viernes, 4 de mayo de 2012

La guerra de los mundos (1953) - Byron Haskin


Byron Haskin dirige este inolvidable e inmortal ejercicio de ciencia ficción, en la década en que el mencionado género estaba en boga y era uno de los punta de lanza del ámbito cinematográfico. Ineludible ciertamente resulta no recordar el tema de la historia de la trasmisión radial del director de Ciudadano Kane, pero un tema tan conocido se comentará posteriormente. Es esta la historia de un inverosímil, pero obsesivo tópico para los adeptos al género, el enfrentamiento interplanetario que se desata cuando la Tierra sea invadida por misteriosas criaturas extraterrestres, poseedores de una tecnología que no tiene comparación con la nuestra, y que someten sin mayor dificultad a las fuerzas militares, mientras un científico lucha por entender más de los violentos visitantes. Finalmente no serían las armas humanas ni su tecnología la que les salvaría el pellejo, sino un impensado aliado. Uno de los grandes clásicos del género, abanderados de la ciencia ficción, es una historia que generaría e inspiraría muchos posteriores ejercicios, algún desafortunado remake inclusive, lamentablemente cada vez, cada uno de menor valor y significancia. Dentro de su género, resulta una cinta imperdible, ciertamente es un clásico de la ciencia ficción, con unos efectos espaciales aceptables dentro de la época, y con una trama que resultaba delirante para entonces, la cinta que causó una pequeña revolución, tanto por su contenido, como por las pintorescas anécdotas que enriquecen su existencia.

      


El inicio de la cinta retrata y recuerda a modo de compendio algunos de los más saltantes eventos de enfrentamientos bélicos humanos, las guerras mundiales. La Tierra está siendo vigilada por entes extraterrestres, marcianos, ellos vigilan diversos mundos, y con ojos envidiosos observaban el nuestro. Ya con los terrícolas, en California, una suerte de meteorito se aproxima, cae generando mucha curiosidad e inquietud. Produce un enorme cráter, los científicos se acercan, entre los que está Clayton Forrester (Gene Barry), un prestigioso profesor investigador, que conoce a Sylvia Van Buren (Ann Robinson), atractiva lugareña, y a su tío sacerdote, y se hospeda con ellos. Poco después, del artefacto espacial salen unos misteriosos tentáculos, que liquidan a tres lugareños que vigilaban el lugar, un rayo los vuelve polvo. El pueblo se encontraba en una festividad cuando esto sucede y la luz, teléfono, incluso relojes, todo se detiene. La prensa y el ejército se apersonan, mientras los seres siguen atacando con sus rayos, y muchos meteoritos más siguen cayendo por el mundo; se prepara un contraataque militar, siempre con Forrester y Sylvia presentes. Pero el ataque es en vano, con campos de fuerza, los extraterrestres resisten y eliminan toda la resistencia del ejército humano.




Severa destrucción se causa, el profesor Forrester y Sylvia escapan, se refugian en una casa abandonada, desde la que observan las naves invasoras, sus cámaras, y hasta ven a uno de los alienígenas. Diversos países van cayendo ante los ataques de los invencibles invasores, a quienes ni con los jets de la fuerza aérea se puede derrotar. Se opta por un ataque mayor, atacar con la bomba atómica. Forrester logra volver con los demás, trae información e incluso sangre marciana de sus observaciones. La bomba atómica es lanzada, infructuosamente, los campos de fuerza alienígena son impenetrables. Se estima que los marcianos tardarían seis días en exterminar toda la tierra, los científicos se ponen a trabajar. Todos se refugian, el pánico y la anarquía reinan en las calles, la desesperación impera y se producen saqueos. El ataque marciano no se detiene, esparcen destrucción, y entre todo, Sylvia se ha extraviado, Forrester la busca, que se refugia en una iglesia, con otros sobrevivientes. De pronto, mientras siguen atacando, repentinamente una de sus naves pierde el control y se estrella, y de su interior, sale un marciano, feneciendo. Es producto de las bacterias, a las que no son inmunes los invasores, las bacterias liquidan a los marcianos finalmente.




La cinta resulta muy atractiva, retratando un tema que se volvería obsesión, un tema tópico dentro de la ciencia ficción, tema soñado, tema fantástico: el enfrentamiento interplanetario es el eje central, es una apasionante novedad, en la época en que la ficción lo era todo, fluye uno de los ejercicios corazón del género, un gran clásico. Es el terror de enfrentarse a lo desconocido, algo ajeno a lo humano, ajeno totalmente a nuestra naturaleza, superiores a lo nuestro, una tecnología indefectiblemente más avanzada, el tema fetiche de la invasión extraterrestre tiene su origen en este filme, la fantasía abominable, mostrada en la obra primigenia, la adaptación de la novela de H.G. Wells, donde las armas humanas son inútiles, impotentes a los ataques, es el apocalíptico fin de la civilización humana. Para los entendidos del tema, imposible pues resulta no relacionar la cinta con el célebre evento que empezó a hacer conocido a uno de los nombres mayúsculos de la historia del cine, el famoso escándalo radial de Orson Welles, que aterró a muchos yanquis con sus transmisiones, haciendo creer que era una verídica invasión alienígena; sin embargo la cinta resiste y se vuelve perdurable no por ese mero hecho, que termina siendo accesorio y dotando de mayor background anecdótico a la cinta. La voz en off, si bien no muy frecuente, va documentando lo que sucede, en la cinta que se vuelve el compendio de futuras obras alegóricas al tema, conteniendo la guerra atómica, desde Independence Day (1996) de Roland Emmerich, hasta un deslucidísimo remake. Tras la ardua batalla, finalmente son las insignificantes bacterias las que salvan a la raza humana, son ellas quienes nos libran de la inevitable aniquilación. Cinta que perdurará, es un emblema ineludible de la ciencia ficción, muy a tomar en cuenta.






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