Por la década de los 80s el género
cinematográfico por excelencia norteamericano, el western, se encontraba ya en
desuso, se encontraba alejándose cada vez más de sus años dorados, y no pocos
fueron los intentos por revitalizar el agonizante género: algunos esfuerzos, obviamente, fueron más efectivos que otros. De cualquier forma, Lawrence Kasdan entra en el
grupo de los que produjeron los más decentes intentos de hacer lo mencionado, y
es Silverado una de sus obras
insignia, en la que consigue atrapar mucho de los estereotipos e infaltables
directrices de los clásicos de antaño, obviamente, adaptados a la modernidad
contemporánea en que le tocó rodar al director. La eficiencia con la que logre
su cometido, por supuesto queda en el ojo de quien aprecia el trabajo, pero lo
cierto es que entrega una muy decente versión, quizás algo dilatada eso sí, de
un grupo de jóvenes vaqueros, que se arman de valor para enfrentarse a unos
facinerosos que están haciendo más de una fechoría en el pueblo del título, y
el principal buscado por éstos, se aliará con su joven hermano y dos individuos
más, para hacerles frente y finalmente liquidarlos. Con no pocos aciertos en su
desarrollo la historia cumple, obtiene nota aprobatoria, y cuenta con multitudinario
reparto, yendo desde Kevin Kline, Scott Glenn, Kevin Costner y Danny Glover,
hasta la impensada presencia del pintoresco Jeff Goldblum.
La cinta se inicia con un personaje, que escapa de una
balacera, tras lo cual cabalga, y encuentra a un hombre herido. Es Emmet (Glenn),
quien encuentra a su amigo Paden (Kline), malherido, lo auxilia. Ya recuperado,
Paden se encuentra con su viejo amigo Cobb (Brian Dennehy),
que le propone un trabajo, que rechaza; resuelven ir a Silverado, dos bandidos
son buscados, y en el bar donde hablan, un negro vaquero, Mal (Glover), es
discriminado, deberá dejar el pueblo. Paden y Emmet encuentran al hermano de
éste último, Jake (Costner), en prisión y condenado a muerte, pero escapa.
Los hermanos, más Paden y Mal, se juntan y buscan a los dos bandidos
perseguidos, encuentran a la peligrosa
banda, pero con un ardid de Emmet, los burlan y roban todos sus equinos. Mal se separa del grupo, los demás llegan a la casa de
Emmet, con su familia; Mal, por su parte, se reencuentra con su padre, se entera de los
problemas legales por sus tierras. Paden llega a una cantina,
atendida por la diminuta Stella (Linda Hunt), y resulta que el bar es propiedad
de Cobb, y no le cuesta mucho obtener trabajo allí a cargo de las apuestas y el
juego.
El padre de Mal es asesinado, se entera éste que su
hermana Rae (Lynn Whitfield), labora como prostituta, mientras
aparece un experimentado apostador, y cliente de Rae, a quien escuetamente se
llama Ladino (Goldblum). En la cantina de Cobb, donde todos siempre se reúnen a
beber y jugar, Paden cumple bien su trabajo poniendo orden y desarmando
pleitos. Cobb luego le dice que él y su gente tienen una cuenta pendiente con
Emmet, deben eliminarlo, dícele que no interfiera, y poco después, Mal salva al perseguido cuando estaban por eliminarlo. Cobb y su gente buscan ya esforzadamente a
Emmet, y hasta incineran su hogar, raptando al niño pequeño de casa. Paden se
enfurece ante esto, se declara en contra de su empleador. Jake ha decidido ocultarse, se le cree muerto, los tres
restantes irrumpen y se enfrentan a los pistoleros de Cobb, van eliminando a
muchos de ellos, reaparace Jake, se les une; se acerca el asalto final. Rae está encinta, a punto de
dar a luz, y Ladino, mostrando su real y vil cara, es liquidado por Mal. Por su
parte, los hermanos y Paden siguen combatiendo, solo queda el último enemigo,
Cobb, al que Paden mata. Todo ha terminado, están satisfechos, y Paden se queda en
Silverado como el nuevo Sheriff.
Interesante filme de Kasdan, que
se alinea entre los contemporáneos intentos por recobrar la fuerza del género más
glorioso para los yanquis, definitivamente no querían dejarlo ir, y tenemos en
este filme una de las tentativas más decentes por revitalizarlo, pero es sólo eso, un intento de reflote. De rotundo y marcado
éxito y cálida acogida en su estreno, mucho de ese éxito radica en la efectiva
forma en que el realizador captura los clásicos estereotipos, el solitario héroe,
la discriminación racial por supuesto, aunque en este caso, ya no sean indios,
sino un negro el discriminado, definitivamente es un western moderno. En ese
aspecto, Kasdan extrae petróleo de las posibilidades que le ofrecen las nuevas
técnicas y recursos en el cine, utilizando el poderoso cromatismo para plasmar
su western a color, destacando las imponentes imágenes del vasto desierto, de las
majestuosas y dominadoras montañas y mesetas, en ese sentido, la libertad de cámara
y el color permiten plasmar poderosas imágenes de de todo el amplio espacio del
Oeste, que es otro elemento indispensable en el western. El reparto también tiene
su importante cuota en el filme, y sin descollar, tanto Kevin Kline como Scott
Glenn cumplen, determinado y recio uno, hombre fuerte, el nuevo sheriff del pueblo,
y el segundo, algo más lacónico, meditabundo, pero igual de determinado para
defender a los suyos de los pistoleros atacantes, y lógicamente también tenemos
el aporte de Danny Glover, y un joven Kevin Costner, actor serio que desde ya apuntaba
maneras; este recorrido actoral termina con el camaleónico Jeff Goldblum, impensado pero bienvenido invitado a una cinta de western. Así se representa el mundo de los vaqueros de
Kasdan, que hace correcto trabajo en lo que persigue, extraer los últimos suspiros de
un género que ya fenecía indefectiblemente, y si bien la cinta es seria y
correcta, está completamente en otro apartado de los grandes clásicos del género,
y termina siendo un buen ejemplo de western contemporáneo, western adaptado a
la modernidad, con la mística clásica ya perdida, pero rescatando algunos de
sus principales nortes, aunque no en vano se le acusó de ser algo ligera en su contenido, pues no se puede dejar de detectar un ligero halo de frivolidad y suavidad contemporáneas. Es una situación símil al caso del film noir, género que envejeció, y hay ejercicios actuales que
tibiamente lo rememoran -en el caso del western, tenemos al emblema viviente
Clint Eastwood como principal gestor de los más apreciables ejercicios de esta naturaleza-,
pero nada más que eso, la gloria en el pasado quedó, aunque algunos chispazos
revitalizantes se aprecien. Con todo, Kasdan termina produciendo un decente ejercicio
de western de los 80, una agradable rememoración de un glorioso estilo yanqui
de cine cuyos mejores años sin duda atrás quedaron.
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