El notable británico John
Boorman, que ya nos había presentado un trabajo tan estupendo como perdurable
con su maravillosa Excalibur (1981), en esta oportunidad nos presenta un
trabajo que se percibe como su propia concepción de lo vivenciado durante uno de los
eventos seguramente más significativos y recordados por el director, el
bombardeo a Londres por parte de los nazis durante el mayor conflicto bélico
hasta el momento, la segunda guerra mundial. Definitivamente con directrices e
inclinaciones que algo guardan de autobiográfico, Boorman nos introduce en lo que vieron los londinenses, en su experiencia de primera mano, todo mostrado a través de la
lupa, a través de los ojos de un niño de nueve años, que vive con su familia, y
que irá creciendo en medio de los escombros, ese sería su bizarro playground,
temiendo y escuchando los bombardeos, y a la vez los miembros de su familia van
creciendo también, y tiene la cinta un final conciliador, perfecto colofón,
simbólico y preciso. Mantiene el buen británico una de sus características en
su película, la utilización de una banda sonora soberbia, que se luce por
muchos momentos, y que enmarca la historia de una familia común y silvestre,
los vecinos de al lado, una familia cuyo hijo nos servirá de lente para
apreciarlo todo, desde su infantil perspectiva. No alcanza definitivamente el
nivel ni grandiosidad de su magna obra épica, pues tiene obviamente otra directriz,
pero es un film apreciable y disfrutable.
Es 1939, son tierras londinenses, se vive escuchando en
las noticias las constantes amenazas de guerra, pero hasta ese momento solo eran
eso, amenazas. Sin embargo, se produce el inminente conflicto, invasión a
Polonia, se declara la guerra a Alemania, se declara el
estado de emergencia. Es el mundo de Bill Rowan (Sebastian Rice-Edwards),
cuyo padre, Clive (David Hayman), se enlista, y será enviado al combate. Hay un
perenne riesgo, constantes alarmas, se vive en constante peligro, pero los
Rowan se mantienen siempre juntos. El bombardeo comienza, arde Londres, en la
ciudad hay muchas áreas repletas de escombros, mientras Bill, con sus nueve
años, asiste al colegio, a sus clases que son interrumpidas para ponerse todos las máscaras
anti gas. Asimismo, se junta con unos rapaces de su edad, una pandilla con
quienes juegan y se divierten en medio de la destrucción. En esas circunstancias,
un soldado herido de guerra llega hasta las inmediaciones. Su hermana mayor, Dawn
(Sammi Davis), por su parte, comienza a salir con ese soldado. Con su madre y
hermana pequeña, resisten toda la violencia del fuego y las bombas, mientras
Dawn sigue su idilio carnal con el soldado Bruce Carrey (Jean-Marc Barr).
Los niños juegan entre las ruinas y escombros, y entonces
el padre regresa, Clive está de vuelta. Se divierten todos apreciando un dirigible en una ocasión,
Dawn intensifica su romance, mientras ha llegado Navidad, los brindis se
suceden. Bruce debe partir a combatir de nuevo, sepáranse con su chica. Clive también
debe partir otra vez, y entonces la madre tiene un acercamiento a un viejo amigo
de su esposo, (Colin Higgins), personaje con
el que quedó un amor trunco en el pasado. Entonces se produce un intenso incendio
en el barrio, todo queda severamente agraviado. Sin casa, surcan las aguas de
un lago buscando nuevos horizontes. Llegan hasta la casa del abuelo George (Ian Bannen), donde se quedan, y con quien
Bill se divierte jugando, e impensadamente, una bomba caída en el lago les proporciona
grandes cantidades de pescado. Entonces regresa Bruce del frente, se junta
nuevamente con Dawn, se casan, hay muchas celebraciones y regocijo en
la familia, la guerra también se perfila hacia su recta final. Dawn resulta
embarazada, nace el hijo, un nuevo Rowan llegó al mundo, y finalmente la escuela
de Bill es bombardeada, en escombros e incendiándose, los niños gritan y
celebran con algazara.
Boorman, conocido por sus ejercicios sobre experiencias
con los conflictos bélicos, configura de esta forma su cinta, con relativa
clave enternecedora, edulcorada, pues es el mundo infantil e inocente de un niño
londinense de nueve años. Acaso que mucho tuvo que ver con el Boorman infante, verídico
testigo de los bombardeos, y es el pequeño Bill en la cinta, quien nos sirve de
vehículo para presenciar todo, es con la lupa de su infantil perspectiva con la
que vamos presenciando todo. No podría evitar el notable director británico
darle un guiño a la que muy probablemente sabe es su obra cumbre, la mencionada
Excalibur, cuando Bill, siempre desde
su mundo de niño, juegue en el jardín con unas figurillas, y una de ellas, sea el mago Merlín. De esta forma es que el realizador nos presenta la que acaso
es su personal visión de lo sucedido, un mundo de intimidad familiar, una visión
cercana, en la que se entremezcla la incertidumbre y la angustia de la guerra con
el otro hilo narrativo, el crecimiento y florecimiento de la vida, a través de su
familia, del desarrollo del niño Bill, y más específicamente, Dawn y su final
embarazo. De esa forma se configura el bello simbolismo final, en medio del
sufrimiento, de la muerte y la destrucción, surge también la vida, al final del
holocausto, nuevas vidas se encienden con esperanzadora luz, el clan florece,
la vida continúa.
Todo es un entramado de las vivencias de los Rowan, y la
voz en off del protagonista, si bien escasa durante el filme, sirve para dar
mayores adentramientos y acotaciones a la historia. Como se mencionó, la banda
sonora es un elemento a resaltar, como siempre con el buen Boorman, que domina estupendamente
este apartado, la música sabrá ser intensa, señorial, elegante, potenciando y enriqueciendo
mucho las determinadas situaciones, irá desde arreglos de orquesta hasta muy vívidas
y movidas secuencias de jazz, abundante e intenso jazz durante principalmente
las escenas de los rapaces divirtiéndose entre la destrucción, es un soundtrack
con un amplio registro en su contenido. Alejado ya de la superproducción, del sobrenatural
mundo épico de su obra magna, ahora vemos el mundo real, tocaba explorar el
mundo real, y nos presenta esta notable obra de comedia y drama, con poderosas figuras
para presentar con maestría una historia bizarra y lamentable, tristemente célebre,
aparte de lo mencionado, niños jugando entre la destrucción, vemos a niños
usando máscaras de gas en su escuela. Son pues bizarras imágenes, verídicas imágenes
de algo que ocurrió, algo vergonzoso, pero el gran Boorman tiene el pulso y el
tacto de mostrárnoslo con exquisita clave cómica por momentos, dosis de drama
en otros, y claro, ese estupendo final conciliador, todo ha terminado ya, pero
algo nuevo inicia, y no sería la última vez que el realizador se animara a
dirigir cintas sobre guerra. Agradable película, digerible y divertida, no es lo
mejor del director, pero se erige como un trabajo muy serio, inteligentemente
realizado, un trabajo a la altura de su realizador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario