viernes, 24 de febrero de 2012

Encubridora (1952) - Fritz Lang

Proseguiría Lang su etapa norteamericana como cineasta, y el insaciable alemán de origen austriaco, habiendo sido ya profeta del expresionismo en su tierra, y un excelente exponente del film noir en tierras yanquis, ampliaría su abanico artístico para emprender proyectos que desfilarían en senderos de lo que se podría llamar western. Este sería uno de los tres ejercicios de esa naturaleza que el realizador materializó, y probablemente es el más brillante de todos ellos, amalgamando a algunos de los elementos insustituibles del género yanqui, sus personales matices, sus muy suyos aditamentos artísticos. Es así que nos retrata la historia de un sujeto, proveniente de Wyoming, que está a punto de casarse con una mujer, pero ésta es violentamente asesinada por un bandido. Emprende el desafortunado una incansable búsqueda, quiere hallar al responsable de su pérdida, y esto lo llevará al singular rancho de Chuck A Luck, donde una mujer, recia e indomable, una encubridora que da título al filme, tiene dominado todo, y a todos, pero que verá su infranqueable voluntad ceder cuando experimente genuino interés y aprecio hacia el buscador. Lang recluta para la cinta, y el papel principal, a su paisana, el monumento femenino Marlene Dietrich, y para los papeles secundarios, a Arthur Kennedy como el buscador de venganza, y a Mel Ferrer como un personaje que intermedia entre ellos, en un interesante y apetecible western de Fritz Lang, con todo lo pintoresco que eso suena.

         



La pelicula comienza con una apertura relativamente juguetona, una canción, y después un beso entre una pareja, tras el cual se separan, y ella, sola ya, abre una caja de seguridad, extraerá algo, pero es interrumpida por un pistolero, hay gritos y disparos, un niño ha presenciado todo. El que era futuro esposo de ella, Vern Haskell (Kennedy), llega solo para verla cadáver. El asesino, por su parte, ha emprendido la huida, mientras Vern y el sheriff, con algunos pueblerinos, le dan búsqueda, pero pronto se desaniman, quedando solo Haskell, mientras el asesino elimina a su propio amigo por impertinente. Vern, en su incansable búsqueda, halla al moribundo compinche, y escucha la confesión de que el asesino se dirige al rancho de Chuck A Luck. Prosigue la búsqueda, y una mujer le da razón del lugar, y de quien lo domina, una tal Altar Keane, que tiene una reputación de muy “sociable”, es una cantante de cantina, tiene a todos los hombres a sus pies, apostadora y ganadora. En su búsqueda, Vern acaba en prisión, donde conoce, entre engañosos personajes, a Frenchy Fairmont (Ferrer), intimo amigo de Altar, y en medio del jolgorio de unas votaciones, escapa con ayuda de su nuevo amigo.






Llegan a Chuck A Luck, conoce finalmente a Altar (Dietrich), imponente mujer que domina todo, ella hace las reglas del lugar, y se las explica rápidamente a Vern, y le presenta a la gente. Vern encaja bien, habilidoso en el rodeo de caballos, mientras Altar sigue haciendo y deshaciendo en el rancho. En el onomástico de ella, Altar canta acompañada por el piano, todos celebran, pero Vern reconoce en ella una joya, un broche que era propiedad de su difunta novia, y enfurece silenciosamente. Haskell se acerca a Altar, siempre pensando en lo que le ha sucedido, intenta sin éxito averiguar el origen del broche, pero consigue besarla, despertando celos en Frenchy. Vern sigue acercándose a ella, que juega al despiste inútilmente, pues en el fondo le corresponde, pero uno de los hombres del rancho, el asesino, reconoce a Vern, sabe que viene de Wyoming. Frenchy está cada vez más celoso, mientras Altar pide a Haskell que se retire, que se vaya del rancho inmediatamente, pese a que se siente atraída por él. Y finalmente Haskell la confronta por el broche, exige saber cómo lo obtuvo, y ella afirma que se lo dio uno de los vaqueros del rancho, el asesino, al que Vern no mata, sino que entrega a las autoridades. Altar no puede más y quiere irse con Vern, dejarle todo a Frenchy, pero los vaqueros, furiosos por haberse delatado a su camarada, la amenazan, se desata un tiroteo, en el que Altar es herida, y termina muriendo entre ambos, Haskell y Frenchy,







Lang nos entrega de esta forma su muy singular concepción de western, un western distinto, diferenciado, y de muchas maneras, de los clásicos trabajos norteamericanos. Una de las más saltantes diferencias viene a ser su narración, y es que muchas de la acciones son narradas a través de canciones, y así se escuchan los temas “Legend of Chuck A Luck”, “Gypsy Davey”, y “Get Away Young Man” de Ken Darby, siendo ésta ultima interpretada por la propia Dietrich, sin duda un elemento narrativo bastante inusual para los westerns, y copiado hasta el hartazgo por otras corrientes, mayormente yanquis, de la época, y del que Lang hace uso para distinguir más a su cinta, y lo consigue. A parte de lo mencionado, el western de Lang se distingue del resto por el tratamiento y complejidad que el realizador le imprime a su película, inicialmente por una de las mayores habilidades de Fritz Lang, una de las características en las que está mejor dotado, la de creador de imágenes, retratando por momentos los clásicos fotogramas del género, ganado, vaqueros cabalgando, escenarios del oeste, emblemáticas imágenes pues, pero a las que se suman representaciones muy personales del director, muy personales de unos de los patriarcas del oscuro expresionismo. Como ejemplo, la pronta y detallada representación del cadáver de la novia, lento recorrido desde su hombro hasta su inerte mano, expresiva secuencia que nos habla de un interior que Lang no puede, y claro que no trata, de ocultar, como se aprecia también en las cabalgatas de los vaqueros, oscuros cowboys que asoman como jinetes de la penumbra, oscuras siluetas que se desplazan en medio de un poderoso y hermoso atardecer, con cielo repleto de claroscuros coronando y potenciando la imagen. Su tratamiento es pues muy diferenciado, esto es notable también en el cromatismo del que hace gala Lang, ya con el cine a color, emplea las posibilidades de ese colorido, que se aprecia tanto en el rancho, como en las vestimentas mismas de los personajes, configura un western que se advierte singular y distinto al western promedio yanqui.





Asimismo, los temas que mueven a los personajes, odio, muerte y venganza, marcados por el estribillo de la canción que nos transporta a todo el desarrollo de la acción, repitiendo esas consignas recurrentemente, nos hablan de una directriz distinta a la usual del western común, más oscura, violenta, mortal. Y la dueña innegable de todo, una Dietrich que es endiosada en sus primeras imágenes, montada sobre un equino humano, cabalgando sobre un hombre, empujando a otras mujeres, dominando todo y ganando siempre, y además explotando nuevamente, como el clásico expresionista El Angel Azul, su faceta de cantante, en la que tan bien se desempeña, y así la apreciaremos cantando “Get Away Young Man” en el bar, despertando admiración y celebraciones por doquier, un Lang conocedor de sus bondades en ese aspecto, supo sacar provecho de las mismas. La Dietrich se luce, como siempre, en un papel de jefa total, ella es la patrona absoluta de todo, y de todos, todos la admiran, desean, y obedecen, y ella hace gala nuevamente de esa expresión suya, fría, gélida, animalesca y por momentos inhumana, intensa mujer que lo domina todo, hasta que llega Vern. Es cuando llega Vern que su lado más humano aflora, experimentando genuino aprecio por el forastero, y realizando inauditamente un sacrificio final por él, la mujer indomable, finalmente ha sido domada, pero termina feneciendo. Lang de esta forma puede presumir de algo que poquísimos cineastas pueden, y es que desfiló con éxito por múltiples corrientes cinematográficas, que no es lo mismo que experimentar una normal evolución y progreso en su forma de realizar arte, sino que Lang, movido por la Segunda Guerra Mundial, abandona su natal Alemania, deja atrás el expresionismo, pero no puede hacer lo mismo con su filiación artística, y termina realizando excelsos ejercicios de film noir, y también de western, pero siempre salpicados poderosamente con su apreciación oscura, decadente, tenebrosa, expresionista, pues siempre será Lang, un alemán, un extranjero, haciendo cine yanqui, mostrando, desde su perspectiva de extranjero, cine norteamericano impregnado de su visión fatalista, plagado de muerte y perversión. Sin acercase a lo mejor de su autor, no deja de ser una cinta que debe verse, por su propio contenido, y por ser parte de una filmografia selecta y única, la de Fritz Lang.




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