutina la destruye, la pasividad de Jerry, su incapacidad de maldad, la lastimoso que puede llegar a ser, la liquidan, necesita la aventura y desenfreno de Earl, en el alma gemela, indómita y rebelde de Earl, inevitable era que se consume tan intensa, evidente e ineludible atracción. Ahora bien, es pertinente señalar que el film está basado en una obra de teatro de Clifford Odets, exitosa en tierras yanquis, pero a la que Lang hace una modificación sustancial en el final, y es que en la obra teatral, el engañado termina por eliminar al amante, pero esta opción era ajena a los deseos del director, que optó por un final redentor, que representa salvación para Mae, pero que, siendo francos, peca un poco de ingenuidad. Leamos al propio maestro al respecto: “El hombre podía revolverse contra lo que era malo o falso, cuando se hallaba atrapado por las circunstancias o convenciones. Pero no creo que el homicidio sea una solución. El crimen pasional no sirve para nada: amo a una mujer, me engaña, la mato, ¿qué me queda entonces? Si doy muerte a su amante, ella llegaría a detestarme y además perdería su amor. Matar no puede ser nunca una solución»”. Este preciso extracto de pensamiento languiano sería también leido por la diosa, el simbolo sexual Brigitte Bardot, en el homaneje al alemán que hiciese Godard, con Le mépris (1963).




       




En su búsqueda de la propia solución, el director opta por retratar a una arrepentida Mae, que vuelve con el rabo entre las piernas a un Jerry que termina por aceptarle de vuelta, pero naturalmente, su interrogante, esbozada por él mismo, es perfectamente válida, cuando afirma que la acepta por que tiene que hacerlo, y que debe confiar en ella pues no le queda otra, y eso es lo peor. Efectivamente, eso es lo peor, debe confiar en ella otra vez, pero uno se pregunta, ¿quedará finalmente Mae feliz, mágicamente se sentirá satisfecha de pronto con el inofensivo y pasivo Jarry?, ¿qué pasará la próxima vez -porque definitivamente hay una próxima- que se aburra y desee el desenfreno de Earl?, ¿realmente la historia concluyó? Es un bello debate que dejo abierto a aquellos que se hayan tomado la molestia de leer estas pocas líneas que he materializado. Para terminar, hablaré de las actuaciones, que son tan compactas como la cinta, una Barbara Stanwyck  loable hace gala nuevamente de su amplio abanico de registros, modulaciones y gesticulaciones, su repertorio la hace una convincente Mae, atormentada y luchando contra sí misma, su actuación es notable, y esa poderosa voz suya, tan imponente, tan señorial, vuelve a su personaje imposible de no ser atractivo, y acorde a la tipología emocional de la propia Mae, su interpretación es vital dentro del universo de la cinta. Paul Douglas cumple también como el inocuo Jerry, a este actor se le dan bien esos papeles de hombre enamorado que corteja a una hermosa dama, poco atractivo sujeto que siempre perderá contra el galán de turno, al margen de si se materializa o no su atracción, solo por recordar similar situación que viene a mi mente, está Green Fire (1954) de Andrew Marton, con Dougl.as cortejando a la inalcanzable diosa Grace Kelly. Naturalmente, tenemos a un incontenible Robert Ryan, uno de los yanquis predilectos de quien escribe, y que encaja ala perfección con el porte físico y temple emocional de Earl, esa rebeldía, ese perfil y experiencia de Ryan como hombre duro lo vuelven el Earl idóneo, el renegado social, pero intenso y apasionado, enredado en una peligrosa situación sentimental. Como detalle casi pintoresco, tenemos a la eterna bomba sexual, una jovencísima Marilyn Monroe como la cuñada y admiradora de Mae, y que también es sensible a la virilidad de Earl, apreciándose algunas escenas de Ryan seduciendo casi a la irresistible rubia. No puedo mi artículo terminar de otra forma que remarcando, reforzando y recalcando la obligación que se tiene de ver cintas como esta, un genio expresionista hace delicias en el otro lado del océano, dicta cátedra en otra cultura, esta producción de la RKO es imperdible, imperdible para aquel que sepa apreciar exquisito cine y no se ahogue en la estupidez e inmundicia que nos envuelve y lucha por poseernos más y más. Gracias a Lang.




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