sábado, 29 de octubre de 2011

La Mujer Infiel (1969) - Claude Chabrol

Claude Chabrol, uno de los más ilustres representantes del cine francés, del cine europeo, durante la década de los 50s (finales) y 60s nos brindó, película tras película, genialidad tras genialidad, fueron décadas repletas de obras maestras, un auténtico apogeo del cine francés, personificado en una agrupación de prodigiosos realizadores que maduraban y cuajaban cada vez más su refinado estilo, haciéndolo referencia del séptimo arte mundial, eran los años de la Nouevlle Vague, la Nueva Ola francesa. Es Chabrol uno de los más brillantes exponentes de esa generación, y es esta una de sus películas mayores, uno de sus máximos trabajos. Este filme es Chabrol en estado puro, Chabrol a su máxima potencia, todas las directrices, obsesiones, especialidades y recursos del realizador son plasmados en esta cinta, que forma parte de su primera etapa, probablemente la más hermosa visualmente y una de las más profundas en cuanto a tratamiento de personajes se refiere. Esta cinta también es un bellísimo homenaje a la mujer que volvió loco al maestro, la no menos bella Stéphane Audran, una mujer imperial, hermosa, de la realeza del cine francés, tantas veces utilizada por los más prestigiosos cineastas europeos, pero que encontró en su esposo, Claude Chabrol, al artista que sería capaz de sacar lo mejor de ella, y la mutua colaboración de estas figuras produciría muchas de las piedras angulares del cine moderno de este país.

        



El filme, desde el inicio, empieza de manera excelente, con una clara advertencia del director, al mostrarnos una entrañable imagen de familia perfectamente feliz, pero esa imagen se desvanece, mientras la música también nos advierte de que lo que ven nuestros ojos no es todo lo que hay ahí, nos advierte de que algo trágico, siempre latente, está a punto de estallar. Hélène Desvallées (hermosa la Audran) y Charles Desvallées (Michel Bouquet) son un matrimonio burgués francés, tienen un pequeño y brillante hijo, que prefiere leer libros en vez de mirar la estupidizante televisión. Los esposos se encuentran en una pequeña crisis, que se encargan de esconder muy bien, él sospecha tibiamente de que ella lo está engañando. Pero, teniendo una más que atractiva y elegante mujer en su cama, Charles se muestra indiferente con ella, la ignora casi, mientras su mujer se muestra aparentemente no tan distante. No soportando la desconfianza e incertidumbre, pide a un amigo detective que siga a su mujer, y que averigüe la identidad del amante, cuya existencia ya casi no duda. Inicia su misión el clandestino sujeto, y averigua que ciertamente tiene un amante, un escritor llamado Victor Pegala (Maurice Ronet), poseedor de considerable fortuna con el que ella se cita frecuentemente, y le da a Charles una fotografía de él con su dirección.




Hélène sigue frecuentando a su amante, sigue manejando su doble vida, mientras sorpresivamente, Charles va a visitar a Victor, afirmando que sabe de su existencia pues la misma Hélène se lo contó, con lo que, pasada la sorpresa, logra cierta confianza y obtiene datos de parte del amante. Es una secuencia maestra, el engañado esposo habla con el amante que ignora la verdad, charlan como dos camaradas, beben whisky, pero al saber más detalles, la presión y humillación abruman a Charles, que elimina  a Victor de un golpe en la cabeza, limpia la escena del crimen, la casa del propio muerto, envuelve el cadáver en unas sábanas, y lo saca en auto, frío, ensimismado. En su huida, tiene un pequeño accidente de tránsito, lo que aumenta la tensión al acercarse la policía, y él con su fatal carga, pero sale de ello y arroja el cadáver en una laguna pantanosa. El matrimonio prosigue con su vida, mientras la policía va a interrogarla, uno de ellos es el oficial Duval (Michel Duchaussoy, que ese mismo año sería protagonista de Que La Bête Meure), por encontrar su dirección en la agenda del presuntamente desaparecido escritor. Hélène se ve obligada a narrarle a Charles, solo hasta cierto punto, por supuesto, que conoce a Victor, mientras él escucha lo que le cuenta, atento, inquisidor, conocedor silencioso de todo, son secuencias de tensión. El matrimonio se va desmoronando, y ese deterioro se hace notar en el trato a su hijo, que siente cómo se va descomponiendo el núcleo familiar. La policía parece no encontrar nada, pero la que sí encuentra algo es ella, la foto de Victor que el detective le dio a Charles, ahora ella lo sabe todo, quema la imagen y en una secuencia memorable, ella camina, va pensando en todo lo sucedido, y a su inicial expresión de sorpresa e incredulidad, le sigue una extremadamente fría y distante sonrisa, ella lo sabe todo y lo acepta, mientras ve en silencio que la policía se está llevando a Charles, todo está consumado.





Chabrol nos da una de las muestras más puras de todo su talento, donde plasma gran cantidad de los recursos y obsesiones que pondrá en escena el resto de su carrera. Empiezan a tomar forma ya los integrantes de su célebre trío, Charles, Hélène y Paul, integrantes perennes del triángulo amoroso siempre presente en las obras del francés, que muchas veces ni siquiera cambiarán de nombre pues simplemente variarán matices de sus personajes, el engañado, el amante y la mujer adúltera. Esta trilogía empieza a tomar forma definitiva por estos años, y nos entregará más memorables películas en los próximos. Es muy remarcable que en esta cinta Chabrol utiliza, como en muy pocas otras, la música de manera magistral, para generar un ambiente que sirve de providencial apoyo a la narración, pues se convierte la bella y clásica música en un elemento narrativo, a la vez que expresivo. Ese acompañamiento musical nos puede transmitir la sensación de que, aunque no esté pasando nada malo, parece que sí sucederá, sobre todo en la parte inicial, cuando el hermoso cello y el piano crean un ambiente de tensión, de que definitivamente algo está mal, de que hay mucho más entre los protagonistas de lo que vemos. En otros momentos, la música es utilizada para retratar un momento demencial, de desquicio, como lo es el momento post asesinato de Victor, la huida de Charles, es representada como el punto de no retorno, una música demencial y desquiciante nos ilustra el viaje del asesino, y es que la música siempre persigue un propósito: reforzar determinado momento, y vaya que lo logra.





Otro punto alto de la cinta es la impresionante interpretación de la bella Stéphane Audran, que nos entrega una de sus mejores actuaciones, y todo esto potenciado de magistral manera por su esposo. Chabrol realiza un casi endiosamiento de su mujer, ella es la dueña total de sus escenas, se pinta las uñas, muestra sus largas piernas, por momentos se siente que no actúa para nosotros, sino actúa para Chabrol, la genuina pasión entre ellos se siente. La cinta es un homenaje a ese bello monumento de actriz, tan hermosa, el director hace una magnificación de su presencia, de su belleza, ella es el motor de todo, con su piel muchas veces al descubierto, es la dueña indiscutible de la pantalla. Asimismo, mencioné que Chabrol utiliza a su máxima expresión muchos de sus recursos omnipresentes en su carrera, como el estudio abrumador de la psicología de sus personajes, esto se retratará en la soberbia e inverosímil secuencia de ambos hombres conversando en la casa del amante, el rostro de Charles es un poema, interacción con el amante de su mujer, situación tan inverosímil pero a la vez que se siente como algo mundano, de la vida real, durmiendo con el enemigo. Chabrol lo retrata con mano maestra, y finaliza esta impresionante secuencia con algo a la altura, el rápido asesinato, con un busto, que, por cierto tiene cierto parecido a la Audran. Plasma también tópicos que se quedan para siempre con el francés, como la admiración por la vida en el campo, alejada del mundanal ruido de la ciudad, y la consideración de la televisión como una caja idiotizante, inútil. Y claro, en el fondo de todo, al retrato de una familia burguesa francesa, a la que Chabrol durante las décadas no se cansó de desmenuzar, de analizar, y en esta oportunidad es un estupendo retrato de las relaciones matrimoniales burguesas, el adulterio, y la preocupación de esta clase por mantener la imagen, pues Chabrol presenta la doble vida de ambos, pero se cuida de no romper la delicada foto familiar; por el contrario, nos la muestra excelentemente encuadrada por la silla mecedora del jardín, se mantiene la mentira de cristal. El segmento final muestra cómo la gradual descomposición, el desmoronamiento y ruina de esa burguesía es total, hasta el extremo de arruinarle la vida al hijo, que es testigo de esa descomposición, afectado por la explosión de todo. Como dije, el filme es Chabrol en estado puro, Chabrol a su máxima potencia, y tiene a una diosa en su reparto. ¡Imperdible!


    





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