lunes, 20 de febrero de 2012

La caída de los dioses (1969) - Luchino Visconti

El genial Luchino Visconti inicia con esta cinta tan bizarra como atractiva lo que podríamos considerar una particular trilogía suya, iniciada propiamente con La caída de los dioses (1969), continuada posteriormente con Muerte en Venecia (1971), y finalizada con Luis II de Baviera, el rey loco (1972), sórdida trilogía, con la que el final de la filmografía de Visconti se aproximaba, y por lo mismo, se empezaba ya a notar su máximo grado de desarrollo para plasmar una de sus constantes obsesiones: la decadencia humana, la descomposición y degradación del hombre, pero no de la carne, sino de su espíritu. Para la película que nos ocupa en este articulo, Visconti nos sitúa en el escenario del III Reich alemán, adaptando libremente la historia verídica de una familia alemana, poderoso y adinerado clan, magnates del acero, que verán cómo su vasto imperio no podrá verse ajeno a los acontecimientos de la Alemania de entonces, brotando las disputas internas por el poder, formándose rivalidades dentro de la misma familia por las respectivas filiaciones respecto al nazismo de sus principales cabezas luego de que el patriarca del negocio fenezca. La cinta está interpretada por un notable Dirk Bogarde en el papel principal, una escalofriante Ingrid Thulin (utilizada repetidas veces por el genial sueco Ingmar Bergman), así como un excelente y brillante debutante, Helmut Berger, en el papel más interesante de la película, el más representativo de la misma, por lo mismo que más remarcable se vuelve su primeriza interpretación. Una cinta muy a la altura de su realizador.

     


Inicia la cinta con imágenes de una siderúrgica, es la empresa de una adinerada familia alemana, inmersa en discusiones políticas, el nazismo ya está ahí, ascendiendo, mientras se aproxima el onomástico de su patriarca, el barón Joachim Von Essenbeck (Albrecht Schoenhals), abuelo y máxima autoridad de la empresa. Frederick Bruckmann (Bogarde), número dos de la compañía, es abordado por Aschenbach (Helmut Griem), miembro nazi, para que se una a su causa. Las celebraciones por el onomástico del abuelo inician, y Martin Von Essenbeck (Berger), realiza una singular parodia travistiéndose como Marlene Dietrich. En esas circunstancias, el Reichstag es incendiado. El barón es asesinado, quedando al mando Konstantin Von Essenbeck  (Reinhard Kolldehoff). Frederick se moverá para conseguir el poder, ayudado por Sophie Von Essenbeck (Thulin), madre de Martin. Y es que Martin, dueño de muchas acciones, quiere voz y voto en la compañía, pero los demás pesos pesados no se lo ponen fácil. Mientras el nazismo asciende, Martin abusa de una prima menor suya, y de una niña judía, sin remordimientos.




Hay movimientos dentro de la organización, Sophie y Frederick están expectantes, mientras Martin ha sido recluido en una habitación por Kosntantin. De esta forma todos siguen jugando sus cartas, ninguno cede, Sophie, Konstantin, Martin y Frederick, cada uno velando por sus particulares intereses, y en la medida de su control sobre la compañía, manipulan las circunstancias y reglamentos, y desde afuera, Aschenbach también hace lo suyo. En este grupo, también se encuentra un sumiso Gunther Von Essenbeck (Renaud Verley). Sin embargo, es la astuta y maquiavélica Sophie la que toma la batuta de la situación, y tiene a Frederick en sus manos. Mientras tanto, en las afueras, hay jolgorio nazi por su ascenso, desenfreno, celebraciones, sexo, y hombres travistiéndose y realizando sórdidos shows. Las barbaridades y excesos no cesan, hay fusilamientos públicos, redadas, y dentro de la compañía, el representante nazi, Aschenbach, ahora se acerca y tienta a Martin. De pronto, Herbert vuelve, su esposa ha sido asesinada, y Martin sorprende descubriendo al asesino, Gunther, aliado con Aschenbach. Ante esto, un impotente Martin fornica a su propia madre, harto de que ella haya preferido darle todo su apoyo y amor a Frederick. Al margen de ese caos, se va a celebrar el matrimonio de Sophie con Frederick, orgiástica y sórdida ocasión, en la que una ponzoñosa bebida infiltrada por Martin termina por liquidar a todos.






Probablemente la película más oscura de Visconti, en la que aborda sórdidos temas con los que representa la decadencia de una familia acomodada alemana en los días del ascenso nazi, una familia que termina por desmoronarse por las ambición de sus propios miembros. Intrigas, conspiraciones, mentiras dentro de la propia familia, todo en pos del poder, en pos de la codicia por adquirir el cetro dentro de la poderosa siderúrgica. Y en el fondo de todo, los nazis, que empiezan ya su ascendente camino al poder, al dominio de una Alemania que terminaría siendo controlada y dirigida por Adolf Hitler. No deja de ser interesante la versión “desde adentro” de ese ascenso; Visconti, conocido por plasmar sus filiaciones políticas, conocido por su inclinación comunista y lo patente que esto queda en otras obras suyas, ahora nos muestra su particular visión del nazismo, y como buen comunista, lo hace con ojo crítico, pero no cualquier ojo crítico, es la lupa de un italiano, anti fascista, de un cineasta enormemente dotado, por lo que la versión, su versión de esa podredumbre nazi, es deliciosa. Y el grado de esa decadencia es mostrada de una forma tan directa, tan desnuda, que denota en Visconti mismo una modificación, una variación en algunas de sus directrices, algo había cambiado, primero en la mentalidad del director, y luego, por consiguiente, en su arte -sin embargo, alguna sensibilidad se advierte aún en el genio italiano, como Gunther tocando hermosamente el celo en la fiesta del barón-. Nos mostrará sus ya conocidas atrocidades, las quemas de libros, sus arbitrariedades, incursiones a empresas e industrias, destrucciones sin sentido, pero nada de eso se compara con la mayor de sus barbaridades, las aberraciones propias de una decadencia que lo posee y lo contamina todo en la familia Von Essenbeck, poderosa estirpe de distinguido abolengo, pero que cederá ante las más perversas y desviadas atrocidades, los más sórdidos capítulos, una demencia total cuyo único final será un desenlace fatal para sus bizarros integrantes.




Otro apartado a comentar de la cinta vendría a ser ineludiblemente la estética, que innegablemente ha dado un vuelco respecto a trabajos anteriores. Con El Gatopardo (1963), Visconti ya nos había dado la mejor y más soberbia muestra de lo que su dominio de la belleza plástica podía llegar a ofrecer, esto ya había sido adelantado en Senso (1954), y es que en ambas películas, el más obsesivo y detallista Visconti nos deleitó con hermosas escenografías y secuencias que parecían de ensueño, donde la teatralidad de sus representaciones, y el desbordante virtuosismo de sus atrezzos envolvían y abrumaban. Sin embargo, y como mencioné y me refería anteriormente, algo había sucedido en la mente del realizador, ahora sus intenciones pasaban por mostrar otra cosa. De esta forma, dejamos de lado los grandes decorados, los elaborados escenarios, la sofisticación y elegancia de la aristocracia de otros siglos, lo inalcanzable de esa realeza, dejamos de lado toda esa estética, para centrarnos en una estética mucho más oscura, mucho más tenebrosa y decadente, perfectamente acorde con la temática de la cinta. Una de las secuencias antológicas es la del soberbio debutante Helmut Berger parodiando a Marlene Dieterich en el descomunal clásico expresionista El Ángel Azul (1930) de Josef Von Sternberg, una imagen que ha quedado para el recuerdo, el travestido Berger pasa a la historia con la célebre y sicodélica imagen de la Dietrich, que perturba a todos los presentes, salvo a su también retorcida madre, que contempla a su hijo con sórdida complacencia. Y claro, la secuencia final, donde se consuma toda la degradación, Frederick desposa a una descompuesta Sophie, secuencia orgiástica, degradante, podridamente sofisticada, donde Martin envenena a todos, todos fenecen, todo está consumado. Además de estas, son significativas las mudas pero comunicativas secuencias como las del desfile nazi, así como de sus excesos, a continuación abordados, es el nazismo en estado puro a través de Visconti.






Los personajes de la cinta son memorables, por su perversión, por su desviación, y también, por la excelente interpretación de los actores. Primeramente Sophie, encarnada impecablemente por la sueca Ingrid Thulin, fría, retorcida, maquiavélica, tenebrosa, excelente actriz que no en vano fue recurrentemente utilizada por su paisano, el inmortal Bergman. Una madre atroz, abyecta, que traiciona a su propia carne para satisfacer la ambición de su amante, y que termina cediendo a la putrefacción que ella misma creó, siendo poseída por su propio hijo. Thulin es, pues, la progenitora del más ruin y desviado de todos, del personaje central del filme, del representante máximo de toda la descomposición. Martin es la figura patética por excelencia, encarnador edípico, el más retorcido y desviado, pedófilo e incestuoso, su listado de aberraciones es singular y nutrido. Es el más patético pelele, un mequetrefe dejado de lado por su propia madre, trastornado esperpento que es el más bizarro epitome de toda la decadencia y descomposición de su clase, toda la podredumbre es potenciada y encarnada en él. La secuencia edípica es una de las más atractivas -y dejémonos de santurronerías o actitudes beatas, pues lo es-, oscura, tenebrosa y sórdida, tensa secuencia en la que un descompuesto Martin, derrotado e impotente ante la indiferencia y abandono de su madre, da paso al último estado de su descomposición, se vuelve el personaje más aberrante de todos, y el que termina por “limpiar” el escenario, finalizando con el solemne saludo nazi. Esa podrida sofisticación, esa descomposición, es remitida no pocas veces con los constantes travestismos, las orgiásticas escenificaciones, la faceta más oscura de Visconti, representando una de sus obsesiones, la decadencia del hombre, de su ser. Así es que veremos a un italiano dándonos su versión del nazismo. Y así es como nos muestra el ascenso nazi el realizador, el nacionalsocialismo que también está presente, todo forma el contexto para configurar la caída de los dioses, singular título para nombrar una de las películas más bizarras y atractivas de Visconti.





 


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