Alfred Hitchcock, uno de los
cineastas más completos y brillantes que se haya visto jamás, realiza con esta cinta lo que se podría considerar su despedida, si bien fue en realidad su
penúltimo titulo, es este un maravilloso compendio de todo el magnífico arte
que el titánico británico supo realizar a lo largo de tantas décadas
materializando obras maestras. Es Hitchcock en toda su madurez, es el Hitchcock
más moderno, y es una de sus cintas visualmente más logradas, es una excelente
muestra de la madurez que tenía un ya septuagenario Hitch, que nos presenta de
remarcable forma la historia, cómo no, de un asesinato, un asesinato que ha
sido realizado y tiene intrigadas tanto a la policía como a la población
londinense. Un asesino serial, que tiene la costumbre de dejar a sus femeninas
víctimas con el detalle de una corbata atada a sus cuellos, está perpetrando los crímenes. El sospechoso será el esposo de una de las últimas victimas, que
tendrá que batallar por desenmascarar al verdadero asesino, en una carrera que
tendrá impensadas consecuencias. Esa es toda la historia, no hay más, una
trama más bien sencilla, pero en las manos de Hitchcock, se convierte en un
relato devastador, visualmente muy completo, y con técnicas que nos muestran a
un clásico director completamente adaptado a la modernidad, es el Hitchcock más
evolucionado, y eso es ya más que
suficiente decir.
En las calles de Londres, un
mitin se está realizando, un político está pregonando sus proyectos, asegura
haber limpiado la ciudad, acabado con los asesinatos, pero no termina de decir
esto, cuando un cadáver femenino aparece flotando en el río, tiene una corbata
atada al cuello. Después, vemos a Richard Ian Blaney (Jon Finch), un sujeto
promedio, labora en una licorería, la misma de la que es despedido por
irresponsable, y donde tiene cierta relación con una mujer que ahí labora. Ya
sin empleo, recibe ayuda de un amigo suyo, Robert Husk (Barry Foster), mientras la
policía comienza su investigación, con el inspector Oxford (Alec McCowen) a la cabeza,
sin demasiado éxito. Sin dinero, Blaney va a ver a su ex esposa, Brenda (Barbara Leigh-Hunt), a su
oficina, una agencia matrimonial; discuten, van a cenar, ella le da dinero sin
que él lo note, va a pasar la noche a un cuartucho público. Poco después, a la
agencia matrimonial llega Husk, con otro nombre, no obtiene suerte para
conseguir mujeres, siempre rechazado, termina hostigando a Brenda, la fuerza, y
termina estrangulándola. Pero al salir el sujeto, la secretaria lo ve, al
encontrar ella al nuevo cadáver, naturalmente se convierte en testigo. Presta su
declaración a la policía, y Blaney, tras su discusión con la finada, es el
principal sospechoso.
El
sospechoso se reúne con su amiga Barbara, de la licorería, van a un hotel, cuyo administrador los reconoce y llama a la policía.
Logran escapar ambos del cuarto, ella, aunque está suspicaz de Blaney, lo escucha y termina creyendo su inocencia. Van después con un matrimonio, pareja de amigos de Blaney, que lo acogen,
y lo ayudan, lo alojan clandestinamente. Paralelamente, el antiguo empleador de
Richard, interesado en Barbara, celoso, delata a Blaney. Oxford continúa con su investigación, y entonces, Husk, también
conocido para Barbara, le ofrece su casa para pasar unos días. Al llevarla ahí,
la elimina también. Se deshace el asesino del cadáver tirándolo en un camión de
papas, pero debe volver cuando recuerda que un alfiler identificativo suyo está
en el cuerpo. Luego, un falso amigo Husk ofrece su casa a Blaney para que se
oculte, pero en realidad lo delata y entrega a la policía. Blaney es juzgado y
condenado a más de 25 años de prisión, mientras Oxford interroga a la secretaria, averigua que Husk es un sadomasoquista. Blaney se las ingenia para escapar de prisión, va con su falso amigo,
encontrándolo justo con una nueva víctima. Es entonces que llega también Oxford,
todo ha sido descubierto.
El gran maestro del suspenso nos
entrega un filme en el que vuelve a su querido Londres, y en el que la ciudad
queda retratada de estupenda forma, desde el inicio con una presentación
imperial, con una música imponente y majestuosa, mientras nos obsequia un
travelling a modo de demostración de la grandeza de la ciudad -y de la suya propiamente-, de sus
estructuras, de sus aguas, es una introducción que el director hace con orgullo
de la tierra que lo vio nacer. Esa música sabrá volver para escenas en las que
la ciudad es el principal elemento de la imagen, siempre ensalzando y
engrandeciendo el escenario. En la cinta, Hitchcock hace gala del más negro
humor suyo que se conozca, y desde el comienzo, vemos la irónica situación del
político afirmando que ha limpiado la ciudad, que el terror de los asesinatos
ha terminado, pero ni siquiera termina su frase cuando un nuevo cadáver se
asoma por las aguas, con la corbata al cuello, y a continuación, el político
pregunta, "¿no será una de las corbatas de mi club, no?"; negrísimo humor,
ironías, el maestro nunca deja de lado esa faceta suya, impregnar sus más
intrigantes y sórdidos ejercicios de suspenso, con las dosis precisas de hilaridad y negro
sarcasmo, y un maduro Hitch deja más patente que nunca esto. Por supuesto, ello se plasma, entre otros momentos, también en los detalles de la esposa del investigador, con su curso de cocina
sofisticada, preparando unos platos impresentables, aberrantes potajes que el
policía degusta heroicamente, mientras hace un resumen de sus investigaciones,
es una escena de doble contenido, el humor y la sátira del director, mientras
nos informa a nosotros también de las investigaciones policiales, tan infructíferas como de costumbre; es la madurez le
director, que juega un poco con su espectador, que lo divierte, que lo desafía.
Otro aspecto que me parece
imposible dejar de resaltar es la tremenda limpieza de las imágenes de
Hitchcock, una característica que ciertamente no fue un santo y seña en él, en
esta su penúltima cinta, nos da muestra de su dominio en el área, sus imágenes
son dotadas de una perfección, de un formalismo notable, desde el encuadre,
hasta la composición de las mismas, hasta la armonía que se desprende de su
fina construcción de los ambientes londinenses, de las vestimentas, del
colorido mercado de frutas en Londra, el elaborado y atractivo cromatismo que
desprende, la estética final, es una delicia, todo ha sido cuidado con una
obsesión y un detallismo propios de un genio. A esto sumamos un excelente trabajo
de cámara además, inteligente combinación de planos, ágil cámara en manos de
Hitch, es una narración visual soberbia para las escenas clímax del filme,
lógicamente las de los asesinatos, las más intensas, que alcanzan esa
intensidad gracias a la excelencia de narración visual del británico. Los
encuadres mencionados mucho ayudan en esto, vemos combinaciones de primeros
planos de manos, de rostros, del cuello de la victima de turno con la corbata, de su
expresión facial, una sucesión de primeros planos retratando las imágenes más elocuentes, las imágenes corazón de la acción, y con su eficiencia, estas imágenes podrían contar solas ese segmento del filme, contarlo sin palabras, como solo los grandes pueden hacerlo, esto es cine. Es la secuencia del primer asesinato, de la esposa de Blaney, frenética, la más abyecta acción, pero es mostrada con una desnudez, es
mostrada de forma tan cruda, pura y dura, que deja anonadado al espectador, es
la secuencia más sórdida y bizarra de Hitchcock, es su secuencia más mórbida, y
es mostrada con un desenfreno, con un detallismo abrumador, las imágenes cobran
más fuerza que nunca, y el resultado de las mismas encadenadas, es un delirio,
sumamente detallada y extensa secuencia de la carnicería, documenta el
aberrante acto, maximizado todo tanto por el trabajo de cámara como por el
dominio cromático, es una secuencia maestra, sin palabras, acciones
animalescas, uno de los corazones, uno de los nudos narrativos del filme, es el cine en manos de un dómine.
Y en el otro extremo, la
secuencia del otro asesinato, que si bien tiene el mismo objetivo que la
anterior, es realizada con una naturaleza exactamente opuesta, con un
resultado igual de contundente, pero ciertamente con otro tratamiento, bien y claramente diferenciado. En vez
de mostrarnos las despreciables acciones, ahora, en su lugar, la cámara nos
hace situarnos en privilegiado lugar, observamos al asesino y su víctima subir
las escaleras, mientras nosotros, con la cámara, subimos detrás de ellos, la
cámara sube, parece dubitativa, se queda a mitad, escuchamos a Husk decir las
palabras fatales, “tú eres mi tipo de chica”, y entonces, tras cerrar éste la
puerta, la cámara procede a realizar un lento viaje de regreso abajo, ese
travelling invertido es magistral, pausado, con Hitchcock, la cámara ha cobrado
vida. Sí, vive, sube, baja, se detiene, parece dudar, está como nosotros,
descubriendo algo, pocas veces una cámara supo transmitir tanto, como si nos
diera tiempo para pensar, para entender lo que está pasando, porque en esos
precisos momentos, en ese descenso, nosotros sabemos perfectamente lo que está
sucediendo. Ese travelling tiene su final cuando al fin la lente sale de la
casa, vuelve a la calle, y los sonidos y ruidos mundanos y callejeros nos
devuelven a la realidad, mientras sabemos que una nueva fechoría se ha
consumado; es un travelling bizarro, solo un maestro, como Hitch, puede generar
una secuencia que transmita, que informe, que exprese tanto, y sin pronunciar
una mínima palabra. Como se acotó, la secuencia tiene el mismo objetivo que la
anteriormente detallada, es el mismo fondo, pero la forma varía
sustancialmente, todo lo que se nos mostró antes, ahora es ocultado, pues es
tácito, ambas son secuencias maestras, ambas muestran a un maestro Hitchcock
que ha asimilado ciertas modernidades del cine, las ha acoplado a su estilo, es
ciertamente el Hitchcock más evolucionado, el más moderno, es algo imperdible.
Intrigas, asesinatos, misterios, incertidumbre y mucho,
mucho suspenso, esta historia, adaptación de la obra de Arthur La Bern, “Goodbye Piccadilly, Farewell
Leicester Square", debía ser narrada por el británico, tenía sus
componentes básicos y característicos, era un trabajo para él idóneo, es como
si no hubiese admitido otro realizador. Como siempre, la policía tendrá que
investigar, y como suele suceder, su ineptitud queda en flagrante evidencia, y
sin embargo, he aquí otro elemento que hace al ojo conocedor detectar un
cambio en Hitch, una adaptación a la modernidad, he aquí que el asesinato y la
intriga principal nos son mostradas de inicio, ya no como, sin ir más lejos, en
la mítica Psicosis (1960) o Intriga Internacional (1959), donde el
misterio principal nos es desvelado recién al final, donde se nos hace trabajar; no.
Ahora el crimen es expuesto desde el comienzo, estamos enterados del culpable y
de la verdad desde el comienzo, decididamente Hitch se adaptó a cierto cambio
en el cine, su estilo se ha modernizado, ¿acaso notar en esto una demasiado
cercana similitud con el tipo de cine de su gran admirador y discípulo, el
brillante francés Claude Chabrol?, pues lo ahora descrito responde a una de las más
características directrices del aplicado pupilo francés, ciertamente no la
considero una hipótesis descabellada. En ese sentido, perderá toda
incertidumbre el hecho de que el sospechoso sea un pelele, es casi imposible
que sea el asesino, ya nos consta eso desde el comienzo, y el verdadero asesino
también es impensado, pero ya todo ha quedado al descubierto, ya todo ha sido
expuesto, asistimos a un nuevo estilo en Hitch. El suspenso está diseminado a lo largo de toda la cinta,
al igual que la tensión, como la secuencia del camión de papas, y a esto
colabora mucho la música de Ron Goodwin, y
vale mencionar acá la conocida economía para la narración del director, en el
que evita mostrar detalles no indispensables, solo nos muestra lo que
verdaderamente es decisivo, y así es que llegamos al final, ejemplo claro de
esa economía, cuando ya ha sido descubierto por todos el enigma, no hay nada más
que decir, la historia ha llegado a su fin, y de paso el director rompe también
con sus característicos finales de sus obras clásicas. Los aportes actorales
son también notables, desde un algo insípido Jon Finch, pasando por Barry
Foster, Billie Whitelaw,
saben estar a la altura del director, sin nunca desentonar. Soberbios
travellings, una cámara estupenda, planos cenitales, dominio estético genial,
estamos ante un Hitchcock moderno, que probablemente sabía que hacía con esta su
película despedida, y se despide por todo lo alto, no necesariamente el último
filme de un cineasta representa su adiós, pues el cineasta realizaría todavía una cinta más. Uno de los mejores filmes que haya
visto de Hitchcock, un cineasta mayúsculo, es imperdible para quien sepa
apreciar grandeza.
Septuagenario inigualable. |
El maestro realiza singular imagen para el trailer. Es un dios. |
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